Tres

1433 Words
—Les voy a pedir a las dos que dejen de insultarse y ofenderse, Alitzel tu eres mi esposa y como tal debes respetar a mi madre, Madre, de la misma forma te pido que respetes a mi esposa, te conozco muy bien y solo te voy a decir una cosa… Alitzel suspiró y se dio la vuelta, salió del despacho por qué siempre era lo mismo. Santiago no hacía nada para sacar a su madre de aquella casa, se sintió decepcionada y subió hasta la habitación, empezó a empacar su ropa y la de Santi, no estaba dispuesta a seguir soportando a su suegra ningún día más. Después de hablar con Margo, Santiago fue tras Alitzel y en el pasillo se encontró con la empleada. —¿A dónde lleva esas maletas? —Señor, la señora pidió las maleta. —Santiago caminó a pasos rápido y abrió la puerta. —Alitzel ¿qué haces? —Me marcho, no aguanto un día más a tu madre. —No voy a permitirlo —No podrás detenerme, llevo años soportando sus humillaciones y ofensas, no conforme con hacerlas a mí, también ofende a mi hijo, y tú no haces nada para detenerla. —No puedo sacar a mi madre de casa, es una anciana que necesita de su familia, además soy su único hijo, no es moral alejarla de mi a esta edad, en otros tiempos actuaba de otra forma, pero mi madre ya no puede... estar sola— respondió soltando un suspiro. Santiago sacaba la ropa de su esposa y ella volvía a guardarla. —Deja mi ropa en la maleta, nada me hará cambiar de opinión, llevo muchos años junto a ti y nunca te he sentido mío, crees que no sé qué pasas recordando a esa mujer que murió hace años, te he visto llorar cuando observas su foto y de todo eso me cansé—. Masculló a la vez que cerraba la maleta, seguido caminó hasta la habitación de Santi, dejando un Santiago sumergido en el recuerdo. Cada palabra que había dicho Alitzel eran ciertas. Aunque se esforzó por amarla, no pudo, lo único que consiguió fue llenarse de aprecio y cariño, pero jamás Alitzel llego a robar su corazón. Fueron segundos en los que se quedó perdido, cuando reaccionó caminó hasta la habitación de Santi, al verla empacando la ropa de su hijo le detuvo presionando su brazo. —No permitiré que te lleves a mi hijo—Alitzel se soltó de su agarre, limpió las lágrimas y sonrió con desgano. —Jamás dejaré a mi hijo, ¿qué acaso no comprendes que si me marcho es por el? Porque no quiero que tu madre siga lastimando su corazón, ¿no me crees verdad?, no me crees cuando te digo que mientras no estás tu madre le prohíbe todo a Santi, mi pobre hijo pasa encerado en su habitación, solo puede ser libre cuando tú estas—Alitzel volvió a limpiar las lágrimas y continúo —sigues creyendo que todo es un invento mío. Tu mamá odia a Santi, es una mujer malvada y perversa, me quedó corta, es una maldita vieja… —¡Cállate!, no toleraré que hables de mi madre de esa forma. —¿Me vas a golpear? —Preguntó Alitzel al ver la mano de Santiago alzada, él miró a su esposa a los ojos, y en ella vio la misma mirada de Erika cuando la abofeteó en la cabaña. Cerró sus ojos y bajó la mano suspirando profundamente. —Perdón, no se que me pasó. Alitzel se dejó caer sobre la cama de su hijo, lloró tapándose su rostro y Santiago la abrazó, se inclinó para quedar al mismo nivel de ella. —Cariño, no quiero que ni tu y mi hijo se alejen, quiero que permanezcamos unidos como la familia que somos, ¿entiendes? —No entiendo Santiago, tú nunca más volviste a ser él hombre que conocí, aquel que me miraba con amor en la Aldea. —Te quiero y lo sabes, eres mi esposa, tenemos un hijo él cual liderara en unos años la fortuna, no te vallas. —Pidió a la vez que la besaba, mientras los segundos pasaban el beso se hacía más intenso, llegaron a sentirse excitados y terminaron encerrados en la habitación. A sus cuarenta