Unos días después
Matadi, el Congo
Emily
Alguien mencionó que las personas responden a la vestimenta, porque das una imagen dependiendo de lo que quieras reflejas, pero no solo basta una palabra acertada o un gesto correcto para conectar o aborrecer a alguien, más bien se requiere de todo este complemento de cosas para dar una primera impresión buena o mala. Y aunque no queramos admitirlo tenemos el mal hábito de encasillar a alguien por lo que luzca o por esa mirada que nos dirigen: cordial, esquiva, desafiante. Es un defecto del ser humano en que todos caemos, somos superficiales y nos quedamos con lo que está frente a nosotros. Pero pocos son los que ven más allá de sus narices con objetividad. También reconozco que es complicado conocer a alguien en una fracción de segundo. Al contrario, se requiere tiempo y ni aun así nunca los terminamos de conocer. Sencillamente las personas son una mezcla infinita de capas, de secretos, de cicatrices y experiencias que apenas se ven a simple vista.
En lo personal, me gusta observar más allá de la vestimenta, estudio cada mirada, cada palabra y su lenguaje corporal, pero a veces no basta para descifrar a las personas, incluso una frase muy recurrente de Samuel era: “ojos abiertos, sigue tus instintos y no bajes la guardia con nadie, ni siquiera conmigo”. El tonto no confiaba con facilidad en nadie, pero era producto del entorno que lo rodeaba.
Volviendo a Jones, lo poco que buscaba reflejar me confundía, no solo por su atuendo, si lo que lograba ver en sus ojos. Aun así, su tono directo, su mirada impasible y su pregunta disfrazada de desafió, eran una provocación. Sí, lo admito, detesto perder menos con un hombre, y sobre todo que me digan cobarde, pues de cierta manera lo hizo Jones con su actitud, porque siendo sincera ninguna mujer en su sano juicio pisaría el Congo para adentrarse en la selva, un lugar sin comodidades y expuesta a miles peligros. Sin embargo, para mí era algo de rutina, por mi profesión y el estilo de vida que llevaba junto a Samuel.
Un breve silencio se instaló entre nosotros, marcado por la intensidad de sus ojos que no se apartaban de los míos. Finalmente, solté una leve sonrisa, dejando que mi voz rompiera el silencio con una mezcla de desafío y calma.
–Señor Jones, no tengo motivos para no ayudarlo en su búsqueda, pero tal vez usted sí. Puede que me vea como una mujer joven y frágil, sin la experiencia o la capacidad necesaria para adentrarse en la selva. ¿Es esa su opinión de mí?
Jones arqueó una ceja y esbozó una sonrisa desfachatada, como si mi desafío solo le provocara diversión. Su mirada tenía un matiz misterioso que me perturbó.
–Marcus tenía razón. Eres bastante agresiva y sincera, la persona correcta para encabezar mi búsqueda. Además, tu trayectoria te precede, Emily –comentó, su tono lleno de una confianza inquietante. Se dio media vuelta para marcharse, pero se detuvo un momento. –Otra cosa, no me juzgues sin conocerme. Este atuendo es mi manera de protegerme, incluso de ti. Nos vemos en el puerto. Disfruta el resto del viaje.
Sus palabras resonaron como un desafío retorcido y peligroso, y vi cómo mi expresión de malestar se reflejaba en mi rostro. Pero antes de que pudiera responder, la voz de Arthur interrumpió el ambiente.
–No me agrada este hombre. Si yo fuera tú, me habría bajado en el próximo puerto. Aún estamos a tiempo de hacerlo –exclamó Arthur, su voz llena de inquietud mientras fruncía el ceño.
–Arthur, deja la cobardía. ¿Dónde está tu lado temerario? Será una experiencia interesante y vas a disfrutar tu estadía en África –le respondí con un tono firme, intentando restarles importancia a sus miedos.
Arthur suspiró y me miró con desgano y resignación.
–Soy un cobarde que vive metido entre libros, donde se siente seguro. Y dudo que disfrute la selva. Si Jones no nos pone en peligro, no me salvaré de la golpiza que me dará Samuel por ser "tu novio" –añadió, su tono cargado de humor nervioso y su comentario me hizo sonreír a pesar de la tensión.
Los días que siguieron fueron una tortura para mi mente. La ansiedad se arrastraba como una sombra, distorsionando mis pensamientos. No era tanto el misterio que envolvía a Robert Jones lo que me inquietaba; era el temor constante a enfrentar a Samuel. Imaginaba tres escenarios posibles: uno lleno de recriminaciones e insultos, otro donde su mirada dolorosa y llena de rabia me atravesaría como un cuchillo, y un tercero en el que, quizás, ambos pudiéramos sentarnos como viejos amigos y conversar con madurez. Pero la realidad es que no me sentía preparada para enfrentar a Samuel. Las heridas del pasado estaban demasiado frescas, y no sabía cómo reaccionaría si nos encontráramos.
