EL DESCUBRIMIENTO

5000 Words
A la mañana siguiente me desperté temprano y junto con mi madre desayunamos, para que me dejara en la fábrica pues debía entregar la última parte del informe del mes. Era una linda mañana completamente soleada y sin una sola nube en el cielo. El hospital quedaba a unas pocas calles de la fábrica, pero alejado de las casas donde vivíamos. ─ ¿Qué será lo que llevas pensando desde el desayuno? ─ dijo mi madre viéndome ─ Nada madre, nada ─ le contesté viéndole a los ojos porque si no lo hacía no me creería. ─ Porque será que no te creo. ─ Mamá por favor. ─ Dime Teresa, ¿en qué andas? ─ En nada mamá. ─ Hija, por favor, tal vez puedo ayudarte a buscar……─ dijo mirándome nuevamente mientras estábamos esperando que el semáforo cambiara de color. Sentí que hablaba en serio y que esta vez tal vez era nuestra oportunidad para volver preguntarle acerca de mis dudas. ─ Mami sé que hay cosas de las cuales no te gusta hablar, pero esta vez necesito que me escuches. ─ Bien. Cuéntame ─ ¿Recuerdas tener alguna idea de alguien llamado Juan, Juan Del Castillo? ─ ¿Juan Del Castillo? ─ Aja. ─ No realmente no. ─ ¿Y la fecha de cuándo ocurrió un incendio en el puerto? ─ Si de eso sé que ocurrió cercano a los años cincuenta, recién montada la fábrica. Lo recuerdo porque en la fábrica están las fotos, se dice que lo causó el material traído para alimentar las calderas y por un rayo que cayó en uno de los barcos atracados en el puerto. ─ ¿Dónde puedo buscar? ─ Pregúntale a tu jefe. Tal vez tengan material que puedan prestarte. ¿Cómo sabes eso? ─ Es que me hicieron el comentario y realmente estoy interesada en conocer sobre el hecho ─ tomé mi bolso y bajé del auto puesto que ya habíamos llegado a la fábrica. ─ Recuerda Teresa que nos esperan temprano en la casa de huéspedes para la última fiesta. ─ Está bien mamá, nos vemos allá. ─ Que tengas un feliz día ─ me sonrió antes de que yo procediera a cerrar la puerta para decirle ─ Feliz día madre Luego que entregue el informe le pregunté a mi jefe si podría buscar en la biblioteca acerca de la historia de la fábrica. El señor Pablo Pérez tenía alrededor de cincuenta años y de los cuales, siempre había vivido en la isla, por lo que supuse que probablemente tenía alguna noción del hecho. Su oficina quedaba al final del pasillo, después de la mía, mucho más espaciosa y llena de archivos metálicos de color beige en hileras a ambos lados, cubriendo todas las paredes. Era el contador. Había sobre cada archivo doce carpetas gruesas de color marrón con los años en cada una de ellas bellamente escritos a mano. Además, en los archivos cercanos a su escritorio había las primeras máquinas de la fábrica utilizada en el departamento: una vieja y negra máquina de escribir Brother, en letras rojas y negras, una sumadora con teclas y un gigante papel, una calculadora y una enorme perforadora de dos huecos de color casi verde y sumamente pesada. Era un hombre maduro, con unas amplias entradas, y con una barba blanca y negra que cubría no solo su mandíbula sino también el área del bigote muy poblada, nos recordaba la imagen de Santa pues era barrigón y sumamente alto. Sus mejillas estaban todo el tiempo rosadas al igual que la punta de sus dedos. Le tomé cariño y siento que él también a mí, por lo que me atreví a preguntarle directamente. ─ Señor Pablo, ¿usted recuerda el incendio del puerto? ─ ¿El incendio del puerto? ─ Sí, tengo entendido que fue antes de iniciar las operaciones de la fábrica. ¿Conoce usted lo qué pasó? ─ Bueno cariño no estuve presente era muy niño, pero mi padre estuvo durante días ayudando a los empleados de la fábrica a apagarlo, junto con el personal que se había traído para instalar las calderas. Fue terrible, esa noche llovía fuertemente con una tormenta eléctrica que iluminaba todo el firmamento. Después de un largo trueno cayó el rayo e inmediatamente una