Era el cuarto día luego de carnaval y las fiestas seguían por doquier, las guardias en la fábrica se redujeron a una jornada más corta para que todos asistiéramos a las festividades. El jefe de administración estaba contento puesto que habíamos podido entregar el informe a tiempo y nos dio la tarde libre.
Como era jueves en la casa de huéspedes se preparaba una expedición por el área este de la Isla, especialmente a los escombros que se asomaban entre la espesa vegetación. Ese día, por primera vez, desde mi llegada a la isla me pareció interesante visitar esas ruinas acompañando a tío Alfredo y los turistas. El recorrido empezaba por el bosque, luego en una pequeña barca, cruzar el mar hasta llegar a la otra orilla. Ahí en ese pequeño islote se alzaban las ruinas, o los escombros, como las llamaban aquí.
Cuando salimos de la casa de huéspedes caminando primero hasta la plaza, el día estaba despejado y luego, casi dos horas después de camino en un autobús, prestado por la fábrica, llegamos hasta el otro lado de la isla. La vegetación era tan espesa que no había forma que algún vehículo entrara fácilmente, por lo que debimos tomar la ruta a pie.
Al llegar al final del camino, los cuatro turistas que nos acompañaban, estaban sumamente emocionados y les pareció que el caminar, internándonos en la vegetación espesa, era una experiencia fascinante. Tal vez porque los turistas eran jóvenes, dos chicas y dos chicos de alrededor de veinte y veinticuatro años respectivamente, íbamos cantando con Alfredo, un guía amigo de mi tío y yo.
La vegetación espesa y verde cubría todo el camino señalado por una cuerda ya desgastada por el tiempo, la lluvia y el poco sol que acostumbraba a asomarse tímidamente entre las espesas nubes. Íbamos despacio, tomados siempre de la desgastada cuerda, retirando con nuestras manos las enormes hojas y ramas de los árboles que nos impedían pasar libremente. Levanté la vista varias veces al cielo, pudiendo ver los rayos de sol, luchando por aparecer entre las espesas nubes blancas. Al cabo de unos metros llegamos a la orilla de la playa, donde el agua la besaba, en un baile casi en cámara lenta. Todo me parecía que se había quedado detenido en el tiempo y los escombros se alzaban en medio del mar, los árboles enormes con sus ramas desnudas bordeaban la orilla.
Caminamos por la orilla siguiendo a mi tío Alfredo y al guía, un anciano pescador, quienes comentaban entre sí el significado de los sitios. Al divisar el enorme tronco de un árbol, en algún momento estuvo en medio del bosque, ya que según la leyenda el agua empezó a entrar en la tierra hasta cubrir por completo el camino a la fortificación, para cruzar solo por medio de botes hasta la otra orilla. Según el guía este enorme árbol estaba antes en el medio, cuando el agua empezó a cubrirlo todo, cayo llegando con sus ramas hasta la entrada de la otra orilla, ahora solo queda la mitad de su tronco casi del ancho de un automóvil. Tenía la forma de media luna amarrado a una de sus gruesas y desnudas ramas estaba un bote, escondido en medio de la nada.
El anciano comentó que, en un bote parecido a este, llegaron los soldados del rey a llevarse a Amelia y Alfredo De la Torre hasta el pueblo para ser juzgados por haber iniciado la revuelta. Mientras cruzaban la mar el árbol les cayó encima haciendo que varios de ellos se ahogaran, y darles tiempo a los De la Torre a que se escondieran en el calabozo de la fortificación durante días. En varias oportunidades los soldados intentaron cruzar, pero después de una semana lograron llegar por la fuerte lluvia que cayó, ese día se los llevaron y los juzgaron asesinándolos luego. Según la leyenda, sus escritos se esparcieron por toda la isla como arrojados por el viento, para que todos los leyeran a pesar de que muchos no sabían ni leer.
