CAPÍTULO 9

1626 Words
Evelina caminó lentamente hacia la ducha. El cristal rápidamente se volvió borroso debido a la condensación que cubría su interior. Su respiración era agitada mientras deshacía el moño que se había hecho y dejaba que el agua cayera en cascada sobre su cabello. —No estoy segura de cómo podría ayudarte mientras estás en la ducha —señaló ella. Adrián la miró, pero volvió a lo que estaba haciendo. Había algo hipnotizador en él. Incluso cuando ella intentaba no mirar, siempre se encontraba observándolo mientras se lavaba el pelo y enjabonaba su hermoso cuerpo. Evelina sabía que el síndrome de Asperger era una forma de autismo, y también sabía que Adrián no era idiota. Parecía perfectamente capaz de cuidar de sí mismo. La única pregunta que le quedaba era para qué la necesitaba. Estaba claro que no requería ayuda como algunos de los ancianos con los que ella trabajaba. —¿Por qué estoy aquí? —preguntó Evelina, deseando poder ver la expresión de su rostro, pero el calor de la ducha dificultaba mucho las cosas. —Eres cuidadora —respondió Adrián como si la respuesta fuera obvia. —Tienes razón. Cuido de la gente que necesita ser cuidada. Tú no necesitas ayuda. Puedes cocinar, limpiar, bañarte, todo... tú solo —dijo ella. Cerró la ducha y empujó la puerta, dejándola atónita. Ocurrió demasiado rápido, especialmente cuando sus ojos bajaron hasta su entrepierna. Sus mejillas se encendieron y rápidamente apartó la mirada. —No puedo hacerlo todo —dijo él. Evelina se preguntó si estaría enfadado. Por la frialdad que parecía desprenderse de él en oleadas, supo que probablemente le había tocado la fibra sensible. —¿Qué es lo que no puedes hacer? —insistió ella. Él se volvió para mirarla antes de apartar rápidamente la vista. Evelina notó cómo apretaba la mandíbula y el puño. Estaba enfadado. —Tengo autismo, Evelina. Soy retrasado —le dijo. Evelina se encogió al oír las palabras. No era muy amable por su parte decir eso, y ella solo deseaba que él supiera la delicadeza que había detrás de esa palabra. Adrián no era poco inteligente, probablemente sabía lo cruel que era esa palabra, pero no parecía importarle. —Esa palabra ahora se considera ofensiva, Adrián —dijo ella. Él se envolvió la cintura con la toalla antes de pasar junto a ella y coger el cepillo de dientes del soporte que había junto al lavabo. Evelina observó cómo dejaba el cepillo de dientes sobre la encimera y se volvió para mirarla una vez más. —Nunca has respondido a mi pregunta. ¿Qué no puedes hacer, Adrián? —preguntó ella, realmente interesada en entrar en su mente. —Hablar, mirar, cuidar —enumeró él. —Me estás hablando ahora mismo. No parece que tengas muchos problemas para mirar. En cuanto a preocuparte, seguro que algo te importa —dijo ella. Él recogió su cepillo de dientes antes de volver a dejarlo en el suelo y hacerlo una vez más. —¿Qué hora es? —volvió a preguntar. Evelina miró su reloj con el ceño fruncido. —Faltan dos minutos para las diez —respondió. —No hay nada en este mundo que me importe. No me conoces y nunca me conocerás. ¿Sabes siquiera qué clase de hombre soy? —preguntó él, sus ojos poniendo de repente una fachada de piedra. —¿Qué clase? —preguntó ella. —Johnathan omitió esa parte, ¿eh? —Se rió entre dientes, asintiendo con la cabeza—. Estás atrapada conmigo durante tres meses y no hay salida. Una vez que oigas lo que estás a punto de oír, no podrás huir porque está en el contrato. Hubo una confidencialidad que firmaste, y ahora estás pidiendo escuchar por qué. ¿Estás segura de que eso es lo que realmente quieres? Sus palabras la dejaron temerosa. Tampoco podía negar la pizca de curiosidad que nadaba por su mente. Evelina sabía que había un dicho que decía "algunas cosas es mejor no saberlas". —Dime —susurró con confianza, a pesar de que se sentía muy insegura. —¿Qué hora es? —volvió a preguntar Adrián. Ella miró el reloj y vio que acababan de dar las diez. Cuando levantó la vista hacia él, había una mirada de paciencia en sus ojos. —Son las diez —respondió ella. En cuanto lo dijo, él se llevó el cepillo a los dientes y empezó a cepillárselos. Había un pensamiento que seguía ocupando su mente: qué quería decir con sus palabras anteriores. Se dio cuenta de que mencionó que no podía huir, como si fuera a darle una razón para hacerlo. —Aún no me lo has dicho —dijo acercándose a él. Adrián la miró a través del espejo antes de escupir en el lavabo. Cuando terminó, se dio la vuelta para mirarla con cara de suficiencia. Adrián se apoyó en la encimera con los brazos cruzados