El mismo día
Matadi, el Congo
Samuel
Dicen que existen señales que nos indican el peligro, como un susurro en el viento, un escalofrío inesperado que recorre nuestra espina dorsal, o una sombra que se desliza apenas perceptible. A veces basta un gesto, una palabra en el tono equivocado, un simple indicio que encienda nuestras alarmas. Lo cierto es que el peligro se siente primero en la piel, como si cada fibra estuviera afinada para detectar lo que no se ve, como un animal salvaje olfateando la amenaza antes de verla. Sin embargo, lo complicado es que no siempre está a la vista, ni siquiera es obvio para todos; está escondido en la bruma, donde solo quienes saben mirar pueden percibirlo, entonces tomas todos los recaudos para prepararte para la tormenta que se desatará o ignoras lo que crees sentir esperando que nada malo suceda.
En lo personal vivo con los ojos abiertos por mi ocupación, me tomo el tiempo de conocer a la gente que llevo de excursión y si algo no me cierra no me aventuro a adentrarme a la selva, es decir miro las señales de peligro. Y es lo que sucedió al conocer a Jones, su actitud de falsa cortesía, su atuendo de explorador, todo me gritaba peligro, no era mi impresión, sino mi experiencia quien me advertía y para complementar la charla con Arthur acrecentó mis dudas. Primero pensé será un pretendiente de mi esposa el tal Jones, pero después su amigo aclaro mi confusión, revelando que era un “supuesto millonario” buscando a su familia. En verdad, cada detalle que repetía Arthur me llevaba al mismo punto de partida, ¿Quién diablos era Jones en realidad? ¿Por qué contactó a Emily? ¿Qué buscaba?
Allí estaba con mi jarro de cerveza en la mano escuchando su consejo en silencio mientras evaluaba la situación, porque no era tan simple ninguna de sus opciones con lo terca que es Emily no cedería. Finalmente dejé escapar la voz de mis labios.
–Arthur, supongo que no conseguiste que Emily desistiera de esa excursión –hablé con un tono sereno, dándole un trago largo a la cerveza–. No hubo manera de convencerla, ¿verdad? Y ahora vienes a pedirme que intervenga... pero lo que estás pidiendo es un maldito milagro. Ella es terca, obstinada, amante de los desafíos, y lo más importante: nunca me escucha– argumenté con firmeza y é me miraba como ordenando sus palabras ante de continuar.
–Samuel, eres su esposo... la conoces mejor que nadie –insistió, su voz temblando con una mezcla de súplica y temor–. Tal vez... solo tú puedes hacerlo.
Solté una risa amarga, llena de reproche y cansancio.
–¡Exacto, Arthur! Soy el esposo que no ha visto en cinco años –espeté, clavando mis ojos en los suyos– el imbécil que dejó que la historia con ella se convirtiera en un recuerdo doloroso, ¿sigues pensando que me escuchará? No, claro que no. Y, además –mi tono se endureció– me contaste que mi suegro te pidió a ti que la acompañaras y cuidaras. Hazte cargo de la misión que te encomendó. No me pidas hacer lo que no puedes.
Arthur bajó la vista, avergonzado por un momento. Respiró profundo antes de responder, con voz inquieta.
–Soy un cobarde, Samuel... por eso estoy recurriendo a ti. Si las cosas se complican, no podré enfrentar a Jones, y mucho menos al gorila que lo acompaña –confesó, la desesperación escapando de su boca en un murmullo–. Pensé que... que Emily todavía te importaba, que aún la amabas... pero creo que me equivoqué, ¿Acaso vas a dejarla a merced de Jones? ¿Lo vas a permitir?
Sus últimas palabras fueron un reproche disfrazado que me arrinconó. No pude evitar apretar mis puños, la rabia desbordando por cada poro de mi cuerpo.
–Por supuesto que me importa Emily, porque la amo. Y no voy a dejarla a su suerte –aseguré con mi voz iracunda. Cada sílaba salía con determinación de mis labios. Pasé una mano por el cabello, tratando de calmarme–. ¡Maldita sea! veré qué puedo hacer para que desista... pero ya me imagino sus gritos cuando se lo pida. Esto no va a acabar bien –susurré, más para mí que para él.
Miré a Arthur, mi mente ya trabajando en alternativas.
–Será mejor tener un plan de respaldo –agregué, un poco más sereno–. Quizás podamos reunir a unos cuantos hombres de confianza, pero... no tenemos mucho tiempo. Veamos... veamos qué puedo hacer –señalé, sintiendo que cada palabra era una promesa incierta que debía cumplir, mientras la sombra de Jones se cernía como un peligro acechándonos.
A todo esto, no fueron simples palabras las que repetí, más bien si quería reconquistarla debía comenzar con pie derecho con citas, cenas románticas, una manera de asegurarle que esta vez no le fallaría, entonces guardé mi rabia y mis celos por el tema de Jones para enfocarme en la cita perfecta. Admito que quería impresionar a mi esposa, algo difícil, pero no imposible. Así llegamos a orillas del rió donde reposaba mi embarcación, aquella que alguna vez fue nuestra cómplice para escaparnos de la rutina diaria.