Cuando logramos acercarnos a la otra orilla, mi tío y los chicos se arrojaron al agua y arrastraron el bote amarrándolo a otro trozo de árbol tan inmenso como el anterior. Hacia frio, el cielo se oscureció, según el guía eso era siempre porque cuando los visitantes llegaban la fortificación era cubierta por una espesa nube de tormenta, para que se alejaran los extraños. En ese momento tuve miedo, la brisa comenzó a ser más fuerte y de repente una espesa niebla nos envolvió. Al entrar en el camino de piedra, cubierto por agua transparente, observamos las tres torres casi en pedazos que se alzaban sobre la tierra y una pequeña casa, de piedra incluyendo su techo, donde solo se veían sus paredes sin ninguna puerta.
Llegamos a la entrada de la que parecía una pequeña casa construida en piedra de variados tamaños, todas perfectamente redondas y blancas, muy brillantes y tan limpias que el poco sol que las alumbrara reflejaba la luz en su interior. Cuando miré al suelo ya el agua no estaba, según el guía el agua retrocedía si alguno de los descendientes de Amelia o de Alfredo visitaba la fortaleza, porque de no estar el volumen de la lluvia, en pocos minutos, el agua te cubría hasta la cintura.
Menos mal que mi tío estaba conmigo porque cuando logramos entrar un escalofrío recorrió mi cuerpo, estremeciéndome, por lo que mi tío Alfredo me abrazó por los hombros, diciéndome casi como un secreto:
─ No tengas miedo, esto es parte de nuestra historia. Nada nos hará daño aquí ─ solamente le sonreí.
─ Bien chicos, solo se nos está permitido llegar hasta aquí, de hecho, la entrada está sellada, pero por lo menos han podido ver que lo que les contamos es cierto, el agua cubre los escombros y nuevamente al otro día vuelven a estar despejados tanto del agua de la lluvia como del mar. ─ dijo mi tío Alfredo ante la cara de asombro de las dos chicas, mientras los chicos se limitaban a tomar fotos.
Solo caminamos unos pocos metros dentro de la casa, lo que realmente parecía era un pasadizo hacia la entrada de la fortificación, la cual estaba sellada con enormes piedras. El guía se asomó a la entrada avisándonos que debíamos salir, ya que el agua estaba avanzando y caía la noche. Regresamos a la orilla, lo más rápido que pudimos, y al estar a fuera el agua había arrastrado el bote hasta la entrada de la casa, aunque solo cubría hasta los dedos de los pies. No tiene sentido, dije para mí.
Todos nos subimos al bote, primero las chicas, mi tío y el guía, mientras el agua rápidamente lo cubría todo. En poco tiempo, el bote estaba flotando por lo que mi tío y el guía ayudaron remando para llegar a la otra orilla. Se bajaron del bote quedando hasta la cintura cubiertos de agua y luego los dos chicos, para poder arrastrarlo y amarrarlo al tronco del gigantesco árbol en la otra orilla donde habíamos iniciado.
Las chicas y yo estábamos realmente asustadas, mientras ellos luchaban por llevarlo cerca del tronco, me quede viendo a la fortaleza en ruinas. En esas torres, que se alzaban casi perdiéndose entre la espesa neblina, había unos pequeños espacios vacíos, donde se suponía que eran las ventanas que se divisaban alrededor de las tres torres. En el sitio donde se supone que terminaba la punta solo había quedado las grandes piedras que aún estaban en pie. Mirando detallé a alguien que se asomaba por una de ellas, regresé la vista a mi tío Alfredo, pero estaba demasiado ocupado con los demás, incluyendo las chicas. Regresé mi vista nuevamente y volví a ver la figura de un hombre que se asomaba por una de sus ventanas.
Cuando logramos cruzar el bosque y nos asomamos a la carretera, el autobús nos esperaba, y de camino mi tío se sentó a mi lado. Al principio no conversamos nada, iba sencillamente perdido en sus pensamientos, mientras que la radio del autobús tocaba una vieja melodía y los turistas la cantaban casi haciendo el coro de la misma.
─ ¿Estás asustada?, ¿verdad?
─ No, para nada. ¿Por qué preguntas?
─ Porque vistes la figura de un hombre asomándose a las pequeñas ventanas en las torres.
─ ¿Cómo lo sabes?, ¿acaso tú lo viste?
─ Solo nosotros podemos verlo Teresa, es Alfredo, el primer Alfredo de la familia que se asoma por las ventanas previendo la llegada de los soldados que vienen por él.
─ Por favor tío. ─ repliqué incrédula.
