Al despertar esa mañana, luego de mi larga noche con Juan, parecía como si todos los huesos y los músculos de mi cuerpo hubiesen sido desarmados esa misma noche. Cuando abrí los ojos sentí la brisa que entraba por la ventana, una mañana resplandeciente de sol. Sonreí, luego estiré los brazos y las piernas, debajo de la colcha, lo más que pude hasta sentir que cada hueso llegó a su sitio y todo se incorporó en un solo cuerpo.
Me senté en la cama observando cómo la brisa elevaba suavemente la cortina blanca de la ventana, escuché el trinar de los pájaros y me levanté, viendo atentamente el vestido, extendido en el respaldar de la silla. Lo acaricié con la yema de los dedos sintiendo cada uno de los hilos, cada parte del encaje n***o que componía su corsé. Lo puse sobre mi cuerpo y di vueltas con él en mis brazos como si bailara una linda danza.
Sobre la mesa estaba la caja que debía tener los zarcillos y el collar, dudé unos segundos y me aproximé, para verificar que estuvieran ahí. Al abrir solo estaban los zarcillos, acomodados en el centro, pero el collar no estaba. Sigilosa caminé hasta la cama y levantando la almohada lo encontré perfectamente acomodado, oculto debajo. Lo levanté para colocarlo nuevamente en su sitio con los zarcillos, doblé el vestido llevando hacia dentro los pliegues de la falda y lo guardé en la bolsa que me había dado Rosa, para colocarlo luego en la parte superior de mi armario. Ayer había sido el último día que podía ponérmelo, había sido el último baile de carnaval de este año.
En casa todo estaba quieto, creo que mi madre no se había levantado. Con sumo cuidado luego de vestirme, con mis jeans desgastados, los tenis y una franela blanca con el abrigo bajé a la cocina. Tomé una manzana de la mesa y empecé a comerla observando por la ventana cómo poco a poco los vecinos salían a recoger el periódico, a barrer la acera, a pasear a los animales, a trotar o simplemente como yo a caminar. Era domingo día de descanso, pero tenía que hablar primero con Rosa sobre las cosas que descubrí anoche.
Lavé mis manos luego que terminé de comer la manzana y tomé un vaso con agua. Escribí una nota a mi madre y para estar segura de que la leyera, la dejaría en la puerta del refrigerador, sostenida por los imanes en forma de vegetales, que vestían su parte superior: ─ Salí a casa de tío Alfredo, cualquier cosa me buscas. Besos.
Tomé las llaves y abrí la puerta con sumo cuidado para no hacer ruido y despertar a mamá. Saludé a los vecinos y caminé por la acera del lado derecho, sentía que no estaba en este mundo, las preguntas revoloteaban en mi cabeza y no podía darles un orden lógico. Tal vez por eso no puedo verlo sino al atardecer, y en las noches, porque las cosas que le habían ocurrido, las últimas que había vivido, habían pasado durante esa parte del día.
Cuando llegué a la casa de huéspedes tío Alfredo me recibió con una sonrisa desde la recepción, había mucho movimiento porque empezaban la retirada de los turistas, así que solo lo saludé con la mano y me dirigí a su casa.
Después de salir al patio y caminar por el pasillo de piedras respiré ese aroma a rosas, volví a sentirlo durante el trayecto mientras me aproximaba a la casa, era como si me marcara el camino y llegar segura a mi destino. Toqué la puerta y, al abrirla, Rosa estaba sentada en la silla viendo cómo la brisa levantaba dulcemente la cortina, sentada en el sofá de la sala.
─ Hola. ─ sonrió al verme mientras cerraba la puerta con cuidado.
─ ¿Te sientes mal? ̶ me atreví a preguntarle porque estaba como sorprendida de verme, como si no supiera quién le hubiese interrumpido sus pensamientos.
─ No para nada. ¿Qué tal estuvo anoche? ¿El baile, la fiesta y tu amigo?
─ Vine para que me contaras qué pasó luego que salí del salón. ̶ para verle al rostro me senté en la otra silla frente a ella.
─ Bueno tu madre vino a buscarte después, realmente casi una hora después, pero Alfredo se ocupó de contarle que tal vez estabas con alguno de tus compañeros cerca de las fogatas. ̶ estaba tranquila, sus brazos reposaban sobre su regazo, con los dedos entrelazados.
