CAPÍTULO 18

1240 Words
Llegaron a la mansión en completo silencio, salvo por el ocasional rugido del motor. Una vez dentro de la enorme casa, Evelina se quitó torpemente la rebeca que se había puesto cuando empezó a hacer frío. En cuanto la dejó caer sobre el sofá, notó una expresión de disgusto en el rostro de Adrián, quien se acercó para recogerla. —Sé que te molesta que haga preguntas, pero hay algo que necesito que me ayudes a entender: si Zaria es tu asistente personal, ¿por qué no te ayuda en todo lo que vayas a necesitar? —le preguntó Evelina, tratando de aliviar el incómodo silencio. —Me resulta más fácil hablar contigo que con la señorita Kensley. Originalmente, se suponía que no me asistirías en el trabajo, pero yo quería que lo hicieras. En parte, porque hace que las cosas resulten más naturales contigo cerca —respondió Adrián con sinceridad. Ella frunció los labios, pensativa, sintiéndose cálida ante el cumplido que acababa de recibir. Sus ojos seguían cada movimiento de Adrián mientras este colocaba su rebeca en un perchero. —Adrián, apenas me conoces. Es extraño cómo puedes hablar conmigo, pero no con gente que probablemente conoces desde hace mucho más tiempo —dijo Evelina. —Lo sé. Es algo para lo que no tengo respuesta —admitió él. Evelina centró su atención en él cuando pasó a su lado y se dirigió a la cocina. No pudo evitar seguirlo como un cachorrito perdido; cada palabra que salía de sus labios la dejaba intrigada. —Que no tengas respuesta a algo es imposible —bromeó ella. Evelina miró el reloj y vio que ya era casi la hora de la cena de Adrián. —Eso no es cierto. Hay muchas cosas para las que no tengo respuesta, por lo tanto, no es precisamente imposible —afirmó Adrián. Evelina puso la mano en la cadera mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro. —Estaba exagerando, Adrián. La gente a veces exagera para que se entienda mejor lo que quiere decir —rió antes de coger los ingredientes que necesitaba para preparar la comida; la misma cena que él acostumbraba a comer todos los días. —Oh, 'imposible' se usa para exagerar —repitió él, como si lo estuviera asimilando. Evelina lo observó, sin dejar de sonreír. Le parecía absolutamente adorable. —A veces se usa para exagerar —le explicó ella. Adrián pareció comprenderlo rápidamente. Evelina se dio cuenta de que él parecía no captar ciertas señales sociales. También notó que nunca entendía cuando ella hacía un chiste, ya que se tomaba todo lo que decía al pie de la letra. Tendría que enseñarle también el sentido figurado de las palabras. De repente, recordó el consejo de Johnathan y cómo le había sugerido que le dijera a Adrián cuando algo la molestara. Su sonrisa se desvaneció al recordar que él ni siquiera sabía que las palabras podían herir a los demás. —Adrián —lo llamó. Él la miró, inclinando ligeramente la cabeza. —Evelina —respondió. —¿Recuerdas lo que me dijiste antes de salir de tu casino? —preguntó Evelina. Adrián miró a lo lejos. Cuando apartó la mirada, ella no pudo evitar fijarse en lo hermosos que eran todos sus rasgos. Estaba esculpido a la perfección y ella sabía que él era consciente de lo guapo que era. —Sí. Dije 'mira la hora', a lo que respondiste bajando la vista hacia tu reloj. Poco después dijiste 'aún nos queda un minuto para llegar a tiempo, Adr... —Adrián —se rió ella, interrumpiéndolo. Su rostro pareció iluminarse, pero él estaba confundido sobre por qué ella lo había interrumpido. Por alguna razón, ella no pudo evitar querer abrazarlo. —Estás recordando nuestra primera conversación cuando entramos en el casino. Estoy hablando de nuestra última conversación en tu oficina —aclaró ella. —Te dije: 'Por favor, hazme notar que haces más preguntas que afirmaciones reales. Es muy molesto y me gustaría que dejaras de hacerlo'. A lo que respondiste: 'Lo siento'. Entonces te dije: —Tus disculpas también son bastante molestas. Yo diría que son más molestas que tus preguntas. Ya hemos hablado de lo que el exceso de disculpas hace a la personalidad, Evelina —repitió él. Los ojos de Evelina se abrieron de par en par al darse cuenta de que él recordaba literalmente palabra por palabra toda su conversación. Justo cuando él abrió la boca para continuar, ella se acercó y le tapó la boca con las manos. Pareció tomarlo por sorpresa, dada la breve expresión de asombro en su rostro. —Es sobre esa parte de la conversación de la que quiero hablarte —le dijo Evelina justo antes de retirar las manos de su boca. Él parecía más que desconcertado. Evelina se apoyó en la isla de la cocina, sin dejar de mirarlo. Una de sus cosas favoritas era estudiar cada rasgo de su rostro. Le resultaba fascinante. —Oh —dijo él. —Me dolió mucho oírte decir que soy molesta. Sólo soy una persona muy curiosa. Que tú tengas todas las respuestas no significa que yo las tenga. Hago preguntas para aprender —le explicó en voz baja. Evelina continuó preparando la comida mientras Adrián la miraba. La sensación que los envolvía era tan nostálgica que lograba darles una paz inesperada. Cuando Evelina levantó la vista hacia él, notó cómo Adrián golpeaba la encimera con los dedos. Sus hombros se alzaron y luego volvieron a caer mientras miraba a lo lejos. —Lo siento. No pretendía hacerte daño, solo quiero que te sientas mejor —le dijo él. Evelina le sonrió antes de dejar los platos que tenía en las manos. El sonido de sus pasos al caminar hacia él hizo que Adrián se quedara inmóvil mientras ella rodeaba su cuerpo con los brazos. —Dijiste 'seré estrictamente yo haciendo mi tra... —Sé lo que dije, Adrián. Solo nos estoy dando unos segundos para ser amigos —sonrió mientras lo abrazaba con más fuerza. Como en el ascensor, él parecía no saber cómo reaccionar. —Devuélveme el abrazo —rió ella antes de tomarle los brazos y colocárselos alrededor de la cintura. Podía sentir el latido de su corazón a través de su pecho mientras él exhalaba. Todo era tan cálido entre sus brazos. A Evelina le encantaban sus abrazos más que nada. —Tienes suerte de que creciera con una abuela estricta. De lo contrario, no creo que hubiera soportado tus críticas —rió ella. —De acuerdo —respondió él. Evelina se apartó lentamente y sus ojos se encontraron con los de él. Había algo tan hermoso en él que la hizo sonreír. Evelina pronto se soltó de sus brazos y caminó de vuelta a la cocina. Tenía que recordarse a sí misma que él era su cliente. —¿Tienes familia? —preguntó, tratando de cambiar la tensión en el aire que solo parecía provenir de ella. Adrián se sentó en una silla mientras respondía: —Tengo a mi madre y a mi hermana mayor. —¿Todavía hablas con ellas? —preguntó ella. —No. —Ah, vale —respondió torpemente mientras terminaba de preparar la comida. Sus ojos se dirigieron al reloj y vio que aún quedaban unos diez minutos. Quería asegurarse de que Adrián comiera, y la única manera de lograrlo era dándole la comida justo en el momento adecuado.
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