sobre el pecho. Evelina resistió el impulso de poner los ojos en blanco mientras esperaba pacientemente a que él se explicara. —Buenas noches —murmuró Adrián. Ella lo siguió con la mirada mientras él salía del baño. Evelina se quedó mirando el lugar donde él estaba justo antes de salir de la habitación. Había algo raro en toda la situación y estaba incrustado en su intuición. Su ambivalencia era clara como el día con la decisión de empujar el tema más o simplemente discutirlo otro día. Con un suspiro, Evelina salió de la habitación de Adrián y se dirigió a la suya. Su cerebro estaba cargado de pensamientos mientras dejaba que su curiosidad se cerniera sobre lo que se acababa de decir. Había algo que Johnathan le estaba ocultando. Con ese pensamiento, cogió su teléfono y marcó el número que se había apresurado a guardar en su móvil: el de Johnathan. En el momento en que pulsó llamar, la línea fue rápidamente contestada mientras la suave voz de Johnathan hacía su aparición de repente. —¿Hola? —preguntó él. —Hola, Johnathan. Soy Evelina Santos, la cuidadora de Adrián —comenzó ella. Johnathan dejó escapar un pequeño suspiro. Había decepción que parecía asomar dentro de su exhalación. —¿Estás renunciando? —preguntó con tristeza. Eso solo hizo que ella sospechara aún más. —No podría basándome en el contrato —le recordó Evelina antes de continuar—, aunque no puedo negar mis sospechas, siento que está pasando algo de lo que no soy consciente. Johnathan dejó escapar otro suspiro, solo que esta vez estaba lleno de alivio. —Pensé que te había dicho todo lo que necesitabas saber sobre Adrián —dijo él, como si no hubiera nada de qué preocuparse. Evelina se miró las manos en el regazo mientras su mente repasaba lo que Adrián acababa de decirle. Se estaba guardando algo y ella lo notaba. —Sería más fácil ayudarle si supiera todo lo que necesito saber. Así que te agradecería mucho que me dijeras lo que iba a decir —dijo ella en voz baja. Se oyó un susurro en la otra línea del teléfono mientras se levantaba de la cama. —¿Qué quieres decir? ¿Iba a decirte algo? —preguntó Johnathan. Evelina se mordió el labio. Basándose en la preocupación que había en sus palabras, definitivamente sabía que algo pasaba. —Me dijo que cuando supiera qué clase de hombre es, huiría —explicó Evelina. —Mira, Evelina, solo intenta asustarte. Adrián es multimillonario, ¿tiene muchos demonios y enemigos? Por supuesto, pero es el típico hombre —le explicó Johnathan. Evelina dejó escapar un suspiro al darse cuenta de que él no iba a dar ninguna respuesta. Lo que decía tenía sentido, pero ella seguía sin poder quitarse de la cabeza la sensación de que había algo más. —Vale, lo entiendo. Entonces, no hay nada más que haga que ya no quiera este trabajo, ¿correcto? —preguntó Evelina, entrando en el baño. Sus ojos se encontraron con los suyos a través del espejo mientras jugaba con el dobladillo de su camisa. —Evelina, te contraté porque eres la cuidadora más fuerte que existe. Si alguien puede con todo, eres tú —murmuró Johnathan. Ella asintió con la cabeza y empezó a bajarse los vaqueros mientras se preparaba para meterse en la ducha. —Vale, gracias. Hablaremos pronto —dijo, dispuesta a colgar el teléfono. —Buenas noches, y pórtate bien con Adrián —habló Johnathan justo antes de colgar el teléfono. Dejó el móvil sobre la encimera y terminó de quitarse el resto de la ropa. Luego, se dirigió a la ducha donde la encendió. En cuanto se metió en la ducha, cerró los ojos mientras las gotas de agua parecían acariciar su piel. De repente, oyó abrirse la puerta de su habitación. Rápidamente abrió los ojos y levantó la vista para encontrarse con la mirada de Adrián, cuyos ojos no tardaron en recorrer su cuerpo. Había una sonrisa de satisfacción en su rostro mientras la miraba. Un grito ahogado salió rápidamente de su boca mientras hacía todo lo posible por cubrirse. Adrián se acercó a ella y ella sólo pudo devolverle la mirada mientras los latidos de su corazón parecían hacer su aparición en su región inferior. Sus ojos le siguieron cuando abrió la puerta de la ducha. Estaba demasiado sorprendida para hablar. Él le tendió una cinta del pelo para que la cogiera, mientras su pecho subía y bajaba a un ritmo rápido que coincidía con su respiración. El hermoso Adrián estaba en su ducha con su preciosa melena bailando sobre sus hombros y un elástico en la mano. Tenía una mirada de inocencia en sus impresionantes ojos. —Iba a preguntarte si podrías peinarme una vez más.
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