─ Es la verdad cariño. El escalofrío que sentiste al llegar era un aviso de que estábamos en la orilla, solo nosotros lo sentimos.
─ ¿Tú lo sentiste?
─ Cada vez que vengo lo siento.
─ ¿No te da miedo?
─ Al principio sí, ahora ya no.
─ ¿Descubriste la razón acaso?
─ Si, diría que sí.
─ Y ¿Cuál es?
─ Dime algo Teresa, ¿tú has visto a alguien cerca de ti?
─ No te entiendo la pregunta. ─ dije desviando la mirada a la ventana por donde veíamos pasar rápidamente la vegetación y la noche empezaba a cubrir todo de una espesa capa negra.
─ Teresa sé que tal vez te parezca extraño y estoy seguro que tu madre no te ha contado, pero nosotros vemos ‘cosas’, las sentimos antes de que pasen sobre todo si son ‘malas’. ¿Entiendes?
─ No, no te entiendo.
─ Sé que Rosa habló contigo y que te explicó algunas cosas, ¿Verdad?
─ ¿Te lo dijo?
─ No, pero la única persona que puede explicarte esas cosas ‘inexplicables’ que rodean a los De La Torres es ella.
─ Pero, ¿es a todos nosotros?
─ No, no a todos. Algunos solo podemos ver, otros escuchan y otros vemos y escuchamos.
─ ¿Qué cosa?
─ A nuestro ángel protector, cariño ─ dijo sonriéndome y colocando su brazo sobre mi hombro.
─ ¿Tú vistes al tuyo?
─ Así es.
─ ¿Dónde está tu amor entonces?, porque según Rosa eres viudo como mami, aunque nunca te hayas casado oficialmente.
─ Bueno eso es en parte. Mi amor fue muy grande Teresa y me lleno tanto que no necesito a otra mujer a mi lado porque ella sigue conmigo, cuidándome.
─ ¿Y tú puedes verla?
─ En muy pocas ocasiones, pero dime ¿lo has visto?
─ ¿A mi Ángel?
─ Si.
─ Creo que sí.
─ Sabes que el que se asomó a la ventana era Alfredo indicándonos que tu ángel está protegiéndote de todo mal.
─ ¿Crees que otro lo vio?
─ No, solo nosotros podemos verlo.
─ Por eso me invitaste, para probar si ya lo había visto.
─ No, para probar si tenías el don de verlo.
─ ¿Te lo pidió Rosa?
─ No, ella no.
─ ¿No?, ¿Quién entonces?
─ Tu madre cariño. Pensaba que tal vez tú no lo habías heredado y que bueno no sería necesario explicarte cosas que no pudieras entender. Eres aún muy joven para estas cosas.
─ ¿Cuándo empezamos a verlos?
─ Algunos desde pequeños, otros cuando nos acercamos al peligro, si la muerte está rondándonos, y otros, cuando su amor está en peligro.
─ ¿En peligro?
─ Si tú conoces a tu alma gemela y esa persona está en peligro tu ángel viene a guiarte para que la salves y la lleva a tu camino para que no se aparte de ti.
─ ¿Es como una protección?
─ Algo así.
─ ¿Tu Ángel no evitó que quedaras viudo?
─ Mi ángel no pudo decírmelo, así como el de tu mamá tampoco, pero tu padre sigue con ustedes.
─ ¿Tú lo has visto?
─ Solo una vez, justo antes de morir vino a despedirse y a pedirme que cuidara de ustedes, aunque él no las dejaría solas nunca, hasta que pudieran reunirse nuevamente.
─ ¿Le contaste a mamá?
─ No, ella prefiere no conocer esas cosas. Recuerda que ella es científica, la más racional de todos.
─ ¿Ella no puede verlo?
─ No. Tu madre solo lo siente, porque tu padre es ahora su ángel. Nunca le agradó saber de esas ‘cosas’ y por eso no las hablamos con ella ni en su presencia.
─ ¿Y el tuyo es tu ‘esposa’?
─ Si, algo así ─ sonrió con tristeza como si la recordara en ese instante. Después de unos segundos, de tener la mirada perdida, me tomó de la mano que reposaba sobre mi pierna y la apretó con la suya.
