Cuando Erika Intriago murió, la vida de los dos hombres que la amaron tomaron caminos diferentes; Santiago se refugió en los brazos de Alitzel para apaciguar el dolor que le causó la muerte de Erika.
En cuanto Adrián, este se refugió en el alcohol, pues a su alrededor no había una mujer que le ayudara a superar el dolor, cada día para él era más miserable que el anterior. Pasaba sus noches en vela llorando sobre la mitad de la cama, donde dormía su amada Erika.
—Adrián, te lo pido ya pará de beber— Aconsejó retirando la copa de sus manos.
—No quiero, déjame solo, yo necesito el alcohol por qué quiero arrancarme todo este dolor que llevo dentro.
—El alcohol no va ayudar, tienes dos hijos por los cuales vivir ¿crees que a Erika le gustaría verte sumergido en el alcohol?
—Erika, mi amada Erika me la mataron papá, le quitaron la vida y junto a ella se llevaron la mía—. Él llanto de Adrián se hizo más fuerte.
Habían pasado dos meses desde aquel fatídico hecho y Adrián seguía sufriendo al igual que Santiago, este último estaba de rodillas sobre la tumba de su amada y clamaba a Dios que todo sea una pesadilla de la cual quería despertar.
—Vamos a casa hijo
—Quiero quedarme un rato más, vete tú—. Respondió al borde del colapso.
—Santiago, me duele verte así, Erika se fue y no volverá, entiéndelo.
—Al menos déjame llorarla— suplicó desahogando su llanto. Del hombre fuerte que no se derrumbaba fácilmente no quedaba nada.
Al cementerio también llegó Piedad, gotas de lágrimas se desprendieron de sus ojos, su corazón se desgarró de dolor al recordar el día que recibió la noticia de la muerte de su niña, esta vez no era una mentira, esta vez si era real, ella la enterró y la vio pálida dentro de un ataúd.
Al transcurrir la semana Adrián fue encerrado en un centro de alcohólicos anónimos, aunque tenía pocas ganas de vivir, terminó aceptando el pedido de su padre, más lo hizo cuando vio a su pequeño Matías llorar y suplicar que no se muera. Adrián recobró fuerzas al mirar a su pequeño de diez años temeroso, de perderlo a él sería la cuarta persona que perdería y su corazón tendría otro dolor.
Cuando Erika cumplió un año de muerta, la familia se reunió al borde de su tumba, aún el dolor permanecía dentro de sus corazones. Una vez que la misa terminó las demás personas se marcharon, quedando solo Santiago y Adrián frente a su tumba.
—Quiero que cuides de su tumba mientras no estoy aquí.
—¿Te marcharás? —Preguntó Santiago mirándole fijamente.
—Si. Necesito alejarme un tiempo, todo me recuerda a ella, no dejo de imaginarla sonriendo al entrar a la habitación—. Adrián cerró sus ojos y unas cuantas lágrimas cayeron como gotas de agua.
—Entiendo, me sucede lo mismo— acotó Santiago.
Adrián estiró la mano para estrechar la de Santiago, este último le miró asombrado pero accedió a estrechar la mano de su rival.
—No pido que seas mi amigo, simplemente estamos unidos por un mismo dolor—. Concluyó Adrián al tiempo que se abrazaba con Santiago y palmaba su espalda.
Ocho años después, se celebraba la graduación del joven y apuesto Matías Vélez, el joven de dieciocho años vestía de terno ajustado a su cuerpo. Con una ancha sonrisa y sus ojos verdes radiando felicidad recibió su diploma de grado. Era el alumno con las calificaciones y conducta más alta de todo él Campus. Miró al cielo y se lo dedicó a tres personas.
—Para ti mamá Erika, mamá Lucero—. Suspiró y continuó —Y especialmente para ti amigo, hermano mío, Martín Vélez, esto va por los dos.
Seguido recibió la felicitación de todos sus familiares y continuó celebrando en la mansión de su abuelo Diego.
Al día siguiente Adrián reunió a sus dos hijos. Sentado en la mesita del jardín se encontraba contemplando a sus dos hijos.
—No quiero volver, en ese lugar fui muy infeliz, aquí estamos bien no se por que quieres regresar— masculló Matías.
—Hijo yo tampoco quisiera volver, pero mi padre está enfermo y necesita de nosotros.
—Papá dile que venga, aquí le cuidaremos.
—No puede, ahí están nuestras empresas, todos los años que mi padre a dedicado.
—Lo siento pero yo no iré, me quedó con el abuelo.
—¿Estas renunciando a la fortuna Matías?— Preguntó Adrián algo intrigado.
—No. Pero cuando llegue el día de estar al frente iré, mientras tanto prefiero quedarme con mi abuelo Diego.
Adrián suspiró y miró a su pequeña hija la cual aún permanecía en silencio.
—Yo si voy contigo, quiero visitar a la nana Piedad.
—¿Hablas con piedad?— inquirió sorprendido.
—Si. Me contactó hace unos meses, incluso envió unas fotos de mamá cuando tenía mi edad y en verdad somos idénticas.
—Claro que eres idéntica a Ella—. Murmuró con los ojos iluminados —Ella era…
Aspiró profundo y no pudo continuar con la frase. Aunque los años hubieran pasado, el dolor permanecía en su pecho, ni si quiera se había dado el tiempo para conocer a alguien más, seguía extrañando a su esposa como si fuera ayer que la hubiera perdido.
—Preparen las maletas, volveremos mañana— culminó con voz aguda.
Subió hasta la habitación y se perdió en la fotografía de Erika, recorrió sus manos sobre el rostro de su amada y suspiró.
—Bravo Erika, lograste que papá volviera a entristecer.
