La misma noche
Matadi, el Congo
Samuel
Todos cometemos errores insignificantes, grandes meteduras de pata y están los imperdonables, pero lo complicado no es asumirlos, es querer reparar el daño. No hablo solo de infidelidades, sino de fallarle a la persona que amas, de lastimarla con la distancia, con tu silencio y dejarla en segundo plano. No sé si es parte de la inmadurez, del miedo o de no saber cómo enfrentar momentos difíciles, pero cometes ese error de forma inconsciente, buscando un escape de la realidad devastadora que te consume. Y entonces, cuando te das cuenta, ya es tarde. No porque no puedas pedir perdón, sino porque el daño ya está hecho, y las cicatrices que dejas en la otra persona no siempre se pueden borrar.
La peor parte es que, al principio, ni siquiera te das cuenta de lo que has hecho. Crees que el silencio es un refugio, que la distancia es un alivio, pero en realidad, lo que estás haciendo es construir un muro, separándote de quien más te importa. A veces, ni siquiera sabes cómo dar ese paso para arreglarlo. El miedo te paraliza, el orgullo te detiene, y mientras tanto, la relación se desmorona ante tus ojos. Y más allá de esos errores, lo que queda es saber que siguen en tu memoria como un recordatorio de lo que perdiste. Al final, son un eco silencioso, una advertencia de no volver a equivocarte. Es una lección dura que nunca esperabas.
En una época estaba perdido, no tenía las fuerzas para enfrentar la realidad. Estaba tan ensimismado en mi propio dolor que cometí el mayor error de mi vida: no estuve para la mujer que amaba cuando más me necesitaba. Pero no fue egoísmo, fue culpa. Culpa por la vida que llevaba, esa adicción al peligro que, en un principio, nos había unido, pero que en ese momento nos separó. Y cuando por fin abrí los ojos, solo vi una nota de despedida sobre la mesa: “Nos merecemos más, Emily”.
Lo reconozco, fui un idiota por perder a una mujer como ella. Y mentiría si dijera que la olvidé, es sencillamente imposible. Su nombre sigue navegando por mi mente, como una sombra que nunca desaparece. Porque no era solo una mujer; era todo lo que yo era y lo que quería ser. Teníamos tantas cosas en común, desde nuestra pasión por la selva, los animales salvajes, hasta nuestra manera de ver la vida. Incluso el día que la conocí, fue como ver un espejismo. Ella estaba en el puerto, entre un mar de gente, con su valija arrastrando detrás de ella. Y yo, como un tonto, la observaba a lo lejos, hechizado.
Su belleza era abrumadora. Piel blanca como la nieve, ese cabello castaño, largo y rizado que caía en cascada sobre sus hombros. Pero lo que me atrapó por completo fueron sus ojos, esos ojos marrones con una mirada tan cautivante que era imposible escapar de ella. Y luego estaba su sonrisa, esa sonrisa encantadora que parecía iluminar todo a su alrededor. Sus labios, de un color carmín suave, siempre invitándote a besarlos. Era esbelta, con una buena altura, 1.70 cm, que complementaba su presencia elegante y poderosa. Después de conocerla, fue imposible volver a separarme de ella. Me volví loco por tenerla a mi lado, al punto de cometer cualquier locura solo para estar juntos. Y cuando me di cuenta, ya estábamos casados, muy enamorados. Pero el amor no siempre es suficiente. No lo fue para nosotros.
Lo cierto es que vine a la cantina como cada noche después de un largo día de lidiar con los pedantes millonarios, aquellos con ganas de saciar su curiosidad recorriendo la selva o el río con sus misterios. Pensé que podría tomarme una cerveza bien fría en calma, relajarme escuchando los chistes agrios de Luke. Al menos era mejor que quedarme en casa, ahogando mi soledad con los recuerdos. Pero no fue así, porque lo que nunca imaginé, sucedió. Miento, sí lo pensé, pero es de esas cosas que deseas aun sabiendo que no pasarán. No sé si corrí con suerte, o si es una broma siniestra del destino. Los planetas se alinearon y por esa razón Emily está acomodada en uno de los asientos de la barra.
En fin, debo tener una cara de desconcierto, estoy incrédulo por lo que ven mis ojos mientras mi corazón late errático, un nudo en la garganta formándose al contemplarla tan diferente a la chica que conocí. Supongo que es normal, ya tiene 27 años, más madura… Y vaya que está mucho más hermosa. Esos pantalones vaqueros y botas le sientan como un guante, su cabello al natural, justo como me gusta. Pero lo que más me descoloca es esa mirada traviesa que siempre me desarmaba.
Sin embargo, surgen las dudas, la confusión. ¿Qué hace en el Congo? ¿Vino a pedirme el divorcio? ¿Tiene un novio y quiere casarse con ese idiota? ¿Me extraña? Es complicado pensar que después de tanto tiempo separados pueda ser eso, pero nada es imposible con ella. Sea lo que sea lo que quiera, no lo conseguirá con facilidad. Tampoco tengo intenciones de perder a la mujer que amo para siempre. Lo sé, tal vez dejé de ser el dueño de su corazón. Perdí ese derecho el día que la alejé de mí. Aun así, no me voy a rendir tan pronto, menos sin darle batalla. Veamos qué sucede, como tal mi voz rompe el eterno silencio entre nosotros mientras me acomodo junto a ella en la barra.
–¡Hola… desconocida! –digo con un tono frío, mi mirada fija en ella, impasible. Intento controlar los latidos frenéticos de mi corazón, pero es inútil. –No sé a quién te refieres. Creo que Luke te informó mal sobre mí. No tengo esposa que recuerde.