El recorrido fue agradable, entre charlas casuales mientras intentaba enterarme de su vida en Londres, investigando sin que ella se diera cuenta. Emily, apoyada casualmente en el borde, hablaba con esa familiaridad que llenaba el ambiente, mientras yo tenía mis manos en el timón.
–Mi papá, a su edad, ya no piensa en casarse –informó, su voz teñida de un leve reproche– pero eso sí, no pierde oportunidad para meter sus narices en mi vida y.... no sé, creo que es su manera de llamar la atención.
Sonreí, mirándola de reojo mientras intentaba atrapar la oscuridad de sus ojos con los míos.
–Tal vez quiere que resuelvas tu vida, que tengas a alguien que te cuide –respondí en voz baja–. Yo me apunto… o tendrás una larga lista de pretendientes aguardándote en la puerta de tu casa.
Ella rió suavemente y negó con la cabeza.
–¿Te preocupa tener competencia? –pregunto, con una sonrisa que dejaba ver un atisbo de dulzura–. Míralo de esta manera: estoy aquí, contigo, dándonos una oportunidad para sanar, para superar el pasado. ¿Quieres más?
Mis ojos buscaron los suyos, con el peso de una confesión que no me atrevía a guardarme.
–Sí, por supuesto que sí –murmuré, sintiendo cómo mi voz se volvía más vulnerable–. No solo citas y cenas, sino una vida contigo, un futuro donde pueda sostener tu mano. Sé que la cagué… y no merezco nada, pero quiero pensar que esos bellos ojos volverán a mirarme como antes. ¿Crees que lo logre?
Ella me regaló una sonrisa tímida y se alejó unos pasos, desviando la mirada.
–Luke sigue siendo un gritón, malhumorado, y creo que tiene algo con la chica del hostal –comentó, cambiando abruptamente de tema.
Al final, el sorprendido fui yo, porque pensé que ella se disculparía nuevamente o escaparía de mí después de aquel beso. Pero fue justo lo contrario: aquel momento fue el inicio de un reencuentro que me devolvió a su piel, al sonido de sus gemidos, al temblor de su cuerpo bajo mis caricias. Fue gloria, pura y simple. Era como si el amor que alguna vez sentimos estuviera allí, intacto, esperando para renacer con una fuerza que no había sentido en años. Sin embargo, estaba claro que no había garantías. Ella podía irse de nuevo en cualquier momento, y sabía que dependía de mí lograr que se quedara esta vez.
¡Diablos! En un segundo pasamos de eso a discutir por el maldito asunto de Jones. Admito que metí la pata hasta el fondo cuando Emily confesó que haría la excursión, y mi única reacción fue ver "peligro" por todas partes. Al menos, los ánimos se calmaron y me propuso que la acompañara; no lo dudé ni un segundo. Sin embargo, entendí que, para evitar cualquier sorpresa, necesitaba trazar un plan que nos diera el control de la situación. No me traería la paz completa, pero al menos podría separar a Jones de su gorila, y eso ya era un avance.
Cuando el primer rayo de luz se filtró en el camarote, supe que se acababa nuestra tranquilidad. Puse en marcha la embarcación de regreso a la orilla, y apenas atracamos, nos dirigimos a los cuartitos a recoger el equipaje de Emily. Aproveché el momento para hablar con Arthur sobre el cambio de planes.
–Ya escuchaste a Emily: viajaremos los tres. Pero ahora que ha ido a buscar a Jones, tengo que pedirte un favor –dije, mirándolo a los ojos con firmeza–. Cuídala con tu vida. Dispara si tienes que hacerlo.
Arthur pareció sorprendido y asintió, pero no tardó en expresar su incomodidad.
–Samuel, hice lo que me pediste y le pasé tu mensaje a Luke. Por eso pensé que nos acompañarías, ¿por qué cambias el plan ahora?
Suspiré, anticipando su reacción.
–Luke tardara en encontrar quien quiera viajar a la zona de Ubangi, entonces nuestra mejor opción es neutralizar al acompañante de Jones. Ganamos tiempo en caso de ser necesario, mientras Emily lleva por el río a Jones.
Arthur apretó los labios, inquieto, y murmuró algo entre dientes.
–¡Carajos! Esto no me gusta nada. Gracias por lanzarme a mi suerte, ¿eh? Me hubiera quedado en Londres... ¿Por qué seguí las órdenes del profesor? –replicó con un tono dramático.
Me reí bajo, palmeándole el hombro para calmar su tensión, aunque sabía que solo era el comienzo.