Finalmente, el barco atracó en el puerto de Matadi, sumergiéndome en un caos familiar del muelle. El puerto estaba en movimiento constante: el aire estaba cargado de olor a sal y combustible, mientras las voces se mezclaban en un bullicio constante. Personas de todas partes del mundo se movían con prisa, cargando bultos enormes y maletas desgastadas. Las luces de los faroles parpadeaban, lanzando sombras vacilantes sobre los edificios viejos y los vendedores ambulantes que ofrecían frutas exóticas y artesanías locales. Los marineros y trabajadores de la carga se movían con eficacia, mientras algunos sujetos armados con rifles se mantenían alerta, como guardianes silenciosos de la seguridad del puerto.
Nos abrimos paso entre la multitud, arrastrando nuestras maletas y evitando las miradas curiosas. El calor era opresivo, y el sudor perlaba en mi frente. Jones seguía de cerca, pero lo que me llamó la atención fue la presencia de su acompañante: un hombre robusto con una expresión severa y un aire de autoridad que no pasaba desapercibido. Su aspecto sugería que no estaba ahí solo para hacer compañía.
–Emily, me quedaré en el hostal –dijo Jones, su voz grave y distante. –Por cierto, la última carta de mi familia fue enviada desde la selva. Mira qué puedes averiguar de ellos mientras me ocupo de aprovisionarnos.
Le lancé una mirada de resignación, intentando ocultar mi desdén.
–No se preocupe, Jones. Se cual es mi trabajo. Mejor intente relajarse; no partiremos enseguida. Primero debo encontrar alguna pista sobre su esposa e hijo –respondí con firmeza, tratando de no dejar que mi nerviosismo se filtrara en mi voz.
En resumen, después de instalarme en el viejo cuarto del hostal, decidí dar una vuelta por las calles polvorientas, dejando que la nostalgia se mezcle con una ligera sensación de alegría. Me vinieron a la mente esos días pasados, pero era hora de enfocarme en mi misión: buscar pistas. ¿Y dónde mejor que en la cantina? Es el primer lugar donde llegan los forasteros y aventureros, no solo para apagar su sed o relajarse, sino porque Luke, su dueño, siempre tiene información útil. Él conoce las rutas más seguras para la selva y, lo más importante, sabe cómo encontrar a Samuel, el mejor guía de la zona.
Lo cierto es que llegue a la cantina, la fachada desgastada y los letreros a punto de caer me reciben como viejos amigos. El olor a tabaco y cerveza se mezcla en el aire denso, exactamente como lo recuerdo. Avanzo con pasos firmes, haciendo crujir la madera vieja bajo mis pies, y me dirijo hacia la barra, donde escucho a Luke gritar órdenes a sus empleados. Me acomodo en uno de los asientos y aclaro mi garganta antes de hablar.
–Hay cosas que nunca cambian en la vida. Sigues siendo tan gritón y gruñón. Pobres de tus empleados –comento en tono juguetón.
Luke se gira, y sus ojos se abren de par en par al verme. Por un momento, parece que va a desmayarse.
–¡Emily! No puedo creer lo que ven mis ojos, pensé que jamás volverías a pisar mi cantina. Me alegra verte, te ves espectacular, mucho más hermosa de lo que recordaba –exclama mientras corre a abrazarme, apretándome con fuerza.
Esbozo una sonrisa genuina. –Gracias, Luke. Tú tampoco luces mal.
–¡Diablos! ¿Cuántos años han pasado? ¿Cuatro o cinco? Lo importante es que estás aquí, que volviste.
–No es lo que piensas. Vine buscando a la familia de un millonario, su apellido es Jones. Su esposa y su hijo vinieron en un safari a Matadi, pero lo último que supo de ellos fue hace más de dos semanas. ¿Has escuchado algún rumor sobre ellos? ¿Tienes idea de quién pudo haber sido su guía?
Luke asiente, rascándose la barbilla mientras reflexiona.
–Entiendo. Unos tipos estuvieron por aquí hace unas semanas. Querían cruzar la zona de Ubangi. Nadie quería llevarlos, pero estuvieron hablando con Samuel. Deberías hablar con él para que te ayude.
–No es buena idea, Luke. No creo que le interese ayudarme –respondo con un suspiro. La idea de enfrentarme a Samuel me genera una ansiedad que apenas puedo controlar.
–Emily, no pierdes nada por hablar con él. Además, acabas de tener suerte –dice Luke, señalando con un gesto hacia la entrada–. Acaba de entrar.
Mi corazón se acelera y mis manos empiezan a temblar. Miro por encima de mi hombro, y ahí está Samuel, justo entrando a la cantina. El estómago se me retuerce y la boca se me seca de inmediato. Luke, sin piedad, presiona con su tono burlón.
–¿Vas a volver a escapar de tu amado esposo? –cuestiona Luke. Una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios, y yo quiero matarlo por sus palabras. Me cubro el rostro con una mano, deseando desaparecer.
–¡Buenas noches, Luke! –Samuel saluda con su tono habitual, relajado y divertido, acercándose a la barra–. ¿Con quién coqueteas esta vez?
Entonces, su mirada se posa sobre mí. Me siento atrapada bajo el azul de su mirada.
–¿Emily? ¿Eres tú? –pregunta Samuel, con sorpresa evidente.
Bajo la mano lentamente, intentando sonreír, aunque solo logro una mueca forzada mientras él me lanza una mirada profunda.
–Hola Samuel, ¿Quieres charlar con tu esposa? –saludo, cuestiono con mi voz nerviosa y su silencio me sumerge en un mar de dudas.