CAPÍTULO 14

1317 Words
Llegaron a su despacho con un minuto de retraso. Evelina había esperado una reacción más fuerte de Adrián por haber llegado un poco tarde, pero se alegró al ver que él estaba muy tranquilo. Después de su pequeño encuentro en el ascensor, parecía más relajado. Evelina se apartó tímidamente de Adrián para mirarlo a los ojos. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, su momento terminó abruptamente. Adrián salió del ascensor, dejando a Evelina detrás de él. Lo primero que notó ella fue el silencio que reinaba en el nivel superior. Pronto se dio cuenta de que Adrián siempre parecía ser más él mismo cuando todo estaba en silencio. —Te gusta el silencio—señaló Evelina. Él la miró y luego asintió con la cabeza. —Sí—, respondió Adrián, mientras abría una puerta alta y la dejaba mirando un hermoso despacho. Estaba bastante oscuro hasta que él encendió una luz que iluminó cada centímetro de su espacio de trabajo. Desde el gran escritorio hasta el lujoso sofá, todo irradiaba elegancia. —Tampoco hay ventanas. Déjame adivinar, te gusta la oscuridad—, comentó Evelina mientras se sentaba en un gran sillón, colocado justo detrás del escritorio. El sonido de la rica piel sucumbiendo al peso de su cuerpo resonó por toda la habitación. —Me he opuesto a una gran cantidad de luz y sonido desde que tengo uso de razón. Como dirían los médicos, forma parte de mis problemas—, explicó Adrián. Aunque apenas se percibía, Evelina pudo oír el desagrado en su voz. La forma en que parecía estar disgustado consigo mismo la hizo fruncir el ceño. —Adri... —Señor Dimitrov—, una voz interrumpió las palabras de Evelina. Al volverse hacia la puerta, vio a una hermosa mujer alta. Llevaba un vestido ajustado de color nude que se ceñía perfectamente a sus curvas. Todo lo que la mujer era, Evelina era exactamente lo contrario. La mujer tenía un hermoso cabello que le caía por la espalda y unos ojos marrones ligeramente entrecerrados que le daban un aire misterioso. Su nariz puntiaguda completaba su cara, haciéndola parecer perfectamente simétrica. —Zaria Kensley—, saludó Adrián, antes de volverse a colocar las gafas de sol en la cara y bajar la vista hacia los papeles de su escritorio. Los celos no tardaron en consumir a Evelina mientras miraba a la mujer de largas piernas. Zaria era absolutamente preciosa, y Evelina la envidiaba. —Tú debes de ser Evelina Santos. Yo soy Zaria Kensley, la chica favorita del señor Dimitrov—, sonrió Zaria, antes de tenderle la mano a Evelina para que se la estrechara. A pesar de que sus palabras le daban ganas de ahogarse, Evelina esbozó una sonrisa y le estrechó la mano. —Encantada de conocerte. Gracias por la ropa. La verdad es que no tenía ropa de trabajo—, se rió Evelina mientras se alisaba la falda. La mirada de Zaria pareció desviarse momentáneamente hacia el atuendo que ella había elegido para Evelina. Cuando volvió a levantar la vista, Evelina notó que Zaria estaba centrada en su falda. —Fui yo quien tuvo que revisar tu ropa por motivos de seguridad. Me di cuenta de que no tenías precisamente la ropa que mejor te sentaba—, se rió entre dientes. Evelina abrió la boca para decir algo, pero Zaria ya había pasado de largo y se dirigía hacia Adrián. Él no la miró ni una sola vez, pero a Zaria no pareció importarle. Lo único que podía hacer Evelina era observar cómo Zaria le ponía las manos en los hombros y empezaba a masajearlos. Evelina sintió que su cuerpo se desplomaba de derrota al ver a la hermosa mujer masajear a Adrián. Se veían tan bien juntos, como una pareja poderosa, hermosos y seguros de sí mismos. Evelina frunció el ceño. —Estás muy tenso, jefe—, le susurró Zaria al oído. Aunque