Llegaron a la mansión en completo silencio, salvo por el ocasional rugido del motor. Una vez dentro de la enorme casa, Evelina se quitó torpemente la rebeca que se había puesto cuando empezó a hacer frío. En cuanto la dejó caer sobre el sofá, notó una expresión de disgusto en el rostro de Adrián, quien se acercó para recogerla. —Sé que te molesta que haga preguntas, pero hay algo que necesito que me ayudes a entender: si Zaria es tu asistente personal, ¿por qué no te ayuda en todo lo que vayas a necesitar? —le preguntó Evelina, tratando de aliviar el incómodo silencio. —Me resulta más fácil hablar contigo que con la señorita Kensley. Originalmente, se suponía que no me asistirías en el trabajo, pero yo quería que lo hicieras. En parte, porque hace que las cosas resulten más naturales co