Juan miraba al horizonte, sonreía como si la viera frente a él, su cara realmente era un espejo de sus sentimientos por ella.
─ ¿Cuál nombre utilizó? ─ le interrumpí.
─ No lo recuerdo ahora. ─ me miró unos segundos y luego continúo su relato. ─ Una tarde, después que salimos de la fábrica, me hizo prometerle que la esperaría en la playa y eso hice. Cercano al atardecer apareció y cuando estuvo frente a mí, me entregó el trozo de papel que vistes para que pudiera asistir a esa reunión, era una fiesta de carnaval como la de hoy a la que me invitaste. Minutos después de estar en el lugar descubrí que era Teresa Fernández y eso me enfureció, solo pensaba en lo que me había hecho, las mentiras que me había dicho, ocultándome quien era en realidad. La esperé en la orilla toda la noche, porque no me atreví a entrar en su casa, luego que supe quién era. Caminé a la playa, recorrí la orilla muchas veces, hasta que decidí esperar sentado observando las olas venir una y otra vez acercándose a mí. No sé cuánto tiempo pasó, pero me recosté mirando al cielo contemplando el baile de las nubes.
Me quedé dormido porque la jornada en la fábrica había sido agotadora, al abrir mis ojos solo contemplé su rostro que sonriente me miraba y se arrodilló a mi lado, colocando su mano en mi pecho. No me permitió levantarme y sentados los dos, nos vimos a los ojos. Cada vez que su rostro se acercaba al mío sentía que mi corazón se saldría del pecho, me quedaba sin aliento, sin poder respirar y me perdía en lo profundo de su mirada. Así viéndonos, uno al otro, me atreví a acercarme a sus labios, vi cómo lentamente cerraba sus pequeños ojos verdes esperándome, sólo esperando que me atreviera a besar sus dulces labios.
Esa noche por primera vez me atreví a besarla, rocé mis labios con la tibieza de los suyos y justo ahí, llegué al paraíso.
─ ¿Y ella qué hizo?
─ Solo nos miramos a los ojos cuando terminé de besarla, sonrió apenada, pero luego me acarició la mejilla con ternura para decirme que solo conmigo se sentía feliz y que no importaba nada ni nadie.
Se disculpó por haberme mentido, jamás pensó que podría herirla tanto una mentira y que sentía mucho lo que había hecho, pero nunca pensó que esa mentira piadosa pudiera hacernos tanto daño. Yo era tan importante en su vida que no se la imaginaba sin mí a su lado.
Por primera vez desde que nos conocíamos sentí que si no le decía todo de una vez no habría otra oportunidad. Le dije entonces que la amaba y que, si a ella no le importaba que fuera un capataz, estaba dispuesto a todo con tal de que me diera la oportunidad de estar juntos. Ella solo sonrió y tomo mis manos con las suyas, besándolas, para decirme que esas manos de hombre trabajador era lo que la había enamorado, la sencillez y la grandeza a la vez. Nos abrazamos y lloramos juntos esa noche bajo la luna, limpié su rostro con mis besos y luego de besarnos apasionadamente decidimos que deberíamos huir.
Antes de que nos fuéramos le dije que quería casarme con ella, entonces ella solo dijo que eso lo haríamos después de irnos de la isla porque aquí sería imposible.
─ ¿Cuándo renunciaste a la fábrica?
─ Días después. Fernández no quería cumplirle a las familias luego que les había prometido que lo haría. Nos reunimos
en el patio de la fábrica y le exigimos que cumpliera cuando vino con la prensa a mostrar el ala oeste reconstruida. Ahí, de pie, frente a la entrada de la fábrica, rodeados de periodistas, grité su nombre y cuando todos me miraban, les conté que los dueños de la fábrica aún no habían reconocido: los gastos médicos, la funeraria ni la manutención de los hijos de los fallecidos.
Fernández apenado afirmó delante de los periodistas que había ocurrido un mal entendido. Teresa apareció entre la gente y dijo muy segura que ella había quedado encomendada para cumplir con esa misión y que se encargaría de que esos niños tuvieran su educación garantizada, una buena casa y una pensión para todos aquellos hijos o esposas de los fallecidos. A Fernández no le quedo otra cosa que aceptar en público, cuando los periodistas se fueron, nos llamó a su oficina.
