CAPÍTULO 20

1562 Words
Jonathan no había salido ni un segundo después de todo el encuentro. Por otro lado, Evelina seguía sin atreverse a separarse de Adrián. Parecía como si él tampoco quisiera que ella se alejara de su lado. Había una fuerte atracción entre los dos; se sentían conectados. —Me di cuenta de que probablemente no cenaste —susurró Evelina mientras fruncía el ceño. Ella realmente quería asegurarse de que él había comido, solo porque no había comido mucho aparte del desayuno que ella le había preparado antes. —He comido bastante antes de que Jonathan apareciera —le informó él. Ella sonrió ante sus palabras antes de caminar hasta el borde de su cama, donde se sentó. Él ya se había tumbado con un libro en la mano mientras sus ojos leían el texto. —Me alegra oírlo —sonrió. Evelina se acercó un poco más a él, y él no tardó en darse cuenta. Sus ojos parecían recorrer su cuerpo antes de volver al libro. —¿Qué estás leyendo? —le preguntó. Evelina notó que él se movía para dejarle espacio a su lado si lo deseaba. Sus ojos se posaron en el lugar vacío justo antes de encontrarse con los orbes plateados de Adrián. —Acuéstate conmigo y te lo contaré todo —le dijo. Ella se las arregló para contemplar si sería o no una buena idea tumbarse a su lado. Su mente le suplicaba que lo hiciera, que se rodeara de su calor y se ahogara en su aroma celestial. Por alguna razón, su lógica solo la ponía en un estado de no saber si tumbarse a su lado en la cama era una decisión inteligente. Antes de que pudiera poner fin a la brutal batalla de sus pensamientos exagerados, Adrián le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia su pecho. Evelina no tardó en recuperar esa sensación de aleteo que lograba sentir cuando estaba cerca de Adrián. Solo que esta vez, las cosas se sentían más íntimas. Tuvo que evitar que su propio brazo se enroscara alrededor del musculoso cuerpo de Adrián porque la tentación le gritaba que lo hiciera. Sus ojos se movieron hasta su cara mientras él seguía leyendo su libro. —Me pareces tan extraordinario —susurró, con la intención de mantener sus pensamientos en su cabeza. Él la miró, sus cejas se juntaron por un breve momento. —Si estás contando un chiste, me temo que no lo encuentro gracioso —habló. Ella frunció el ceño ante sus palabras antes de llevar la mano a rozarle el pómulo solo para asegurarse de que era real. —No, Adrián, no estoy bromeando. Eres tan inteligente, tan valiente y tan fuerte. Creo que nunca he conocido a alguien que me inspire como tú. Siento como si pudiera dominar el mundo cuando hablo contigo. Tal vez por eso me intriga tanto escuchar cada palabra que sale de tu boca —dijo en voz baja mientras su dedo bajaba desde el pómulo de él hasta la afilada línea de su mandíbula. Él solo pudo mirarla en respuesta. Le recorrió el cuerpo una sensación que no podía describir. Nunca nadie le había dicho algo así, y esa era una de las razones por las que Evelina le parecía tan fascinante. Había tantas palabras que quería decir y tantas cosas que desearía poder hacer en ese momento, pero la batalla que libraba con su mente nunca parecía ganar. —De acuerdo —afirmó. Ella frunció el ceño ante su respuesta antes de sacudírselo de encima y volver su atención al libro. Mientras sus ojos hojeaban las palabras escritas, él la miraba. Trazaba cada rasgo de su rostro en lo más profundo de su memoria. Decía las palabras que quería decir en voz alta, pero solo en los ecos de su mente, con la esperanza de que ella pudiera oírlas algún día. —Así que me prometiste que me hablarías de tu libro —se rió mientras su mano se alejaba de su cara y se dirigía a la novela que tenía entre las manos. —Es un texto informativo sobre Ludwig van Beethoven y sus obras clásicas —dijo. —Exacto. El compositor alemán que admiras —sonrió ella al recordar la primera vez que oyó a Adrián tocar el piano. —Sí. ¿Sabías que empezó a perder el oído hacia los veintiséis años? Dejó de oír poco antes de morir. Nadie está completamente seguro de lo que le ocurrió. Muchos creen que se debió a una enfermedad, como la viruela o el tifus, que apareció en sus primeros años de infancia —informó Adrián a Evelina antes de volver a centrar su atención en el libro. —No lo