Una vez que Adrián Vélez abrió la puerta, una ráfaga de viento le recibió e hizo levantar todos los bellos de su piel. Se quedó mirando hacía las gradas recordando que cuando llegaba de trabajar, Erika solía pararse al borde de las gradas y lo recibía con una hermosa sonrisa.
—Ya llegaron— comunicó Maite a su abuelo.
El anciano se levantó con un bastón en mano y caminó hasta la puerta.
—Hijo, que bueno que volviste— Adrián sintió un dolor en el pecho al ver a su padre decaído, en gran parte era su culpa, él huyó como un cobarde y se olvidó de Héctor. Saludó a su padre y en ese momento tocaron la puerta, la empleada abrió y la mirada de Adrián deparó en el elegante hombre que acababa de ingresar.
—¿Cuando volviste? —cuestionó Santiago estirando su mano.
—Acabo de llegar...
—Que bueno tenerte de regreso - bajó su mirada hasta la pequeña, sonrió y recordó las fotos que vio de Erika aquel día cuando la visitó por primera vez.
—Ella es mi hija, Erika Vélez
—¿Erika? ¿le pusiste el nombre de ella?
—Si. Lo decidimos juntos.
—Hola Erika —saludó Santiago con los ojos brillando.
—¿Usted conoció a mamá?.
—Claro, ella y yo…
—El era un amigo de tu madre, intervino Adrián.
Santiago lo miró y suspiró.
—Si, eso era —acentuó al mirar a su rival—. Nos vamos Maite.
—Chao tío, Erika, mañana vuelvo.
Santiago echó una última mirada a la pequeña, tenía la sonrisa de su amada Erika, volvió a ver Adrián que no despegaba la mirada sobre él. Caminaron hasta la salida.
—¿Y Matías?
—Él no vino, llegará a fin de año.
—Me gustaría volver a verlo, ya cumplió dieciocho ¿verdad?
—Si, es todo un hombre.
—¿Crees poder ir a casa el fin de semana?
Adrián arqueo la ceja y replicó.
—¿Me estas invitando a tu Casa?
—Si. Después de todo, quedamos en buenos términos ¿no es así?
—Esta bien, ahí estaré— Adrián sonrió al cerrar la puerta, era increíble que a estas alturas, él y Santiago se convirtieran en amigos. Ladeo la cabeza y subió hasta la recámara, sacó su ropa y se duchó.
Santiago llegó y se sentó en el escritorio, llevó el cigarro a la boca y suspiró, un día como mañana pero hace catorce años conoció a Erika, su Erika.
La puerta se abrió e ingresó su mamá.
—Hijo...
—¿Qué paso ahora? —Rugió Santiago.
—No tuve nada que ver, te lo juro.
—¿De qué hablas?,¿en que no tuviste que ver?
—Alitzel se marchó.
—¡¡Qué!! ¿Ha que hora sucedió?, ¿por qué no me llamaste?
—No se exactamente que hora sucedió, pero no está su equipaje.
—¿Y mi hijo? —el silencio perduró —Responde madre.
—Tampoco— respondió temerosa la anciana.
—No, no puede ser, maldición.
Llamando...
—Rodri.
—Dígame señor.
—Prepara el helicóptero, saldré al Oriente.
Alitzel bajó del autobús junto a Santi, después de tantos años volvía a su tierra natal, aunque la vía para llegar a su Aldea había cambiado, la selva seguía intacta. Miró hacia atrás y suspiró profundo al mismo tiempo que unas cuantas lagrimas rodaban de sus mejillas.
—Mamá ¿y papá no vendrá?
—No. Y deberías olvidarte de él.
Cuando faltaban unos minutos por llegar a la Aldea, la voz de Santiago la detuvo.
—Alitzel...
Esta última se giró.
—¿Que haces aquí?
— No dejaré que me alejes de mi hijo.
—Pues yo tampoco dejare que te lleves a mi hijo de vuelta ha la capital.
Desde el interior de la selva salieron Cofanes preparados con sus lanzas, los recuerdos del momento que despertó en esa aldea llegaron a su mente como gotas de lluvia.
—Vete y no vuelvas más, Santi te buscará cuando sea mayor de edad, si es que le interesa.
—Santi ven con papá, iremos a casa—. El pequeño miró a su madre y luego a su padre, intentó soltarse de la mano de ella, pero esta la apretó.
