Tres días después
Matadi, el Congo
Samuel
Leer a las personas es complicado, casi un arte que se cultiva con los años por un gesto, una mirada o simplemente por su silencio, también por sus pensamientos y sus acciones, como consecuencia unes las piezas de su personalidad, pero ni aun así puedes estar seguro como actuará en un futuro.
Sin embargo, ese no es el peor escenario, el verdadero desafío es leer a un desconocido. Allí no tienes ni una maldita pista, por más que intentes escudriñar en sus ojos, en su apariencia, más bien te limitas a lo que palpas, a lo que logras observar a simple vista. Lo que no siempre es suficiente para prevenir una catástrofe, porque la realidad es que te sientes caminando por un campo minado, al punto de estar alerta a cualquier movimiento. Y aunque no nos guste en el mundo las intenciones suelen disfrazarse y las máscaras abundan, entonces ojos abiertos, palabras medidas y espera que la suerte te favorezca.
Cuando conocí a Jones todo indicaba que tenía intenciones oscuras, que había una amenaza de peligro. Aun así, decidí apoyar a Emily en su excusión para encontrar a la “familia” de este sujeto, más que todo estaba en la obligación de cuidarla. Y eso me llevó a viajar con Rowan, el gorila que cuidaba a Jones, era una manera de darle una ventaja o una oportunidad si las cosas se complicaban. Lo sé, me expuse a un riesgo grandísimo o como diría mi esposa estaba jugando al héroe, al tener de acompañante a ese hombre.
A todo esto, faltaba poco para adentrarnos en la selva, mientras intentaba estar alerta a cualquier movimiento de este gorila, pero preguntarle por la familia de Jones fue como el detonante para que la verdad salga a relucir de una manera inesperada. Vi cómo sus dedos se deslizaron hacia el costado de su pierna, tensos, como si estuvieran listos para desenvainar un arma oculta. Un silencio pesado cayó entre nosotros, denso como la humedad de la selva. Finalmente, él lo rompió con su voz rasposa, un sonido que era casi un gruñido.
–¿Por qué tendría yo una foto de la esposa y el hijo de Jones? –bramó Rowan, la rabia impregnando cada sílaba.
Mantuve la vista fija en el camino, fingiendo indiferencia. Pero internamente, cada fibra de mi ser estaba en alerta máxima, listo para cualquier movimiento suyo.
–No son mi familia –añadió, con un tono de desprecio que se escurría como veneno en cada palabra–. Ni siquiera te puedo dar una descripción de ellos. A la mujer no la conozco y al niño lo vi una sola vez, cuando era un bebé. Así que no pidas nada –escupió, su tono cargado de resentimiento.
Le lancé una mirada lateral, midiendo sus reacciones, y con una ligera provocación en la voz le respondí:
–Qué raro… Creí que eras el hombre de confianza de Jones.
Noté cómo sus ojos se afilaron, fulminándome con odio. Su mandíbula se tensó tanto que parecía a punto de romperse. Pude ver en su mirada que estaba debatiéndose entre seguir con la conversación o lanzarse sobre mí en ese mismo instante.
–Lo soy –gruñó al fin, la voz cargada de veneno–. Pero no me meto en la vida privada de mi jefe. Yo hago mi trabajo, como deberías hacer el tuyo.
Mi instinto me decía que lo siguiera provocando. Así que, con voz tranquila, le respondí:
–No es lo mismo. Para iniciar una búsqueda se necesitan pistas, preguntas, descripciones claras.
Rowan frunció el ceño, su mirada se volvió más intensa, amenazante, como un cuchillo al filo.
–¿Te estás burlando de mí? –Su voz era un susurro cortante–. En este maldito fin del mundo, cualquier mujer blanca con un niño llamaría la atención.
Aproveché la oportunidad y fingí sorpresa, improvisando con rapidez.