En definitiva, acabo de comunicarle los cambios a Jones sobre la búsqueda “de su familia”, es decir dividirnos en dos equipos y con dos guías, pero a pesar de mis dudas, no puso reparos o no le quedó más alternativas, pero no pudo repetir lo mismo de Emily. Apenas tuvimos un momento a solas me reclamo por no acompañarla como acordamos, más bien acaba de insistirme en viajar juntos. Y aunque me duela despegarme de ella, es necesario y sensato en caso de algún imprevisto. Así en este instante contemplo su preocupación en la oscuridad de sus ojos, en el movimiento de sus manos, como tal decido terminar con este eterno silencio que nos consume con mi voz al ambiente.
–Emily –comienzo, controlando la inquietud que quiere filtrarse en mi voz–. Sé que cambié un poco el plan, pero escucha, Fawas es un excelente navegante. No podría decir lo mismo al volante, y no quiero arriesgar el jeep. Por eso, iré con Rowan. Tienes que entenderlo, mi vida, ¿sí?
Mis palabras suenan cautelosas, pero su reacción es feroz. Se cruza de brazos, y su voz emerge, temblando, no de rabia, sino de algo más profundo.
–Samuel, no me digas eso como si fueras a cambiarme por un auto –me interrumpe, y el temblor en su voz aumenta con una nota de desilusión que me golpea fuerte–. Creí que querías recuperar el tiempo perdido, ¿o eran solo palabras vacías para seducirme? ¿Eso fue todo?
Su mirada es tan directa que me siento desnudo, expuesto. Sin pensarlo, doy un paso hacia ella, llevo mi mano a su rostro para acariciarlo con ternura.
–Emily, lo que más deseo es tenerte en mi vida. Por eso debo hacerlo así. Cubrimos más terreno, acortamos tiempo, y en unos días estaremos libres. –mi voz sale disparada con urgencia–. Solo escucha… si algo ocurre, usa las bengalas. Cambia la ruta de la embarcación, trata de llegar a Kisangani, donde el río se vuelve más violento, de lo contrario si todo va bien, nos encontramos en dos días en el cruce como había quedado antes.
Ella suspira, su resistencia parece quebrarse. Me observa con una mezcla de miedo y exigencia en sus ojos oscuros.
–Samuel, aún me debes citas y muchas cenas románticas –replica con voz envuelta en malestar y miedo–. Prométeme que no harás nada imprudente. Sobre todo, no juegues a ser héroe, ¿de acuerdo?
–Te lo prometo –respondo con sinceridad–. No será tan fácil deshacerte de mí, y no pienso dejarte viuda. –añado intento aliviar la tensión.
Me acerco, busco su boca en un beso desde lo más hondo de mi ser. Me separo un poco y le dedico una última mirada intensa, acomodo mi sombrero, y avanzo al jeep donde el tal Rowan y Jones ya me esperan. Mis pasos se vuelven pesados, como si una parte de mí luchará por no dejarme marchar, pero ya es inútil, estoy delante de Jones. Le lanzo una mirada fría, antes de dirigirme a él.
–Jones nos vemos en unos días. Buena suerte –espeto mirando a su gorila con una pizca de desdén–. Rowan, sube tus cosas atrás. Hay espacio, y guarda ese rifle; un disparo de más podría desatar una estampida de elefantes. –informo subiendo al jeep, mientras Jones solo hace un leve gesto con la cabeza.
Unas horas después
Este tipo es peor que un maldito soldado. No ha soltado ni una palabra durante todo el trayecto, manteniendo ese rostro endurecido, mirando fijo al frente, como si pretendiera memorizar cada detalle del camino. Pero para alguien como él, que no conoce estos rumbos, todo debe parecerle igual: la inmensa sabana, el sol abrasador, y los animales salvajes que se cruzan al paso. De pronto, su voz, áspera y cargada de desconfianza, rompe el silencio entre nosotros.
–¿Cuándo nos adentraremos en la selva? ¿Estás seguro de que este es el camino? –pregunta con dudas, su mirada retadora clavada en la mía.
Me detengo un segundo y busco sus ojos, dejándole claro con la mirada que no me impresiona su actitud. No le tengo miedo, aunque se que es peligroso, y su impaciencia por adentrarnos en la selva no me gusta, no es desesperación por encontrar a la familia de su jefe, es otra cosa que no logro descifrar.
–Pronto veremos la selva –respondo, midiendo cada palabra con firmeza– pero no podemos seguir con el jeep. Deberemos avanzar a pie. Y te recuerdo que aquí el guía soy yo, así que tendrás que seguirme. –Mantengo la voz firme y autoritaria, acentuando cada palabra como una orden, pero la curiosidad me invade y continúo–. Otra cosa, ¿tienes alguna foto de la familia de tu jefe? O, mejor aún, dame una descripción de su mujer y su hijo, ¿puedes hacerlo?
Su silencio se alarga, y en su expresión endurecida no encuentro rastro de respuesta. Aun así, desliza su mano a un costado de pantalón, como si fuera a sacar algo de sus ropas, y eso es lo inquietante, ¿Me atacará? ¿Sacará una maldita foto? No tengo certeza de nada lo que provoca sumergirme en un mar de dudas e incertidumbre.