estela de llamas siguió, segundos después de que el rayo desapareciera con su luz, todo tembló luego de la explosión y el cielo se iluminó de amarillo. Todo el pueblo corrió asustado a la orilla de la playa pensábamos que la isla iba a volar por completo. ─ ¿Recuerda la fecha? ─ Fue en 1950, en febrero. En la biblioteca de la administración hay un pequeño libro con la información de los supervisores de la época y material documentado sobre el suceso. ¿Por qué te interesa?, eso ya no se recuerda en esta isla. ─ Es para un trabajo de investigación, es sobre la historia de la fábrica en sus inicios. ─ Bueno pues tómate el tiempo que quieras, además hoy es el último día, y por ser una De La Torre, asumo que debes estar para el baile de clausura del carnaval. ¿Verdad? ─ Si, realmente sí. ─ Ve hija busca lo que necesitas y nos vemos mañana. ─ Gracias señor Pablo. Salí de su oficina y caminé por el pasillo hasta llegar a la mía buscando rápidamente mi bolso y una libreta con un bolígrafo, para anotar cualquier cosa que pudiera encontrar. Apague el computador, acomode mi silla debajo del escritorio y recogí las hojas para dejarlo limpio. En el pasillo despejado solo había dos sillas de cuero gris al lado de la oficina del señor Pablo y a unos pocos metros el ascensor, que esperé para llegar al ala de la administración donde se encontraba la biblioteca. La biblioteca quedaba a dos pisos arriba de la mía, al final de un largo y vacío pasillo donde solamente se observaba sobre la puerta un enorme reloj redondo, que marcaba el paso del tiempo hecho en acero y vidrio, de un gran tamaño pudiendo distinguir hasta los segundos a pesar de estar alejado de él. El reloj no solo indicaba que era cercano a las diez de la mañana, sino que se escuchaba su fuerte tic-tac en la medida que te aproximabas a la puerta, debió ser el primer reloj de la fábrica. Cuando entré una señora de edad avanzada me vio por encima de sus lentes, con montura negra, tratando de identificar quién sería. Me paralice al ver la hilera de estantes perfectamente acomodados uno tras otro, muy altos. La señora sentada en un escritorio antiguo, una pequeña lámpara con sombra verde, sus lápices y sus hojas sobre el mismo esperando que me acercara para preguntar lo que había venido a buscar. En las paredes había fotos de la estructura, la fachada, las máquinas, los grupos de los trabajadores con la fecha escrita en letras grandes y los nombres de cada uno de ellos, los primeros equipos de trabajo y luego los diferentes barcos que se fueron comprando en el transcurrir del tiempo para traer el carbón a la isla. La señora se levantó de su silla de ruedas de madera, una silla de los años cincuenta hechas en madera con posa brazos redonda, y se quedó viéndome mientras despacio caminé por el pasillo hasta llegar a estar frente a su escritorio. ─ Buenos días. ─ Buenos días ─ respondió ─ ¿Qué puedo hacer por ti, cariño? El señor Pablo me pidió que te ayudara así que pide lo que necesites. ─ Gracias, es usted muy amable. ─ Bien, dime entonces ─ Necesito información acerca de un incendio que ocurrió en 1950, en febrero. ─ Será el primer incendio que ocurrió el 22 de febrero de 1950. ─ Así es. ─ Bueno la información está en el estante número uno, al final del pasillo. Encontrarás periódicos, la información de los supervisores del área y álbumes con las fotos de la época. ─ Qué bueno. ─ Bien cariño, deja tu bolso en ese armario y le pones llave. ─ me entregó la llave para que colocara mi bolso en un pequeño armario de cinco gavetas que estaba iniciando el pasillo de los estantes y justo al lado del filtro de agua. Luego que lo hice la señora me esperaba en la entrada del pasillo de los estantes. Juntas caminamos por el estrecho pasillo hasta llegar al último, donde reposaba la información. ─ Si tu trabajo es de investigación te recomiendo leer primero los periódicos, tendrás una