CAPÍTULO 10

1167 Words
Evelina preguntó en voz baja, haciendo todo lo posible por cubrir cada trozo de sí misma que ya había quedado expuesto a sus ojos: —¿Está bien si esperas hasta que termine? Adrián asintió lentamente con la cabeza antes de salir del baño y volver a su dormitorio. En cuanto se fue, Evelina se permitió exhalar. No podía creer lo que acababa de ocurrir. Cogió el jabón y terminó de bañarse y lavarse el pelo antes de salir de la ducha y envolverse el cuerpo con una toalla. Sus manos empezaron a desenredar sus rizos mientras se dirigía a su dormitorio. Debería haber previsto que él estaría en su cama, pero acabó dando un respingo del susto. Adrián estaba tumbado con los ojos cerrados. Era una vista hermosa, viendo cómo él llevaba una camisa y su pelo todavía estaba húmedo. Acercándose a él, se fijó en el lazo que llevaba en la mano. Adrián era definitivamente adorable. —¿Ya estás lista?— preguntó Adrián con los párpados cerrados. Evelina asintió con la cabeza a pesar de que él no podía verlo y luego se unió a él en su cama. Se aseguró de que su toalla estuviera bien sujeta mientras él se sentaba recto en el borde de la cama. Ella se colocó detrás de él y se agarró a su hombro una vez más. Por alguna razón, Adrián siempre estaba caliente. Evelina no lograba entender qué tenía que le hacía desprender tanto calor. Una vez más, le acarició el pelo. Era tan suave y liso. Descubrió que le encantaba peinarlo. Era extraño que un hombre tan frío como él tuviera una parte tan suave y vulnerable. Enrollando la goma de pelo alrededor de sus mechones, le hizo una coleta antes de doblarla en un moño. —Vale, he terminado, Adrián—, dijo en voz baja. Él se dio la vuelta dejando que sus ojos se fijaran en el pecho de ella, que estaba directamente a la altura de sus ojos. Definitivamente había algo hipnotizante para él en lo mucho que deseaba volver a ver su cuerpo. Sobre todo quería verlo debajo del suyo. Su mano subió hasta tocarle la cintura por encima de la gruesa tela de la toalla. Evelina no se atrevió a detenerlo cuando los ojos de él empezaron a mirar hacia los suyos. Movió la mano hasta que la palma tocó su piel desnuda, directamente en la parte baja de la espalda. Ella sintió su dedo recorrer su columna vertebral y un escalofrío recorrió su cuerpo. —Tu piel es suave—, murmuró Adrián. Evelina sonrió al oír sus palabras mientras él retiraba la mano de su espalda y la colocaba sobre su vientre liso. De repente, la empujó sobre la cama y se colocó encima de ella. Los ojos de Evelina se abrieron de golpe cuando él se dispuso a quitarle la toalla. —Adrián—gritó ella. Él la miró con las cejas levantadas, como si lo que estuviera haciendo fuera perfectamente inocente. Sus ojos parecían clavarse en los suyos mientras trataba de entenderle. —No podemos—, susurró Evelina. Él se apartó y se sentó al borde de la cama. Parecía estar pensando en algo que sólo hizo que ella se incorporara y se apoyara en el cabecero de la cama para arreglarse la toalla. —Normalmente no tengo que esperar tanto—, dijo Adrián con indiferencia. Las cejas de Evelina se apretaron en confusión mientras procesaba sus palabras. —¿Qué quieres decir?— preguntó ella. Él la miró antes de volver la vista a lo que tenía delante. —Tal vez te falta inteligencia—, dijo dejándola poner los ojos en blanco. Ya se estaba frustrando al ver cómo la hacía pasar por una especie de idiota. Con un suspiro, esperó a que él le dijera lo que quería decir. —Las chicas no tardan en abrir las piernas cuando se lo pido—, dijo él con frialdad. Evelina casi se le salen los ojos de las órbitas. No podía creer lo que acababa de decir. No se lo esperaba. —Adrián, eso no está bien—se rió entre dientes, levantándose de la cama. Él la miró encogiéndose de hombros. Ella movió la cabeza de un lado a otro mientras se ponía la mano en la cadera y miraba al hermoso hombre que tenía delante. —Muchas cosas que hago no están bien, Evelina—, habló él mientras se levantaba y se plantaba justo delante de ella. Sus manos se dirigieron a las caderas de ella y su corazón volvió a latir con fuerza. Le causó un efecto tan dramático sin siquiera intentarlo. Era una locura que apenas lo conociera cuando parecía que había pasado mucho más tiempo. —¿Cómo qué?— Preguntó Evelina. Él le sonrió con satisfacción, apartando los ojos. Ella se mordió el labio y sus ojos se posaron en los duros músculos que había tocado hacía unos instantes. —Como ordenar a mis hombres que maten gente y vender drogas porque soy un gángster y el dueño de algunos de los casinos más famosos y corruptos—, le dijo Adrián. Las cejas de Evelina se juntaron antes de estallar en una carcajada. Su cabeza se echó hacia atrás mientras las lágrimas caían de sus ojos. No podía parar de reír por mucho que lo intentara. —Eres divertidísimo. Por un momento pensé que hablabas en serio—, se rió ella, secándose una lágrima. Su rostro estaba frío como una piedra, sin rastro de que algo fuera gracioso. —¿Yo era graciosísimo?— preguntó Adrián. —Sí, contaste un chiste y fue gracioso—, explicó ella, sacudiendo la cabeza con una sonrisa apoderándose de sus facciones. Él asintió lentamente con la cabeza, como si no lo entendiera, pero le siguió la corriente de todos modos. —Explícame por qué no quieres acostarte conmigo—, dijo Adrián con calma. Las palabras que salieron de su boca la sorprendieron una vez más. No estaba acostumbrada a un comportamiento tan brusco. —Porque trabajo para ti. Eso sería totalmente inapropiado. Como tu cuidadora, también sería como si me estuviera aprovechando de ti—, explicó Evelina. Él soltó una leve risita antes de retirar finalmente las manos. —¿Aprovecharme? Que te aproveches de mí me parece moralmente dudoso. Puede que trabajes para mí, pero eso no convierte nada en inapropiado. Eres quien me cuida, ¿verdad? La única forma en que acepto que me cuides es cuando está entre tus piernas—, se inclinó hacia ella hasta que sus labios se cernieron sobre su oreja, —así que cuídame, Evelina. —Adrián—, susurró ella, pero él sólo respondió estrechándola más contra su pecho. Los latidos de su corazón volvieron a acelerarse en su pecho. Odiaba lo mucho que su cuerpo lo deseaba sin apenas conocerlo. Era como si deseara cada parte de él y no supiera por qué.
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