CAPÍTULO 12

1068 Words
Evelina siguió a Anton fuera de la habitación, pero no sin echar una última mirada a Adrián, quien seguía ocupado con su piano. No pudo evitar fruncir el ceño justo antes de que sus ojos volvieran a concentrarse en lo que tenía delante mientras caminaba. Anton la acompañó hasta el sofá del salón, donde la invitó a sentarse. Ella lo miró pacientemente mientras él tomaba asiento a su lado. La conversación parecía ser muy seria, así que Evelina se apresuró a adoptar una actitud receptiva. —Hablar por el señor Dimitrov es bastante sencillo. La mayoría de la gente en la oficina sabe qué hacer para no molestar al señor Dimitrov. Las únicas veces que necesitarás ayudarle a hablar son en reuniones con mucha gente y ruidos fuertes, pero en reuniones privadas, prácticamente habla por sí solo. Lo único que tienes que hacer cuando hables en su nombre es decir lo que la gente quiere oír para que la conversación termine lo antes posible—, explicó Anton. Sus cejas se fruncieron en confusión mientras procesaba sus palabras. —Sé que puede parecer complicado, pero una vez que empieces, le cogerás el truco muy rápido—, afirmó Anton. —No me había dado cuenta de que iba a ir a la oficina con él—, dijo Evelina en voz baja, acomodando un mechón de pelo detrás de la oreja. Anton le sonrió suavemente antes de asentir. —Sí, comienzas hoy. La asistente personal del señor Dimitrov, Zaria Kensley, estará allí para ayudarte en todo momento—, le informó. Evelina asintió lentamente con la cabeza, hasta que se dio cuenta de que había mencionado un nombre de mujer. Por alguna razón, no pudo evitar preguntarse si Adrián era más comunicativo con todas las mujeres en general, o si era sólo con Evelina con quien se sentía cómodo. —Creo que no tengo ropa adecuada para el trabajo—, dijo Evelina mientras observaba su atuendo. Se mordió el labio antes de volver a mirar a Anton. —Zaria ya se ha encargado de seleccionar tu ropa—, respondió Anton. Evelina asintió con una sonrisa de labios apretados mientras se levantaba del sofá. —Espera, ¿cómo sabe mi talla?—preguntó Evelina. —Tu ropa tuvo que pasar por nuestro control de seguridad para asegurarnos de que no llevabas nada peligroso. Es posible que durante ese proceso hayan comprobado tu talla—, dijo Anton, encogiéndose de hombros. Evelina abrió la boca para decir algo, pero decidió dejarlo estar. No sabía que el personal de seguridad había revisado su ropa. Era extraño que no lo hubiera previsto, considerando que se alojaba en la casa de un hombre muy rico, que, como decían, tenía muchos enemigos. —¿Dónde está la ropa?—, preguntó, echando un vistazo a la habitación para asegurarse de que no estaba a la vista. —Debería estar en tu armario ahora mismo. Prepárate en una hora, te irás con el señor Dimitrov—, dijo Anton. Evelina asintió con la cabeza y subió las escaleras hasta su dormitorio. Nada más entrar en su armario, localizó el atuendo con suma facilidad. Una de las cosas que siempre había odiado era la ropa de negocios. La hacía sentir como si se esforzara demasiado por ser algo que no era. Por no mencionar el hecho de que siempre le picaba. Cogió el vestido de perlas que literalmente gritaba lo caro que era. Frunció el ceño mientras lo observaba. Luego se fijó en una sencilla falda lápiz negra. Devolvió el vestido al armario y lo sustituyó por la falda, la cual se quitó rápidamente para probársela. La falda debía ser dos tallas más pequeña. La tela se ceñía a su cuerpo y no le dejaba espacio para respirar, sin dejar absolutamente nada a la imaginación. Con el ceño fruncido, volvió a mirar el vestido. Tenía que decidirse: o el vestido o la falda. Suspirando, optó por ponerse la falda ajustada mientras sus dedos recorrían las perchas en busca de una camisa. Cuando sus ojos se posaron en una sencilla blusa blanca, no pudo evitar un gemido de fastidio. Ya se sentía incómoda y aún no se había puesto todo el conjunto. Se puso la camisa y comenzó a abrocharla. Mientras lo hacía, sólo podía esperar que Adrián no volviera a llamar "servilleta" a la camisa que había decidido ponerse. Una vez que terminó, buscó en su armario hasta encontrar un par de tacones de una altura decente. En cuanto se los puso, se dirigió al baño, donde se arregló el pelo dejándoselo suelto en su estado natural. Cuando terminó con todo, salió de su habitación y bajó las escaleras. Lo primero que vio fue a Anton, esperándola pacientemente al pie de las escaleras. Ella le dedicó una pequeña sonrisa, mientras sus ojos recorrían involuntariamente su cuerpo. No tardó en aclararse la garganta y apartar la mirada. —El señor Dimitrov la espera en el coche—, dijo Anton. Evelina asintió antes de seguir a Anton hacia la puerta. Miró a ambos lados de la entrada para ver a los guardias, quienes miraban fijamente al espacio frente a ellos. Al principio se preguntó por qué había guardias vigilando la entrada de la casa de Adrián, pero enseguida se dio cuenta de que probablemente él necesitaba protección. Recordaba que le habían dicho que el dinero significa poder y el poder trae enemigos. Salió de la casa y siguió a Anton hacia un BMW n***o, donde él le abrió la puerta. En cuanto se asomó al interior, se dio cuenta de que Adrián estaba sentado, con las gafas de sol puestas. Él dirigió su atención hacia ella justo cuando Evelina se acomodó en los asientos de cuero frío, al lado del notorio Adrián Dimitrov. —Hola—, le sonrió Evelina a Adrián, quien siguió mirándola. Anton se apresuró a cerrar la puerta detrás de ella justo antes de que el conductor arrancara. —Estoy algo nerviosa. Nunca he trabajado en una oficina grande—, admitió Evelina cuando él apartó la vista de ella y miró por la ventanilla. No pudo evitar fruncir el ceño al ver cómo sus gafas de sol parecían posarse sobre el puente de su nariz. Sus ojos se desviaron hacia la curva de su nariz y la carnosidad de sus labios. No pudo evitar relamerse los labios, que parecían resecos.
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