—¿Tu oficina es en realidad un casino?—preguntó Evelina con los ojos muy abiertos. Había un bar en el otro extremo del lugar, donde las parejas parecían sentarse y hablar de naderías sin sentido. El casino se presentaba como el mejor lugar para fingir. —Uno de ellos—, le susurró Adrián al oído. Sus cejas se juntaron antes de darse la vuelta para mirarlo. Incluso con las gafas de sol aún en los ojos, Evelina pudo vislumbrar sus orbes del color de las nubes de lluvia. —¿Cuántos de estos casinos tienes?—preguntó ella. Adrián le puso la mano en la cintura y la señaló hacia las escaleras. Evelina le hizo una seña y bajó con él por el cristal transparente de la escalera. —Soy dueño de dos casinos que poseen muchos más, Evelina—. Ella no podía creer que todo fuera suyo. Incluso cuando una cama