─ ¿No preguntó luego?
─ No. No preguntó nada más. ̶̶ sonreía mirándome, compartiendo mi asombro.
─ No puedo creerlo. ̶ respondí incrédula, recordé las palabras de Juan, cuando me dijo que nadie preguntaría sobre mí.
─ Debes creerlo. Pero dime, ¿Cómo te fue con tu amigo?
─ Bien.
─ ¿Te explicó algunas cosas, o aún no ha llegado a hablarte de nada?
─ Si, ya me contó algunas cosas. ¿Nos vistes ayer?
─ No cariño solo vi cuando te alejaste de la casa de huéspedes, había mucha gente no puede ver con quién te ibas.
─ Cercano a las doce de la noche se apareció en la plaza, por eso salí del salón. Después nos fuimos hasta el lado este de la isla.
─ ¿En serio? ̶ sus ojos se abrieron hasta tal punto que pude ver su color verde, realmente estaba sorprendida.
─ Así es. Rosa, tú que tienes viviendo muchos años aquí en esta isla, ¿qué se sabe de Teresa Fernández?
─ ¿Teresa Fernández?
─ Si, la hija de Fernández, uno de los accionistas de la fábrica.
─ Si te refieres a ella, solo puedo decirte lo que recuerdo, pero no muchos detalles, hace bastante tiempo de eso. Según las habladurías del pueblo se decía que querían casarla con el hijo de Meléndez. No pudieron porque ella sufrió un accidente terrible.
─ ¿Qué clase de accidente?
─ Bueno cariño se dice que estando en la orilla del acantilado se arrojó al mar, según cuentan porque no quería que la casaran con ese chico. Muchos dicen que ella había sido la causante de la muerte de un joven, pero no recuerdo su nombre. Fue un escándalo, ella iba a huir con un joven desempleado de la fábrica y tuvieron un accidente donde el joven murió, la misma noche de su compromiso.
─ Esa joven tendría tu edad, ¿verdad? ¿Si viviera tuviera tu edad?
─ No lo sé, cariño, no la conocí.
─ Claro eso hace cincuenta años más o menos.
─ Si, eso hace como cincuenta años. ─ responde moviendo su cabeza reconociendo la certeza del tiempo.
─ ¿Encontraron su cuerpo?
─ No lo sé, se dijeron muchas cosas……─ se levantó de la silla incómoda por mis comentarios y la seguí hasta la cocina. Tenía un presentimiento y debía verificar si era cierto.
─ Las cosas que me distes para disfrazarme, ¿eran de ella?
─ No lo sé.
─ Rosa estoy segura de que eran de ella. Juan me dijo que mi vestido era igual al que ella usó esa noche, así como el collar, porque se lo regaló él. ¿Cómo es que tú lo tienes?
─ Bueno aquí las cosas viejas se venden.
─ Pero ese collar es muy costoso. No creo que nadie hubiese querido deshacerse de él, debieron pedir mucho dinero. ¿No crees?
─ No lo sé cariño. ─ dijo desviando la mirada a la ventana ─ ¿Quieres un poco de café?
─ Quisiera que me contaras lo que sabes, eso es todo. Necesito conocer qué fue lo que le ocurrió realmente, si vive o no.
─ ¿Para qué quieres saberlo? ̶ comenzó a buscar las cosas para preparar el café, sacando un tarro del gabinete, la azúcar y coloca una pequeña olla con agua a hervir.
─ Juan necesita saberlo, además Rosa, quiero ayudarle. Sufre mucho por no saber qué le ocurrió luego de esa noche.
─ ¿De cuál noche? ̶ pregunta sin verme al rostro, colocando dos cucharadas del café en la olla que hervía el agua.
─ De la noche que lo mataron.
─ ¿Te contó cómo pasó? ̶ miraba fijamente mi rostro, esperando la respuesta.
─ Si. ̶ la expresión de sorpresa fue evidente, desvió la mirada y noté que se puso nerviosa. Levanta la cabeza respirando hondo y luego regresó su rostro al mío, pues la olla con el café empezaba a hervir.