Teresa permaneció con él todo el tiempo. Mientras estábamos en la fábrica procurábamos que nadie notara que estábamos juntos, ella sabía del carácter de su padre y no esperaba nada bueno. Cuando llegué a la oficina, Teresa estaba detrás de su silla mientras él, con sus manos sobre el escritorio, esperaba impaciente por mí. Alrededor estaba el supervisor de todos nosotros, dos compañeros y el señor Meléndez con cara de pocos amigos, sumamente disgustado.
Al entrar y los vi, sabía que esperaban por mi cabeza, así que de pie frente a ellos esperé a que me dieran la noticia. Fernández exigió, aun sereno, una explicación de mi actitud cuando la fábrica había reconocido mi labor sobre los trabajadores, ya que cuanto había pedido se me había concedido, y no entendía por qué razón me había prestado para ese espectáculo tan bochornoso. Mirándolo a la cara le respondí que, a pesar de haber cumplido con la construcción del hospital, la atención médica de los trabajadores, no se podía olvidar de los sobrevivientes. Entonces Meléndez intervino diciendo que habían perdido mucho dinero y que esa gente estaba acostumbrada a pasar necesidad, podían esperar ya que ellos serían atendidos para el próximo año.
Esa actitud me molestó, sabía que habían diferido la ayuda para el año siguiente, pero esa gente no tenía ni qué comer, muchos estaban enfermos o con niños muy pequeños, además habían llegado a esta isla solo a trabajar en la fábrica, no tenían a dónde regresar. Pretendían además desalojarlos de las pequeñas casas para que pudieran estar los nuevos trabajadores y eso me enfureció. Les hablé con voz fuerte, en realidad les grité, eso enfureció a Meléndez mientras que Fernández solo me miraba furibundo. Luego de un suspiro Fernández respondió, viendo a Teresa, que cumplirían con lo que estaba solicitando: se construiría viviendas nuevas cerca de la fábrica, se completaría el hospital para asegurarnos de que no hubiera más muertos por algún accidente, a esos sobrevivientes se les daría una manutención hasta que ellos murieran y a los hijos hasta los veinte años, pero cumplido la mayoría de edad deberían entregar la vivienda sino iban a ser trabajadores de la fábrica. Además, debía convencer a los trabajadores que lo que nos estaban dando era más que suficiente y que deberíamos quedarnos tranquilos y solo dedicarnos a trabajar.
Sabían que tenía influencia sobre los trabajadores así que, viendo el rostro de Teresa, manteniendo sus ojos abiertos mirándome me pedía a gritos que dijera que sí, acepté. Me pareció justo y entonces le dije que para no causarle más problemas renunciaría porque estaba seguro que exigiría mi cabeza, tarde o temprano, y porque lo había ofendido en público, que era una muestra al desagravio. Pero la razón más importante la guardé para mí, debía estar libre de responsabilidades para poder huir con ella.
Ese viernes habíamos acordado que pasaríamos la noche en la pequeña cabaña, la hecha por los que trabajaban en la reconstrucción de los escombros ocultos, y a la mañana siguiente, partiríamos a la otra isla. Nos iríamos en una pequeña embarcación, para luego tomar un barco y alejarnos de todo y de todos. Esa noche la esperé aquí en este mismo sitio, toda la noche, resultó que esa noche Meléndez y Fernández celebrarían el compromiso de Teresa y de su hijo Javier.
Esperando en la playa llegó un camión de la fábrica con varios hombres, al verlos me puse de pie inmediatamente y pensé entonces que nos habían descubierto y que Teresa no llegaría. Me rodearon preguntando mi nombre y luego me golpearon, me defendí, pero no pude con ellos, eran muchos. Quedé inconsciente dejándome en la playa tirado en la orilla, uno de ellos solo dijo: ─ Esto es solo el principio. Deja a la señorita Teresa sino te irá peor. ─ me dio una patada en la espalda que me hizo escupir sangre por la boca.
Nos detuvimos, su mirada estaba como perdida, estaba triste. Arrastró la arena con la punta de su zapato n***o y luego, colocando las manos en sus bolsillos, miró al horizonte donde la luna seguía redonda en el cielo.