visión más general de lo que ocurrió y luego los álbumes de fotos. ─ Gracias. ─ En estas carpetas negras están archivados los diarios de esa época. ─ Se acercó al estante donde reposaban las carpetas negras y con destreza ubicó la del año 1950 y me la entregó. ─ Lee estas primero y luego revisa este álbum ─ lo tomó del segundo estante identificado con el número 220250. Estaba elaborado en cuero del tamaño de una hoja carta y con una gran etiqueta escrito a máquina de escribir antigua: Incendio de 1950. ─ Gracias. ¿Dónde puedo sentarme? ─ Después de los estantes hay un escritorio, enciende la lámpara y en la gaveta, hay lápiz y papel, para tomar notas. ─ Gracias, señora ─ Eloísa, señorita Eloísa. ─ Gracias. ─ Cualquier cosa me avisas ─ sonriéndome se alejó, pude ver su falda gris con su abrigo blanco cuando se arropo con él las manos huesudas y delgados dedos. Tenía el cabello en un pequeño moño casi en la base del cráneo, muy delgada y alta. Debió ser una linda mujer cuando joven pensé. Cuando Eloísa desapareció en el pasillo llevé el material al escritorio, encendí la luz y empecé a revisar primeramente el álbum. Estaba hecho con el mismo tipo de material de aquel que me había mostrado Rosa, con la hoja de hilo de tela de araña y en cada hoja de cartulina negra había fotos de diferentes tamaños, sostenidas en las esquinas con cartulina negra. Al principio solo estaban las fotos de las calderas, de los barcos, los grupos de trabajadores cuando bajaron las dos primeras y luego, en la cuarta página, empezaron las fotos del incendio. A pesar de que el incendio se había iniciado en el puerto el ala oeste de la fábrica, daba para los almacenes del puerto por lo que las explosiones y las llamas alcanzaron hasta la zona este. La primera foto era de la entrada principal del puerto donde se veía cubierta de llamas hasta que no se distinguía, luego las fotos de los bomberos y después los trabajadores con baldes de agua tratando de apagarlo. Las siguientes fotos eran de los cuerpos que sacaron del incendio en camillas completamente calcinados, ennegrecidos, sin distinguir nada en su rostro, solo sus extremidades como petrificadas por las llamas. Cerré el álbum con mis dedos entre las páginas porque a pesar que la foto era a blanco y n***o me impresionó, era muy dantesca. Cerré los ojos tratando de olvidar la imagen, aun con mis dedos entre las páginas. Al volverlo a abrir apareció la foto del camión n***o de Juan. Estaba segura que era su camión, parecía que lo estuviera viendo justo en frente de la nueva entrada de la fábrica y páginas después apareció rodeado por los trabajadores de la época. En la siguiente página había otra foto más pequeña donde un grupo de hombres halando unas gruesas cuerdas trataban de levantar una especie de carpa, había un joven en medio de la foto en cuerpo entero vestido con un chaleco y un enorme pantalón, igual a los que lucía ahora. Estaba dándole la espalda y al pie de la foto tenía la siguiente leyenda: ‘El capataz Juan Del Castillo mientras sus hombres levantan la enorme carpa para atender a los heridos del incendio de febrero de 1950, para utilizarlo como hospital ‘. Mi pulso se aceleró, era verdad, esta era su foto, era él. Despacio seguí revisando el álbum, pero no encontré otra como esa. El resto de las fotos solo estaban los cambios de las estructuras, las nuevas calderas y la foto de la enorme carpa utilizada como hospital. Luego de cerrar el álbum revisé la carpeta negra, estaban recortes de los diarios de la época, cuidadosamente doblados cubiertos por bolsas plásticas transparentes con las perforaciones solo en la bolsa, de manera de que el diario estuviera intacto. En realidad, solo estaban guardados aquellos artículos referidos a la fábrica y empecé a leer cada uno de los titulares: ‘Se espera que para el día 22 de febrero lleguen al puerto las dos nuevas calderas’ ‘Los jóvenes