─ No puedo aclararte nada cariño. Tal vez, si buscas en la fábrica, puedas encontrar algún otro dato. Solo tengo el baúl, por eso tengo el vestido y la joya que vistes, ahora que me cuentas puede ser que haya sido de ella antes. ̶ coloca el café en el colador de tela y el aroma comenzó a llenar el ambiente, esperó que colara lentamente, estaba atenta a lo que hacía sin verme al rostro, por lo que me atreví a preguntarle de nuevo.
─ ¿La conociste?, ¿la viste alguna vez?
─ La noche de la fiesta de disfraces, fue la única vez que la vi, cuando lució el vestido que te regalé. Estoy segura de que estar en la boca de la gente de este pueblo, hace mucho daño, eso es terrible. Te juro Teresa que ella sufrió mucho, por todo lo que pasó. No se supo nada más luego del accidente. De acuerdo con lo que se sabe Fernández se fue de la isla y Meléndez se quedó con todo, ese hombre perdió la razón cuando se enteró que su hija había muerto.
─ En esta isla han ocurrido cosas terribles. ─ le dije porque recordaba las cosas que me había contado sobre mi madre, y lo que ahora sé sobre Juan.
─ Si, así es, pueblo pequeño, infierno grande. ─ sonrió con tristeza, sus labios desdibujaron la sonrisa con rapidez y comenzó a moverse por la cocina, buscando las tazas para servir el café, que me había ofrecido. Su expresión de tristeza no la abandonó durante el tiempo que seguimos juntas tomándonos el café.
Mis instintos normalmente no me fallan, hay algo que no me aclaró Rosa y creo que ella sabe más, pero por alguna otra razón teme contarme. Entendí que no era el momento adecuado para que conversáramos más sobre el tema, estaba muy incómoda, así que dejé de hacerle preguntas que pudieran molestarle. Pasamos la mañana juntas, hasta que tío Eduardo vino por nosotras para que lo acompañáramos en la casa de huéspedes.
Al medio día Isabela llegó hasta la casa de huéspedes y disfrutamos de un almuerzo en familia. Los hijos de tío Eduardo correteaban por el jardín, mientras los adultos terminábamos tomando el café humeante, que había preparado Rosa reunidos en la casa de huéspedes. Generalmente lo preparaba en su casa para llevarlo al comedor y lo acompañaba, con algún trozo de pastel, que me parecía exquisito.
Aproveché la oportunidad mientras mi madre conversaba con sus hermanos, nos alejamos un poco, salimos al pasillo que llevaba a su casa y nos sentamos debajo del árbol, como aquella noche, solas nosotras para conversar.
Rosa estaba triste, por lo menos así la sentí, y me acerqué lentamente para sentarme a su lado.
─ ¿Sigues triste?
─ Algo hija, pero son cosas de vieja.
─ No confías en mí para contármelo.
─ No es eso, es que no quiero preocuparte por esas cosas.
─ ¿Por qué no me cuentas? ─ me observó detenidamente y luego de un suspiro, como si estuviera segura de que ya estaba lista para escuchar, empezó a hablar.
─ Estoy muy triste porque algo terrible va a pasarnos. Tengo mucho tiempo con un sueño que se ha repetido varias veces y cada vez con más detalle. Hay mucha maldad en la isla, no nos respetamos, los hijos no quieren a sus padres y los padres no se preocupan por sus hijos, el alcohol corrompe a todos. Debemos detenernos, pero no hacemos caso, por eso vendrá a castigarnos a todos.
─ ¿Quién vendrá?
─ Teresa, en ese terrible momento cuando la muerte se nos aparece, cuando viene a buscarnos, ese ángel de la muerte solo se presenta ante nosotros, en nuestro último instante de vida. Entonces si la persona que muere no ha logrado el perdón, el maligno viene a buscar a quienes no se arrepientan de sus pecados, a quienes no han aprendido para llevarlos al sufrimiento eterno. Luego, si no logra llevárselos, los deja vagando por este plano eternamente. No hay descanso, vagan reviviendo cada sufrimiento, cada dolor que pesa sobre sus almas, sin poder encontrar alivio, una y otra vez. ─ dijo con las lágrimas bajando por sus mejillas abundantemente, mientras trataba de respirar con dificultad porque su llanto no le dejaba tomar el aire que necesitaba en ese momento.
