CAPÍTULO 16

1327 Words
—¿Qué?—preguntó Evelina, incapaz de creer lo que acababa de escuchar. Soltó un suspiro antes de seguir a la persona que tenía delante hacia un lugar más tranquilo y alejado de oídos indiscretos. Su mente aún intentaba procesar lo que le habían dicho, pero le resultaba extremadamente difícil. —¡Evelina!—gritó Johnathan, apareciendo de la nada. Ella ni siquiera sabía que estaba allí. Sin embargo, Evelina no prestó atención a Johnathan, pues sus ojos entrecerrados seguían fijos en el hombre frente a ella. —¿Estás en una mafia, y no crees que eso sea parte de la descripción de un trabajo?—preguntó, sorprendentemente tranquila. Enarcó una ceja antes de intentar acercarse a él, pero antes de que pudiera hacerlo, Johnathan intervino. —Estaba bromeando. Es una broma de mal gusto de Adrián para asustar a los nuevos. No le des demasiadas vueltas—rió Johnathan. —No, Adrián me dijo que no miente, ni bromea. No creo que estuviera bromeando; creo que hablaba en serio—respondió Evelina, cruzando los brazos sobre su pecho. Estaba enfadada consigo misma; no debería haber ignorado las señales de alarma ni haberse reído como si todo fuera una broma. La verdad estaba más clara que el agua, y nunca se había sentido tan idiota como en ese momento. —Mira, podemos aumentarte el sueldo. El contrato dice que no puedes irte bajo ninguna circunstancia. —No me voy. Entiendo que tengo un deber que cumplir—respondió ella, pasando junto a Johnathan. Este parecía sorprendido mientras sus cejas se fruncían. De repente, la comprensión apareció en sus facciones mientras la observaba. —Trabajas para el gobierno, ¿verdad?—preguntó. Evelina puso los ojos en blanco, irritada. —No, no trabajo para el gobierno. ¿Qué quieres que haga? ¿Que llore, haga las maletas y salga corriendo?—preguntó con una ceja levantada, observando cómo Johnathan asentía lentamente en respuesta. —Bueno, me enseñaron a no rendirme cuando empiezo algo. Me comprometí cuando firmé el contrato a no marcharme bajo ninguna circunstancia y a cumplir con una confidencialidad absoluta—explicó. Johnathan soltó un fuerte suspiro, aliviado por sus palabras. —Pero... —Sabía que esto iba a pasar—gimió Johnathan, levantando las manos en señal de derrota. Evelina abrió la boca, dispuesta a decir algo, pero la cerró rápidamente cuando un desconocido pasó junto a ellos. Una vez que esa persona estuvo fuera de su alcance, volvió a hablar. —Pero me limitaré estrictamente a hacer mi trabajo, nada más y nada menos, Adrián—dijo Evelina, posando sus ojos en el hombre frente a ella. Él no dijo nada, pero ella sabía que la estaba observando detrás de aquellas gafas de sol oscuras. —Por mí está bien—respondió Johnathan, encogiéndose de hombros antes de coger una copa de una camarera que pasaba y alzarla en el aire—. A ti, Evelina, por ser tan valiente y amable, y por hacer mi trabajo un millón de veces más fácil. Evelina no dijo nada después de eso. Pasó junto a Adrián y se dirigió al ascensor. Su mente iba a mil por hora. Lo único que le importaba era cumplir con su trabajo y marcharse. Nunca fue su responsabilidad desarrollar ningún tipo de sentimiento o conexión personal. Haría lo que se le había asignado en el contrato y se olvidaría de todo lo demás. Justo antes de que pudiera subir las escaleras, Adrián la agarró del brazo, impidiéndole avanzar. —¿Qué quieres decir exactamente con 'ni más ni menos'?—le preguntó. Ella soltó un resoplido de irritación antes de volverse para mirarlo. Una cosa que había aprendido en el poco tiempo que llevaba haciendo su trabajo era que Adrián prefería que todo fuera preciso y específico. —Adrián, en realidad no me gustan los gángsters. Soy tu enfermera y cuidadora, nada más y nada menos. Ya es hora de que empecemos a actuar así, ¿no crees?