─ Algunas veces vas a dudar y mucho, pero debes aprender a escuchar a tu corazón. Para que lo vieras debiste estar en peligro Teresa y asumo que fue la noche que hirieron a tus amigos, ¿verdad?
─ Si, esa fue la primera vez que lo vi.
─ No busques el peligro cariño, mantente alejada de los sitios peligrosos los que seguramente ya te aclaró.
─ Tío tengo muchas preguntas, pero cuando logro verle no puedo hacerle ninguna.
─ Es normal, cuando él sienta que estás lista te dejará hacerlas porque sabrá que podrás escuchar las respuestas. El problema no es la pregunta es la respuesta, si te da demasiada información puede hacerte daño, debe hacerlo poco a poco.
─ ¿Es posible que ese ángel sea alguien que vivió antes, que estuvo aquí antes que nosotros?
─ Si tal vez.
─ Rosa dice que ella ve las almas en pena, ¿Tú crees que mi ángel puede ser uno de ellos?
─ Si es un ángel no es un alma en pena.
─ Entonces ¿Cómo puede ser alguien que vivió antes aquí?
─ ¿Por qué lo crees?
─ Porque al verlo su ropa es como de los años cincuenta y me parece que conoce cada rincón de esta isla.
─ Es posible que la conozca, pero no creo que sea alguien que vivió aquí antes. Cuando lo vuelvas a ver pon atención a las cosas que están alrededor, lo que te rodea, la ropa que lleva puesto o las que utiliza cuando está contigo. Eso puede darte alguna pista.
─ ¿Y para qué?
─ Tal vez te ayude a descubrir las preguntas que requieras hacerle, la próxima vez que lo veas.
─ Dime tío, ¿extrañas a tu amor?
─ No, porque ella sigue conmigo ─ sonrió besándome en la frente e inmediatamente se levantó del asiento, el autobús daba la vuelta alrededor de la plaza.
El autobús se detuvo en la plaza, justo enfrente de la casa de huéspedes, mientras empezaban a bajar todos incluyendo el anciano pescador quien me sonrió al verme bajar, casi de última, pues tío Alfredo se quedó con él imagino que cuadrando la siguiente excursión.
Los chicos turistas entraron riéndose, diciendo cosas que no entendí. Me quedé en la entrada de la casa de huéspedes esperando a mi tío y revisando cada detalle en la calle, tenía la esperanza de verle hoy, pero esa noche no apareció.
Rosa y yo estuvimos conversando casi todas las tardes luego de ese jueves porque cambie mi rutina, al regresar de la fábrica, iba directo a la casa de huéspedes y luego mi madre, a su salida de la guardia, pasaba por mí para cenar toda la familia en el gran salón de la casa de huéspedes.
Una de esas tardes luego del café me mostró el baúl y entre las cosas que encontré estaban unas cartas de amor del que hoy sé que es mi abuelo, el capitán inglés y mi abuela María, creo que debieron amarse mucho. Además, había un álbum hecho en cuero marón con unas fotos en blanco y n***o ya amarillas por los años, unidos por las puntas con pequeñas esquineras negras y con un papel con textura de tela de araña para protegerlas. Según Rosa esas fotos estaban en el baúl el día que sacaron las cosas de los escombros, antes de que sellaran su entrada con piedras, y justo ahí encontró el vestido n***o con las joyas que me había prestado para utilizarlo como disfraz.
Supuse que había algo que no me quería contar y con la duda en la mente me dediqué a buscar en los archivos de la isla acerca de los propietarios de aquellos escombros. Al no tener la menor idea dónde empezar a buscar, no logré encontrar nada.
Hoy es último día de la celebración del carnaval en la isla y desde aquella noche no he vuelto a verle. Traté de recordar alguna señal del viejo camión, porque era lo único que me había impresionado desde la primera vez que lo vi, se supone que en este tiempo esos viejos camiones ya no pueden circular, pero en cambio su camión me parecía nuevo, reluciente y muy conservado.
Luego del trabajo en la fábrica decidí caminar un rato por la orilla de la playa, tomé un pequeño autobús que hacía el recorrido desde la plaza hasta la playa cada dos horas. Siguiendo mis instintos llegué hasta la plaza cercano a las cuatro de la tarde, sabía que no tenía más de dos horas antes de que el autobús pasara por última vez, por lo que me apresuré a bajar y caminar lo más rápido que pude la amplia acera de concreto, que demarcaba el sitio para estacionar los vehículos.
