CAPÍTULO 19

1370 Words
—¿No vas a preguntarme por mi familia? —preguntó ella, con una sonrisa creciente al pensar en ellos. —No —respondió él. —Mi abuela era la mejor mujer del mundo. Me cuidó porque mi madre me tuvo muy joven y se marchó. No sé dónde está ahora, pero no pasa nada. Mi abuela fue la única familia de verdad que tuve, y me alegro de haber podido experimentar el principio de la vida con una mujer tan maravillosa —explicó con tristeza. —Siento oír eso —dijo él justo cuando ella le ponía la comida delante. —¿De verdad no te importa nada? —preguntó ella, recordando la última vez que él había dicho esas palabras. —Ya no tengo respuesta para esa pregunta. Una vez creí que no, pero sé que me importas —dijo con tanta facilidad como si no fuera un tema pesado. Evelina se quedó boquiabierta mientras trataba de procesar sus palabras una vez más. Sus cejas no pudieron evitar juntarse mientras miraba fijamente a Adrián. No podía creer lo que acababa de decir. Apenas se conocían, y sabía lo mal que le sentaría a ella, ya que se suponía que era su cuidadora. —Adrián, no quieres decir eso. Trabajo para ti, no es profesional —le recordó. Se levantó de su asiento y caminó hacia ella. Le puso la mano en la cadera, y su respiración se agitó de repente. —Yo no miento —dijo. Sus ojos se clavaron en los de ella, mientras su mano en la cadera subía por su cuerpo. Ella no pudo evitar el pequeño grito ahogado que salió de su boca. —¿Cómo puedes preocuparte por mí? Ni siquiera me conoces —susurró. Él pareció congelarse mientras deslizaba lentamente su mano de vuelta a su lugar original en la cadera de ella. —Entraste en mi casa con Johnathan a tu lado y te vi. Podía mirarte y hablarte sin sentir que estaba mal. Te necesito cerca de mí porque me importas —le explicó. Ella entendió lo que intentaba expresar y también pudo darse cuenta de que él estaba haciendo todo lo posible por explicar lo que sentía. —¿No crees que es un poco demasiado rápido? —preguntó ella, que parecía no encontrar las palabras. —La ciencia afirma que en sólo una quinta parte de segundo podrías enamorarte fisiológicamente. De hecho, son los factores como el miedo a comprometerse, el miedo al rechazo y otras cosas como la 'falta de profesionalidad' los que hacen que las personas alejen el amor que sienten. Lo que la gente no sabe es que el cerebro se centra de forma natural en reproducirse liberando dopamina, una hormona y oxitocina, que proviene principalmente de la mujer después de mantener relaciones sexuales. Cuanto más tiempo pasas con una persona, más oxitocina y dopamina parece liberar tu cuerpo. Sin embargo, el subidón de estar enamorado se pasa, lo que inicia los engaños y los divorcios. Algunas parejas permanecen enamoradas y felices encontrando algo más para generar ese subidón de dopamina y oxitocina junto con la serotonina —explicó. Evelina enarcó las cejas intentando comprender lo que acababa de decir. Lo que pudo entender de todo su discurso fue que el amor a primera vista existía. —Es hora de que comas —susurró sin saber muy bien qué decir. Sentía como si el mundo girara demasiado rápido sobre su eje. La forma en que su mente intentaba comprender lo que acababa de suceder tan rápidamente la dejó totalmente atónita. Le pareció tierno, pero no pudo evitar sentirse culpable. Interrumpiendo el momento, se oyó el sonido de una puerta que se abría y cerraba. Adrián parecía saber ya de quién se trataba por la forma en que se limitaba a comer sin preocuparse de quién entraba en su casa sin previo aviso. Evelina se acercó a la entrada y vio entrar a Anton y Johnathan con un montón de bolsas. Rápidamente se dio cuenta de que era la ropa que había dejado accidentalmente