CAPÍTULO 3

1459 Words
En cuanto bajó del taxi por segunda vez aquel día, se dirigió al ascensor del hotel donde se encontraba el señor Jones. Al ver a Evelina, él sonrió alegremente mientras entraba en el ascensor. —Hola, señor Jones. Sus hijos han vuelto hoy a casa, ¿verdad?—le preguntó ella. No tardó en darse cuenta de que era la única persona del edificio que intentaba entablar conversación con él. Todos lo trataban como si fuera la escoria del mundo, pero Evelina era diferente. Ella se preocupaba de verdad y recordaba cosas como la del día anterior, cuando él le comentó que sus dos hijas volverían hoy para ir a la universidad. —Aún no han llegado. En mi hora de almuerzo pienso ir a recogerlas al aeropuerto—dijo sonriendo. Había tenido un día difícil cuando una mujer le dio 25 centavos, como si le estuviera pidiendo cambio en una tienda de ultramarinos. De repente, apareció Evelina y compensó por la actitud de aquella horrenda mujer. —¿De verdad? ¿Estás emocionado?—exclamó feliz mientras él pulsaba el botón para llevarla a la habitación de la señorita Paola. —Muy emocionado. Llevo un año esperando ver a mis niñas—respondió el señor Jones. Evelina se acercó a él y lo abrazó. —¡Estoy emocionada por ti! Es increíble. Alexa y Dani parecen ser personas maravillosas. Tienen mucha suerte de tenerte como padre—dijo justo cuando sonaron las puertas del ascensor, indicando que habían llegado a su planta. Evelina se separó del abrazo y le dio una palmada en el hombro antes de darse la vuelta y marcharse. —Gracias, Evelina. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba oír esas palabras hasta ahora—dijo el señor Jones, mirando la figura de ella que se alejaba. Evelina se volvió un momento justo antes de que se cerraran las puertas del ascensor, mostrando un pulgar hacia arriba y una sonrisa de felicidad. Su sonrisa se desvaneció lentamente cuando abrió la puerta de la habitación de la señorita Paola. La anciana estaba en el salón haciendo yoga. Al ver a Evelina, puso los ojos en blanco y volvió a centrar su atención en el televisor, que emitía una clase de yoga. —Buenas tardes, señorita Paola—dijo Evelina antes de dirigirse a la nevera para comprobar si tenía todos los alimentos que necesitaba. Hacía dos días que Evelina había hecho acopio de víveres y estaba contenta de tener comida para una o dos semanas. Luego se dirigió al dormitorio y hizo la cama de la señorita Paola, dejando escapar un suspiro. Iba a echar de menos a la anciana. Su corazón sabía que no debía encariñarse demasiado antes de los tres meses, pero conocía a la señorita Paola desde hacía dos meses. Por mucho que lo intentara, establecía una conexión con cada persona a la que cuidaba, especialmente con la señorita Paola. En cierto modo, le recordaba a su abuela. —¿Qué te pasa?—preguntó la señorita Paola, pasando junto a Evelina con su esterilla de yoga en las manos. Evelina suspiró con tristeza y se sentó en el suelo, dando una palmada en el espacio a su lado para que la señorita Paola se sentara. —No voy a sentarme en el maldito suelo cuando la cama está ahí mismo—dijo la señorita Paola, acercándose a la cama y sentándose en ella. Evelina sonrió y se dio cuenta de que su actitud era lo que más iba a echar de menos. La mujer siempre había sido sincera, sin importarle lo que los demás pensaran de sus palabras. —Hoy es mi último día—dijo Evelina con tristeza mientras se acomodaba unos mechones de pelo detrás de la oreja. Ni siquiera podía mirar a la señorita Paola porque se quebraría. La tristeza empezaba a llenar sus emociones, dejando un ceño en su rostro. —Pensé que tu contrato duraba tres meses—respondió la señorita Paola. Evelina finalmente la miró y se levantó para sentarse en la cama junto a ella. Dejó reposar la cabeza en el hombro de la mujer mientras su ceño se fruncía. —Me han ofrecido otro trabajo del que no puedo hablar. Lo siento, señorita Paola, de verdad que me gustaría quedarme—dijo Evelina. —¿Es por dinero? Puedo darte más dinero. Sé que he sido