—Pero, yo que hice…
—Nada, tu nunca haces nada niña tonta, sabes que papá sufre al recordar a mamá y tú insistes en recordarle todos los días tu parecido a ella.
Matías subió hasta su habitación, se lanzó sobre la cama y empezó a revisar sus r************* . Mientras tanto la pequeña Erika caminó hasta la habitación de su padre y lentamente abrió la puerta. Adrián limpió las lágrimas al ver entrar a su pequeña.
—Papá, yo no quise hacerte llorar—. El sonrió y la abrazó con ternura, besó la pequeña cabeza de su hija y habló.
—¿Quién dijo que lloré por tu culpa?
—Mmmm, no puedo decirte…
—Déjame y adivino, fue Matías ¿verdad?
—No te enojes con él, la lisen dice que los hermanos adolescentes no quieren a los hermanos chicos.
—No podría enojarme con mis dos hijos preciosos, solo no le hagas caso, tu hermano está enojado porque no quiere volver.
—¿Y le obligarás a volver?, si lo haces se enojará más.
—Si te soy sincero no quiero separarme de ustedes, son todo lo que su madre me dejó, por ello Matías no puede quedarse, volverá junto a nosotros. Suspiró y abrazó a su pequeña.
Por otra parte, en él ombligo del mundo, se celebraba el doceavo cumpleaños de las gemelas. Santiago permanecía cerca del pastel junto a sus dos pequeñas hijas al tiempo que esperaba la foto sea capturada.
—Ahora ven Santi—. Aquel pequeño de once años miró a su madre, quién se encontraba a su costado, esta asintió con la mirada y moviendo levemente la cabeza. Pero Santi no se animó a ir, pues su mirada deparó en su abuela. Aquella mujer le miraba de una manera diferente, era apenas un niño pero se daba cuenta que aquella anciana no le brindaba el mismo tipo de cariño que le daba a las gemelas.
—¡No quiero! – comunicó corriendo a su habitación.
Margo sonrió con gran dicha. A pesar de qué Santi era idéntico a su padre cuando tenía la misma edad ella se rehusaba aceptarlo como su nieto; las razones por que aquel pequeño era hijo de una mujer pobre y de clase sencilla.
Alitzel dejó caer unas cuantas lágrimas, en su corazón se formó un nudo el cual no soportaba más. Ella había sido testigo del sufrimiento de su hijo y eso le partía el corazón en mil pedazos. Margo llevaba años humillando a Santi, incluso a ella mismo. Pasó gruesa saliva, puesto que las lágrimas se desgajaron sin poder detenerlas, los años que llevaba junto a Santiago no habían sido del todo feliz, como ella un día lo imaginó.
Este último caminó con dirección al lugar donde se había ido su hijo.
—Papá, vuelve, aún falta soplar las vela—. Sugirió Eliza. Presionó sus puños con fuerzas cuando lo vio dirigirse a la casa.
—Ya vuelvo cariño, sigan divirtiéndose—. La pequeña hizo muecas de desagrado y se acercó a su abuela, esta última le abrazó y susurró unas cuantas cosas al oído.
—Tranquila, solo serán unas fotos.
—No quiero Abu, no quiero otra foto más con ese niño.
Santiago llegó hasta la habitación de su hijo, lo encontró sobre la cama con sus ojitos llenos de lágrimas.
—Santi cariño ¿qué sucede? ¿Por qué no quieres tomarte fotografías con tus hermanas y conmigo?.
—Porqué no me gustan las fotos—. Respondió con su mirada clavada en el piso.
—Santi no mientas, dime, ¿la abuela te dijo algo?.
—Papá… —Cuando el pequeño se proponía hablar, fue interrumpido por su madre.
—¡Es obvio!, ¿no crees que la pregunta está de más?, tu madre se a encargado de hacer la vida de mi hijo un completo augurio, no se cansa de decirnos que no debemos estar aquí, que deberíamos regresar a la montaña el lugar dónde nunca debimos salir. Yo puedo soportar todas las ofensas y hasta la comprendo, porque al final de todo no soy parte de su familia, pero Santi, mi hijo es su nieto, lleva su sangre y ella lo martiriza delante de las gemelas—. Alitzel quería seguir descargando toda su frustración, pero Santiago la detuvo.
—¡Basta!—. Delante de él no— culminó y tomando la mano de su hijo regresó al jardín, no obstante, Alitzel lo detuvo.
—No obligarás a mi hijo a tomarse fotos con las gemelas, incluso Eliza no quiere a Santi cerca de ella.
Santiago sacudió su brazo, soltándose así de su agarre, continuó su camino hasta el jardín, una vez ahí abrazó a sus tres hijos, una de las gemelas estaba a su derecha y la otra a la izquierda, por consiguiente Santi, estaba delante de él.
Después de capturar el momento, abrazó a sus tres pequeños y les aclaró, que ellos tres eran su vida entera.
Después de la fiesta, Santiago envió a llamar Alitzel y su madre, al encontrarse en el despacho, ambas mujeres se miraron con desprecio. Luego dirigieron su mirada al hombre delante de ellas, que fumaba un tabaco.
—¿Madre?—Preguntó Santiago —¿tuviste algo que ver, con qué Santi no quisiera estar en el cumpleaños de las gemelas?
—No. ¡cómo crees hijo!, yo jamás haría algo Así
—¡Que hipócrita!, usted es una vieja cínica—. Gruñó Alitzel llena de rabia.
—Vez como me insulta, esta mujer no tiene educación, siempre hace de todo para que termines enojado conmigo.
A sus sesenta y dos años, Margo permanecía siendo la misma de siempre. Los años solo habían envejecido su cuerpo más no la astucia de mentir y lastimar a otros.