–Eso es lo más desconcertante… –dije, intentando sonar convincente–. Pregunté en la cantina, hablé con otros guías, y nadie ha visto a la familia de …
No terminé la frase. Antes de darme cuenta, Rowan se lanzó hacia mí, el cuchillo destellando en su mano. Su mirada estaba cargada de furia descontrolada, cada músculo de su rostro crispado, y su respiración era un gruñido rabioso. Sentí el peligro acercándose a centímetros de mí, y en un acto reflejo giré el volante bruscamente, intentando desestabilizarlo.
Rowan perdió el equilibrio apenas un segundo, tambaleándose. Pero se recuperó rápido, aferrándose al asiento con una mano mientras levantaba el cuchillo de nuevo, decidido a continuar el ataque. Podía ver la determinación brutal en sus ojos; sabía que estaba ante un hombre que no dudaba en matar.
Mi mano buscó el revólver con desesperación, mientras él se enderezaba de nuevo, lanzándose otra vez hacia mí. Rowan se lanzó contra mí con una fuerza salvaje, y antes de que pudiera reaccionar, sentí el filo del cuchillo rozar mi rostro. Un calor punzante me recorrió la mejilla, seguido por la cálida y húmeda sensación de la sangre deslizándose lentamente. Intenté zafarme, forcejeando con él en el reducido espacio del jeep, pero el tipo era una roca, un muro de músculo y rabia que no cedía un milímetro. Pese a mis intentos, su agarre se hizo aún más fuerte, y pronto sentí cómo el frío metal se hundía en mi hombro y no conforme volvió a enterrar el cuchillo en mi abdomen. El dolor fue inmediato, ardiente, como si me atravesara una llama.
Con el hombro y herida en el abdomen la sangre empapando mi camisa, el control del volante comenzó a escaparse de mis manos. El jeep se tambaleó, y escuché el rechinar de las ruedas en la tierra suelta. Intenté mantenerlo en el camino, pero Rowan aprovechó el caos para soltarse de mi agarre y, con un último empujón, se lanzó por la puerta abierta.
El jeep se inclinó peligrosamente hacia un lado antes de que lograra estabilizarlo. Levanté la vista a tiempo para verlo correr hacia un sendero que se perdía en la espesura de la selva. La silueta de Rowan se fue desdibujando entre los árboles y la maleza, hasta que finalmente desapareció en la distancia.
Me quedé ahí, jadeando y ardiendo de dolor, mientras mi corazón martilleaba en mi pecho. Había logrado escapar, y ahora estaba solo, herido y a medio camino de la nada.
Lo primero que hice fue limpiar las heridas con whisky, detuve la sangre rasgando mi propia camisa, después quise incorporarme con la idea del mover el jeep para volver al pueblo por ayuda, pero en cuestión de segundos el mismo dolor agobiante me hizo desmayarme. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, solo que me desperté agitado y desorientado en lo que parecía un cuarto o más bien la habitación Luke. Al parecer mi propio amigo estuvo siguiéndome el rastro junto con dos nativos.
En fin, no puedo seguir postrado en la cama sabiendo que Emily está en peligro, más bien mi deber es rescatarla antes de que sea muy tarde, porque confiarme en que Arthur podrá con esos sujetos es como pedir un milagro, ni siquiera creo que sabe cómo utilizar en rifle. Es decir, a estas alturas tengo el tiempo en mi contra, pero el único aliciente es que Emily debió ingeniárselas para no avanzar hasta Ubangi ante mi retraso, incluso debe estar preocupada o tal vez …creyendo que estoy muerto.
–¡Samuel! ¿Qué haces levantado de la cama? ¿Quieres que se te abra esa herida? –La voz de Luke suena baja y seria, como una orden disfrazada de advertencia. Se planta frente a mí, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, intentando cortarme el paso.
Lo miro de vuelta, desafiante, y sin titubear le suelto:
–No voy a quedarme recostado como un inválido mientras mi esposa está en medio de la selva, rodeada de esos cabrones. –La rabia me endurece el rostro, y noto cómo mis puños se aprietan, conteniendo la frustración–. Mi deber es ir por ella, sacarla de las manos de esos rufianes, aunque ni siquiera sepa qué mierda buscan.
