CAPÍTULO 2

2296 Words
Evelina salió del taxi y miró hacia el lugar donde se había citado con Johnathan, el Java Palace. Observó su reloj y notó que había llegado quince minutos antes de la hora prevista. Mientras caminaba hacia la entrada, se dio cuenta de que la cafetería estaba prácticamente vacía, aparte de los empleados. Abrió la puerta y entró en el pequeño local con una cálida sonrisa. Un empleado la notó de inmediato y le devolvió la sonrisa. —Bienvenida a Java Palace. ¿Qué podemos servirle hoy? —Un café con leche y caramelo, por favor. Además, hoy he quedado aquí con un hombre. Aquí tiene mi tarjeta de crédito; puede cargarle el importe de lo que pida, si es que pide algo—, dijo Evelina. El hombre asintió con la cabeza antes de tomar su tarjeta y cobrar el pedido. Le gustaban las mujeres que no tenían miedo de pagar por la comida de su cita. Era difícil encontrar mujeres así. También le gustaba su voz; era suave y transmitía una amabilidad tranquilizadora. —¿Cómo te llamas?— preguntó él, mostrando una sonrisa coqueta. Ella ni siquiera se dio cuenta de que estaba coqueteando para conquistar su corazón. Volvió a mirar el reloj y se dio cuenta de que la reunión no empezaría hasta dentro de diez minutos. —Evelina—, respondió dulcemente antes de sonreírle en respuesta. Solo pudo pensar en lo perfecto que sonaba su nombre. —¿Evelina? Tienes un nombre muy bonito. No sé si es que tengo el oído dañado por el ruido constante de la batidora, pero noto un acento. ¿Eres de aquí?— le preguntó, devolviéndole la tarjeta. Ella negó con la cabeza mientras recorría la tienda con la mirada. El lugar tenía un aire hogareño que le agradaba. —No, soy de Brasil—, respondió antes de volver a mirarlo a los ojos. Él asintió y se dio la vuelta para empezar a preparar la bebida. Evelina decidió quedarse allí y esperar, ya que no había nadie más en la tienda. Estaba completamente desierta. —Si no le importa que le pregunte, señorita Evelina, ¿qué la ha traído aquí? —preguntó el empleado. Ella se recogió el cabello detrás de la oreja y volvió a mirar el reloj. La sensación de nerviosismo se apoderó de ella al pensar en la inminente reunión. No sabía qué tipo de cliente era para que el propio fundador tuviera que hablar con ella. —Conseguí una beca. Ahora que me he graduado, puede que me plantee volver—, le contestó. Añadió eso a la lista de cosas buenas de la desconocida que acababa de conocer. También era inteligente. Justo en ese momento, la puerta se abrió, y Evelina se giró para mirar a la persona que entraba. Era un hombre pulcro, vestido con traje y con el cabello n***o peinado hacia atrás. Parecía tener unos treinta y tantos años. Tras echar un vistazo a su reloj, se sentó en una de las mesas. —Disculpe—, dijo Evelina al empleado antes de acercarse al hombre. En el fondo, esperaba que fuera Johnathan. Cuando llegó a su mesa, notó cómo él la observaba antes de mirarla a los ojos. —¿Eres Johnathan? —Sí, ¿y tú eres...?— preguntó él. La mujer era más que hermosa, y no le importaba quedarse a hablar con ella un rato hasta que el cuidador decidiera aparecer. —Hola, Evelina Santos. Soy la mujer con la que hablaste ayer por teléfono—, le recordó. El empleado se acercó a Evelina y le entregó el café con leche y caramelo. Johnathan apartó la mirada mientras el chico le guiñaba un ojo. Cuando ella miró la taza, notó que él había escrito su número en ella. Johnathan también lo notó, pero no hizo ningún comentario al respecto. —¡Oh! Lo siento mucho. No esperaba que fueras tan...—se detuvo, buscando la palabra adecuada para mantener la conversación profesional. Sabía que se había pasado de la raya al mirarla—. Tan joven. —No te preocupes. Sé que la mayoría de los cuidadores suelen ser mayores. Solo empecé a cuidar para pagarme los libros de la universidad—, se sonrojó mientras se sentaba frente a él. Su mente iba a mil por hora intentando averiguar si era conveniente que una chica tan joven y guapa cuidara del hombre peligroso con el que se encontraría si aceptaba el trabajo. —¿Cómo va la universidad ahora?— Preguntó Johnathan, intentando entablar conversación. Sabía que tenía que facilitarle el trabajo que necesitaba que aceptara. —Terminé hace poco, en realidad. Ahí es donde obtuve mi título de enfermera, como ya sabes—, se rió ligeramente. —Ah, claro—, Johnathan se aclaró la voz antes de volver a mirar su expediente. Era amable, y todas las personas a las que había cuidado hablaban maravillas de ella. La miró y se preguntó qué tenía para atraer los corazones de tanta gente. Ni siquiera el cajero podía dejar de mirarla. —Dígame, Evelina, ¿por qué se desvive tanto por los demás? Uno de sus clientes dejó una reseña en la que decía: "Mis propios hijos no me cuidan como lo hace la señorita Santos. Las noches que no puedo dormir, viene hasta mi casa para cantarme mi canción favorita porque sabe que me ayuda a dormir. Nunca la olvidaré. Esa mujer se merece un aumento"—, leyó Johnathan y luego levantó la vista para mirar a Evelina una vez más. Ella sonrió al recordar quién era exactamente la persona que había dejado el mensaje. Era un hombre mayor y recordaba las llamadas que le hacía casi todas las noches. No le importaba ayudarlo a dormir porque siempre la llenaba de orgullo. —Es mi trabajo. Cada vez que cuido de otros, pienso en cómo me gustaría que me trataran a mí. La mayoría de las personas a las que cuido están solas y no tienen a nadie que vele por ellas. El contrato dice que solo puedo cuidarlos durante tres meses, así que me aseguro de que sean los tres mejores meses de su vida. Se lo merecen—, respondió en voz baja. A Johnathan le encantó su respuesta, pero puso cara seria antes de anotar algunas cosas. Ella sería perfecta para la persona que él necesitaba que cuidara. El único factor que le preocupaba era su aspecto y su edad. —Como ya sabrás, no es habitual que acuda directamente a mis empleados para un trabajo—, afirmó Johnathan dejando que ella asintiera con la cabeza. —Te dije por teléfono que tenía un amigo que necesitaba un cuidador y una enfermera. Veo que planeabas dimitir en otoño de este año para volver a tu casa en Brasil. Se suponía que la señorita Paola iba a ser tu última clienta, pero tengo una nueva propuesta para ti—, dijo Johnathan antes de dejar un papel delante de ella. Evelina tomó la fina hoja mientras sus ojos la miraban. En la parte superior había una gran cantidad de dinero escrita en negrita, lo que hizo que sus ojos se abrieran de par en par. —¿Me vas a pagar 100.000 dólares por cuidar a una persona?— Preguntó, confundida. Lo máximo que había ganado en un contrato era una pequeña fracción de esa cantidad. ¿Qué tenía de especial la persona de la que necesitaba ocuparse? —Hay más. Este cliente lleva la confidencialidad a su máxima expresión. Todo lo que se diga, se vea o se escuche no puede contárselo a nadie. Eso me incluye a mí. El contrato es de tres meses, y una vez transcurridos, puedes volver a Brasil—, dijo Johnathan con seriedad. Evelina bajó la mirada hacia el papel mientras sus cejas se fruncían y los latidos de su corazón se aceleraban. —¿Por qué es tan secreto? No revelo la información de ninguno de mis clientes; es parte de la política de cuidados. ¿Por qué es tanto el dinero para esta persona en particular?— preguntó Evelina. Él se reclinó en su silla antes de tomar un bolígrafo y dárselo. —Es un hombre de negocios muy exitoso. Gana millones y acaba de abrir una nueva operación que lo convertirá en multimillonario. Tiene mucho poder, y cuando tienes poder, todo el mundo a tu alrededor también lo quiere. Si la gente se entera de que sabes más que nadie sobre este hombre, no se detendrán ante nada para sacarte información. Este contrato estipula que bajo ninguna circunstancia le dirás nada a nadie— respondió Johnathan. Evelina siguió leyendo rápidamente el extenso contrato hasta que vio un nombre: *Adrián Dimitrov*. Había oído hablar de él antes, pero no recordaba exactamente de dónde. —¿Estás diciendo que alguien podría matarme solo para saber a qué temperatura le gustan los baños a este hombre?— Preguntó con suspicacia. —Estoy diciendo que es el hombre más poderoso con el que HomeCare ha trabajado nunca. Es un caso muy delicado—, afirmó Johnathan. Ella asintió lentamente con la cabeza en señal de comprensión. —Si firmas el formulario de confidencialidad que está al final, podré contarte más cosas sobre él. No significa que aceptes el trabajo, solo que lo que se hable hoy no se compartirá con nadie más —dijo Johnathan. Ella hojeó el documento y se aseguró de que no mentía. Al leerlo, se dio cuenta de que decía la verdad. Como no tenía a quién contárselo, tomó el bolígrafo y firmó con su nombre en la línea correspondiente. —El hombre se llama Adrián Dimitrov. Tiene veintiocho años, es dueño de casinos y algunas empresas. Adrián es ruso y puede hablar hasta quince idiomas diferentes. No se hizo multimillonario simplemente firmando papeles y dando órdenes a la gente. Es extremadamente inteligente y tiene una capacidad para leer a las personas que puede llegar a ser intimidante —explicó. —¿Qué le pasa? Dijiste que tiene veintiocho años. Es muy joven para necesitar un cuidador. La mayoría de mis clientes tienen más de sesenta años —señaló ella. Johnathan se dio cuenta de que era una chica lista. Quizá Evelina y Adrián fueran una buena combinación después de todo. —Tiene la condición desde que nació, pero no fue hasta hace poco que un médico le diagnosticó autismo de alto funcionamiento. Aunque ya no se usa el término, antes se le conocía como síndrome de Asperger —dijo Johnathan. Evelina volvió a fruncir el ceño. —¿Asperger? Un multimillonario con Asperger, eso es bastante inspirador —dijo ella, esbozando una ligera sonrisa. Johnathan dejó escapar un suspiro; había mucho más sobre Adrián que no podía contarle, porque ella huiría despavorida. Probablemente se sintiera inspirada por la historia. Su corazón bondadoso hacía difícil rechazar a un hombre tan "inspirador". Para ella, él solo era un exitoso hombre de negocios. Lo que ella no sabía era que estaba lejos de ser inspirador. —Cuidar de un hombre como Adrián Dimitrov es muy fácil. Viaja mucho por negocios, pero cuando está en casa, es ahí donde entras tú. Por ejemplo, no puede expresar emociones con el rostro ni hacer cosas como reírse de un chiste o sonreír. No establece contacto visual con nadie, así que a veces usa gafas de sol. Si estás triste, asegúrate de decírselo, porque no lo notará; lo mismo ocurre si estás feliz, enojada, asustada o sientes cualquier otra emoción. Aunque le digas cómo te sientes, no le importará. No le importa nadie y nunca le importará. Carece de compasión, y la única persona que le interesa es él mismo. Es parte de su condición —explicó Johnathan. Johnathan sabía que estaba siendo demasiado dramático. Solo intentaba prepararla para lo peor. Adrián no era un mal tipo en absoluto, pero podía serlo... dependía de quién estuviera cerca. Evelina asintió, comprendiendo completamente la situación. Tendría que cuidar de él sin esperar nada a cambio. No se había dado cuenta de que este sería un caso en el que no podría hacer que los próximos tres meses de su vida fueran mejores, como en sus otros casos; no existía tal cosa como "mejor" cuando se trataba de Adrián. —Puedo hacerlo. ¿Qué tan malo puede ser? —preguntó. Johnathan se sintió mal por la mujer. Sabía que no le estaba contando todo lo que había que saber, como que Adrián era un asesino despiadado. Amaba la sangre más que cualquier otra cosa. Cuando ella firmó el contrato, él solo pudo fruncir el ceño. —Perfecto. Recibirás el dinero al final de los tres meses. Además, vive muy lejos, en una zona apartada, así que se espera que te mudes... ¿eso es un problema? —preguntó. —En absoluto. Ya he vivido con algunos de mis clientes —le sonrió con dulzura. Él se levantó y le estrechó la mano, sintiéndose cada vez más culpable. Estaba haciendo un pacto con el diablo y ni siquiera lo sabía. —Estupendo. Empiezas mañana. Te enviaré la dirección e iré a tu casa a eso de las diez para recogerte —afirmó, dispuesto a irse antes de que ella cambiara de opinión. —Espera, ¿y la señorita Paola? —preguntó Evelina, con preocupación en la voz. Se sintió culpable por la pregunta. Era tan amable y dulce que no se daba cuenta de los problemas que llamaban a su puerta. —Ya tenemos a la persona perfecta para ella. Estará bien. Johnathan se giró apresuradamente y salió de la cafetería. Evelina era joven, guapa, dulce, inteligente; lo único en lo que podía pensar Johnathan era en cómo Adrián iba a arruinarla.
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