No sabía qué podría decirle que lo reanimara, parecía que su amor por esa chica era demasiado grande, intenso y profundo. Ojalá algún día encontrase a alguien que pudiera amarme de esa manera.
Luego de un rato de silencio, caminamos llegando hasta donde se encontraba un pequeño bote en la orilla de la playa, casi igual al bote con el que había ido a los escombros con mi tío Alfredo. No estaba en el mismo sitio, era diferente, como si hubiese tomado otro camino que no conocía para llegar hasta aquí. El bote estaba simplemente en la orilla como esperando por nosotros.
Tomó mi mano nuevamente y me dijo en voz muy suave
─ Ven conmigo Teresa, acompáñame. Quiero que veas algo, es cerca no te inquietes. Regresaremos antes de que noten que no estás.
En ese momento no entendí a quién se refería ni a dónde nos dirigíamos. Cuando suspiré noté como el vapor de mi boca se disipaba en el aire, pero no sentía frío alguno, sin embargo, él se quitó el saco y lo colocó en mis hombros, nos tomamos de la mano y subimos al bote.
La luna se escondía entre unas pequeñas y delgadas nubes, movidas por el viento arrastradas rápidamente, mientras él remaba hasta la otra orilla donde pude ver los escombros de la vieja fortaleza, esa donde mis ancestros se escondieron y donde había visto la imagen del primer Alfredo De la Torre.
Al llegar a la orilla bajó del bote, quedando medio cuerpo fuera del agua, luego lo empujó hasta la orilla conmigo adentro. Parecía que era de papel, no había en él gesto alguno de esfuerzo por mover, el pesado bote, conmigo adentro.
En la orilla se acercó a mí y noté que su ropa estaba completamente seca, como si no hubiese estado en el agua minutos antes. Sonrió, sentía que sabia mis preguntas, pero solo se limitó nuevamente a tomarme por la cintura y levantándome me dejó en la orilla de la playa, donde el agua lentamente la besaba. Me tomó de la mano y nos internamos en la vegetación que cubría los escombros de la vieja fortaleza. Creo que caminamos como dos horas, pero no sentía cansancio alguno, me parecía que cuando estaba con él el tiempo se congelaba simplemente.
─ Aquí vivo. ¿Tienes miedo?
─ No. ̶ le respondí viéndole a los ojos para que supiera que era cierto.
─ ¿Estás lista para conocerme?
─ Si estás tú listo para explicármelo, te lo agradecería.
─ Si, ya estoy listo. ─ apartó unas hojas enormes y llegamos a una pequeña construcción de madera, escondida entre la vegetación.
Era una pequeña casa, parecía de juguete, los helechos y las enredaderas se extendía por toda la construcción cubriéndola por completo, con una pequeña ventana descubierta de la vegetación, y la puerta, que, al girar la perilla dorada, nos permitió entrar. Parecía que esa puerta no hubiese sido abierta en años porque su hueco sonido me estremeció. Sonrió para si, tal vez pensó que gritaría, pero no lo hice.
Despacio y con la seguridad de saber dónde estaba cada cosa encendió unos candelabros que alumbraron la sala. Había un olor muy fuerte a humedad, pero al poco rato el olor desapareció cuando la luz de las velas nos rodeó. En esa sala solo había dos pequeñas sillas y una mesa, aún con un bol en el medio.
Los muebles tendrían cercano a cincuenta años, pensé, y en las ventanas laterales aún permanecían colgadas unas cortinas de flores muy pequeñas, como las que se usaban en aquel entonces,
hasta el suelo, y me invitó a sentarme. Le entregué su saco y se lo puso antes de sentarse en el sillón marrón frente a mí, esperando que iniciara las preguntas que sabía que le haría. No apartaba su mirada de mi rostro, tenía los labios contraídos y en su barbilla se marcaba claramente su hoyuelo, respiraba lentamente esperando que iniciara la ronda de preguntas que sabía que haría. Luego de un largo silencio, y de respirar varias veces, inicié las preguntas
─ Dime, la noche que estabas en la playa, la primera vez que te vi. ¿Estabas esperando a Teresa?
─ No, no a Teresa, a ti.
─ ¿Cómo me esperabas si no me habías visto? No te había visto antes de esa noche. ̶ le increpé con seguridad en mis palabras.
─ Yo sabía de ti. Te he estado esperando desde hace más de cincuenta años.