en la oficina. Esperaba que Zaria no la considerara una desagradecida por haberse olvidado de llevar la ropa a casa. —Te las llevo a tu dormitorio —dijo Anton, subiendo las escaleras con las bolsas en la mano. Evelina le sonrió dulcemente antes de dirigir su atención a Johnathan. —¿Cómo te ha tratado Adrián? —le preguntó. Ella recordó las palabras de Adrián y no pudo evitar fruncir el ceño mientras la confusión atormentaba sus pensamientos. —Realmente bien —dijo ella. —No lo parece —rió él. Ella le sonrió, pero prefirió no responder. —Estaba pensando que si no estabas ocupada este fin de semana, podríamos ir a cenar a un sitio que he encontrado. Está bien si no quieres —dijo Johnathan, frotándose la nuca con torpeza mientras esperaba su respuesta. Sus ojos se dirigieron hacia Adrián, que acababa de entrar en la habitación. No se había percatado de su presencia hasta ese mismo momento. Sus ojos se posaron en los puños de él para ver cómo se apretaban mientras daba un paso hacia ellos. —No estoy segura, tendría que hablar con Adrián, ya que me necesita este fin de semana —trató de decir. —Tonterías. El señor Dimitrov no te necesita aquí cada segundo del día. Claro, es un poco raro, pero la verdadera razón por la que estás aquí... —¡Adrián! —gritó Evelina al ver cómo Adrián asestaba un golpe en un costado de la cabeza de Johnathan. El pobre Johnathan no tardó en caer al suelo mientras la sangre resbalaba por su nariz y su mejilla se amorataba rápidamente. Por segunda vez, pudo distinguir una expresión en el rostro de Adrián: rabia. Parecía que echaba humo mientras sus hombros caían. Ella no sabía qué responder y se quedó allí de pie. De repente, vio cómo sacaba algo de su bolsillo. En el momento en que apuntó a Johnathan, se dio cuenta de que era una pistola. —¡Adrián, para! —gritó. Cuando él no movió un músculo para detener lo que estaba haciendo, ella se acercó a él y lo rodeó con sus brazos. —Escúchame —le dijo, hablando más despacio y en voz más baja que antes—. Está bien, Adrián. Confía en mí, no pasa nada. Su mano recorrió su musculosa espalda muy despacio, y ella pudo sentir cómo él bajaba el arma. Su respiración se calmó rápidamente y el agarre de ella alrededor de su cuerpo se aflojó lentamente. Se separó de Evelina y subió las escaleras por las que ya bajaba Anton. Anton parecía más que confuso mientras miraba a un enfadado Adrián. Luego miró a Johnathan, que lloriqueaba como un bebé en el suelo mientras se acariciaba la mejilla. —¿Qué rayos ha pasado? —preguntó Anton. —Voy a ver cómo está —susurró Evelina a absolutamente nadie antes de subir corriendo las escaleras. Inmediatamente se dirigió a su habitación y lo vio mirando por la ventana. —Adrián —le dijo. Él ni siquiera se volvió para mirarla, pues sus ojos seguían fijos en el exterior. Entró lentamente en su habitación y cerró la puerta tras de sí. —Estoy enfadado, Evelina —dijo él. —Lo sé —le dijo ella en voz baja mientras jugaba con sus propios dedos. La ponía nerviosa estar en la misma habitación que él, pero era ella la que se había puesto en esa situación. —Fue una falta de respeto hacia mí, y no quiero que vayas a cenar con nadie —habló él, pareciendo que su ira volvía mientras apretaba los puños una vez más. Evelina se acercó a él y le cogió las manos. Se apresuró a aflojarle los puños, pues no quería soltarle las manos. Una vez más, se abrazó a él y su cabeza se hundió en su cuello. Cerró los ojos y su nariz aspiró su rico aroma. Después de un rato de que su cuerpo se tensara, se relajó contra su abrazo y se encontró colocando su cabeza encima de la de ella mientras sus brazos envolvían su cuerpo. —No pasa nada.
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