Planes en marcha (2da. Parte)

3208 Words
El mismo día Matadi, el Congo Emily Mi padre vive repitiendo que el hombre es un animal que se viste para marcar su superioridad, pero que, en el fondo, sigue siendo un ser de impulsos, territorialista hasta el último hueso. Diría que toda esa naturaleza salvaje se oculta bajo capas de etiquetas, formalidades y protocolos; pero, en cuanto alguien se atreve a desafiarlo, basta una amenaza para que el barniz de civilización se quiebre y aflore lo primitivo. La realidad es que los hombres olvidan su pose civilizada cuando otro de su misma especie lo empuja al límite, le pisa el orgullo, lo mide con la mirada. Allí simplemente se convierten en animales feroces por defender lo que consideran suyo al extremo de recurrir a la violencia. Sin embargo, existen una leve minoría que puede controlar su esencia salvaje, tiene la capacidad o el arte para disimular su rabia, o más bien usa su ingenio para ajustar cuentas con su rival. Quisiera repetir que Samuel es más frío y calculador cuando se siente amenazado, pero no es la realidad, su naturaleza salvaje viví dominándolo. Es de esos hombres que enfrenta cualquier provocación sin medir riesgos, es impulsivo, detesta la competencia, y ante todo es sobreprotector, entonces la actitud de Jones ignorándolo fue como liberar su esencia animal. Contemplaba con preocupación su pequeño desafío de miradas, el rostro rabioso de Samuel, como apretaba los nudillos y sabía que en cualquier momento le lanzaba un golpe a Jones, tuve que intervenir para apaciguar los ánimos, más que todo Jones había dejado entrever una realidad, era mi problema, no de mi esposo. Siendo sincera la idea de encabezar una búsqueda por la selva no me agrado desde el inicio, pero tal vez acepté como un escape a la rutina, a la posibilidad de volver a ver a Samuel y de paso obtendría un buen dinero, aunque no sé…después de nuestra charla sincera quería recuperar el tiempo perdido, reparar nuestra relación, sanar las heridas, lo malo es que me había comprometido con Jones y quise darle otras opciones para que tenga más posibilidades de encontrar a su familia, como contratar un guía experimentado. Aunque lo que obtuve fue escuchar su preocupación por el bienestar de su familia, un reproche con falsa cortesía, después la charla dio un giro peculiar teniendo que hablar de los riesgos de adentrarnos en la selva sin información, ni un rastro de su esposa e hijos, pero por arte de magia él había encontrado una pista, lo desconcertante fue hacía donde se dirigieron “Ubangi”, una zona en conflicto, donde las tribus asesinaran a cualquier que cruce por sus territorios o en el mejor de los casos los tendrían de rehenes. Me sentía entre la espada y la pared, no podía desentenderme de Jones, pero tampoco podía olvidarme del riesgo que significaba adentrarnos en la zona de Ubangi, aun así, todo eran conjeturas y no me quedó otra salida que aceptar ser la guía de Jones. Al cruzar el umbral de la cantina, allí estaba Samuel, con un jarrón de cerveza en una mano y el ceño fruncido en una expresión de amargura. Me acerqué despacio, sintiendo la tensión en el aire, y me acomodé a su lado, fijando la vista en la calma del pueblo iluminado tenuemente por la luna. Sentía sus ojos sobre mí, impacientes, pero intenté empezar la conversación con algo suave, casi susurrado, mientras miraba el cielo despejado. –Es una bella noche, ¿no? –murmuré, casi como si hablara conmigo misma–. El cielo está despejado, el sonido de los animales… Extrañaba esto. Es tan diferente del caos de Londres. Noté cómo Samuel ladeaba la cabeza, observándome en silencio, pero su mirada oscura y profunda me buscó, implacable. Su voz salió grave, un tanto apagada, con un tono que destilaba reproche. –¿Solo eso extrañas? –sus ojos centellearon, y su pregunta vino en un tono casi desafiante, atrapándome–. ¿No te hice falta en todo este tiempo? ¿No extrañaste ni un poquito a este tonto? Su mirada atravesaba cada capa de mi autocontrol, y una sonrisa tímida escapó de mis labios. No quería ser del todo honesta; algo en mí temía lo que podía venir después de esa confesión. –Pensé que tendríamos una cita… No que me someterías a un interrogatorio, Samuel –respondí, intentando mantener mi tono ligero, casi juguetón. Él me miró en silencio, con esa intensidad que hacía que el resto del mundo desapareciera por completo. Dejó el jarrón de cerveza a un lado y se giró hacia mí, casi obligándome a sostener su mirada, y su voz, profunda y grave, resonó con determinación. –Señora Adams –sus palabras salieron con un matiz de formalidad provocativa–, soy un hombre de palabra. Tendrá su cita… y algo extra, ya verá. Antes de que pudiera responder, entrelazó nuestras manos y comenzó a caminar, guiándome con firmeza a través de las calles polvorientas. Caminábamos en silencio, pero yo sabía que él estaba al tanto de mis pensamientos, incluso del tema que no me había atrevido a mencionar aún: Jones. Mientras cruzábamos el terreno y los sonidos del pueblo se iban desvaneciendo, llegamos a la orilla del río, y noté su sonrisa al desamarrar su pequeña embarcación. Me lanzó una mirada fugaz, casi desafiante, con esa mezcla de diversión y expectativa que siempre me desarmaba. –Señora Adams –su voz salió ronca, bajando apenas un tono que lo hacía sonar más intenso– ¿me haría el favor de acompañarme? Esta noche tenemos una cita especial… por el río. ¿Se anima? No pude evitar reír ante su tono juguetón, pero en sus ojos brillaba algo más profundo, un anhelo y un compromiso que hacían que mi corazón latiera con fuerza. Me crucé de brazos fingiendo dudar, pero dejé escapar una risa ligera. –Tengo la impresión de que quieres secuestrarme… –exclamé en un tono bromista, pero en mi interior sabía que me arriesgaría a acompañarlo hasta el fin del mundo si era necesario–. Pero, aun así, me arriesgaré a subir a tu embarcación. Samuel me tendió la mano, con esa seguridad de quien sabe lo que hace. Una vez arriba, sentí el ligero balanceo bajo mis pies y la brisa húmeda que parecía envolvernos en una burbuja. Mientras él maniobraba desde la cabina, nuestras charlas se perdían en el ruido del agua y la distancia entre nosotros se reducía sin necesidad de palabras. Fue entonces cuando bajó la velocidad y, arrimándose a la orilla, me miró con esa intensidad suya. –Emily, cierra los ojos– pidió con su voz afable. Perdí la noción del tiempo mientras él hacía de las suyas, pero solo me deja envolver por ese silencio que resonaba en mis oídos. De repente su voz volvió a presentarse en el ambiente. —Todavía no puedes abrirlos… Ahora sí. Abrí los ojos, y no pude evitar quedarme sin palabras. A nuestro alrededor, pequeñas linternas colgaban de la embarcación, creando un ambiente incomparable y la naturaleza de fondo acompañándonos. –¡Qué belleza! –exclamé en voz baja, sin dejar de mirar a mi alrededor–. Las linternas… el sonido de los animales... Así que sí, el señor Adams tiene su lado romántico. Samuel sonrió de lado, con esa chispa pícara que siempre había sido tan suya. –Esos son murciélagos, en realidad –aclaró, y ese brillo burlón se hizo aún más notorio–. Pero tranquila, no se acercarán. Solo buscan alimentarse… y copular. Al menos ellos tienen sexo. –¡Hey! –le di un suave empujón, conteniendo una risa, aunque no pude evitar sonrojarme–. No pierdes oportunidad para lanzar tus indirectas y tratar de seducirme, ¿verdad? –¿Está funcionando? –replicó, divertido, sus ojos clavados en los míos con una intensidad que hacía que el tiempo se detuviera. Le lancé una mirada de incredulidad mientras sonreía, y antes de que pudiera decir algo más, tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos, guiándome hacia abajo. –Ven, bajemos al camarote –pronunció suave–. Tengo una botella de champaña, queso del que te gusta… y tal vez algo de fruta. Al entrar, me encontré con una sorpresa que no esperaba. El camarote estaba iluminado por velas dispuestas en cada rincón, creando un ambiente íntimo y romántica. Dos copas y una botella descansaban en la pequeña mesa, y la música suave que salía de una vieja radio complementaba la cita perfecta. –Ven bailemos– propuso, y sin darme tiempo a reaccionar, me rodeó con sus brazos desde atrás. Sentí su aliento en mi cuello, cálido y cercano, erizando cada poro de mi piel. En un movimiento lento, casi deliberado, me giró entre sus brazos, y de pronto me encontré frente a él, atrapada en el azul intenso de su mirada que parecía disolver cualquier intento de resistencia. Me pegó aún más a su cuerpo, y con cada respiración suya, mis latidos se aceleraban hasta descontrolarse. Sí, estaba a su merced, ya era inútil seguir levantando muros, si cada parte de mí ansiaba sentirlo más cerca, sentir su boca adueñándose de la mía. Deslicé los brazos alrededor de su cuello, tratando de guardar la compostura, aunque sabía que mis nervios me delataban, tanto que me mordía el labio inferior, un gesto que él notó al instante, mientras me desarmaba con su mirada profunda y penetrante. –Ya no eres tan torpe como recordaba. Bailas mejor… –intenté provocarlo, con una pizca de irritación en la voz–. ¿Acaso practicabas con Luke? ¿O con alguna otra mujer? Samuel inclinó la cabeza hacia mí, buscó mi oído para susurrarme, su voz baja y cargada de una sinceridad me desarmó. –Nadie ha ocupado tu lugar… Porque te amaba, y porque te sigo amando. Miró mis labios hechizados. Muy despacio se perfiló para besarme sin perder el contacto, como si fuera el preámbulo para más que un beso, pero todo lo gritaba, quería hacerme el amor y el contacto de sus labios con los míos fue veneno puro porque no pude resistirme. Los besos eran ardientes, demandantes y urgentes mientras sus manos inquietas navegaban por mi silueta. Estaba endulzaba en el dulce veneno de sus labios, cuando él no pudo más con tanta tortura, porque sus manos se detuvieron en mi blusa, y su voz entrecortada y cargada de deseo, llenó el ambiente. –Emily, no me sigas castigando por el pasado… Da un paso más conmigo, necesito a mi mujer, ¿sí, mi vida? –murmuró en un hilo de voz. Di dos pasos atrás y empecé a desabotonarme la blusa, mis dedos temblaban, pero mi decisión era firme. Su rostro se iluminó y sus ojos eran una mezcla de amor y lujuria recorriéndome de pies a cabeza, mientras él también se desnudaba apresurado, y yo disfrutaba del espectáculo que era ver su torso trabajado y sus brazos fornidos. –Esto no significa que te he perdonado… Sigues a prueba –respondí, aunque mi voz temblorosa traicionaba mi determinación. Asintió en silencio, y volvió a acortar la distancia entre nosotros, besándome esta vez con una urgencia desesperada. Admito que todas las alarmas de sensatez se apagaron, en su lugar el corazón me traicionó dejándome arrastrar por la pasión y el deseo, pero supongo que no hay manuales para volver a intentarlo con la persona que amas. Y en mi caso nunca dejé de amar a Samuel, entonces ¿Por qué seguir alejándolo? Atacó mis labios y con vigor me empujo contra una de las paredes del camarote, mientras sus manos navegaban por mi silueta. Se detuvo en mis senos, colocando uno en su boca provocando gemidos involuntarios, pero después continuo su tortura trepando por mi cuello. Sin esperármelo volvió a besarme, pero sus manos me sorprendieron yendo a mi intimidad, donde empezó a enloquecerme con el movimiento de sus dedos en mi clítoris, no pude contener mis gemidos, pero fue peor la locura cuando los introdujo dentro de mi interior, una y otra vez los moviendo con mayor rapidez. No hicieron falta palabras, porque él siempre supo cómo enloquecerme como yo a él, nos llevábamos bien en la intimidad y era más que física nuestra entrega, era amor puro y sincero y volví a experimentarlo. Lo que siguió fue una explosión en mi interior, me elevó un poco y de una arremetida me penetro con fuerza. Se movió buscando el ritmo mientras una sinfonía de gemidos y jadeos se mezclaban en un placer compartido. –No pares… No te atrevas a parar –logré murmurar, sintiendo el calor extendiéndose por cada rincón de mi cuerpo. –Me vas a matar si sigues enloqueciéndome así –gruñó a mi oído, sabiendo que ambos estábamos cerca del clímax. Mis uñas se hundieron en su espalda en respuesta, mientras él continuaba con embestidas salvajes. Los minutos se hicieron eternos hasta que un jadeo desgarrador escapó de su garganta, y, en un último movimiento, alcanzó su propio éxtasis mientras yo temblaba en un orgasmo que me arrebató el aliento. Encontró mis labios, sellando el momento con un beso profundo. –Te amo, Emily… No te voy a fallar, no me lo perdonaría –susurró con la respiración agitada, separándose un poco de mí. –Yo tampoco te lo perdonaría… –dije con voz entrecortada, sin perder la mirada en sus ojos. ¿Usamos la cama? Al final, ese momento, que debía ser el inicio de una reconciliación, terminó abriendo un tema pendiente: Jones. Aún acurrucada en su pecho, sus dedos seguían trazando círculos en mi espalda, llevándome de vuelta a recuerdos de la primera vez que me trajo a su embarcación. Fue entonces cuando sentí su cambio, el tono de voz volviéndose de sereno a cauteloso. –Mi vida –pronunció, con una caricia suave en mi hombro–. Ahora que aclaramos tantas cosas, no puedes seguir hospedada en esos cuartitos cerca de la cantina. Tu lugar es nuestra casa, conmigo. No tiene sentido que te quedes en el pueblo. No hay motivo... ¿o me equivoco? –Su mirada se clavó en la mía, ansiosa, como buscando alguna