La playa estaba sola, era día de trabajo y aun no era las seis de la tarde por lo que era para disfrutarla solo yo. Vi cómo las gaviotas volaban bajo y luego de subir bien alto se dejaban caer para atrapar a los peces, sonreí entonces. Me quité los tenis y dejé los libros y el abrigo en la arena para mojar mis pies en el agua que besaba la orilla dulcemente.
El viento trataba de llevarme, pero fue inútil, rodeé con los brazos mi pecho y respiré el aroma a mar. La brisa golpeaba no solo el rostro también los oídos con su ruido particular a amplitud, a espacio abierto. Cerré los ojos y dejé caer los brazos a los lados de mi cuerpo, sentía los dedos fríos por la brisa, pero al cabo de un rato cambió, un calor especial estaba cerca de mí, por lo que al abrir los ojos Juan estaba a mi lado solo sonriéndome dulcemente.
─ ¿Qué haces sola en este sitio?
─ Y ¿tú qué haces aquí?
─ Viéndote y ¿tú?
─ Vine a mojarme los pies con el agua del mar ─ le contesté sin dejar de verlo y buscando sus ojos le dije: ─ ¿Siempre llegas sin hacer ruido?
─ Es cuestión de práctica ─ sonrió sonrojándose por el comentario
─ ¿Práctica?
─ Además, tenías los ojos cerrados y escuchando el mar por eso no me sentiste llegar.
─ De verdad no te sentí llegar.
─ Bueno a veces eso pasa. ¿En qué pensabas?
─ En nada, solo estaba escuchándolo y sintiendo el agua en mis pies.
Al cabo de un rato miré mis pies y no estaban ya mojados por el agua, el agua no llegaba hasta donde estábamos. Hoy estaba con su pantalón marrón, con su camisa beige y sus tirantes marrones con su camisa arremangada hasta los codos. Su ropa era de otra época tal vez de los años cincuenta, pensé.
Miró al horizonte, donde el sol empezaba a ocultarse y los rayos amarillos, resplandecían sobre su piel blanca. Tomó mi mano y sonriendo dijo: ─ Debo llevarte a casa, ya viene la noche.
─ Entonces ¿por qué no me acompañas y hablamos un rato?
─ Estamos hablando.
─ Quiero decir nos quedamos más tiempo. Me gustaría ver el atardecer contigo. ¿Te importa?
─ No, claro que no. Pero tu madre se preocupará sino llegas a la hora de la cena.
─ Bueno, para eso tienes tu veloz camión. ¿No es cierto?
Imagino que se sintió atrapado, sonrió mirando el suelo y con su zapato marrón arrastró un poco de arena. Casi de inmediato sin tener más que decir llevo sus manos a los bolsillos de su enorme pantalón y dijo: ─ ¿Dudas de su velocidad?
─ No, al contrario, estoy segura que llegaremos a la hora indicada. De eso te encargarás tú, ¿verdad?
─ Está bien Teresa, me encargaré de que llegues a tiempo a casa ─ sacó su mano del bolsillo para indicarme que camináramos, sus zapatos estaban limpios, eran de cuero marrón, pero no había en ellos rastros de arena. Miré hacia atrás y no pude ver mis cosas donde las había dejado, entonces cuando lo observé las tenía en su otra mano tanto los libros como mi pequeño abrigo tejido y los tenis.
─ Ponte tus zapatos, a veces en la arena hay pequeños trozos de conchas de caracol que pueden cortarte.
─ ¿Cómo hiciste eso? No te has apartado de mi lado.
─ No solo soy sigiloso, también soy rápido ─ sonrió nuevamente y no me quedo de otra que reírme con él.
Nos detuvimos para que pudiera calzarme mis zapatos de goma, sentándose a mi lado en la arena. Llevaba mi cabello en una trenza, pero siempre había uno que otro mechón que por el viento se salía de ella. Luego que me calcé él retiró despacio mi mechón, que me impedía verlo, sentí un escalofrío en mi espalda. Me quede petrificada viéndome en sus hermosos ojos azules, oscurecidos por los rayos mostaza del sol, al atardecer.