están entusiasmados por la apertura de nuevos puestos de trabajo’ ‘No más pescadores, ahora seremos trabajadores’ ‘Hoy 22 de febrero atracaron los dos barcos con las enormes calderas’ ‘Un terrible incendio, producto de un rayo, destruyó parte del puerto y el ala oeste de la fábrica’ ‘De los veinte hombres que estaban en el ala oeste a la hora del incendio solo sobrevivieron dos’ ‘Calcinados mueren los trabajadores del ala oeste’ ‘El capataz Juan del Castillo logró rescatar a cuatro de sus trabajadores, sobrevivieron solo dos’ ‘El señor Fernández, uno de los inversionistas de la fábrica, lamenta lo ocurrido’ ‘Prometen a las familias de los fallecidos una suma que cubrirán sus gastos y becar a sus hijos’ ‘Los dueños de la fábrica reconocen la labor de los bomberos, los trabajadores y la gente del pueblo que llegó con ayuda’ ‘El señor Fernández promete instalar un nuevo hospital para tratar a los heridos de la fábrica’ ‘La familia Meléndez y Fernández deciden invertir con el gobierno en las ruinas ocultas’ ‘La noche del 30 de mayo se celebrará la inauguración de la zona histórica de la isla porque se ha declarado patrimonio las ruinas del lado este’ ‘Impresionante la fiesta del compromiso entre la señorita Teresa y el señor Javier’ ‘La familia Fernández entregó al jefe civil las llaves de las puertas que abren la entrada a las ruinas del lado este de la isla’ ‘Se anuncia la boda de Teresa Fernández y Javier Meléndez para el mes de junio’ ‘Tragedia en la noche del enlace Meléndez - Fernández’ ‘La única heredera de los Fernández muere en extrañas circunstancias’ Este era el último titular así que busqué despacio el anuncio de Teresa Hernández, sorprendiéndome al encontrar una foto muy pequeña de una joven pareja de novios tomada en la sala de una casa. El joven alto y de cabello n***o, estaba de pie cubriendo con su brazo el respaldar de una silla donde estaba sentada una chica, con sus manos en las piernas, con guantes blancos, en un lindo vestido de igual color que sus guantes con cuello alto donde reposaban su larga cabellera negra como la mía. Su rostro era delgado sus pómulos delicados y sus labios pequeños, como sus ojos, era una linda chica muy delgada, pero no estaba feliz a pesar de que el chico sonreía ella solo estaba como ausente, con una inmensa tristeza. Pensé que tal vez ella era la Teresa de Juan, la mujer que amó. No trabajaba en el otro lado de la isla era el capataz de la fábrica, o al menos lo fue hasta el incendio. Recogí las cosas para llevarlas a Eloísa quien me sonrió al acercarme. ─ ¿Encontraste lo que buscabas? ─ Si. ─ ¡Qué bueno! ─ Gracias nuevamente. Tomé la llave y abrí el pequeño armario para sacar mi bolso y me retiré del lugar con más preguntas que respuestas, pero tenía que llegar a la casa de huéspedes antes que mi madre. Esa noche las luces, la música, la comida y los adornos embellecían todas las instalaciones de la casa de huéspedes y en la plaza estaban en una enorme tarima los músicos, quienes amenizaban el último baile de carnaval. Todos los turistas con sus disfraces estaban en la plaza bailando y bebiendo muy contentos. Mis tíos, como mi madre, utilizaron sus disfraces de este año los trajes de los herederos de la corona francesa, y por su puesto, utilicé mi hermoso vestido n***o, esta vez me recogí el cabello en un enorme moño en la base de mi cabeza. La noche fue casi mágica, todos estábamos contentos casi cercano a las doce de la noche me pareció escuchar el ruido del camión de Juan, lo busqué entre la gente, pero no logré ubicarlo; por la hora había dado por descartado el hecho de que se apareciera además si solamente podría verlo yo no tenía sentido hacerlo venir a una fiesta, aun lugar lleno de gente. Dejé a mi madre y a mis tíos disfrutando de la música y me regresé a la casa de huéspedes. Las puertas estaban abiertas y la gente entraba para tomar agua, soda o alguna