Planes en marcha (1era. Parte)

2268 Words
Al día siguiente Matadi, el Congo Robert Jones (Lewis) Hay dos formas de cazar a una presa: lanzar un anzuelo, esperando pacientemente a que caiga, o jalar del gatillo en el instante exacto. No hay término medio; cualquier vacilación es una grieta que permite la huida. La caza exige un instinto afilado, observar el entorno con atención, analizar los gestos, los movimientos mínimos, para saber que la atraparás. El hombre no se diferencia tanto de los animales; por mucha inteligencia que presuma, sigue siendo tan básico como la de cualquier bestia. Tiene impulsos, deseos que lo dominan y debilidades que bien explotados, lo vuelven tan predecible como una bestia sedienta al borde del río, entonces aprovéchalos para cazarlo, para destruirlo a tu antojo. Recuerda que la esencia de la caza es convertirse en el depredador, pero no solo acechando entre las sombras, sino manipulando el entorno, la situación, hasta que la presa haga lo que tú has planeado. Eso sí, ármate de paciencia, espera el momento donde el instinto del otro lo traiciona, donde su propia naturaleza lo guía directo a la emboscada. En ese preciso punto, como un ave de rapiña que cae en picada, solo quedará extender la mano y reclamar lo que siempre ha sido tuyo. Samuel Adams era un sujeto fácil de leer, no le gustaba la competencia, diría que también era machista y con el ego demasiado inflado por su fama de temerario y audaz. Además, vi un destello de rabia contenida en sus ojos, tal vez fueron celos cuando Emily apareció en escena, pero su actitud agresiva lo confirmaba, me consideraba su rival. Obvio vi una oportunidad de oro para que exploté mientras yo mantenía mi pose neutra, era el mejor anzuelo para manipularlo. En un segundo el ambiente se cargó de un duelo de miradas mientras su furia goteaba en cada palabra pronunciada. Al sujeto no le causó gracia que su mujer me llevé de excursión por la selva, pero no me dejé intimidar, quien tenía que responderme era Emily, no él. Y por lo poco que había visto, ella no era mujer de agachar la cabeza y obedecer a su maridito sin dar su opinión, no era nada sumisa, más bien tenía temple y agallas para tomar sus propias decisiones, y esa era mi mejor arma contra Samuel, mi garantía de que me llevaría a dar con el paradero de Abasi. Aguanté los arranques de Samuel con una paciencia calculada, tragándome el desprecio que crecía como una serpiente en mi garganta. Se comportaba como un niño caprichoso, lanzando miradas de advertencia, como si Emily fuera su propiedad. Pero ella jugó sus cartas con una maestría inesperada: le sonrió, lo tranquilizó con un susurro que apenas alcancé a escuchar, y lo apartó de la escena como quien se deshace de un estorbo. Vi cómo él desaparecía entre las mesas, echando miradas de reojo, intentando no perder el control. Sin embargo, una pizca de recelo asomó. Faltaba que la maldita reconciliación con su esposo arruiné mis planes, aunque no estaba dispuesto a permitirlo e iba a valerme de todos los recursos. Apenas la figura del idiota se desvaneció no perdí tiempo, aclaré mi garganta y dejé escapar mi voz en el ambiente, era hora de actuar. –Emily, no quería causarte problemas con tu marido –exclamé, dejando que mi voz se llenara de una falsa compasión que calaba en el ambiente–. Ni siquiera sabía que estabas casada. –Fruncí el ceño, dándole un toque de gravedad a mis palabras–. Espero que esto no cambie nuestro acuerdo, porque si recurrí a ti es porque… –hice una pausa, dejando que mi tono bajara a un susurro cargado de desesperación– estoy desesperado por encontrar a mi familia. –continué con mi fachada de hombre angustiado. Noté cómo su mirada se suavizaba apenas, pero sus ojos no dejaban de evaluarme. Su tono, aunque neutral, denotaba una cautela que no pasó desapercibida: –Jones, no se preocupe por Samuel. En parte es mi culpa, lo tomó por sorpresa cuando mencionó lo de la guía –respondió, con una mezcla de disculpa y calma en su voz, aunque la tensión en su mandíbula la traicionaba. –Entonces… –incliné mi cuerpo hacia adelante, manteniéndola atrapada en mi mirada–. ¿Todavía cuento contigo? Su vista se desvió apenas hacia el lugar donde había desaparecido su esposo, como si esperara que él reapareciera de un momento