Sonriendo, Evelina comenzó a hacer la maleta justo cuando sonó el timbre. Atravesó rápidamente la cocina y se dirigió a la puerta principal, que abrió de un tirón. Johnathan la saludó con una sonrisa mientras un gato callejero aprovechaba para entrar en la casa. Evelina suspiró al verlo, pero decidió dejarlo ir a su antojo.
—Buenos días, estaba haciendo las maletas —le dijo a Johnathan, quien echó un vistazo a su pulcra casa. El aroma a vainilla llenaba el aire, un olor agradable que parecía encajar perfectamente con ella.
—¿Te gustan las cosas vintage? —preguntó él al notar la decoración. Evelina asintió, dejando que una sonrisa se dibujara en su rostro mientras observaba su propio hogar.
—Soy una chica de la vieja escuela. Es como crecí —rió entre dientes, recordando a su abuela. Johnathan sonrió ante su respuesta.
—No te preocupes por hacer la maleta. De hecho, he traído a unos hombres que se encargarán de recoger todas tus cosas y llevarlas a la residencia de los Dimitrov —dijo Johnathan, lo que hizo que Evelina frunciera el ceño.
Justo a tiempo, dos hombres entraron en la casa, intensificando la expresión de confusión de Evelina.
—Les agradezco mucho que recojan mis cosas. Lo siento si parezco maleducada, pero sería bueno que se presentaran antes de entrar en mi casa —dijo tímidamente, acompañando sus palabras con una sonrisa de bienvenida. Los dos hombres se detuvieron y miraron a Johnathan, quien se encogió de hombros.
—Ona slishkom milaya dlya Dona —dijo el primero en ruso. Johnathan suspiró, sintiéndose culpable. Evelina observó cómo él se cruzaba de brazos y la miraba fijamente.
[es demasiado buena para don ]
—Lo siento, hacemos lo que nos mandan —dijo uno de los hombres, con un acento que Evelina reconoció como ruso. Su inglés no era perfecto, pero bastante bueno. Se dio cuenta de que probablemente todos los que trabajaban para Adrián eran rusos.
—Me llamo Anton, y él es Viktor —explicó Anton. Evelina sonrió antes de extender su mano para estrechar la de Anton. Este le devolvió una ligera sonrisa antes de tomar su mano.
—Encantada de conoceros a ambos. Me llamo Evelina —dijo amablemente antes de estrechar también la mano de Viktor. Los dos hombres inclinaron ligeramente la cabeza antes de dirigirse a la habitación para recoger sus pertenencias.
—Ven, Evelina. Aún tenemos mucho que discutir —dijo Johnathan. Ella asintió y salió de la casa, dejando la puerta entreabierta. Johnathan la acompañó hasta un enorme BMW n***o y le abrió la puerta del asiento trasero.
Evelina se subió al coche y observó cómo él cerraba la puerta y se acomodaba en el asiento trasero.
—Tengo más preguntas sobre el señor Dimitrov. Lo siento si me pongo pesada —dijo ella. Johnathan se rió y negó con la cabeza.
—En absoluto. Lo entiendo perfectamente. Pregunta lo que quieras —respondió él. Evelina sonrió, pensando en todas las preguntas que tenía.
—¿Puede tener emociones? No es un robot, ¿verdad? —preguntó, mordiéndose el labio.
—Sí, puede tener emociones. Por ejemplo, digamos que tiene un juguete favorito en todo el mundo. Quiere a ese juguete con todo su corazón. Como ves, es capaz de querer algo. Sólo que no puede expresar ese amor. Volviendo al ejemplo, si alguien viene y coge ese juguete justo antes de destrozarlo, él se sentirá enfadado, triste, desconsolado, pero su cara será neutra. No sabrías que está enfadado hasta que se levanta y libera esa ira mediante acciones —explicó Johnathan. Evelina asintió, comprendiendo por fin.
—Por "acciones" te refieres a liberar su agresividad. He leído que algunas personas con Asperger son agresivas —dijo ella, levantando una ceja.
—Algunos lo son, otros no. Adrián es del tipo que es muy agresivo. Se enfada mucho más de lo que está tranquilo. Tenlo en cuenta —le advirtió Johnathan. Un escalofrío recorrió la espalda de Evelina al pensarlo. Justo en ese momento, los dos hombres que habían recogido sus cosas salieron, permitiendo que el gato saliera corriendo de la casa antes de cerrar la puerta.
Evelina vio cómo los hombres se dirigían al maletero y cargaban todo. Cuando terminaron, se subieron al coche y emprendieron el viaje.
El trayecto transcurrió en silencio. Evelina aprovechó el tiempo para mirar por la ventanilla y tratar de recordar toda la información que pudo sobre el síndrome de Asperger.
Al llegar a una casa gigantesca, lo primero que notó Evelina fue su tamaño impresionante. Johnathan salió del coche, caminó hasta su lado y la ayudó a salir. Anton y Viktor se dirigieron a la parte trasera del coche, abrieron el maletero y sacaron las maletas.
Evelina subió con Johnathan los escalones y se dirigió a la puerta principal. No se molestaron en tocar ni nada, simplemente entraron. Evelina temía que el dueño de la casa pensara que estaban invadiendo o algo así.
El ambiente era escalofriante, pero el interior de la casa era absolutamente precioso. Todo era dorado y blanco. Dos escaleras conducían a una barandilla dorada que enmarcaba una hermosa lámpara de araña en el centro. La casa era majestuosa.
Anton y Viktor comenzaron a subir las maletas hacia la habitación en la que se alojaría Evelina.
—A Adrián le gusta que le preparen la comida a las ocho de la mañana, a las dos de la tarde y a las ocho de la noche. En la cocina hay una lista de lo que come. Nunca entres en su habitación sin llamar antes. No le gustan las sorpresas. Hay más cosas que debes saber, pero ya están en tu habitación, escritas para ti —explicó Johnathan. Evelina ya sentía el nerviosismo de tener tantas normas. Era un caso delicado, y no estaba segura de estar preparada.
Justo cuando estaba a punto de asentir, escuchó pasos provenientes del piso de arriba. Anton bajó las escaleras acompañado por un hombre más alto. Este último llevaba el pelo recogido en un moño y gafas de sol en la nariz. Evelina esperaba que no fuera su cliente. El hombre era increíblemente apuesto.
De repente, el hombre giró la cabeza hacia Evelina. Se quedaron allí, observándola, mientras ella se abrazaba a sí misma para protegerse.
—Adrián te está mirando —susurró Johnathan en voz baja al oído de Evelina. Aquel hombre tan guapo era su cliente. Evelina no sabía cómo iba a manejar la situación, teniendo que enfrentarse a alguien tan atractivo.
—¿Es malo? —susurró ella. Sus ojos no se apartaban de los de él, sintiéndose obligados a no hacerlo. Anton miraba entre Adrián y Evelina con asombro.
—Adrián nunca mira a nadie.