—Papá te quiero, pero debe cuidar a mamá—. Un nudo se formó en la garganta de Santiago, seguido sus ojos fueron inundados por una torrencial lágrimas. Renunciar a su hijo le era difícil, en cuanto Alitzel, sonrió al escuchar la terminante decisión de su pequeño.
—No vuelvas a buscarlo.
—Maldita sea, Alitzel, no puedes apartarme de él —dio dos pasos al frente y las flechas cayeron por sus pies.
—Señor...
—Es mejor que te vallas Santiago, no quiero que te suceda algo.
Dicho eso la mujer se encamino al interior de la selva, aquel pequeño que llevaba de la mano miró a ver a su padre con lágrimas en los ojos.
—Santi… por favor hijo—. Con un hoyo formado en su pecho, Santiago se dejó caer mientras veía a su hijo de once años partir.
Por otra parte Adrián pasó dejando a Erika hasta el convento, aquella niña estaba ansiosa por visitar a su nana Piedad, mientras la esperaba observaba detenidamente el lugar que parecía se una sala de espera.
—Donde esta—. Entro ansiosa Piedad.
—Aquí— dijo alzando la mano.
—¡Oh! pero que hermosa estas.
La llevo hasta ella y la abrazo con fuerzas, los ojos se iluminaron al ver la carita de Erika. Adrián les contemplaba desde la otra esquina.
—Buenos días Piedad.
—Bienvenido Adrián, no puedo creer lo grande que está tu hija.
—Si. Esta enorme.
Sonrieron todos.
—Eres una hermosura—. La mimo Piedad.
—¿Te vas a quedar cariño? —cuestiono Adrián.
—Si, ven por mí en la tarde.
—Vale, en la tarde pasó por ti.
Salió del convento y se encamino hasta la oficina, habían muchos pendientes por resolver. Al llegar todos voltearon a ver, se levantaron como alumnos en clases.
—Bienvenido señor Adrián
—Es un gusto tenerlo por aquí
—Gracias, continúen en su trabajo, ¿mi secretaria donde está?
—Fue por un café para usted.
—Bien, que pase a mi oficina penas llegue.
Minutos después la puerta se abrió, mantenía la mirada clavada en las carpetas que estaban sobre el escritorio.
—Buenos días, Señor Adrián, le traje un café.
—Muchas gracias, en unos momentos llegara el abogado, quiero que me anuncie cuando este aquí.
—Si señor—. Adrián alzó la mirada y se encontró con una mujer muy joven.
—¿Cuanto tiempo llevas trabajando para mí padre?.
—Cinco años.
—¿Y cuantos tienes?
—veinticinco.
Informo y si jefe alzó la sien.
—Bien, seguirás trabajando para mí, según mi padre eres muy eficiente.
—Lo soy señor, se lo demostraré al pasar los días. Soy Rose— estiro la mano y sonrió.
—Rose, es un gusto que formes parte de mi equipo de trabajo.
—El gusto es mío señor —Adrián sonrió de medio lado y ella salió con el corazón acelerado, su jefe era muy apuesto, mucho más de lo que ella se imaginaba.
En media hora el abogado llego a la oficina, Rose le hizo ingresar.
—Adrián, que bueno tenerte de vuelta
—Gracias Juan.
—¿Para que soy bueno?
—Necesito que reabras el caso…
—Pero Adrián, el caso ya fue cerrado, se descubrió que fue un loco que apoyaba a quien sabe que partido político, aunque no se encontró al hombre pero…
—Quiero que vuelvas abrirlo, no me importa lo que dijeron, quiero que el culpable pague, la muerte de mi esposa no puede quedar impune.
—Esta bien lo haré.
—Primero encuentra al desgraciado que la mató y luego daremos con quien la mandó a matar, por qué ese hombre no tenia razón alguna para matar a mi esposa, si no la conocía.
—Crees que alguien envió a matarla?
—Siempre lo creí, ¿por qué precisamente fue Erika?, el tipo se paró a nuestro lado y fue la primera que atacó.
—También atacó a otras personas.
—Si, pero las otras solo obtuvieron cortes leves más no le clavaron el puñal en su estómago, ¿por qué solo fue a ella? - Las lágrimas se desprendieron de sus ojos, recordar el pasado le lastimaba, pero tenía que sanar esa herida y la única forma de hacerlo era, hacer justicia.