confirmación. Suspiré, conteniendo el impulso de alejarme y perder la calma. –Samuel, voy a pensar en mudarme a la casa –contesté en voz baja– pero primero encabezaré la búsqueda de la familia de Jones. Ya tengo un rastro... Cuando vuelva, hablamos con calma. Vi cómo su rostro se transformaba, el calor subiéndole al cuello. Su mandíbula se tensó, y en un instante, su expresión de serenidad se convirtió en una tormenta. –¿Es en serio lo que estoy escuchando? –Su voz rugió en el camarote–. ¿Vas a ser la guía de ese sujeto? ¡Emily, no puedes viajar con un desconocido! ¡Te lo prohíbo! –Y me soltó bruscamente, girándose hacia la pared, como si contuviera algo aún peor. Sentí que la rabia se encendía en mi pecho, mis manos temblando al recoger la ropa del suelo. Me giré hacia él, sin poder contenerme. –¿¡Enloqueciste!? –solté, con un tono de desafío en cada palabra–. ¡No te estoy pidiendo permiso, Samuel! Voy a hacer lo que me dé la maldita gana, y tú no vas a impedírmelo. ¿Acaso crees que por ser mujer no puedo estar a la par de ti? Él giró hacia mí, sus ojos oscuros y tensos, como si batallara entre decirme algo hiriente o contenerse. –Emily, jamás pensaría que no eres capaz –respondió, controlándose apenas–. Sé que conoces la selva mejor que cualquiera, incluso que yo. Pero Jones… no confío en él. Hay algo en su mirada, en esa pose de “hombre millonario”, que me eriza la piel. No quiero verte en peligro, ¿entiendes? Lo miré, cruzando mis brazos, conteniendo mi propia frustración, pero había algo de verdad en sus palabras: Ubangi, cruzar esa zona era un peligro. –Samuel, ya me comprometí a ayudarlo. No puedo retractarme, ¿no lo entiendes? Su familia está en peligro. Y sí tanto te preocupas por mí, ven conmigo… –Dejé la sugerencia flotando, aunque sabía que no era algo que él aceptaría. Frunció el ceño, sus ojos llenos de suplicante y amarga frustración. –Emily, deja la terquedad –murmuró, su tono más bajo, pero aún cargado de desesperación–. No hagas esa excursión, ¿me escuchas? El silencio se adueñó del camarote, tan denso que podía sentir la tensión suspendida en el aire. Ambos respirábamos con fuerza, ambos demasiado tercos para ceder. Tras un largo instante de pausa, lo vi soltar un suspiro de resignación, y su expresión, antes rígida, se suavizó. Cerró la distancia entre nosotros, y sus ojos azules, llenos de inquietud, me buscaron con una intensidad que me desarmó. –Este tiempo lejos de ti ha sido un calvario, Emily –dijo, su voz llena de sincera que calo en el fondo mi ser–. No quiero volver a vivirlo. Te quiero a mi lado, mujer… –Sus dedos acariciaron mi mejilla, y sentí la calidez en su contacto, como si intentara asegurarme que su decisión era firme–. Voy donde tú vayas, pero, por favor, no bajes la guardia con ese sujeto. Ten un plan alterno si las cosas se complican. –aconsejó con firmeza y arquee la ceja pensativa. Lo cierto es que seguí el consejo de Samuel. El plan erra dividirnos para encontrar a la familia de Jones en el menor tiempo posible, pero siendo sincera no me agrada en lo más mínimo que mi esposo viaje con el tal Rowan, Y no soy la única que detesta la idea. Veo el malestar reflejado en el rostro de Jones, quien parece envuelto en un silencio sepulcral tras la pregunta de Samuel sobre alguna objeción al plan, hasta que finalmente veo entre abrirse sus labios. –Samuel, no hay ningún problema con el plan, al contrario –responde finalmente Jones, con voz controlada–. Emily tomaste una decisión acertada al dividirnos. Así que, con este cambio de planes, voy a sacar unas cosas que necesito de la mochila de Rowan. Me tomará solo un minuto y después podemos partir de inmediato. Jones se aleja unos pasos, lo suficiente para hablar en privado con su ayudante. Yo permanezco ahí, con una punzada de molestia en el pecho, como si algo en la escena no encajara. Como si leyera mis pensamientos, escucho a Samuel murmurar a mi lado, su voz suave pero firme. –Mi vida, cambia esa cara de preocupación. Nos encontraremos en el próximo cruce en dos días y, con suerte, encontraremos a la familia de Jones. Verás que todo saldrá bien– señala mi esposo con su voz serena. Suspiro, aún inquieta. –Samuel, esto no era parte de mi plan. Fawas debería estar viajando con el ayudante de Jones, no tú. ¿Por qué no vienes con nosotros? –Mi voz revela más de lo que quiero; el temor y la desconfianza se asoman, pero el azul de su mirada me confunde sumergiéndome en un mar de dudas.
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