─ ¿Cómo? ̶ le respondí incrédula sobre su planteamiento.
─ Así es.
─ Pero cómo es posible. Tengo solo varios años en esta isla y apenas tengo veintidós años……̶ trataba de ordenar las ideas, pero no tenía sentido alguno.
─ Lo sé, pero eso es ahora. Hace cincuenta años esperabas por mí en la playa, usando ese mismo vestido y luciendo ese collar n***o, con el corazón de piedra.
─ Espera un minuto. ¿Estás diciéndome que soy la reencarnación de esa mujer?
─ Estoy diciéndote que eres mi amada Teresa.
─ ¿Tu amada Teresa? ̶ repetí sus palabras, estaba realmente confundida. Nada tenía sentido para mí.
─ Así es. Entiendo que es muy difícil todo esto para ti, pero es la verdad.
─ ¿Y pretendes que recuerde quién eres, solo con verte?
─ No. Busca en ti si hay algún recuerdo, alguna sensación conocida, cuando estás conmigo. ─ dijo apoyando los brazos en sus piernas, para acercase un poco a mí, y sonriendo levantó el brazo y pasó lentamente sus dedos por mi rostro, haciendo que cerrara mis ojos.
Al cabo de unos minutos apareció dentro de mí su imagen claramente, como si estuviera con los ojos abiertos viéndole frente a mí. Estaba vestido como ahora y sacó de uno de sus bolsillos el collar, con la piedra negra en forma de corazón, lentamente mirándome a los ojos la colocó alrededor de mi cuello. Pronuncié segura su nombre casi como un susurro: ─ Juan…. ̶ dije su nombre con la certeza de conocerle, de mucho tiempo antes.
En ese instante fue como si todas las imágenes de una vieja película se proyectaran en mi mente, una tras la otra: reconocí lugares, personas que nunca había visto antes, vi las llamas del incendio que llegaban hasta el cielo, la gente corriendo despavorida entre la oscuridad, identifiqué su rostro ennegrecido por el hollín y quedé petrificada, cuando levantó su mirada y me vio junto a él. Reconocí en este instante que era la primera vez que lo veía, que esta había sido realmente la primera vez. Luego nos vimos caminando por la orilla de la playa casi al atardecer tomados de la mano, con sus mangas arremangadas hasta los brazos, los enormes pantalones y los zapatos negros en las manos, mientras en las mías estaban los zapatos blancos con lazos. Me sentía tan feliz a su lado, que nada me importaba, sólo él.
Sonrió complacido, recostando su espalda nuevamente a la silla mientras lo observaba incrédula, ante la certeza de lo que había ocurrido. ¿Cómo era posible? No sabía quién era, pero me sentía segura estando cerca de él, me sentía protegida, cuidada. Cómo era posible si para mí era la primera vez que lo veía, que lo sentía al rozar mis manos y al acariciar mi rostro aquella primera noche en la playa.
No apartó su mirada de mi rostro, sentí como si lo tocara con solo mirarme acariciándolo lentamente. Volvió a sonreír complacido como si hubiese descubierto algo maravilloso, algo que había estado esperando desde hace mucho tiempo.
─ ¿Dime por qué lo sé?
─ Porque tú eres Teresa, mi Teresa.
─ Juan por favor qué locura es esta. Si tienes cincuenta años esperándome ¿Cómo es que luces como de veinte años?
─ Tenía veinticuatro años cuando morí. Teresa era mi amor, la única mujer que había amado entonces, mi primer amor. Era hermosa, tenía una larga cabellera como la tuya, unos pequeños ojos verdes y unos carnosos labios muy parecidos a los tuyos. Era delgada como tú.
─ ¿Qué le pasó?
─ Creo que la mataron
─ ¿Por qué piensas que la mataron?
─ Porque estoy seguro de que su padre no permitiría que huyera conmigo, un humilde obrero de la fábrica, cuando ella era la niña rica y la prometida del hijo de Meléndez. Esa noche cuando me golpearon era la noche de su compromiso.
─ Por Dios. ¿Estás seguro de eso?
─ Todo es confuso, lo único de lo que estoy seguro es que no pude salvarla. Ella me hizo prometerle que pasara lo que pasara la esperara en la playa. Luego que recuperé la conciencia, después del ataque de aquellos hombres, traté de levantarme, pero vomité sangre. Todo mi cuerpo me dolía, al principio, no veía bien todo estaba borroso, comprendí que me había retrasado, era el día de su compromiso.
Cuando logré ponerme en pie decidí recorrer por la orilla la isla, encontré el collar en la arena y supe que algo malo le había pasado. Tal vez esos mismos hombres que me habían golpeado la encontraron y pensé que le habían podido hacer daño. Estaba seguro que los habían enviado por nosotros.
Me monté en el camión, conduciendo como loco, llegué hasta la entrada de la cabaña, parecía que no había nadie. Bajé del camión y como pude llegué hasta la puerta, todo estaba oscuro aquí.
Al entrar escuché su llanto, me acerqué a ella, quien solo estaba sorprendida de verme de pie, sentada en el sillón de la entrada, sentí tanto dolor al verla llorar de esa forma que me olvidé de los míos. Me dijo entonces: ─ Gracias a Dios estás con vida. Debes irte, vete Juan, olvídate de mí.
─ No me pidas eso Teresa. Bien sabes que no lo haré. ─ le respondí tratando de acercarme a ella muy despacio para consolarla.
─ Por favor, vete, aléjate de mí. No puedo estar contigo, soy un peligro para ti. ̶ insistía con el tono de su voz quebrándose por el llanto, mirándome suplicante para que me alejara.
─ Es mejor que hagas lo que ella te pide, Juan Del Castillo. ─ Su padre se asomó por la puerta viéndonos a los dos, cuando trataba de acercarme para consolarla. Tenía una enorme escopeta apuntándome. Teresa solo lloraba pidiéndole que no me matara, que ella se casaría con otro, pero que no me matara.
Se levantó del asiento y caminó a la ventana viendo cómo el viento entraba moviendo las cortinas lentamente. Se estremeció, al voltearse, vi como de su estómago brotaba sangre, mientras él, me mostraba las manos ensangrentadas. Me quedé inmóvil viéndole caer al suelo, arrodillándose frente a mí, con las manos abiertas cubiertas de sangre. Llorando solo pronunció su nombre y cayó al suelo.
Me arrodillé a sus pies llorando. Era un inmenso dolor el que sentía en mi pecho, como si me hubiesen arrancado de un solo golpe el corazón. Levanté como pude su cuerpo, acostándolo en mis piernas para acariciarle el rostro, pero estaba tranquilo, relajado y cuando regresé la vista a su estómago no había nada, estaba completamente limpio. Me parecía estar soñando porque era demasiado lo que había visto, lo que había sentido, además de ese dolor por la pérdida era lo que más me angustiaba.
Empecé a llorar, mi cuerpo se estremecía por el llanto profundo que me producía al verlo inmóvil entre mis brazos. Coloqué mi rostro sobre su frente, cubriéndolo con las lágrimas que caían sobre sus mejillas. Cerré mis ojos con fuerza y al volverlos a abrir, ya no estaba entre mis brazos, había desaparecido.
Juan estaba a mi espalda, colocó su mano en mi hombro, para que me diera cuenta de que no se había ido, que estaba justo aquí, a mi lado. Se arrodilló junto a mí, sacó de su saco un pequeño pañuelo blanco y suavemente, con sus largos dedos, acarició mi rostro para secar las lágrimas viéndome con dolor y angustia.
─ Discúlpame por haberte hecho sentir todo de nuevo.
─ Juan. ─ solo pude decir su nombre mientras él seguía limpiando mi rostro con su pañuelo, esparciendo su olor por mi cara, llegando hasta el cuello y secó las lágrimas, que habían dejado húmeda mi piel.
─ No quiero que vuelvas a llorar por mí.
─ No entiendo cómo puede ser posible todo esto.
─ Lo sé, sé que es difícil para ti y no pretendo que lo entiendas porque no hay una explicación lógica para ello.
─ De verdad, ¿Fue así como pasó?
─ Por lo menos lo que yo viví.
─ ¿Teresa qué hizo, qué le pasó?
─ ¿Dímelo tu? ¿Qué sentiste?
─ Un dolor inmenso en mis entrañas. Cómo si me las hubieras arrancado de un solo golpe y solo quedara un profundo vacío.