bebida mientras que los mesoneros los atendían con esmero y cuidado. Me acerqué a la mesa y uno de los mesoneros me entregó un vaso con agua y al voltearme, a ver a la plaza, lo distinguí entre la gente, acercándose lentamente desde la plaza hasta la entrada de la casa de huéspedes. Escurriéndose entre la gente que bailaba en la calle. Tomé despacio el agua de mi vaso, ya vacío uno de los mesoneros se acercó a tomarlo. Se desplazaba lentamente vestido con un traje n***o con una blanquísima camisa y una diminuta corbata hecha un lazo n***o justo debajo de su cuello, del cuello solo sobresalían las puntas de su camisa además tenía un chaleco n***o en forma de v que mostraba hasta el tercer botón n***o de su blanca camisa. Era verdaderamente alto y al caminar, parecía que no pisaba el piso, sus zapatos negros estaban brillantes y con sus manos en los bolsillos se detuvo a unos pocos pasos de la entrada de la casa de huéspedes. Caminé hasta donde se encontraba, justo a la entrada de la casa de huéspedes, no había notado que debía levantar la cabeza para poder verle. Su descuidado mechón, que flotaba casi en su frente, estaba peinado hacia atrás, y su barbilla estaba completamente limpia mostrando su blanca tez y dos lunares marrones que bajaban por su mandíbula del lado derecho. Me parecía mentira tenerlo tan cerca, ser la única persona que pudiera disfrutar de su peculiar belleza, me quedé sin aliento mientras me cubría con esa mirada tan profunda y sonriéndome me dijo: ─ Por favor ven conmigo. ─ ¿A dónde? ─ Aquí cerca ─ volvió a verme a los ojos y no pude negarme. Al cabo de un rato, de caminar entre la gente uno al lado del otro, llegamos hasta el otro lado de la plaza donde acostumbraban a estacionar los vehículos y abrió la puerta del camión n***o. Por un instante me observó y pidiéndome permiso, con un gesto de su cabeza, me levantó en sus brazos para ayudarme a sentarme en el asiento del copiloto. Cerró la puerta caminando rápidamente delante del camión para entrar y encenderlo para irnos. No gesticule palabra alguna, sencillamente no pude, no sabía qué preguntarle estaba atónita de verle. No tengo palabras para describir lo elegante que se veía además de varonil. Minutos después noté que nos dirigíamos a la orilla de la playa y entonces le pregunté viéndole: ─ ¿A dónde vamos? ─ No podía quedarme contigo en la fiesta. ─ ¿Por qué? ─ Porque perdí el pase de la entrada. ─ ¿Cuál pase? ─ El que estaba sobre la guantera, hace unos días. ─ Pero Juan si la fiesta es libre, el que quiera puede estar, es en la plaza. Todos en la isla pueden ir. ─ Lo siento ─ se disculpó, detuvo el camión apagándolo y mirando al frente con las luces encendidas alumbrando el oscuro camino. ─ Dime una cosa Juan. ─ ¿Qué quieres saber? ─ ¿Es importante para ti ese pase? ─ Si lo es y lo he perdido. ─ Juan, no lo has perdido, yo lo tomé ─ le contesté apenada por el dolor que le causaba el hecho de haberlo perdido. ─ ¿Tú lo tienes? ─ Si. Disculpa lo tomé prestado, pensé que no significaba nada para ti. ─ Qué bueno que lo tienes. ¿Dónde está? ─ En mi casa. ─ ¿Podrías regresármelo por favor? ─ Claro que sí. Lo siento yo no pensé que fuera tan importante para ti. ─ A veces las cosas más insignificantes tienen mucho valor. ─ Si ahora lo entiendo ─ respondí al ver su rostro entristecido. ─ ¿Para qué lo tomaste? ─ Pensé que podía ayudarme a saber de ti. ─ Pero si puedes preguntarme lo que necesites saber. ─ ¿Estás seguro? ─ Si ─ respondió sin duda alguna. ─ Si tanto lo quieres vamos a mi casa y te lo entrego. ─ Te prometo que no te daré problemas ─ sonrió aliviado pero apenado. ─ Yo sé que no. Regresa y pasamos a buscarlo en casa. ¿Te parece? ─ Gracias Teresa. Nuevamente encendió el camión y nos regresamos por el mismo camino hasta mi casa. Al acercarnos a la casa apagó las luces y suavemente estacionó enfrente, la noche estaba clara, la luna estaba