sabía, pero me alegro de saberlo ahora —se rió entre dientes. Los ojos de Evelina permanecieron fijos en el libro de Adrián antes de recorrerle los brazos hasta los hombros y luego la cara. Se había quitado el traje y lo había sustituido por un fino jersey blanco de pico que se ajustaba perfectamente a sus músculos justo después de ducharse. —Tengo curiosidad por algo —dijo en voz baja. Cerró el libro y lo dejó sobre la mesilla antes de dedicar toda su atención a Evelina. —¿Por qué tienes curiosidad? —preguntó. Ella no pudo ignorar la forma en que su cuerpo parecía derretirse cuando él se apretó más a su lado. No creía que él quisiera hacer eso, pero se alegró mucho de que lo hiciera. —¿Has estado con alguien antes? —le preguntó. —Estoy con alguien todos los días —dijo él. Su respuesta la hizo fruncir el ceño al imaginárselo con una mujer diferente cada día. De repente, él empezó a hablar—: Trabajo en un entorno donde la gente me rodea. Tu pregunta es muy dudosa porque ahora mismo estoy contigo. Ella dejó escapar un suspiro de alivio antes de que una sonrisa se fundiera en sus facciones. Tenía que ser la persona más mona que había conocido nunca. —No en ese sentido, Adrián. Te pregunto si alguna vez has tenido una relación con alguien —reafirmó. —No. —Vale —se rió. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando se le pasó la risa. Se dio cuenta de que Adrián la miraba fijamente, pero en cuanto se calmó de su ataque de risa, él pareció apartar la mirada. Se dio cuenta de que él la había mirado varias veces y había apartado la mirada tímidamente en el momento en que ella lo había sorprendido. Ese pensamiento la hizo sonreír. Sus ojos se dirigieron a su pelo y descubrieron que ya estaba recogido en una coleta. La idea hizo que sus cejas se juntasen mientras lo miraba. —Oye, me acabo de dar cuenta de algo: ¿quién te peinaba antes de que yo llegara aquí? —preguntó. —Yo. Evelina se quedó boquiabierta al darse cuenta de que él la había engañado. Todo el tiempo, cuando era perfectamente capaz de peinarse él mismo, le decía a ella que lo hiciera por él. Por no hablar de la vez en la ducha cuando deliberadamente entró y le pidió que le arreglara el pelo como si fuera una emergencia. —Estoy enfadada contigo —dijo ella, con los ojos entrecerrados. —¿Por qué? —preguntó él. Ella cruzó los brazos sobre el pecho de forma exagerada. La verdad era que no estaba enfadada con él en absoluto. En el fondo, sabía que le gustaba peinarlo. Le proporcionaba una sensación de confort. Por no mencionar el hecho de que su trabajo consistía en hacer lo que el cliente quisiera para facilitarle la vida. —Hiciste que pareciera que no sabías peinarte —le dijo Evelina, con una pequeña sonrisa en los labios. —Oh —dijo él, posando sus ojos en los de Evelina antes de continuar—. No es necesariamente culpa mía por tus propias suposiciones equivocadas. —Touché —murmuró ella. De repente, un perro entró corriendo en la habitación, haciendo que Evelina gritara. Rápidamente saltó por encima de Adrián para ponerse detrás de él mientras el perro se acercaba. Las lágrimas caían de sus ojos mientras suplicaba en su cabeza que alguien impidiera que el perro se acercara más. —¡Agarren al perro! ¡Agarren al perro! ¡Agárrenlo! —gritó, empujando a Adrián hacia el bulldog. Se le escapó un sollozo cuando el perro saltó sobre el colchón. Se apresuró a bajar de la cama, pero Adrián la agarró del brazo, dificultándole la huida. —¡Suéltame! —gritó, su cara probablemente se tornó de un rojo intenso entrelazado con su piel de tono aceitunado. Las lágrimas se le escapaban hasta el punto de que se le escurrían por el cuello. Finalmente, se dio cuenta de que Adrián se estaba riendo. Se estaba riendo de verdad y era una risa tan bonita. La hizo olvidarse por completo de su mayor miedo, que la miraba fijamente a la cara, mientras el sonido musical de su risa inundaba sus tímpanos. El momento no pareció durar mucho porque su atención volvió inmediatamente al perro que había empezado a lamer el brazo de Adrián. No le importaba lo amable que estaba siendo el perro; eso no significaba que no se estuviera preparando para un ataque en cualquier momento.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD