CAPÍTULO 8

1336 Words
—Debería estar aquí con su increíble comida. Sé que no ha pasado tanto tiempo, pero te echo de menos como mi cuidadora —dijo. —Lo sé, yo siento lo mismo. Eso no te da excusa para encerrar a la gente en armarios. Sólo dale una oportunidad. —Espera un segundo. Señora, si no deja de llorar, empezaré a obligarla a comer su propia comida asquerosa. ¡Ya veo por qué aún no tienes un anillo en ese dedo! —gritó la señorita Paola, sonando distante y dejando a Evelina frunciendo el ceño. —No, señorita Paola, eso es cruel. Como le decía, tiene que darle una oportunidad. Su trabajo es cuidar de ti, y mientras lo intente, deberías permitírselo —dijo amablemente. —De acuerdo. La dejaré salir del armario —gimió la señorita Paola. Evelina sonrió ante el cambio de actitud y esperó a que la señorita Paola hiciera exactamente lo que había prometido. Pasaron unos minutos y se oyó un portazo. La señorita Paola soltó una risita maliciosa seguida del ruido de un arrastrar de pies. —La dejé salir, dispuesta a darle una oportunidad, pero la chica salió corriendo de mi casa como si se le estuvieran quemando los pantalones —declaró la señorita Paola con indiferencia. —Bueno, estaba llorando en un armario —señaló Evelina, riendo ligeramente. —No era lo bastante dura para mí —dijo la señorita Paola. Evelina asintió con la cabeza, aunque no pudiera verla. En el fondo, echaba mucho de menos a la mujer mayor. Sólo habían sido unas horas, pero Evelina se había acostumbrado a las once horas diarias que pasaba con ella. —Bueno, prepárate algo de comer o pide al servicio de habitaciones. No olvides bañarte y también, por favor, quítate la dentadura postiza antes de irte a dormir —suplicó Evelina. —¡Maldita sea, chica! ¿Por qué tuviste que andar cotorreando mis asuntos de esa manera? Sólo me olvidé una vez —dijo la señorita Paola, provocando una nueva carcajada de Evelina. Siempre era entretenido hablar con la señorita Paola. La vida de Evelina no sería la misma sin ella. —Me aseguraré de ir a verla mañana. Que pase una buena noche, señorita Paola. Sea buena con su cuidadora mañana —dijo Evelina. —No te atrevas a olvidarlo —dijo ella. Justo cuando Evelina estaba a punto de repetir lo de ser amable, la señorita Paola colgó el teléfono. Mientras Evelina sacudía la cabeza, la sonrisa no parecía caer de su rostro. * Cuando terminó de comer, volvió a su habitación para desempaquetarlo todo. Cuando hubo terminado, se quitó la blusa de servilletas y la tiró a la basura. Odiaba aquella camiseta tan fina por culpa de un pequeño comentario que le hizo no volver a verla igual nunca más. Colocándose una camiseta lisa, se recogió el pelo en una coleta antes de salir una vez más de su habitación para preparar la cena. El periódico había dicho que siempre comía Beef Stroganoff. Así que frió un poco de carne picada, añadió cebolla y crema agria hasta que estuvo listo. En realidad no fue tan difícil como la sopa. Luego, hirvió unas patatas y las colocó como guarnición encima del plato junto con el Stroganoff. Incluso añadió verduras, ya que era lo que el periódico había insistido en que hiciera. Una vez listo, sonrió por su logro. Mientras se dirigía a la habitación de Adrián, sostenía el plato entre las manos. Miraba continuamente la hora y se aseguraba de no llegar tarde porque no quería que él se perdiera otra comida. En cuanto llegó a su habitación, volvió a mirar la hora y vio que se había adelantado un minuto. Rápidamente, llamó a la puerta y esperó a que él abriera. En cuanto le vio, le puso el plato en la mano y se secó el sudor de la frente. Adrián abrió la puerta para que ella entrara, se sentó en la cama y empezó a