─ Rosa. ─ le interrumpí tomando su mano mientras ella solo miraba al horizonte, contemplando algo que no podía precisar, no podía verlo frente a ella. ─ ¿Juan tiene algo que ver en eso? ─ le observaba atenta al rostro y por unos instantes, con su mirada perdida en el espacio frente a ella, respiró profundamente soltando todo el aire de sus pulmones.
─ No lo sé. Tal vez es el tiempo para que las cosas se aclaren y afloren las verdades. ─ me miró al rostro, sus ojos estaban llenos de lágrimas, muy rojos, y coloca su mano sobre la mía.
─ ¿Qué verdades Rosa? ─ le pregunté mirando sus ojos llenos de lágrimas que recorren su rostro, había mucho dolor en ella, así lo sentí, un profundo dolor.
─ Busca Teresa, busca la verdad que necesita conocer. Hazlo por él, pero no me pidas más porque no puedo decirte. ─ Se levantó del asiento mirando a su casa, noté su angustia y dejé que se alejara sin detenerla.
Observaba cómo caminaba por el pasillo de piedra, despacio como contando cada uno de sus pasos, hasta abrir la puerta y entrar. No regresó su mirada a verme, simplemente entró, su mirada continuaba apuntando al suelo al cerrar la puerta.
Seguía mirando a la casa, cuando la puerta se cerró, la brisa fría comenzaba a mover las hojas de los árboles con su acostumbrado vals. Sentí los pasos de alguien que se aproximaba a mí, pero no tuve intención de verificar quién, estaba concentrada en las cosas que me había dicho Rosa y de verdad que tenía muchas dudas.
─ Debemos irnos Teresa, vamos adentro a despedirnos ─ dijo Isabela colocando su mano sobre mi hombro y le sonreí. ─ ¿Ocurre algo con Rosa?
─ No lo sé. Terminamos de conversar y me dijo que iba a la casa a recostarse. ─ le dije aun viendo hacia la casa. La tarde empieza a caer, la brisa fría nos acompañó y tomadas de la mano entramos a la casa de huéspedes.
Cercano a las cinco de la tarde, llegamos a nuestra casa, pasamos por la cocina dejando sobre la mesa el trozo de torta que nos habíamos traído. Cada uno se dirigió a su habitación, tomé el libro de poemas de mi padre y comencé a leerlo, al cabo de unas páginas me quedé dormida.
En mi sueño el cielo estaba oscureciéndose, con una espesa nube negra de tormenta mientras el sol peleaba por quedarse solo en el cielo. Caminaba por la orilla de la playa, no había nadie, de repente Juan estaba junto a mí, el viento empezó a soplar con mayor intensidad. Tomó mi mano con fuerza y nos refugiamos entre las rocas, en una cueva, cuando la lluvia empezó a caer fuertemente.
─ No debiste irte de casa, no debiste salir a caminar. ─ había angustia en su mirada, supe entonces que algo muy malo se aproximaba, al menos eso sentí.
─ No sabía que llovería. ─ respondí mirándole
─ No es solo por la lluvia. Debo llevarte a casa, debes estar con tu madre.
─ ¿Qué ocurre? ─ le dije colocando mi mano en su pecho evitando que me llevara con él sin darme una explicación convincente.
─ Debes estar con ella. Van a ocurrir cosas terribles por estas tierras y las almas buenas deben pedir por la salvación de todos.
─ ¿No te entiendo?, ¿A qué te refieres? ─ mantuve la mano sobre su pecho para que no desviara la mirada de mi rostro.
─ Está por ocurrir una catástrofe y tu madre va a necesitarte cerca, debes estar con ella. ─ respondió esta vez con una voz serena y manteniendo la mirada en mi rostro.
─ ¿Eres el ángel de la muerte?
─ No. ─ sonrió por unos minutos, diría que con una expresión de sorpresa por la pregunta. Después de unos segundos, al desdibujarse la sonrisa, continuó sereno. ─ La muerte es un estadio temporal por el que debemos pasar después que nacemos. Debemos regresar a ser espíritu como antes de nacer, un alma puro espíritu. En ese momento, hay varios ángeles que vienen a ayudar a las almas que se arrepienten antes de morir.
─ Dime, ¿Qué puedo hacer entonces?
─ Te darás cuenta cuando veas llegar la tormenta, sentirás frío en la punta de tus dedos y luego un pequeño susto en la boca del estómago. Cuando lo sientas debes buscar a tu madre y estar con ella.