─ Debemos apurarnos, sino no llegaremos por más que haga que el camión eche fuego.
─ Juan ¿Dónde estabas que no habías venido a verme?
─ Yo siempre estoy cerca de ti, solo que a veces no me ves.
─ ¿Qué debo hacer para verte todas las veces que quiera?
─ Solo desearlo, como ahora.
─ ¿Cómo ahora?, pero no estaba pensando en ti.
─ Tal vez no consciente, pero lo hiciste, sino no estuviera contigo.
─ Es decir que solo debo desear verte para que aparezcas como por arte de magia.
─ Bueno, no por arte de magia, pero siempre estoy cerca Teresa.
─ ¿Qué edad tienes?
─ ¿Te importa saberlo?
─ Sí, claro.
─ Tengo casi veinticuatro años.
─ Eres mayor que yo ─ afirmé
─ Si.
─ ¿Dónde vives?
─ En el otro lado de la isla.
─ ¿En qué sitio? Algún día me gustaría conocer dónde vives
─ Algún día te llevare, pero no hoy.
─ Juan y tú familia ¿Dónde están?
─ En realidad, no tengo familia, vine a esta isla para trabajar en la fábrica y me quedé aquí ─ respondió desviando la mirada al horizonte, donde el sol solo despedía sus últimos rayos.
Se levantó de la arena quedando completamente limpio. Extendió sus manos para ayudarme a levantarme sonriéndome complacido.
Caminamos tomados de la mano hasta llegar al sitio donde estaba estacionado su reluciente camión n***o. Luego de abrir la puerta del copiloto, me ayudó a subir y dejó sobre las piernas los libros, la cerró con cuidado. Mientras lo observé caminar delante del camión, abrió la otra y cerrándola luego, lo encendió, puesto que las llaves bailaban en el interruptor. Al encenderlo su sonido característico me estremeció y con habilidad dio vuelta al volante blanco, para tomar camino nuevamente a casa.
No sabía qué preguntarle, es que al estar a su lado era como si no tuviera necesidad de saber nada más, era tanta la tranquilidad que se respiraba a su lado que no necesitaba saber, conocer o entender nada. Cuando miré adelante sobre la guantera del camión reposaba un pequeño cartón amarillo, el cual parecía haberse quedado olvidado ahí. Me dije que debía tenerlo, para verificar cualquier cosa, pero debía quedarme sola en el camión para que no viera que lo había tomado.
Durante el trayecto no dije nada, pero él no dejaba de mirarme sonriéndome cada vez que lo hacía: ─ Sé que tienes muchas preguntas que hacerme, pero puedes empezar por la primera. ¿No crees?
─ Dime Juan ¿Cómo sabes dónde encontrarme?
─ No lo sé realmente, solo cuando pienso en ti y tú en mi sé dónde encontrarte. Es lo único que puedo decirte.
─ ¿Eres una especie de iluminado?
─ ¿Iluminado?
─ Si, en la isla llaman iluminados a las personas que pueden hablar con los fantasmas o con los que han muerto.
─ ¿Crees que soy un fantasma o un iluminado?
─ No sé, dime tú
─ Bueno para ser fantasma no hay que tener cuerpo, por lo que no podría tocarte ni sentirte y eso no ocurre.
─ Entonces eres un iluminado
─ Según tú, ¿lo soy?
─ A veces creo que sí.
─ ¿Por qué?
─ Porque sabes cuando tengo miedo, cuando me siento triste, cuando pienso en ti sin darme cuenta.
─ Bueno si es por eso entonces soy un iluminado ─ sonrió
─ ¿De qué vives Juan?
─ Ahora estoy sin empleo antes llevaba con mi camión hortalizas al puerto
─ ¿Desde cuándo estás desempleado?
─ Luego del incendio.
─ ¿Del incendio?
─ Si del incendio que quemó el puerto.
─ Pero si no ha habido ningún incendio.
─ Claro que sí Teresa, pasó el veintidós de febrero
─ ¿El veintidós de febrero?
─ Si hace un mes ─ me respondió muy seguro, así que no le dije nada para no importunarle.