comer lo que ella le había preparado. Evelina se adentró más en su dormitorio, mirando el cuadro una vez más. No entendía qué tenía de fascinante. Evelina no supo cuánto tiempo se quedó mirando el cuadro, pero cuando miró a Adrián, éste prácticamente había terminado. Lo observó mientras dejaba el plato en el suelo como si fuera a deshacerse de él más tarde. —Todavía estás aquí —señaló Adrián. Evelina se sonrojó y miró al suelo, sintiéndose ya muy avergonzada. A veces odiaba lo débil que parecía. —Sí, bueno, tengo que asegurarme de que te duchas o te bañas antes de que se me permita tomarme el resto de la noche libre —explicó Evelina. Adrián se levantó de la cama y se dirigió hacia el baño, donde encendió la luz. Sus pies parecían seguirle y ella no entendía por qué. Su cuerpo y su mente eran actualmente irreconciliables. —Sé que quieres follarme, Evelina —dijo Adrián con cara de suficiencia. Johnathan parecía incapaz de mover la cara, pero no era del todo así. Ella se paralizó ante sus palabras. —Eso no es apropiado —murmuró Evelina. Adrián se acercó a ella y le presionó los labios con la yema del pulgar. —Pero me deseas. Lo veo en tus ojos. Incluso cuando te pedí que me peinaras, tus caricias no eran tan inocentes como parecías —afirmó Adrián. Evelina tragó saliva mientras lo miraba fijamente. Él seguía sin camiseta y ella tenía que hacer todo lo posible para no mirar los músculos abultados que tenía delante de sus narices. —Cuando te vi por primera vez, sólo podía pensar en cuánto tiempo pasaría antes de que estuviera tan dentro de ti que tu inocencia se convirtiera en maldad —prometió Adrián. Evelina no podía creer lo que acababa de oír, y se odió a sí misma por las punzadas que sintió en la región inferior al oírlo. Adrián le cogió la mano y se la puso en el bajo vientre. Podía sentir las crestas de sus abdominales al rozarlas con el dedo. Sus bragas se humedecían por momentos. Nunca se había sentido tan excitada por un hombre al que apenas conocía. —Más abajo —le ordenó Adrián. Evelina levantó el cuello para verle a los ojos mientras hacía exactamente lo que él le decía. Dejó que su mano bajara lentamente hasta llegar al dobladillo de sus calzoncillos. Algo le suplicaba que bajara más, pero se contuvo. —Quiero destruirte —dijo Adrián. Una vez más, la respiración agitada de Evelina regresó cuando él le puso la mano en la parte baja de la espalda y la acercó aún más. No pudo evitar las sacudidas de electricidad que llegaron directamente a su interior. —¿No es por eso por lo que realmente quieres que me bañe? Si quieres que me desnude, sólo tienes que pedírmelo —dijo Adrián. De repente, empezó a inclinarse aún más hasta que sus labios estuvieron muy cerca de los de ella. Cuando sus ojos bajaron para mirar sus labios, Evelina salió rápidamente de su neblina llena de sexo antes de retroceder y alejarse de él por segunda vez ese día. Era un reto, pero tenía que recordarse a sí misma que era su cliente. —Señor Dimitrov, tengo que asegurarme de que se baña antes de irme. Es parte del protocolo de mi trabajo —repitió Evelina en voz baja. La verdad era que la ponía nerviosa. —Bien —dijo Adrián antes de acercarse a la bañera. Los ojos de Evelina siguieron sus movimientos mientras él se quitaba los calzoncillos, lo que la hizo relamerse y apartar rápidamente la mirada. Podía oír el sonido de más ropa cayendo al suelo hasta que el ruido del agua corriendo le llenó los tímpanos. —Asistes cuando te lo piden, ¿no es así? —le preguntó Adrián. Lentamente, ella abrió los ojos para ver que él ya se había metido en la ducha. —Sí —respondió Evelina. —Báñame.
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