y un años Santiago se veía fuerte y apuesto. Con sus labios recorría el cuerpo desnudo de su esposa. Al día siguiente, en la ciudad de Miami la familia Vélez preparaba los últimos acontecimientos para abordar el avión. —Matías ¿Por qué no has hecho tu maleta? —Dije que no volveré—. Respondió el adolescente mientras se cubría con la cobija su rostro. —Levántate, tenemos media hora para llegar al aeropuerto—. Gruñó Adrián mientras sacaba por completo la cobija de su hijo. —No quiero, déjame dormir—. Era la primera vez que Matías desobedecía una orden de su padre. —Matías, hijo no pienso dejarte, prometí a tu madre mantenerlos unidos en caso de su ausencia. —Solo déjame quedar unos meses más por favor, déjame disfrutar de unas vacaciones. Pidió de manera educada. —Esta bien, llamaré a tu abuelo para que venga por ti, no puedes quedarte solo en esta casa, además será vendida, a finales de año te quiero de vuelta. ¿Entendido? —Si papá, gracias, eres el mejor—. Balbuceó sonriendo Adrián abrazó a su hijo y llamó a Erika para que se despida de su hermano, ella corrió hasta la habitación. —Dijiste que no le dejarías —Solo se quedará hasta final de año. Explicó Adrián a su hija . —Calla niña tonta, no metas cizaña. Murmuró Matías mientras jalaba el cacho de su hermana. —No le digas así Matías. Aconsejó Adrián. —Esta bien, no volveré a decirle así. La abrazó y le dijo un te quiero al oído, ella palmó un beso en el cachete de su hermano y respondió. —Yo te quiero más hermano. Dicho eso Adrián llamó a Diego para avisar que Matías quedaría en casa, seguido salió junto a Erika y partieron rumbo al país que lo vio nacer y crecer. Dentro de dos horas estaba volando por cielos americanos, horas más tarde traspasó la frontera y aterrizaron en Panamá. En la mansión Rúales, Maite se levantó muy temprano arregló su ropa y la de su gemela para ir a visitar a su abuelo. —¿Qué haces? ¿Por qué abres las cortinas? —Dijimos que visitaríamos al abuelo hoy. —Es muy temprano, iré al medio día. —Papá no puede llevarnos al medio día, por eso dijo que nos pasará dejando. —No iré, aún tengo sueño—. Masculló Eliza. —Vamos Eli, el abuelo quiere vernos, sabes que está enfermo. —Si lo sé, también se que pronto morirá, no quiero ir, basta que te vea a ti, de todas formas las dos somos iguales. Se volvió a recostar y cubrió su cabeza con el grueso edredón. Maite bajó a toda prisa y su papá ya se encontraba en el auto. —¿Y tu hermana? —Dijo que no irá. —¿Por qué? ¿Acaso esta enferma? —No, solo que tiene sueño. Explicó la gemela. Dicho eso Santiago pasó dejando a su pequeña hija hasta la mansión Vélez, luego de eso se dirigió al cementerio a llevar flores a su amada Erika y al hijo que perdió. Aquel niño de haber nacido estaría por cumplir sus doce años al igual que las gemelas. —Erika, amada mía, aunque los años pasen te seguiré amando como la primera vez que probé tus labios, aquel día bajo el bosque. Sonrió al recordar ese momento cuando unió sus labios con los de su amada y sintió el corazón estremecerse. —Mi pequeño Erik, aún recuerdo el día que te concebí, fue el más feliz de mi vida. Solo Dios sabe por qué no te permitió disfrutar de la vida, aunque creo que siendo un Ángel puedes cuidar de tu madre allá. Mis dos amores los extraño tanto—. Santiago dejó rodar unas lágrimas y suspiró con mucho dolor. Maite se adentró a casa de su abuelo, subió hasta la habitación y se recostó a su costado. Unas débiles lagrimas cayeron de sus ojos. —Abuelo ¿cómo estás?, no me dejes, eres el único que habla de mamá y quiero que nunca me faltes. —Mi niña, desearía poder vivir muchos años para hablarte de ella, pero sabes que ya estoy viejo.
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