–¡Samuel, no seas cabeza dura! –La voz de Luke sube un tono, exasperada, mientras alarga una mano y me agarra del hombro para intentar mantenerme en mi lugar–. Apenas puedes moverte en este estado. Fue un milagro encontrarte con vida, ¿y ahora pretendes echarlo a perder? Recupérate, y mientras esperemos noticias de mi gente. Ellos sabrán qué hacer.
Me tenso bajo su agarre, y mi mandíbula se aprieta, conteniendo el impulso de apartarlo. La determinación en su voz me irrita aún más, pero suelto un resoplido para no perder el control.
–¿Acaso no entiendes que mi esposa está en peligro? –espeto en voz baja, controlada, pero cargada de rabia–. Me voy, Luke. Con tu ayuda o sin ella –añado con determinación.
Luke suspira, y por un segundo, baja la cabeza y se frota las sienes con los dedos, como si tratara de reunir paciencia. Luego levanta la mirada, llena de una mezcla de frustración y resignación.
–Espera, Samuel… no podrás solo con esa gente. –Su tono ahora es sombrío, cargado de preocupación, y tras un momento, me suelta el brazo–. Además, tengo noticias… y no son buenas. Son sobre el acompañante de Jones.
La atención se me agudiza al instante. Lo miro a los ojos, notando el leve temblor en sus manos mientras se lleva una mano a la frente, como si estuviera buscando cómo decirlo.
–¿Qué más me puedes decir que no sepa ya? –bramo, sintiendo cómo el nerviosismo y la impaciencia me recorren la espalda–. ¿Por fin descubriste lo que Jones busca en Matadi?
Luke suelta un largo suspiro, y por un instante, parece vacilar. Me observa, como si pesara sus palabras antes de soltar el golpe.
–El tipo que va con Jones… ha contrato una cuadrilla de hombres. –Su voz es baja, casi como si no quisiera que yo escuchara el peso de lo que está diciendo–. Compró un arsenal de armamento en el mercado n***o, desde municiones hasta armas pesadas. Consiguieron una embarcación, y me han asegurado que están dirigiéndose a Ubangi. Van directo a territorio virgen, Samuel… y eso solo puede significar una cosa. Pero sé que ya lo has deducido.
Las palabras me golpean como un puñetazo. Intento tragar el nudo en mi garganta, pero la confirmación de mis sospechas me hace apretar los dientes.
–No existe la familia de Jones, ¿verdad? –susurro, con un amargor que me quema la lengua–. Es solo una fachada para meterse en Ubangi.
Luke asiente lentamente, sus labios en una línea tensa, y veo en sus ojos la misma rabia que siento yo.
–Exacto. Contactaron a Emily sabiendo que la conmoverían con la historia de un hombre desesperado por su familia perdida. –Su voz suena firme, cargada de desagrado, y se cruza de brazos mientras habla–. Ella no sospecharía nada. Pero en realidad… –hace una pausa, su expresión se endurece, y me mira a los ojos con una frialdad que me hiela la sangre–. Es una cacería. Van por los rebeldes. Es probable que busquen la cabeza de Abasi. El gobierno africano necesita sentar un precedente, aplastar cualquier intento de rebelión con las tribus.
Sus palabras se deslizan en el ambiente con una sentencia de una tragedia, dejando a mi corazón en un puño. La rabia y la desesperación recorriendo mi cuerpo, pero ahora lo importante es no perder más tiempo.
–¡Por favor, Luke! –imploro, acercándome un paso más, mis manos temblando de pura frustración–. Ayúdame a encontrar a Emily. No me pidas que me quede aquí esperando una maldita noticia, o… –mi voz se quiebra un instante, pero me obligo a seguir, apretando los puños para no ceder al temblor– préstame tu embarcación. ¿Qué me respondes?
Mi ruego se encuentra con el silencio implacable de Luke, que baja la mirada un segundo, como si dudara. La espera se vuelve eterna, cada segundo es una agonía, un mar de dudas que me sumerge más y más.