inmensa en el cielo y las estrellas brillaban más que nunca por el cielo n***o. No dijo nada, al cabo de un rato de tocar con suavidad el inmenso volante del camión sonrió, cómo si hubiese recordado algo, y dijo: ─ Teresa si quieres puedes quedártelo. ─ No, es tuyo yo no debí quitártelo. Si quieres esperas aquí mientras voy por él. ─ No, mejor te acompaño además no puedes bajar sola del camión con ese vestido. ─ Tienes razón ─ le sonreí y mirándome a los ojos bajando la mirada al suelo dijo ─ Estás muy linda esta noche. ─ Gracias ─ hizo casi una media sonrisa haciendo que su labio y su mejilla hicieran una pequeña hendidura que me pareció hermosa. ─ Espera que te abro la puerta, señorita Teresa. Me quedé esperando que abriera la puerta, al tenerlo delante de mí levanté con mi brazo los pliegues del vestido y tomando mi mano la coloco en su cuello mientras despacio llevaba su mano a mi espalda y la otra, debajo de mis rodillas, para levantarme en sus brazos y luego dejarme suavemente en el piso. En ese instante mis pulmones respiraron el más sublime aroma al estar cerca de su rostro, no puedo describirlo, pero me pareció estar respirando el aire de una esponjosa nube blanca del cielo azul y el agradable aroma de la lluvia, como cuando empieza a caer sobre el pasto verde, o el olor de los pinos cuando tomas sus ramas verdes y las frotas entre tus dedos. Al tocar el suelo levanté mi vestido y ambos caminamos hasta la entrada de la casa. Abrió la puerta como si supiera que estaba abierta y encendió la luz para permitirme entrar, luego esperó que entrara para cerrar la puerta suavemente. ─ Puedes sentarte mientras me esperas. ─ Gracias, pero así estoy bien ─ se quedó casi en el umbral de la puerta observándome caminar por el pasillo a oscuras y subir las escaleras hasta mi habitación. Entré rápido y encendí la luz de la habitación, la brisa fría entraba por la ventana y busqué en el libro de poemas de mi padre el trozo de papel. Mágicamente ya no tenía las líneas que con el lápiz había trazado y eso me alegró, pensé entonces que las había borrado sin darme cuenta. Cuando llegue a la entrada estaba sentado en el pequeño sofá, justo debajo de la ventana cuya brisa fría movía la blanca cortina. Sonrió al verme y se levantó del asiento mientras le extendía la mano con el trozo de papel, se acercó hasta donde estaba y la tomó entre sus enormes manos con sus largos dedos. ─ Gracias Teresa ─ sonrió complacido mostrándome su limpia sonrisa y su satisfacción de haber recuperado su pase. ─ Discúlpame, de verdad Juan ─ No importa ─ sonrió nuevamente revisando cada trozo del papel y tocando con la yema de sus dedos lo escrito. ─ ¿Por qué es tan importante para ti? ─ Porque tiene su letra escrita para mí. ─ ¿Y qué dice? ─ ¿Tú sabes lo que dice? ─ No ─ respondí instintivamente, aunque sabía que mis mejillas cambiarían de color de inmediato, delatándome. ─ ‘Para que puedas entrar, Teresa’ ─ dijo colocando el trozo de papel en un pequeño bolsillo de su chaleco n***o y acomodándose el saco lo cerró con sus botones. ─ Juan quisiera que fueras totalmente sincero conmigo. ─ No he dejado de serlo ─ dijo serio ─ ¿Por qué no me contaste que trabajabas en la fábrica cuando ocurrió el incendio? ─ Porque no lo preguntaste. Luego del incendio cuando las cosas regresaron a la normalidad tuve que renunciar. ─ ¿Renunciar, por qué? De acuerdo a lo que sé fuiste casi un héroe al salvar a tus trabajadores. ─ Solo a dos de ellos, los demás murieron Teresa. Sé que no está bien que nos quedemos solos en tu casa, porque mejor no salimos un rato. ¿Te parece? ─ ¿Regresaremos a la fiesta? ─ No ─ ¿A dónde vamos? ─ Si no te importa podemos ir a la orilla de la playa. ─ No de verdad que no me importa, me parece bien. Juan sonrió nuevamente complacido y como hacia siempre, en su gesto de haber conseguido lo que quería, bajaba lentamente la mirada al suelo y su sonrisa dejaba ver sus dientes perfectamente alineados. Me dirigí a la puerta delante de él y casi como un rayo la abrió para dejarme pasar primero, apagó la luz y la cerró nuevamente mientras esperaba para que él caminara delante de mí, pero esta vez íbamos los dos juntos, uno al lado del otro. Vi la luna inmensa en el cielo y le sonreí, creo que ella sabía lo feliz que estaba, hasta por los poros salía. Cuando llegamos al camión abrió la puerta del copiloto y tomándome por la cintura me ayudo a subir, luego se subió al camión y lo encendió para tomar el camino a la orilla de la playa. Como siempre el tiempo me parecía que no transcurría sencillamente se detenía a su lado, sin embargo, las preguntas seguían quemándome así que le dije después de un largo silencio. ─ ¿Por qué renunciaste? ─ Porque me enamoré de alguien que no debí ─ ¿De quién? ─ De la hija de un hombre poderoso y rico. ─ dijo apretando con sus dedos el volante y con una expresión de dolor en su rostro viendo a la oscura carretera. Su expresión de dolor me pareció tan profunda que no me atreví a decirle nada más. Aminoro la velocidad pues habíamos llegado a la orilla de la playa, pero no era donde nos encontramos la primera vez me pareció que estábamos en el otro lado de la isla. Apagó el camión y dijo sin verme a la cara, casi como un susurro. ─ Caminemos un rato, por favor. ─ Claro. ─ Espera que te ayudo a bajar. Esperé que llegara y al abrir la puerta se quedó mirándome al rostro como detallando cada uno de mis rasgos bañada con la única luz, la luz de la luna llena. Sonreí apenada y entonces se acercó a mí lentamente para colocar sus brazos con cuidado debajo de mis rodillas, cubiertas por el largo vestido, y en mi espalda. Lentamente me dejó en el suelo y cerrando la puerta tomó mi mano para llevarme a la orilla de la playa, alejados del agua para no mojarnos los pies, pero escuchándola amenazando con alcanzarnos. La luna llena inmensa en el cielo ennegrecido bailaba en el agua con su tenue reflejo, mientras las olas llegaban besando la orilla lentamente. Solo nos alejamos un poco del camión, sin llegar a mojarnos los pies, no sabía cómo con mis zapatos altos podía caminar sin hundirnos en la arena, iba tomada de su mano y a pesar del frio de la noche y la brisa, sentía una tibiez entre sus dedos que no permitía que sintiera frio, parecía que su calor me cubría por completo. ─ Ahora si puedes hacerme todas las preguntas que quieras. ─ ¿De quién te enamoraste? ─ De alguien que no debí. ─ ¿De la hija de Fernández? ─ Si. Luego del incendio cuando las cosas tomaron su rumbo la hija de Fernández visitaba la fábrica, el hospital y ayudaba a los heridos. Una tarde la conocí, no sabía que era su hija porque no me lo dijo, además era una joven tan sencilla que jamás pensé que fuera la hija de un hombre tan déspota y controlador. ─ ¿Cómo se enamoraron? ─ No fue difícil era muy hermosa pero su corazón y su amor a los otros fue lo que realmente me atrajo de ella. Nos visitaba todos los días, verificando que se trataran bien a los enfermos del improvisado hospital, y luego, promovió la idea de ayudar a las familias de los fallecidos, así como las becas para sus hijos. Nos veíamos todos los días, era una mujer muy sencilla, de hecho, su ropa era común y corriente. Poco a poco nos fuimos interesando el uno en el otro, compartíamos muchas de las ideas referidas a mejorar las condiciones de los trabajadores de la fábrica y luego, empezamos a vernos en la playa al finalizar la jornada. No sabía que era su hija, eso lo supe después. La conocíamos por otro nombre, supimos luego que se trataba de la hija de Fernández, cuando en la fiesta de carnaval ese mes, el señor Fernández la presentó. Nunca pensé que se pudiera sentir tanto por alguien, querer estar siempre cerca para vivirlo y no estar separado nunca más.
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