─ Entonces aún no lo ha olvidado. ¿Por qué dudas?
─ ¿Dudar? ̶ pregunté porque no entendí su pregunta, le miraba fijamente al rostro, como tratando de encontrar en él la respuesta.
─ Así es, dudas. No crees en lo que tus ojos ven, o lo que sientes en tu piel.
─ Estoy dudando acerca de todo.
─ Es normal para los que son como tú.
─ ¿Y no es normal para los que son como tú?
─ No.
─ ¿Y cómo son ustedes?
─ Los que son como yo en algún momento hemos tenido dudas, miedos, angustias, tristezas, pesares, pudiéramos recordar algunos sentimientos como el amor, odio y resentimiento. Muchos tenemos una vaga idea de esos sentimientos, más que todo lo que puede percibirse por ellos, pero algunos no los sentimos, solo podemos imaginarnos cómo eran o son por lo que ustedes manifiestan externamente en su cuerpo, las expresiones de su rostro y hasta las lágrimas. Solo hay algo a lo que le tememos y es a la pérdida, más que a nada.
─ ¿A la pérdida?
─ Si a la pérdida.
─ ¿Por qué?
─ Porque nos recuerda quiénes fuimos.
─ Juan quiere decir que todo lo que he visto y sentido esta noche, realmente pasó.
─ Si así es.
─ Pero ¿por qué razón tengo que ser yo?
─ Porque debes ayudarme, esa es la razón por la que te he esperado tanto, por la que he esperado por ti.
─ ¿Qué quieres decir?
─ Cada uno tiene un don especial, Dios te lo da al nacer. Cada uno es diferente del otro, eso es lo que nos hace únicos e irrepetibles. De vez en cuando nacen personas como tú o como Teresa con un alma muy especial y única. Teresa y tú tienen esa misma alma especial, pueden vernos y sentir como nosotros aún después de muertos, aun siendo solo espíritu.
─ Esto es mucho para mí Juan. Apenas estoy consciente de lo que me ocurre, de las cosas que veo, de las cosas que siento.
─ Lo sé. Pero sé que puedes hacerlo porque necesito qué averigües si Teresa murió esa noche.
─ No estás seguro.
─ No. Si estuviera muerta ya la hubiera encontrado, pero no ha pasado, estoy seguro de que no ha muerto.
─ Pero, ¿Qué puedo hacer yo? Estás consciente de que han pasado cincuenta años, que la Teresa que conociste pudiera tener casi sesenta años, que debe lucir muy diferente….
─ Lo sé, averigua qué le pasó. Hay cosas que no puedo hacer yo, debes hacerlas tú y mi misión es ayudarte a hacerlas, protegerte para que las cumplas.
─ Juan, entonces, ¿tú eres espíritu?
─ Si.
─ ¿Por qué puedo verte, sentirte, ver tú camión, escuchar su sonido al encender y viajar contigo?
─ Porque en ese momento tú también eres espíritu, Teresa.
─ Por Dios, eso es demasiado para mí. ̶ levanté mis brazos al unísono y luego los dejé caer, tenía miedo, no lograba procesar todo lo que estaba ocurriendo, las cosas que había sentido, como tampoco las explicaciones.
─ Te comprendo. Sé que pude volverte loca, pero tenía que hacerlo, necesito que me ayudes a saber de ella.
─ ¿Por qué?
─ Porque debo hacerle entender que si tuviera que vivir nuevamente todo lo haría exacto como lo hice. Su amor para mí lo fue todo, aún lo es, pero siento angustia porque sé que ella lleva ese vacío en su corazón y quiero que comprenda que estaré con ella siempre. Con ella, gracias a ella, conocí el verdadero amor. Debe dejar que la encuentre, debe regresar a mí. ¿Podrás ayudarme?
─ Si ella sigue viva, ¿Cómo pude sentir y ver todas esas cosas?
─ Ese es tu don, Teresa. Esa es tu misión.
─ ¿Por qué insististe en afirmar que era tu amada Teresa, si ella aún vive?
─ No sé si vive, o por lo menos no está conmigo en este mismo plano.
─ ¿Cuándo no ocurre esas cosas?
─ Cuando se pierden en el camino, cuando no lo encuentran, o cuando…─ se detuvo y viendo al horizonte se quedó callado, temeroso por pronunciar la palabra.
