LA ISLA
Escombros
Muchas veces los jóvenes acostumbrábamos celebrar en la playa alrededor de una enorme fogata toda la noche hasta llegada la madrugada, muy cerca de la orilla, bailando alrededor del fuego que ayuda a mantenernos calientes, mientras la fuerte brisa luchaba por apagar su grandes llamaradas que pretendían alcanzar el cielo.
Celebrábamos el carnaval, y como era costumbre, nos disfrazábamos para corretear por la playa haciendo tanto ruido que creo que hasta los muertos del pequeño cementerio se despertaban.
Durante la primera noche de la celebración del carnaval de este año utilicé como disfraz un vestido de ancha falda negra ajustada a la cintura, que se abría como paraguas hasta los pies en pliegues perfectamente doblados, con los hombros descubiertos y con un corpiño n***o que detallaba mi delgada figura. Llevaba mi cabello lacio suelto el cual era levantado por el viento fuerte de la noche, casi al mismo ritmo, que las llamas de las fogatas se elevaban al cielo. Sobre mi cuello reposaba una hermosa piedra negra brillante en forma de corazón, casi como un trozo de carbón que resplandecía por el brillo del fuego y la luz de la luna.
Esa noche, sola en la orilla, contemplando cómo la luna jugueteaba con las olas en aquel cielo completamente n***o, cerré mis ojos para sentir la brisa acariciar mi rostro, con dulzura, como la de un enamorado. Fue en ese instante que sentí como si realmente estuviese alguien a mi lado, rozó mi mano con suavidad, y una agradable sensación de calor me embargó a pesar de la brisa fría de la noche, cubriendo con su mano amorosamente cálida la mía. Mientras me extasiaba con esa calidez en la piel un leve soplo tocó mi rostro, como si se hubiera acercado tanto a mí para rozar sus labios en mi mejilla helada, y darme un tierno beso, mientras su mano seguía tomada de la mía. Giré mi cabeza y aún con mis ojos cerrados busqué mi mano para distinguir a aquel que seguía a mi lado teniendo la certeza de su existencia, pero al abrir mis ojos para contemplar su rostro, no había nadie. No duró mucho, pero la sensación de paz que me dejó fue maravillosa, aún la recuerdo vivamente.
Por eso todas esas noches de luna llena y cielo profundamente n***o, cierro mis ojos añorando que mi enamorado venga a dejar su dulce calor en mis manos frías y sus amorosos besos como suspiros en la oscuridad.
Dedicatoria
Para aquél que custodia mi alma.
Para aquél que me dio el más dulce regalo,
el perdón, la mejor medicina para el corazón enfermo
y el amor, el mejor estimulante para una vida feliz.
Ángel de la guarda, dulce compañía,
no me desampares, ni de noche ni de día,
no me dejes solo que me perdería
LA ISLA
En esta isla olvidada solo existía una pequeña iglesia, una plaza enorme en el centro con dos casas de huéspedes donde los viajeros de esos enormes barcos pasaban la noche esperando partir al otro día. Muchos somos el fruto de esas noches de baile a la orilla de la playa y otros somos el resultado del abuso de algún borracho, de mala muerte, en un descuido del grupo de amigos o por una decepción amorosa, que nos lleva a escondernos o apartarnos de todos.
Al principio y antes de que esta fábrica se instalara en la isla, éramos pescadores pero la contaminación del carbón solo trajo muerte y desesperanza. Dejamos de ser pescadores para convertirnos en almas en pena que salen y entran en turnos interminables por las puertas de hierro que bordean la fábrica, en aquella pequeña colina escondida detrás de los arboles con enormes hojas en sus ramas y rodeados de una tupida vegetación.
Las familias empezaron a desintegrarse cuando al principio eran muy unidas, los hijos respetaban a los padres y los padres cuidaban con esmero a sus hijos a quienes les enseñaban el primer oficio: pescar. Pero cuando la fabrica llegó, poco a poco el dinero empezó a recorrer las calles de esta humilde isla, transformándonos en seres materiales que solo les importaba el acumular dinero para cada quince días tomar el barco del carbón e ir a la civilización a comprar cosas, que creíamos nos harían felices.
Poco a poco nuestras casas de techos de paja tejida se cambiaron por concreto, las casas de una sola planta pasaron a ser de dos pisos y las familias numerosas de más de ocho miembros pasaron a ser de no más de cuatro miembros. Nuestros abuelos no llegaban a cumplir más de sesenta años y los jóvenes que decidían quedarse en la isla, sin estudiar, únicamente tenían como medio para sobrevivir el trabajo extenuante de la fábrica, manejando el carbón para las calderas.
Nuestra isla luce un verde maravilloso, estamos rodeados de colinas y de altas montañas además de una espectacular barrera de rocas corroídas por las olas, que con furia arremeten día y noche contra ellas. Esta área está en el lado oeste de la isla de donde solían partir las embarcaciones con los pescadores, en esta parte de la isla hay casas con techo de paja aun y son unos pocos los pescadores que sobreviven de esta actividad. Hay sol y una brisa que deja tus mejillas frías todo el tiempo, la vegetación es muy verde pues llueve constantemente, aunque siempre esté el sol en el medio del cielo azul.
En el área este de la isla, rodeada de las colinas que forman el horizonte del lado oeste, está el área civilizada de la isla. Hay un pequeño puerto donde llegan los barcos con carbón, los viajeros a visitar las aguas termales del lado este y un pequeño barco que lleva solo a los pasajeros para el vecino país. Además, escondidos entre las colinas, está la pequeña población donde todo es verde, hay frió y llueve todos los días . Justo en la mitad, donde la isla parece que termina, hay un pequeño islote oculto por las colinas y la tupida vegetación donde se encuentran los escombros de una fortaleza, donde se escondían los piratas y luego fue el sitio para que los rebeldes se protegieran de las tropas leales al rey hasta lograr la libertad.
En mi isla existen varias clases de familias: las que han pasado más de tres generaciones trabajando en la fábrica, aquellas que trabajan para dar alojamiento a los viajeros de los barcos de carbón que disponen solo de dos casas de hotel, aquellas que trabajan trayendo mercancía para vender en los únicos dos establecimientos dedicados para ello, donde se venden ropa, muebles, telas y artefactos eléctricos por parte de una sola familia y la otra familia que se encarga de traer de la civilización útiles para la limpieza y para el aseo personal.
Luego tenemos a los que toda la vida se han dedicado a la educación, a ser el maestro o el profesor antes en la única escuela del pueblo y ahora en las escuelas técnicas, donde aprendes los oficios administrativos y técnicos que se requieren para ser de aquellas familias estudiosas que pueden disponer de dinero suficiente para tener carros, casas cómodas y poder enviar fuera de la isla a los descendientes que casi nunca regresan a ella.
También tenemos a los profesionales, que se han regresado para poder vivir su vejez tranquila, cultivando alimentos que se venden en el único establecimiento disponible para ello. Generalmente estos fueron habitantes anteriores que al culminar su época productiva se instalaron con sus ahorros en estas tierras y ahora cuidan a sus nietos.
Además había un sacerdote, un pequeño grupo de policías con una pequeña oficina, una estación de bomberos, preparados para cualquier eventualidad en la fábrica, y un juez civil que registraba lo que en materia civil y mercantil acontecía en nuestra isla.
Hay un grupo de médicos que fueron traídos de la civilización para cuidar a los trabajadores de la fábrica en un pequeño hospital, que anteriormente había sido una pequeña casa de tres habitaciones cercano al puerto, y ahora era una edificación de tres pisos con una aéreo-ambulancia y dos carros ambulancia, que con su estridente sirena despertaban a todos cuando ocurría algún accidente en la fábrica. Esos médicos eran hombres y mujeres ya maduros, con experiencia de más de veinte años, que normalmente morían de viejos en este sitio.
Mi padre fue uno de esos médicos que vino con la empresa que monto la fábrica en la isla, se enamoró de una de las enfermeras del hospital enviándola al país cercano a que se titulara para hacerse médico. Su nombre es Johan Stephen y la enfermera se llama Isabela Rojas De La Torre, era una chica muy lista, muy estudiosa y con una habilidad en las manos increíble. Mi padre era un hombre de un metro ochenta y nueve, rubio con ojos negros y cirujano, al descubrir su habilidad se encargó de enseñarla lo más que pudo convirtiéndola en su ayudante. Johan quedó prendado de mi madre, primero por su entereza, su inteligencia desde que la vio y luego por su belleza pues era una linda joven, blanca de ojos azules, como el inmenso mar, con un abundante cabello rizado de color n***o.
En ese entonces mi padre tendría cercano a los cuarenta años y mi madre veintidós años, pero en la casa de mi madre, mi abuelo trabajaba en la fábrica y bebía mucho, mientras abuela atendía a los huéspedes en una de esas casas cercanas a la plaza donde se hospedaban. Mi madre tuvo dos hermanos quienes trabajaban en la fábrica como mi abuelo y ayudaban a mi abuela con la atención del hospedaje, turnándose los tres para atender a los huéspedes.
Mi abuelo se violentaba rompiendo las cosas cuando llegaba a la casa y no estaba su cena caliente en la mesa, sólo esperando que él llegara. Esa situación no le agradaba a mi madre, siempre había bebido pero luego que lo despidieron en la fábrica, por llegar borracho a su tuno, su decepción lo hacía beber mucho más.
En ese tiempo mi abuela le había confesado a mi madre que ella no era hija de mi abuelo, cuando le reclamó de por qué dejaba que la maltratara cuando ella hacia lo imposible por complacerlo. Llorando mi abuela le explicó que mi abuelo se había enterado de que ella había sido violentada, luego de tener a su primer hijo, por un capitán de un barco que llego al pueblo. Doce años después ese capitán inglés regresó y viendo el parecido de esa niña con su madre fue a visitar a mi abuela, en aquella casa de huéspedes, entregándole dinero suficiente para que pudiera darle una buena educación. Nunca supo que había quedado en estado y era lo menos que podía hacer por haberle hecho tanto daño. Eso desplomó a mi abuelo pues para él su mayor orgullo era su hermosa hija y saber que no era de él lo enfureció, porque lo que ganaba en la fábrica no podría cubrir la educación de ella, y empezó a beber porque a pesar de saber que mi abuela no estuvo con ese hombre a su gusto, sino que fue tomada por la fuerza, no pudo matarlo para borrar su afrenta.
Mi abuela peleó con él hasta que aceptó que su hija fuese a estudiar, pues a pesar de todo, ambos no querían que ella se quedara en el pueblo sin una mejor oportunidad. Entonces el abuelo empezó a beber, ya no era solo en las noches, era a cualquier hora y cuando mi abuela no le daba dinero para comprar alcohol, la robaba y la golpeaba para quitárselo. Los hermanos de mi madre, para no golpearlo, se lo daban con tal y dejara a su madre en paz. Para ese momento la actitud de mi abuelo con mi madre había cambiado, era muy violento así que ella procuraba no estar en casa, porque cuando estaba borracho se acercaba a ella besándola y tocándole las piernas con malicia. Así que mi madre, cansada de ayudar a mi abuela y comprendiendo que las cosas no iban a cambiar, con respecto a ella, decidió que lo mejor era hacerse enfermera, para no estar en la misma casa durante muchas horas y permanecer alejada la mayor parte del tiempo de sus padres.
A mi abuela le dolió aceptarlo, pero luego comprendió que la única forma de lograr que su hija pudiera tener un futuro diferente, que atender la casa de huéspedes, era que se hiciera enfermera y trabajara en el hospital. Sin embargo, no le pidió que se quedara en casa más bien la animó a que se mantuviera alejada, al reconocer que su padre podría hacerle daño, porque en ese entonces mi abuelo permanecía borracho por días sentado en un rincón de un bar, en el lado de la isla donde los pescadores habitaban, hasta que un día no regresó.
A pesar de ser los herederos de la historia de la libertad de la isla, eso nunca les dio más que el reconocimiento popular, que poco a poco se fue perdiendo en la medida en que la civilización avanzaba y los que quedaban en la isla se morían de viejos.
Una de esas largas noches de luna llena y de fiestas, por la llegada de los barcos de carbón, mi madre salía del hospital rumbo a su casa cuando fue interceptada por borrachos que se escondían en los callejones del pueblo, protegidos por la obscuridad de la noche. Se había quedado más tiempo porque ayudó a mi padre en una delicada operación, pero le tocaba el turno de la noche en el hospedaje. Sin decirle nada a mi padre salió del hospital, por las pequeñas calles donde no existía alumbrado, para hacer su trayecto más corto y llegar antes de que su hermano saliera a su turno de las nueve de la noche en la fábrica.
Había tres borrachos tirados en el suelo detrás de unas cajas llenas de herramientas, le salieron al encuentro pidiéndole que los atendiera, pues sabían que era la hija del anterior capataz de la fábrica y enfermera ya que vestía su uniforme. La rodearon para intimidarle y gritándole: ─ Sabemos que ustedes tratan bien a todos, bien cariño tengo un terrible dolor de cabeza.─ le dijo uno con aliento a alcohol y con sus manos sucias le tomó del antebrazo, ella se soltó y lo miró desafiante empujándolo con fuerza hasta hacerlo caer al suelo.
Los otros dos con sus botellas en sus manos, levantándolas celebrando con risotadas lo que le había ocurrido al primer borracho, lo contemplaron burlándose de él mientras mi madre trató de huir del sitio, pero los dos se interpusieron en el camino, impidiéndole avanzar.
─ Déjenme pasar
─ Lo siento señorita enfermera, pero primero debe curar a mi amigo. Tiene días que no ha estado con una mujer. ─ le dijo otro de los borrachos de pantalón caqui ennegrecido y franela marrón por el sucio.
─ Así es señorita ─ replicó el primero, se levantó apoyándose de la pared, tambaleándose le quitó la botella al tercero de ellos y la rompió contra la pared logrando esparcir tanto el liquido como pedazos de vidrios por todos lados.
─ Bien, creo que será mi día hoy y es mejor que sea buena, si no quedará desfigurado su bello rostro. Por tu padre perdí el trabajo y ahora ni siquiera tengo para comprar una botella ……
─ Déjeme pasar ─ volvió a insistir mi madre
─ Ya te dijo─ replicó el segundo ─ que debes atendernos primero a todos.─ rió apoyándose en los hombros, tambaleándose con el tercer borracho, mientras el primero se acercaba a ella tomándole por el antebrazo para pegarla a su cuerpo y besándola en la mejilla empezó a tocarla para hasta levantar la falda.
Mi madre forcejó con aquel hombre, golpeándolo con su bolso y arañando el rostro con furia logrando con ello que la soltara, entonces escucharon los gritos de un hombre que se acercaba a ellos con fuertes pisadas: ─ ¡DÉJENLA EN PAZ!
No había mucha luz, así que mi madre asustada se alejó, mientras dos de los borrachos buscaban entre las sombras el origen de aquellos gritos observando atónitos la figura de un hombre de casi dos metros que se acercaba a ellos sosteniendo un palo enorme. Uno de ellos se le lanzó encima y le golpeó la cabeza dejándolo tirado en el suelo mientras que el otro, rompiendo la botella contra la pared, se le abalanzó por la espalda hiriéndolo solo en el brazo antes de que este le diera con el palo en el estómago ahogándolo y dejándolo en el suelo retorciéndose del dolor.
Mi madre se apoyó en una de las paredes, luego de tomar su bolso del suelo, mientras en la oscuridad trataban de distinguir quién era ese hombre. El primer borracho se incorporó y viéndola con rabia luego de unos segundos le dijo:
─ Cuando termine con él vendré por ti. ─ limpiándose el rostro que sangraba y la boca por donde salía su saliva con aliento a alcohol.
Mientras ya el primer borracho, al que había golpeado el hombre, se le enfrentó y el otro seguía retorciéndose del dolor en el piso, levantó sus puños y trató de golpearlo fallando en su intento, pero aquel hombre con sus puños cerrados le dio en el rostro dos veces, uno por la derecha y otro por la izquierda haciéndolo caer al suelo inconsciente nuevamente. Mientras él lo observaba atento quedar inconsciente en el piso , el borracho que había golpeado a mi madre había recogido la botella rota del suelo y acercándose al hombre por la espalda trató de herirlo pero mi madre encontró en el suelo la otra botella y corriendo hacia él la enterró en su espalda. Este quedó sobre la espalda del hombre de dos metros, sorprendido, viéndolo caer mientras mi madre lo miraba atónita con la botella aun en su mano, arrojándola al poco tiempo, mientras reconocía a mi padre. Mi padre luego de ver caer al hombre al piso se abrazó a mi madre quien lloraba sin poder decir nada, temblando como una hoja por el viento.
─ Tranquila, debemos irnos.
─ Yo lo maté, yo lo maté.
─ Tranquila, vayámonos de aquí. Esto ocurre todo el tiempo ─ le dijo él limpiándole el rostro y besándola
─ ¿Por qué no me esperaste?
─ Tenía que llegar a casa.
─ Vayámonos, no debemos quedarnos aquí ─ así que rodeándola con su brazo y recogiendo su bolso del piso, se la llevó por la callejuela hasta llegar a su casa donde la ocultó por días.
El borracho al que hirió mi madre murió desangrado y los otros dos, describieron al hombre, llegando la policía a buscarlo al hospital. Mi padre sabía que era su palabra contra la de ellos, así que, haciendo valer su reputación ante la policía les dijo que había sido en defensa propia y que aquel hombre quería robarlo , mostró su herida en su brazo producto de la cortada de la botella y entonces lo liberaron. Era tal la borrachera de los otros dos que no estaban seguros de haber visto a la enfermera, así que aprovechándose de ello, mi padre sacó a mi madre de la isla y la envió al país vecino ayudándola a estudiar medicina.
Mi madre se quedó en casa de sus padres y cinco años después mi padre regresó a buscarla para casarse con ella. Había cumplido entonces cuarenta y cinco años mientras que ella era una joven de apenas veintisiete años, logró cambiarse el nombre a Isabela De La Torre desprendiéndose por ello del apellido de su padre, Rojas. Nunca utilizó el de mi padre y le pidió que dejara que yo decidiera, cuando cumpliera mi mayoría de edad, si quería utilizar su apellido o el apellido de mis tatarabuelos. Antes de regresar a la isla todos me conocían como Teresa Stephen pero cuando llegamos lo cambié a Teresa De La Torre.
Al llegar a la isla mi padre ya estaba enfermo, habiendo muerto mi abuela, mi madre pensó que era el mejor lugar donde mi padre podría vivir más tiempo por lo saludable del ambiente y la tranquilidad de no estar en aquellas ciudades llenas de estrés. Pidió entonces que la trasladaran a la isla, y junto con mi padre, nos quedamos en una pequeña casa de dos pisos donde los médicos de la fábrica se instalaban para atender a los trabajadores en el hospital.
Mi padre murió cuando tenía sesenta y tres años, justo cuando cumplí veinte años, ya teníamos casi tres años de estar en la isla quedando mi madre viuda a los cuarenta y cinco años.
Antes de la enfermedad de mi padre mi abuela y mi madre no compartieron, nunca nos acercamos, aunque mi padre siempre le recordó que ella debería buscarla para unirse como familia; las cosas que habían pasado, así como la razones que tuvo mi padre para mantenerla alejada de su casa, fueron para protegerla, pero mi abuela nunca no lo entendió de esa manera.
Mi madre permaneció alejada de mis tíos a pesar de que ellos empezaron a visitarnos cuando mi padre enfermó, porque cuando regresamos a la isla ya mi abuela había fallecido. Usó su enfermedad como escusa, mi padre propició a que la familia se uniera de manera que cuando mi madre quedó viuda mis tíos le ofrecieron su apoyo, así fue entonces que conocí a mis dos únicos familiares: mi tío Eduardo y mi tío Alfredo.
Mi tío Eduardo, se había casado con una de las maestras de la escuela de la fábrica llamada Margarita y tenían tres hijos de apenas cinco, tres y dos años. Vivían en la casa de huéspedes cercana a la plaza donde atendían a los turistas pues, luego que mi abuela muriera, ellos siguieron atendiendo el negocio familiar.
Eduardo tiene cuarenta y dos años es el menor de los tres, es moreno de ojos negros y largas pestañas muy parecido al abuelo, mientras que su compañera, Margarita, es rubia natural, de tez blanca casi transparente y rosado, con ojos azules que asustan, sin embargo, sus hijos tenían el cabello n***o y la piel color canela muy hermosa y suave. Margarita era muy amorosa con los niños, y con sus hijos era especial, siempre estaba con ellos luego del medio día que regresaba de la escuela, dándoles de comer, pendientes de que estuvieran siempre limpios, paseando y que por supuesto, no molestaran a los huéspedes.
Mis tíos habían cambiado la fachada de la casa, dejando en la parte de arriba las doce habitaciones con balcones distribuidos a ambos lados, seis por cada lado, que daban a la calle y al entrar en la casa había un espaciosa sala de recibo donde había hermosas plantas, una enorme alfombra roja con las iniciales de la familia DLT (De La Torre) bordadas en n***o y varias sillas con pequeñas mesas repartidas a lo largo de la habitación, estando al final un enorme escritorio de roble marrón donde estaba siempre sonriente mi tío Alfredo, quien se encargaba de administrar la casa de huéspedes.
Mi tío Alfredo tenía la piel más clara que la de mi tío Eduardo, y como mi abuela, tenía unos hermosos ojos almendrados color miel, un delgado rostro y una perfilada nariz, muy distinto a su hermano, cuyas facciones eran más bien rudas. Alfredo tenía cuarenta y siete años, siendo el mayor de los hermanos, estaba soltero, pero según cuenta Rosa era un viudo entristecido porque su amor había muerto en sus brazos y nunca volvió a encontrarse con otra mujer.
Si no supiera parte de la historia no pudiera entender cómo mi madre es tan blanca y con esos ojos azules y mis tíos son de piel oscura, claro mi abuelo era oriundo de esta tierra y su piel estaba tostada por el sol mientras que mi abuela era de piel más clara con unos enormes ojos almendrados, de acuerdo a las fotos que se encuentran en la casa de tío Alfredo. Tal vez por ver esos contrastes a diario no es de extrañar cuando pueda ocurrir en tu familia, es algo cotidiano y hasta normal.
En la parte de atrás de la edificación, luego de un espacioso jardín interior, quedaba la casa de mi tío Eduardo una casa de cuatro habitaciones muy espaciosa también. El jardín interior era enorme, tenía árboles muy altos y con una tupida vegetación, había construido un camino de piedras, traídas de las montañas, y rodeado de una hilera de faroles para alumbrar en las noches. Justo al final del jardín cuando piensas que no hay nada más, te encuentras con unas puertas del depósito, que siempre esta cerrado, y casi oculta detrás de un jardín de flores y helechos que bordean un enorme árbol, se encuentra la pequeña casa de tres habitaciones muy pintoresca. La casa de Alfredo parecía una casa de muñecas con la puerta de madera y en sus ventanas, justo debajo de ellas, una pequeña repisa donde se lucían unos maceteros con plantas que siempre estaban con flores de variados tamaños y colores. Su techo era de madera que reposaba como si hubiese sido colocado un libro justo en la mitad y sus hojas caían a ambos lados, tenía tejas rojas y la casa estaba pintada de blanco con dibujos de una enredadera con flores hechos a mano.