─ ¿Qué va a pasar?
─ Una fuerte tormenta azotará por días la isla, muchas áreas se inundarán y por las colinas bajará tanta cantidad de agua que arrastrará todo lo malo regresándolo al mar.
─ Dios mío, eso es terrible. ─ le contesté desviando la mirada a su espalda, puede ver cómo la lluvia caía constantemente en la orilla de la playa, cubierta por una espesa cortina de agua, que no cesaba en su intensidad de caer del cielo ennegrecido.
─ Estaré con ustedes, protegiéndolas. No te preocupes. ─ colocó sus manos sobre mis hombros y sonrió con amabilidad. Sentí seguridad en sus palabras, protegida por ellas, sabía que seguiría con nosotras como hasta ahora, sin importar las verdaderas razones.
Me desperté asustada sentándome en la cama. Unos minutos después, por instinto, me asomé a la ventana observando atenta el cielo, pero estaba despejado. El anochecer empezaba a cubrirlo todo de n***o.
Cerré la ventana y vi cómo mi silla mecedora empezaba a moverse lentamente, luego una tenue imagen se dibujó sobre ella descubriendo poco a poco que era mi padre. Casi al reconocerlo desapareció, en realidad, se disipó en el aire. Salí de la habitación para buscar a mi madre y me dirigí a su cuarto, se había quedado dormida en la silla
─ Isabela, despierta. ─ me acerqué a la silla y coloqué las manos sobre su brazo.
─ No, es muy temprano. ─ respondió soñolienta
─ Madre, debes acostarte en la cama luego te quejas de los dolores de espalda.
─ ¿Qué hora es?
─ Deben ser como las ocho de la noche.
─ Me quedé dormida leyendo el periódico.
─ Ve, acuéstate en la cama. Buenas noches.
─ Buenas noches Teresa. ─ se levantó casi como un robot y se acostó en su lado acostumbrado, le quité los zapatos y la arropé. Antes de salir de la habitación sin verme dijo: ─ Recuerda cerrar las puertas cariño.
─ No te preocupes, voy a hacerlo. Descansa, nos vemos mañana. ─ le contesté al salir de su habitación y caminé primero a la cocina, verificando que la puerta de atrás, que daba al garaje, estuviera cerrada. Luego caminé hasta la puerta principal, la cual cerré con doble llave.
Sentí un agradable olor a pino y al voltearme estaba Juan sonriéndome.
─ Hola Teresa. ─ sus alineados dientes estaban resplandecientes debajo de la luz de la sala.
─ Dios, qué susto me diste. ─ coloqué la mano sobre mi pecho, estaba sorprendida de encontrarlo frente a mí.
─ Lo siento, voy a procurar hacer un poco de ruido.
─ Creo que sí, es una buena idea, tendré que aprender a distinguir los cambios a mi alrededor para cuando apareces.
─ Vine para decirte que no debes tener miedo.
─ ¿Miedo?
─ Así es. Lo que soñaste es verdad, no falta mucho para que ocurra y debes estar preparada.
─ ¿Sabes qué fue lo que soñé?
─ Si. Estás escuchando a tu intuición, solo eso.
─ Dime ¿Qué clase de ángel o de espíritu eres?
─ Yo, simplemente, les advierto lo que viene para que se arrepientan. Si el alma está perdida Uriel viene por ella, para que encuentre el camino a Dios.
─ ¿Uriel?
─ Si. Debo irme, ya te dije que solo debes estar junto a tu madre, tu padre la protege y yo te protejo a ti.
─ Gracias a Dios ─ dije aliviado
─ Pero quiero pedirte un nuevo favor, mañana busca en la biblioteca acerca de Teresa. ¿Podrás hacerlo?
─ Haré lo posible.
─ Buenas noches, entonces.
─ Buenas noches ─ sonrió frente a mí, acarició mi rosto con su mano y luego se dirigió a la puerta la cual abrió sin dificultad.
El amanecer del lunes me pareció maravilloso, completamente soleado, el cielo hermosamente azul y sin una sola nube en el cielo, lo que me alivió mucho. Había sido un fin de semana sumamente largo para mi gusto, con demasiada información y estaba realmente atontada.
Me distraía con facilidad pues venían a mi mente escenas del sueño en la playa, la conversación con Juan en la cocina y luego su cara de dolor y de angustia al verse herido con las manos ensangrentadas.
Me vestí rápidamente para irme a la escuela, a partir de hoy las cosas regresaban a la normalidad: escuela de mañana y fábrica en la tarde. Mi madre como todos los lunes debía estar en el hospital antes de las seis de la mañana, debo apurarme. Decidí que después de la clase, regresaría para buscar información acerca de Teresa Fernández.
La clase fue realmente aburrida. Me limité a luchar entre prestar atención y ver cada cinco segundos por la ventana, a mi lado, si el cielo se oscurecía presagiando lluvia, pero no ocurrió cambio alguno en el cielo.
Al cabo de unos minutos el sonido más maravilloso se escuchó: el timbre para dar por culminado esta larguísima hora de clases de legal. Decidí que era el momento de buscar la información en casa porque faltaban casi dos horas para el mediodía. Esperé el autobús y cuando llegué a casa mamá aún no estaba, corriendo subí las escaleras para buscar tranquilamente con casi dos horas en internet.
Encendí la máquina y mientras cargaba lo necesario para conectarse me levanté de la cama asomándome por la ventana, gracias a Dios el cielo seguía igual de despejado que esta mañana. Regresé a sentarme cuando escuché el sonido indicándome que había iniciado el programa y me senté para teclear: Teresa Fernández.
Al cabo de un rato aparecieron 220 coincidencias con dicho nombre y decidí filtrarlas por las imágenes, descartando aquellas que fueran actuales. No encontré nada. Luego recordé la fecha y coloqué el nombre de la fábrica, entonces aparecieron varias fotos con leyendas, todas las que estaban en el álbum de la biblioteca de la fábrica.
Cuando estaba a punto de darme por vencida, apareció un artículo que narraba el accidente. Había dos fotos, una foto de ella, del día del compromiso, pues eso era lo que indicaba al pie de la imagen. Luego otra donde un vehículo flotaba en el mar, sobresalía la maletera, todo destrozado, como si lo hubiesen estrellado contra las piedras.
Según el artículo Teresa Fernández había tenido una fuerte discusión con su padre y prometido, Javier Meléndez, por lo que tomando el camino a la playa se dejó caer por uno de los acantilados del lado oeste de la isla. No se encontró su c*****r, según las autoridades el mar se lo tragó, aunque ella tratara de salirse del vehículo al caer. Fecha del acontecimiento 17 de junio de 1950.
Si no habían encontrado su c*****r ese día y luego la búsqueda que inició su padre, de acuerdo con las noticias, entonces había la posibilidad de que no hubiese muerto en el accidente y tal vez estuviera viva en otro lugar. Debió esconderse, cambiarse de nombre, irse de esta isla utilizando lo que había pasado como una distracción para no casarse con Javier y librarse del yugo de su padre.
Nuevamente vino a mi mente Rosa. Escribí su nombre para ver qué aparecía, tal vez alguna foto, otra información, pero no apareció nada relacionado con la Rosa que conocía. Recuerdo que mi tío Alfredo me había comentado que era una amiga de la abuela, pero su apellido no lo recordaba y en realidad no estaba segura si alguna vez lo habían mencionado.
Me vestí apresurada, me cambié mis zapatos por los tenis y el blue jean con un abrigo para ir a la casa de huéspedes, tal vez ahí por lo menos tío Alfredo pudiera aclararme las dudas. Decidí irme caminando así me daría tiempo para pensar claramente y aclarar mis dudas, no mostrar tanta ansiedad por las respuestas sino parecer solamente curiosa.
Al llegar a la casa de huéspedes, estaba mi tío en la puerta hablando con uno de los trabajadores, me sonrió al reconocerme mientras me acercaba caminando.
─ ¡Qué alegría verte, cariño!
─ Hola, tío. Necesito hacerte una pregunta muy personal.
─ Bien tú dirás, pero pasemos adentro, es mejor, podremos sentarnos.
─ No, no quiero que me vean que estoy aquí. ¿Podemos sentarnos en la plaza?
─ Claro, déjame avisarle a tu tío Eduardo y te busco en la plaza. ─ entendió con mi mirada que lo que quería hablarle era un asunto muy personal, tal vez pensó que era sobre Juan, aunque no necesité aclarárselo me pareció fantástico no tener que explicarle nada más.
─ Gracias ─ le contesté aliviada porque no quería correr el riesgo de encontrarme con Rosa, no quería verla. La duda que tenía debía aclararla sin verla para estar segura al preguntarle.
Caminé un poco y ubiqué un banco casi al otro extremo de la plaza, rodeado de un hermoso pino con sus barbas que eran movidas suavemente por la brisa que había empezado a recorrer el sitio.
Respiré profundo cerrando mis ojos, al cabo de un rato al abrirlos me pareció ver a Carlos entre la gente, tenía su cabello algo crecido, pero se perdió entre la gente. Después del incidente no había regresado ni a las clases ni otro lugar. Lo busqué, pero con la gente que caminaba por la plaza, al ser las doce del mediodía, lo perdí.
Tío Alfredo llegó sentándose a mi lado y colocando su mano en mi pierna me preguntó, casi como si habláramos en secreto: ─ Dime pequeña, ¿Qué necesitas saber?
─ ¿Recuerdas el caso de Teresa Fernández?
─ ¿Fernández?
─ Si la hija de uno de los accionistas de la fábrica.
─ Bueno en realidad no mucho. Aquí se dice de todo cariño, pero lo que recuerdo es que murió en un accidente terrible.
─ ¿Cuál accidente?
─ Su carro cayó al acantilado del lado oeste de la isla.
─ ¿Sabes si después hallaron su cuerpo?
─ No. Recuerdo que mi madre decía que esa chica debería haber sufrido mucho para tomar la decisión de quitarse la vida.
─ ¿Quitarse la vida?
─ Así es, según tu abuela esa chica se suicidó.
─ ¿Desde cuándo Rosa vive contigo?
─ Desde que tengo uso de razón, era una vieja amiga de tu abuela.
─ ¿Recuerdas su apellido?
─ Claro Rosa Olivares.
─ ¿Olivares?
─ Si, Olivares. Recuerdo que se apareció en casa una tarde lluviosa. En ese entonces tu abuelo estaba vivo y atendía de vez en cuando la casa de huéspedes, él la recibió. Llegó solo con la ropa que llevaba puesta, completamente mojada, con la mirada perdida y mi madre al verla la rodeó con sus brazos y la llevó adentro.
─ ¿Qué pasó después?
─ Nos dijeron que Rosa se quedaría con nosotros y nada más. Años después cuando clausuraron la entrada a los escombros papá trajo a la casa un baúl que se encontró en una casa abandonada, tal vez usada por los trabajadores. Ella habló exigiéndole a mi padre que se lo entregara, antes pensé que era muda. Mi madre no se opuso, desde entonces lo cuida como el cofre del tesoro de un pirata, lo custodia en su habitación.
─ No sabes si tiene otro apellido.
─ No, no que yo sepa. ¿Por qué?
─ Es que estoy investigando sobre los accionistas de la fábrica y su historia. Se me ocurrió que tal vez Rosa supiera algo de esa chica por su edad.
─ Si mi madre estuviera viva, tal vez, podría aclararte algunas cosas sobre Teresa. ─ sonrió como si hubiese recordado algo y me dijo viéndome a los ojos. ─ recuerdo que cuando naciste mi madre nos dijo que tal vez deberías llamarte Teresa, le pregunté por qué, solamente dijo que ese era un nombre muy hermoso, era de una santa muy valiente. Las Teresa, que había conocido, eran mujeres valerosas, decididas y muy seguras de sí, así como tú.
─ Pero cuando nací abuela y mami no se hablaban.
─ Así es, pero a tu madre siempre le contaron la historia de Teresa, la santa. Si dudas pregúntale por qué te puso ese nombre y verás que es por lo que te dije. A ella no solo le agradaba el nombre, le hacía recordar a tu abuela.
─ Rosa Olivares ─ repetí su nombre para no olvidarlo.
─ Si. Debo regresar no puedo dejar mucho tiempo a tu tío encargado, ¿vienes?
─ No
─ ¿Dónde almorzarás?
─ En casa con mami. Debo irme debe estar por llegar. Gracias, tío. ─ le di un beso en la mejilla y me dirigí a la parada del autobús.