─ Cuando se suicidan ─ dije segura de la respuesta.
─ Si, cuando se suicidan.
─ ¿Tú piensas que Teresa hizo eso?
─ Debes averiguar si lo hizo. Tú puedes hacerlo.
─ Bien, no sé cómo, pero haré lo que pueda.
─ Gracias Teresa. ─ sonrió tomándome la mano para besarla
Salimos de la casa, tomamos el bote y remando llegamos a la orilla de la playa, donde las olas ya cubrían los cauchos del camión. Se bajó llevándolo hasta la orilla y ayudándome a bajar de él, en sus brazos, caminó conmigo hasta dejarme de pie frente a la puerta del copiloto. La abrió y luego, levantándome, me colocó en el asiento, sonrió y cerró la puerta.
Era cercano a las cinco de la mañana, casi en el horizonte se veía al sol luchando porque la noche terminara de irse. Él se sentó a mi lado, se quitó su saco y lo colocó en mis hombros. Por el frío empezaba a caer una débil lluvia y al respirar, nuestro aliento, se disipaba como la niebla.
─ Llegaras a casa pronto.
─ He estado toda la noche fuera. ¿Qué explicación voy a darles?
─ Tú sabrás que decir cuando sea necesario. Todos te creerán.
─ ¿Estás seguro?
─ Si, así será.
Tomamos el camino a casa, la lluvia empezó a caer más fuerte y lo cubrió todo, las gotas golpeaban el techo del camión como piedras. Juan seguía sonriente, seguro de que no nos pasaría nada, y sin aminorar la velocidad, casi como por arte de magia, llegamos a mi casa. En la casa la lluvia había terminado, dejando mojado el asfalto, los techos llorando y los pequeños arbustos que la adornaban completamente limpios y brillantes.
Detuvo el camión frente a la casa y nuevamente me bajó del camión en sus brazos, llevándome hasta el umbral de la puerta, dejándome debajo del techo que escurría el agua. Me quité su chaqueta y se la di, sonrió complacido, mientras se la colocaba nuevamente. Como todas las veces su sonrisa era por la satisfacción de haber cumplido con su deber, el dejarme sana y salva en casa.
─ Todo saldrá bien.
─ ¿Cuándo volveremos a vernos?
─ Siempre estoy cerca de ti, ahora ya lo sabes. ─ acercó su mano a mi barbilla y la acarició con ternura ─ Debes entrar tu madre aún duerme y debes estar en tu habitación cuando vaya a buscarte para despertarte.
─ Buenas noches, en realidad buenos días ─ dije apenado por el comentario
─ Buenos días, Teresa.
Lo observé irse por el camino hasta la acera y montarse en su camión mojado con el agua de la lluvia. Antes de arrancar bajó la ventanilla y sonriéndome lo encendió, su ronco llanto me pareció eterno para perderse por la calle. El sol ya había disipado todo vestigio de la oscuridad de la noche y ya estaba en el firmamento.
Abrí la puerta y despacio llegué hasta mi habitación, me quité el vestido y lo dejé sobre la silla al igual que los zapatos notando que no había rastros de arena en ellos, como la primera vez. Sonreí complacida, aunque estaba más confundida, me invadía una sensación de alivio porque ahora entendía el por qué de algunas cosas.
El descubrimiento de mi don, como él lo llamó, era más que eso, era la posibilidad de poder ayudarlo a encontrar la respuesta que tanto anhelaba. Solo el hecho de poder aliviarle un poco su dolor me hizo entender que era lo correcto, que era lo que debía hacer disipando cualquier duda en mí.
Pensé nuevamente en el gran amor que debió haber entre los dos, la profundidad de los sentimientos de ambos, tanto de ella, capaz de dejarlo todo por él y de él capaz de perder la vida por ella. En cambio, no había tenido la dicha de encontrar a ese alguien especial con el cual estaría dispuesta a iniciar una nueva vida, la siguiente etapa de la vida de Teresa De La Torre.
Luego de cambiarme con mi ropa de dormir, me acosté abrazada a mi almohada añorando a mi dulce enamorado, aunque sea solo un hermoso espíritu del cual no quería desprenderme. Fue entonces que todas las dudas se disiparon y desaparecieron.