a otro. Luego volvió hacia mí, y en su tono hubo una nota de advertencia. –Lo más sensato sería que contara con un guía experimentado como Samuel. No me estoy retractando, más bien entiendo su urgencia y preocupación por su familia, pero …. No la dejé terminar. Hice un gesto apremiante, casi desesperado. –Mira Emily –mi tono era más grave, como si me estuviera rompiendo por dentro– Marcus me aseguró que eras profesional, alguien en quien podía confiar. Por eso decidí arriesgarme contigo. Tampoco puede perder más tiempo convenciendo a Samuel de que nos ayudé o a cualquiera que me entienda. Me urge encontrar a Carol y a mi pequeño Thomas… –me detuve un segundo, luego continúe con un temblor en mi voz–. No quiero ni imaginar lo que están viviendo, lo que pueden estar sufriendo… solos, perdidos en quién sabe qué lugar. No me hagas esto, Emily. Tú eres mi única opción. Vi cómo su mandíbula se tensaba, y sus labios se apretaban en una fina línea. Por un instante, el conflicto en su mirada la dejó desnuda. Luego, tras una breve pausa, suspiró y asintió. –Eso no tiene por qué reiterármelo, Jones. Claro que entiendo lo que significa perder a alguien en esta maldita selva –su voz salió con dureza, como si cada palabra fuera una sentencia– pero… debemos ser sensatos. No tenemos un maldito rastro. Nadie los ha visto. Si nos adentramos sin información clara, sería un suicidio –su tono era firme, pero la duda se asomaba en cada palabra. La interrumpí, sin darle espacio para negarse. –Espera, Emily –repliqué, con un tono firme–. Hablé con algunos nativos cerca del puerto. Me dijeron que vieron a una mujer y un niño con un grupo de exploradores que se dirigían hacia Ubangi. –Mis palabras se deslizaron entre nosotros, con una certeza que no podía permitir cuestionarse–. Estoy seguro de que se trata de mi familia. No puede ser otro. Lo sé, fue una jugada arriesgada, pero necesaria para contar con su colaboración. Sin embargo, la sola mención de Ubangi tensó su rostro, enarcó una ceja, desconcertada y a la vez sorprendida. –¿Ubangi? –murmuró, como si aquella palabra despertara un peligro que prefería ignorar. Tal vez a esas alturas estaba informada de la situación con el jefe de las tribus, con Abasi y conocía los riesgos de cruzar esos territorios, pero ella era mi esperanza para encontrar a “mi supuesta familia”, y apelaba a su consciencia para que deje de poner pretextos. –Ya tengo las provisiones listas para partir de inmediato. –informé, no dándole espacio a la duda– Solo necesito a mi guía. Tuve una respuesta positiva, pero a pesar de ello pude ver cierta resistencia en sus ojos, un destello de duda, entonces solo estaré tranquilo cuando nos adentremos en la selva. En resumen, me acomodo la mochila, comprobando que no falta nada: cuchillos, linternas, balas… todo está listo. Con calma, le doy otra calada a mi habano mientras observo a Rowan, quien juega con su rifle como un niño ansioso, la expresión arrogante y el aire insolente. Rompe la quietud del amanecer con su voz áspera. –Te ves tenso, Lewis. –Sus palabras arrastran veneno– ¿Será que dudas de que venga la mujercita? –añade, con una media sonrisa que apenas puedo soportar. Me le quedo viendo, con la paciencia colgando de un hilo. Mi voz sale dura. –¡Cállate, Rowan! –Doy otra calada a mi habano, exhalando despacio antes de seguir–. Emily vendrá. Necesita demostrar que no es una mujer indefensa, que es capaz de más de lo que Samuel cree. Es una cuestión de orgullo… y de igualdad de sexos, algo que tu cerebro diminuto no alcanzaría a entender. Rowan suelta una carcajada, burlona y seca. –¿Igualdad de sexos? Puras tonterías. Apuesto a que Samuel Adams no permitirá que su mujercita viaje sola con un desconocido. Ese no quiere que lo tilden de cornudo o que lo hagan el hazmerreír del pueblo. –Me lanza una mirada retadora–. ¿Aún piensas que vendrá? Miro el reloj en mi muñeca. Las manecillas apenas rozan las 6:30 a.m. No queda mucho tiempo, pero no pienso dejar que el escepticismo de Rowan me tambalee. –Todavía no es la hora pactada. Vendrá –aseguro, tan firme que hasta él parece dudar por un segundo. Rowan suspira, mirándome con esa mezcla de superioridad y desdén que tanto me irrita. –Deberíamos partir sin ella. No la necesitamos. Estuve investigando cómo