era un susurro, Evelina pudo oír cada palabra. Dejando escapar un suspiro de derrota, Evelina se volvió hacia la puerta y la abrió. —Evelina—, dijo Adrián. Ella se volvió hacia él y vio que sus ojos ya estaban fijos en ella. —Si no te importa, iba a echar un vistazo—, dijo Evelina en voz baja. Él no respondió después de eso. Lo único que hizo fue seguir mirándola como si fuera algo misterioso que intentaba descifrar. Tomando eso como un sí, Evelina salió de la oficina y se dirigió al ascensor. No entendía por qué no podía deshacerse de esa sensación de náusea. Evelina acababa de conocerlo, pero, por alguna extraña razón, siempre había sentido esa persistente sensación de conexión. Con un gruñido irritado, pulsó la flecha hacia abajo junto al ascensor y esperó. No entendía por qué necesitaba estar con Adrián en el trabajo cuando estaba claro que él tenía toda la ayuda que pudiera necesitar. —Estás muy tenso, jefe. Voy a masajearle los músculos, jefe—, se burló Evelina sarcásticamente al entrar en el ascensor. En cuanto estuvo dentro, se dio la vuelta y vio a Adrián justo detrás de ella. —¡Adrián!—chilló, antes de que un rubor se apoderara de sus mejillas. Le había dado un susto de muerte. Solo esperaba que no la hubiera oído burlarse de Zaria. Era difícil adivinar si lo había hecho o no, ya que era complicado leer sus expresiones faciales. —No estoy muy seguro de si me hablaba a mí o repetía las palabras anteriores de la señorita Kensley—, dijo Adrián, con la cabeza ligeramente ladeada por la confusión. —Me estaba burlando de ella a modo de broma. Lo siento, ha sido un poco mezquino—, admitió Evelina, antes de pulsar el botón marcado con el número cinco. No sabía exactamente adónde iba, pero quería ver más del gigantesco edificio de oficinas de Adrián. Parecía tan irreal que todo aquello le perteneciera. —Comprendo que estés celosa—, dijo Adrián con calma. El ascensor empezó a bajar justo cuando Evelina se quedó boquiabierta y su rubor pareció aumentar. —Seguro que quieres que me ponga celoso—, se burló Evelina. Él no pareció decir nada después de eso, dejando que su mirada se desviara hacia ella. Una vez más, Evelina se encontró mirándolo, como él la miraba a ella. —Quiero que estés desnuda—, soltó Adrián con toda franqueza. Evelina aún tenía que acostumbrarse a su sinceridad. —Adrián—, dijo Evelina en voz baja, aunque la palabra salió seductoramente de sus labios. Se mordió el labio y sus miradas se cruzaron. Él dio un paso más hacia ella antes de ponerle la mano en la cadera. —Evelina—, respondió él, provocando una sensación de deja vu. Evelina deseaba que él se acercara más. Había algo tan adictivo en él. Mientras lo miraba, no podía evitar preguntarse cómo sería que él la levantara y la apretara contra sí. Quería sentir sus labios contra los suyos, mientras sus dedos se enredaban en su pelo. Justo cuando las cosas se estaban poniendo bien, el ascensor sonó alertándoles de que tenían menos de un segundo para separarse antes de que las puertas comenzaran a abrirse. En el momento en que las puertas se abrieron, el ruido de la charla se dispersó rápidamente a su alrededor. Adrián se apartó lentamente de Evelina, antes de volver a arreglarse la chaqueta del traje. —Explora—, le dijo Adrián. Evelina soltó un suspiro tembloroso y se dispuso a salir del ascensor. Él se apresuró a seguirla mientras ella deambulaba por el lugar. Cuando Evelina se acercó a la barandilla dorada, sus dedos la rozaron. Sus ojos se posaron en la escena que se desarrollaba frente a ella. Era un enorme casino con millones de personas derrochando su dinero simplemente arriesgando su fe.
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