Si hubiese estado aquí cuando niña nunca hubiera salido de esa casa, porque era muy acogedora tenía una pequeña sala con dos muebles de madera, una pequeña mesa adornada con un maceta de barro,con un enorme helecho de hojas pequeñas que parecían gotas de agua, y una lámpara de pie, además de las cortinas blancas tejidas a mano que bailaban al ritmo de la brisa. Luego un pasillo muy estrecho para llegar a una cocina, con unos gabinetes blancos, con dos ventanas por donde se asomaban las flores de una enredadera que bordeaba la casa y en medio de ella estaba una mesa con cuatro sillas para completar el comedor. Justo al final de la cocina estaba una puerta para el pequeño patio trasero y las habitaciones, con un espacio cuadrado sin techo, que te permitía contemplar la noche estrellada sin dificultad.
A mi madre no le gustaba estar ahí, prefería comer en el salón de la casa de huéspedes, tal vez porque le recordaba a su madre, porque en este lado de la edificación estaba la casa de mi abuela y mi tío Alfredo se quedó con ella, transformándola luego a su estado actual. Mi tío no se había casado y vivía acompañado de una de las sirvientas de mi abuela, una dulce mujer canosa que para mis efectos es como si fuera ella.
Esa dulce mujer canosa se llama Rosa y tiene historias maravillosas que me encanta escuchar, sobre todo aquella de mis tatarabuelos.
Mis tatarabuelos crecieron en esta isla, soy la tataranieta de una de las heroínas para lograr la libertad de esta isla; fueron tan fuertes sus convicciones que murió por ellas, junto con su amado esposo con quien las compartía. Según cuentan a ella le gustaba mucho enseñar, era maestra, y mi tatarabuelo era pescador, aunque todos dicen que eso era lo que había decidido hacer pero que era un abogado venido de aquel país cercano y, para quedarse con ella, aprendió el oficio.
Los padres de mi tatarabuela habían fallecido por la epidemia así que ella se quedó sola en aquel inmenso caserón, en el lado este de la isla, y mi tatarabuelo poco a poco la conquistó hasta que logró que ella lo aceptara en su casa y se casaron. Ella creía en la libertad, en la igualdad de todos y sobre todo en el libre pensamiento, porque si Dios nos había dado el libre albedrío, como un derecho de decidir, ningún otro mortal podría arrebatárselo a nadie.
Escondidos de todos y protegido por una tupida vegetación, había un pequeño islote donde habían constituido una fortaleza de tres torres, y se convirtió en el sitio donde los rebeldes se quedaron mientras eran saqueadas sus casas, destruida la iglesia, la escuela y el pequeño dispensario. Mis tatarabuelos, encargados de la rebelión, se ocultaron en la fortaleza cubierta por la vegetación mientras los soldados del rey hacían de las suyas con los habitantes de la isla. Cuando fueron matando uno a uno, llegaron a buscarlos en la torre, y luego de torturar a cada uno de los amigos, quienes los custodiaban, dieron con ellos escondidos en los calabozos antiguos de la fortificación.
Amelia y Alfredo De La Torre fueron llevados a la destruida plaza y enfrente de todos los torturaron. Alfredo le arrancaron cada uno de sus dedos, mientras obligaban a Amelia a verlo, pero él ni siquiera gimió contuvo su dolor, cuando quemaron sus manos para parar la sangre. En ese instante la soltaron para que pudiera verlo por última vez consciente y luego, frente a todos, los amarraron en unos troncos y los quemaron. Nunca se retractaron de lo que hicieron, entonces sus escritos se repartieron por toda la isla, la misma noche de su fusilamiento y esa madrugada los habitantes que quedaron tomaron por asalto a los soldados del rey declarándose libres
Así que, teniendo esa historia de luchas, de héroes valientes y de mujeres valerosas yo no podía hacer menos, ya que soy una genuina De La Torre, aunque sea mi segundo apellido. A mi madre, Isabela, no le agrada mucho que me interese por esas historias antiguas o por conocer sobre las cosas que nos han pasado. Creo que es maravilloso conocer de dónde vienes para que puedas decidir a dónde vas.
A pesar de todo he sido educada abiertamente, con libertad para decidir qué hacer, qué estudiar y sobre todo para leer sobre cualquier tema. Isabela se ha encargado que aprenda sobre todo aquello que pueda interesarme y se lo agradezco, he sido educada para usar el derecho divino del libre albedrío.