llegar a Ubangi. Solo tenemos que cruzar el río, luego atravesar la zona de las mesetas y... –No te esfuerces en convencerme, Rowan –interrumpo, dejando que mi tono se endurezca–. Estás olvidando lo más importante. No podemos adentrarnos en la selva solos. Sin Emily, estaríamos a merced de las tribus. Nos cortarían el paso, nos impedirían acercarnos a Abasi, y en vez de ser cazadores, acabaríamos como cautivos. Rowan se calla, pero me lanza una mirada desafiante, sus dedos tamborilean en el rifle, impacientes. –Con Emily como guía, pasaremos desapercibidos. Las tribus nos verán como viajeros, como exploradores bajo el mando de una de los suyos. Cooperarán sin siquiera darse cuenta de lo que estamos buscando. –Una mujer siempre trae problemas, y ella no será la excepción– rebate entre dientes, su rostro endurecido. De repente, el crujir de la madera rompe el silencio como una descarga. Todos giramos, y ahí está Emily, erguida en el umbral, con la luz filtrándose detrás de su figura. El mentón alto, una sonrisa afable curvándole los labios, y una mirada que parece cortar el aire. Sus ojos son dos puntos de acero, y cuando habla, su voz se despliega firme, como si nada pudiera desviarla de su propósito. –Buenos días, Jones. Será mejor que nos movamos si queremos aprovechar el día –su tono, aunque cordial, lleva una urgencia que parece empujarnos a movernos ahora mismo. La tensión entre Rowan y yo se desvanece en un segundo. Sin perder tiempo, me echo la mochila al hombro, sintiendo la determinación de Emily en cada movimiento. Me esfuerzo por mantener la voz serena, aunque su presencia ha encendido algo en mí, una mezcla de irritación y fascinación. –Buenos días, Emily –respondo, mi voz más firme de lo que pretendía–. Ya estamos listos. Nos dirigimos a la salida, y mientras caminamos juntos, me atrevo a lanzar la pregunta, procurando que mi tono se mantenga neutral, aunque la impaciencia se me escapa en las palabras. –¿En qué nos moveremos? ¿Cuál es la ruta a seguir? Emily me lanza una mirada rápida, calculadora. Por un instante, parece evaluar si vale la pena responder. Finalmente, sin detener el paso, su voz baja pero decidida me corta como un cuchillo. –Pronto lo descubrirá con sus propios ojos. La respuesta de Emily es tan vaga y distante que me hierve la sangre. Aprieto los puños, tragándome el impulso de devolverle una respuesta áspera, pero la verdad es que detesto caminar a la ciega, no tener el control del siguiente paso, es como un zumbido molestoso que despierta mi malestar. El silencio se vuelve incómodo, y cada paso retumba entre nosotros. Avanzamos por calles polvorientas llenas de puestos improvisados y de miradas que nos siguen con indiferencia o curiosidad. Niños descalzos corren entre la multitud, mientras el aire denso y húmedo nos envuelve como una segunda piel. Así llegamos a la orilla del río, el agua turbia donde descansan un puñado de embarcaciones. Pero entonces, una figura rompe la escena. Ahí, apoyado con descaro en un jeep cubierto de polvo, está Arthur, su sonrisa maliciosa y sus ojos entrecerrados llenos de ese aire de superioridad me irrita y me desconcierta. Parece que disfruta sabiendo algo que desconozco, como si el misterio fuera una carta que él maneja solo para verme dudar. Emily no tarda en actuar. Su voz, firme y sin titubeos, corta el aire. –Jones, estamos contra el tiempo. Su familia, si sigue con vida, debe estar en pésimas condiciones. Lo ideal es dividirnos y cubrir la mayor parte de la zona posible –su tono no admite objeción, pero es lo siguiente lo que me hace tensar los hombros–. Arthur nos acompañará en la embarcación, junto con Fawas. En el jeep, viajará su ayudante en compañía de Samuel. –explica con firmeza, dejando perplejo, sin poder reaccionar. Y justo en ese momento, el imbécil de Samuel desciende de una de las embarcaciones, con una sonrisa burlona en el rostro. Se cruza de brazos y su mirada se posa sobre mí con un brillo de provocación. –Jones, parece que estás de suerte –su tono es una mezcla de sarcasmo y desafío–. Tendrás dos guías por el precio de uno. ¿No tendrás ningún problema con el plan de Emily, o sí? –su pregunta cargada de provocación me deja sumergido en un mar de dudas.
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