─ Creo que tu mami te espera, tiene las luces de la casa encendidas.
Llegamos a la casa, el tiempo había pasado rápidamente y como siempre estaba justo a la hora dejándome enfrente, sonriéndome como si hubiese cumplido con su sagrado deber de asegurarse que llegaba a casa sana y salva. Detuvo el camión justo enfrente de la casa, como había dicho, mi madre estaba encendiendo las luces justo a las siete de la noche.
─ Bien Teresa estas en casa.
─ Gracias.
─ De nada ─ sonrió tomando con sus dos manos el volante sonrojándose al notar que no le quitaba la vista.
─ ¿Dije algo que no debí?
─ No. No me hagas caso.
─ Mañana es el último baile, ¿te gustaría acompañarme?
─ ¿A dónde?
─ Al baile en la plaza, es el último baile de este año. ¿Podrás venir conmigo?
─ No estoy seguro.
─ ¿Tienes cosas que hacer?
─ No, no es eso.
─ ¿Vendrás entonces?
─ Haré lo posible. Te buscaré en el baile.
─ Me parece bien, pero debes disfrazarte.
─ ¿Disfrazarme?
─ Si, no puedes llegar sin disfraz, es una tradición.
─ Está bien, veré qué puedo hacer ─ dijo abriendo la puerta del camión y luego de cerrarla, cuando estaba segura que no podía verme, tomé con rapidez el trozo de papel de la guantera y la escondí entre mis libros que tenía al lado en el asiento, justo antes de que él abriera la puerta y me ayudara a bajar del camión.
─ Buenas noches Teresa
─ Buenas noches Juan. ¿Te veo mañana?
─ Claro.
─ Te veo mañana ─ le respondí afirmando y sonriéndole caminé hacia la casa, para cuando llegué a la puerta ya su camión había arrancado puesto que no estaba.
Cuando llegó la hora de irme a dormir recordé el trozo de papel que había guardado entre las páginas de los libros y desesperadamente sacudí cada uno de ellos sobre la cama, al terminar con el último de mis cuadernos cayó al piso el trozo de papel.
Era un papel amarillo, asumo que, por los años y el sol, parecía que no lo había movido de ese lugar ya que sus puntas estaban levantadas hacia arriba. Era un perfecto cuadrado casi como un pase especial para las fiestas y se había borrado lo que decía, pero noté que lo que se había escrito había sido hecho afincándose con fuerza en el papel, ya que las letras quedaban perfectamente delineadas en el reverso.
Me levanté de la cama y tomé de la mesa cerca del computador un lápiz y con sumo cuidado lo pasé sobre el escrito de manera de no dañar el papel. Cuando terminé me sorprendió ver lo que estaba escrito: ‘Para que puedas entrar, Teresa’.
Aún con el trozo de papel en las manos me deje caer en la silla frente a mi computador y de manera instintiva vi la foto de mi padre, no sé por qué, pero fue lo único que logró calmar el ritmo de los latidos del corazón y tomando lentamente aire trate de calmarme.
Era como me había dicho tío Alfredo, tengo tantas preguntas que no sé por cuál comenzar. Al cabo de unos minutos pensé en voz alta:
─ Tal vez si existió una Teresa antes de mi y tal vez lo haga recordarla y por eso viene a mí para protegerme. Debo averiguar si existió alguna otra Teresa, hace como cincuenta años atrás, en esta isla y qué pasó con ella ─ coloqué el trozo de papel y lo guardé entre las hojas de un viejo libro de poemas de mi padre.
Cerrando el libro lo puse en mi pecho apoyando la barbilla en él, sonreí colocándolo nuevamente en su sitio y decirme: ─ Tendré muchas preguntas que hacerte mañana, Juan.
Luego me levanté y apagué la luz de la habitación, pero antes de acostarme me asomé a la ventana y sonreí recordando las cosas que habían pasado durante este día. Cuando bajé la mirada estaba su camión enfrente de la casa. Al cabo de unos minutos salió viendo a la ventana, apoyando su cuerpo en la puerta, como había hecho noches antes. Sonreí y creo que hizo lo mismo, cuando dejé correr la cortina, lo vi montarse al camión y dejar atrás el sonido ronco de su motor al arrancar.