Mi voz suena tan distante que hasta yo mismo me sorprendo. Mientras hablo, noto cómo el ambiente en la cantina se vuelve más denso. Emily frunce el ceño y suelta un resoplido, evidenciando su irritación.
–Samuel, no lo hagas más difícil, se maduro. Hablemos... –su voz está cargada de frustración, pero trato de ignorarla, respondiendo con una sonrisa burlona, una que sé que la desarma, aunque esta vez, parece tener menos efecto.
–¿Maduro? –repito, dejando caer cada palabra con ironía. –Pues no fue muy maduro de tu parte dejarme una maldita nota. Entonces, ¿por qué ahora tendría que escucharte? ¡Dame una razón válida! –mis palabras salen con más fuerza de la que esperaba.
Agarro la cerveza que Luke ha dejado en la barra, y la bebo de un trago, intentando calmar todo el caos dentro de mí. No es fácil. Vuelvo mi atención hacia ella, y nuestros ojos se encuentran por un breve segundo. Pero aparta la mirada, su rabia contenida es evidente en cada gesto tenso de su cuerpo.
–Si quieres ventilar nuestros problemas delante de estos extraños, no importa, hagámoslo. –reclama, su voz teñida con una mezcla de dolor y provocación. –Comienza, escucho tus reclamos. –su tono es retador, casi deseando que acepte el desafío.
–No, mi vida. –digo con un tono sarcástico, dejando que el veneno gotee en cada palabra. Ruedo los ojos y giro mi atención hacia Luke. –Amigo, dame otra cerveza.
Emily suelta un sonido entre dientes, una mezcla de rabia y resignación. Está claramente molesta, y sus manos se crispan sobre la barra. Me observa como si estuviera lidiando con un niño malcriado, pero no me importa. No hoy.
–¡Entiendo! –responde con los dientes apretados. –Debo seguir tus estúpidas reglas, ¿no? ¿Cuál será el desafío para tener una charla contigo? ¿Dardos? ¿Usamos las pistolas? ¿Una partida de billar? –su tono está cargado de sarcasmo, pero sus ojos… sus ojos reflejan dolor. El mismo dolor que he estado ignorando desde que me dejó aquella maldita nota.
Levanto una ceja, manteniendo mi fachada de indiferencia, aunque por dentro algo se remueve. No puedo dejar que vea eso. Mantengo la distancia, como si fuera un juego, como si no me importara lo suficiente. Pero sí que me importa. Y demasiado.
–Luke sírvele un whisky a la señorita. Veamos si puede seguirme el paso y tal vez considere charlar con ella– señalo con mi rostro serio y mi amigo me da una mirada de reproche.
No quiero emborracharla, tampoco aprovecharme de ella, más bien darle una lección o retrasar lo que sea que vino hacer. Aunque también no puedo mentirme a mí mismo, quiero recordar lo que fuimos alguna vez. Sí, me gusta torturarme, pero es lo que me exige mi corazón.
Más de medianoche
Perdí la noción del tiempo entre trago y trago. El alcohol hizo su magia, y la tensión inicial entre nosotros se fue disolviendo poco a poco. Jugamos a los dardos, como si volviéramos a esos días en que las risas fluían sin esfuerzo. Escuché su risa otra vez, esa que solía iluminarme el rostro. Pero, en un momento, cuando quise acercarme más, respirar su perfume y dejarme llevar por la nostalgia, noté que Emily empezaba a tambalearse. Se le subió el whisky a la cabeza. No puede ni dar un paso sin tropezar.
La tengo abrazada por la cintura, sosteniéndola mientras su peso se apoya en mí, y Luke me lanza una mirada de reproche desde la barra. No hace falta que diga nada; sus ojos hablan por él. Al final, no puede más y rompe el silencio con su voz áspera, dejando clara su incomodidad.
–Samuel, ¿a dónde piensas llevar a Emily? –me pregunta, con un tono lleno de sospecha–. ¿No te estarás aprovechando de ella? ¿verdad?
Suelto un suspiro cansado, apretando los dientes para no explotar. –Luke, déjate de reclamos. –Mi voz es firme, sin espacio para dudas. –No quiero una noche de pasión con mi esposa. Quiero recuperarla, y voy a llevarla a nuestra casa. Además, parece que no me conocieras. Nunca sacaría ventaja de una mujer en su estado de embriaguez.
Luke no se relaja ni un poco. –Lo que yo veo –me responde, cruzándose de brazos–, es que se te fue la mano con Emily. ¿Qué te costaba tener una charla sincera con ella? ¿Acaso no es lo que anhelabas desde hace mucho tiempo? Entonces no pierdas el tiempo. Sincérate y arreglen su situación de una vez por todas.
Mis dedos se tensan alrededor de la cintura de Emily, y la rabia que había logrado contener empieza a hervir nuevamente. –Eso lo dices porque no estás en mi lugar –respondo entre dientes–. No es tan fácil como tronar los dedos y que todo se solucione. Además, me desconcierta su regreso, Luke. ¿Te dijo por qué está aquí? ¿Acaso vino a pedirme el divorcio? ¿Tiene algún imbécil en su vida ahora?
Luke me observa un segundo, antes de responder, bajando la voz como si no quisiera avivar más el fuego. –Ahora que lo mencionas… habló de un sujeto llamado Jones. No sé si fue un pretexto para verte o si es verdad, pero si yo fuera tú, averiguaría si tienes competencia. O de lo contrario, Samuel, vas a dejarla escapar de tu vida otra vez.
La mención de "Jones" hace que un escalofrío me recorra. Aprieto la mandíbula, mirando a Emily, que sigue medio tambaleándose, apoyada en mí, inconsciente del caos que ha traído de vuelta a mi vida. Jones... ¿Quién demonios es Jones?