grosera, pero siempre he sido así. Por eso estoy soltera y tengo éxito. Además, puede que ahora no lo parezca, pero antes también estaba buena—refunfuñó con tristeza. Evelina tiró de ella para abrazarla mientras la mujer le daba unas torpes palmaditas en la espalda. —No, me encanta tu actitud. Siempre me hace sonreír. En cuanto al dinero, está bien, señorita Paola. Sólo asegúrate de decirle a tu próxima cuidadora que debe estar dormida antes de medianoche o estará de mal humor el resto de la semana. Además, su comida debe estar servida antes de las diez o no comerá nada—dijo Evelina. La señorita Paola frunció el ceño. —No sabía eso de mí misma. Por eso te necesito aquí. No quiero otra cuidadora. Quiero a Evelina, y le daré un disgusto a esa maldita agencia—dijo enfadada antes de levantarse y caminar hacia el teléfono. Evelina se rió mientras la observaba. —No pasa nada. Tienes mi número y puedes llamarme cuando quieras. Aunque sólo quieras hablar un rato, siempre estoy a una llamada de distancia—explicó Evelina, levantándose y tomando el teléfono de las manos de la señora Paola. La anciana suspiró y dejó caer los hombros en señal de derrota antes de asentir con la cabeza en señal de comprensión. —Quien te tenga como cuidadora, tiene mucha suerte—sonrió la señorita Paola. Evelina no podía creer que estaba recibiendo un cumplido de ella. —¡Le gusto!—dijo Evelina juguetonamente. La señorita Paola hizo un gesto despectivo con la mano antes de devolverle el abrazo. Evelina sonrió aún más al sentir los brazos de la mujer envolviéndola. Se sentía contenta. —Te echaré de menos—dijo la señorita Paola. Evelina se separó del abrazo y soltó un pequeño chillido. No podía creer que la mujer que actuaba como si odiara a todos y todo estaba siendo amable con ella por una vez. La señorita Paola no tardó en taparse los oídos con cara de disgusto al oír el chillido de la chica. —Yo también te echaré de menos—dijo Evelina—. Tengo que irme, pero asegúrate de llamarme si alguna vez necesitas algo. —¿Cuántos años tienes, Evelina?—le preguntó la señorita Paola. Evelina entrecerró los ojos con desconfianza al ver que era una pregunta inesperada. La mujer nunca se había interesado por su edad. —Veintitrés. ¿Puedo preguntar por qué?—respondió Evelina. —Cuando tenía veintitrés, me abrí de piernas y... —Adiós, señorita Paola—rió Evelina mientras bajaba rápidamente las escaleras de la casa. La señorita Paola se reía mientras Evelina se dirigía hacia la puerta principal. Todavía estaban dando yoga en la televisión y lo único en lo que Evelina podía pensar era en lo mucho que iba a extrañar ver a la señorita Paola todos los días. —¡Adiós!—gritó Evelina. Esperó a oír una respuesta antes de abrir la puerta y salir. El corazón le pesaba a cada paso que daba hacia el ascensor. * Evelina se despertó con el sonido del despertador. Por suerte, lo había puesto dos horas antes de la hora en que Johnathan había dicho que la recogería. Se levantó de la cama y luego se acercó a besar la foto enmarcada de su abuela antes de dirigirse al baño, donde se ocupó de todo lo que tenía que hacer. Una vez lista, dejó que su cabello cayera en cascada por su espalda en sus ondas naturales. Luego se dirigió al armario, donde escogió unos vaqueros y una blusa blanca. Volvió a su habitación, hizo la cama y limpió una pequeña mancha que había dejado en la foto de su abuela. —Voy a cuidar a alguien con Asperger, algo que nunca he hecho antes. Lamentablemente, eso significa dejar a la señorita Paola. Te habría gustado porque tiene tus agallas. Eso es lo que más me gustaba de ella. Tengo que irme un rato, pero volveré para contártelo todo. Te quiero, abuelita. Cuídate—dijo al marco antes de darle un último beso. Era su rutina habitual contarle a su abuela sus aventuras como cuidadora. Para ella, era como hablar con una lápida, excepto por el hecho de que sostenía la foto en la mano para no olvidar nunca la hermosa sonrisa de su abuela.
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