—preguntó con una ceja levantada, antes de continuar—: He terminado de explorar. Cuando él no respondió, ella se alejó de él y subió las escaleras hasta el ascensor, donde pulsó la flecha hacia arriba y esperó su llegada. En cuanto se abrieron las puertas, Adrián también entró, lo que la sorprendió. Ella no sabía que él la seguía, pero no mencionó nada al respecto mientras entraba. Las puertas del ascensor se cerraron rápidamente, dejándolos solos en un espacio reducido. Evelina miró a Adrián y vio que él ya la estaba observando. Aunque llevaba gafas de sol, ella podía sentir sus ojos. —No sé si estás enfadado conmigo, si me temes o si simplemente estás molesto—dijo Adrián. Evelina miró hacia una esquina del ascensor, intentando descifrar sus propias emociones. —No estoy enfadada, ni asustada, ni molesta. Agradezco tu franqueza: decirme la verdad ha sido muy amable. Debería estar asustada, pero no lo estoy porque, aunque te conozco desde hace muy poco, sé que no me harás daño. En cuanto al disgusto, no es culpa de nadie más que mía—explicó en voz baja. Su voz era casi inaudible, pero Adrián consiguió captar sus palabras. —¿Tu culpa?—preguntó él. Los ojos de Evelina se clavaron en los suyos y ella asintió lentamente. —He dejado pasar cosas que no debía. Usted es mi jefe y yo su empleada. Me pagan para cuidar de ti y no para desarrollar ningún tipo de... de... no sé—susurró la última parte para sí misma. —De acuerdo—dijo él. Evelina bajó los hombros al verlo alejarse hacia las puertas del ascensor. Le dolió que la despidiera tan rápido, pero ¿qué esperaba? Básicamente le había pedido que la dejara en paz, salvo por motivos profesionales, y eso fue exactamente lo que él hizo. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Evelina y Adrián llegaron al nivel más tranquilo de todo el edificio. Nadie más se atrevía a entrar en la planta de oficinas de Adrián, aparte de su asistente personal. Evelina no sabía exactamente qué hacer mientras se quedaba allí de pie, observando cómo Adrián se sentaba en su silla. Aprovechó la situación para echar un vistazo a su despacho, notando que casi todo estaba en ruso. —Puedes sentarte—le dijo Adrián, quitándose las gafas de sol. Evelina miró la silla frente a su escritorio durante un rato antes de decidirse a sentarse. Estaba demasiado cerca de Adrián para su gusto. Por alguna razón, sentía que necesitaba estar lejos de él para poder controlarse. —Gracias—murmuró en voz baja. En cuanto se hundió en el cómodo asiento, su cuerpo pareció relajarse por completo. Se sentía como si estuviera sentada en una nube. Evelina no pudo evitar cerrar los ojos mientras un pequeño suspiro escapaba de sus labios. De repente, recibió una notificación en su teléfono. Al sacarlo, vio que era un mensaje de la señorita Paola. —Me han prohibido temporalmente recibir servicios de cuidadora—leyó Evelina, resistiendo la sonrisa que se dibujaba en su rostro mientras movía la cabeza de un lado a otro. —Probablemente porque ahuyentas a todos los cuidadores que te asignan—respondió Evelina. Apagó el teléfono y miró a Adrián, quien ya la estaba observando. Cuando sus ojos se encontraron, ella bajó la vista hacia los papeles, fingiendo que el momento no había ocurrido. —Tienes una bonita sonrisa—dijo Adrián. El rostro de Evelina se iluminó y una sonrisa volvió a dibujarse en su cara. Creyó que nunca escucharía un cumplido de Adrián. —Gracias—respondió ella. Él no dijo nada más, ni siquiera se molestó en levantar la vista de los papeles que estaba firmando. Aunque a Evelina no pareció importarle en absoluto. Le satisfacía escuchar el roce de su pluma con el papel mientras firmaba su nombre, antes de que el silencio resonara a su alrededor.
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