CAPÍTULO 17

1184 Words
Los ojos de Evelina se posaron en las manos de Adrián. Pensar en cuántas vidas habían sido arrebatadas por esas manos solo consiguió que frunciera el ceño. Lo extraño era que no podía imaginárselo haciendo daño a nadie. Había algo en él que parecía demasiado puro, pero tal vez era porque ella solo veía lo que quería creer. —¿Puedo hacerte una pregunta personal? —le preguntó. Él dejó su bolígrafo y la miró, esperando. Había mucha paciencia en sus rasgos, lo que ayudó a que su mente se relajara. —Sí —respondió él, inclinando ligeramente la cabeza. Evelina quiso sonreír ante la inocente inclinación de su cabeza, pero se contuvo. Eran cosas como esa las que le hacían difícil creer que él pudiera hacer algo malo. —¿Por qué? Sé que dijiste que necesitabas dinero para empezar, pero ahora estás aquí, con todo el dinero del mundo, y no necesitas estar en la mafia ni dirigirla. Entonces, ¿por qué lo haces? —preguntó, dejando salir la duda que la atormentaba. —La respuesta es muy sencilla en realidad: porque quiero —dijo Adrián, justo antes de coger el bolígrafo una vez más y seguir firmando papeles. Evelina suspiró y se levantó de la silla. Adrián no trató de evitar mirarla mientras ella salía de su despacho. —No quiero que te vayas. Quédate, por favor —dijo Adrián. Ella lo miró antes de desviar la vista hacia la puerta. Si se marchaba, no sabría exactamente adónde ir. Con ese pensamiento, volvió a sentarse. —Siento que hay más en la historia, pero no insistiré más —murmuró. —Dijiste: "Adrián, en realidad no me gustan los gángsters. Soy tu enfermera y tu cuidadora, nada más y nada menos. Ya va siendo hora de que empecemos a actuar así, ¿no crees?" —repitió sus palabras antes de continuar—: Hablar de mis elecciones pasadas en la vida no tiene nada que ver con que tú hagas tu trabajo, ¿verdad? —Adrián, si estoy poniendo mi vida en peligro, creo que es justo que sepa por qué —le dijo ella. Sabía que era cierto: trabajar con alguien que dirigía toda una mafia la ponía en una situación vulnerable. Sabía que conocer información valiosa sobre Adrián podría convertirla en un blanco. —Estás protegida —afirmó él. —Tal vez, pero tal vez no. Eres el hombre más listo que conozco. Dime, ¿cuáles son las posibilidades de que no me pase nada peligroso? —preguntó ella, entrecerrando los ojos por la concentración. Adrián miró a lo lejos durante un rato antes de que su atención volviera a Evelina. —Tus probabilidades de no ser colocada en una posición peligrosa solo por estar asociada conmigo son del sesenta y siete por ciento —respondió. Un suspiro escapó de los labios de Evelina mientras se recostaba en el asiento. —Nunca he sido el tipo de chica que tiene la mejor de las suertes —susurró mientras una oleada de tristeza se apoderaba rápidamente de sus emociones. —De acuerdo —dijo él con indiferencia. Evelina lo miró con las cejas fruncidas. Adrián había vuelto a firmar papeles sin preocuparse por nada más. —¿Sabes qué es una locura? —le preguntó de repente. —Loco: intelectualmente perturbado, particularmente mostrado de una manera salvaje o contundente —respondió él. —Me parece una locura cómo tengo todo lo que siempre he querido y he cumplido todas las metas que me he propuesto, y sin embargo no tengo ni idea de lo que quiero hacer con mi vida —se burló ligeramente de sí misma mientras sacudía la cabeza. —Siento oír eso —dijo él con voz monótona. Ella lo miró con incredulidad. Él no parecía lamentarlo en lo más mínimo. —Creía que no eras un mentiroso, Adrián —rió entre dientes Evelina. —No era mentira. Cuando hablas, a veces me da mucha pena haberte escuchado —dijo él. Ella pensó en sus palabras un segundo antes de soltar un pequeño grito ahogado. Antes de que pudiera decir nada, Adrián terminó su último trabajo y colocó los papeles en una pila ordenada en la esquina de su escritorio. Luego, tomó un teléfono y se lo acercó al oído. —Zaria Kensley —dijo al teléfono. Evelina se puso tensa y no pasó ni un segundo antes de que Zaria entrara. Una cosa que Evelina notó en la asistente personal fue que llevaba un montón de bolsas en las manos. —Jefa —saludó Zaria mientras dejaba las bolsas junto a Evelina antes de volverse para mirarla—. Te he traído más ropa para que te pongas en el trabajo. Me he dado cuenta de que la falda te queda un poco pequeña. A algunas chicas les gustan las faldas pequeñas, y no sabía si a ti te gustaban o no. Así que te he comprado todas las faldas de la talla pequeña, pero también algunas de la talla más grande. Las que no quieras o no te queden, las donaremos. —Oh, gracias —sonrió Evelina mientras abría una de las bolsas para ver muchos más trajes de negocios. Zaria le devolvió la sonrisa antes de volverse para mirar a Adrián. Un incómodo silencio se posó sobre ellos. —Ha terminado el papeleo —dijo Evelina al cabo de un rato. Zaria asintió con la cabeza y tomó los papeles de la mesa antes de darse la vuelta y salir del despacho. —Entonces, ¿tú y Zaria habéis tenido alguna relación? —preguntó Evelina. —No —contestó él. Evelina se mordió la mejilla mientras pensaba en la siguiente pregunta. Su mente era muy curiosa, y empezaba a creer que el comportamiento brusco de Adrián se le estaba pegando. —¿Por qué no? —preguntó Evelina. —La señorita Kensley es lesbiana y yo no soy una mujer —dijo Adrián en un tono que apestaba a las palabras "es obvio". Evelina se quedó boquiabierta al recordar el comportamiento de Zaria y lo que debería haberle hecho pensar que no le gustaban los hombres. Lo único que se le ocurrió fue cuando Zaria se fijó demasiado en la falda que llevaba. —Oh —soltó Evelina. Los celos no habían servido para nada. —Por favor, te hago notar que haces más preguntas que afirmaciones reales. Es muy molesto y me gustaría que dejaras de hacerlo —dijo Adrián. Evelina pensó en todas las preguntas que le había hecho y se dio cuenta de que tenía razón. —Lo siento —dijo en voz baja. —Tus disculpas también son bastante molestas. Yo diría que son más molestas que tus preguntas. Ya hemos hablado de lo que el exceso de disculpas le hace al carácter, Evelina —dijo Adrián. Dejando escapar un suspiro, ella decidió no decir nada. —Mañana será más caótico con reuniones y demás, así que prepárate. Por ahora, hemos terminado —le dijo. Evelina asintió con la cabeza y se levantó de su asiento. —Vámonos a casa, Evelina.
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