Lo que sentimos (1era. Parte)

2450 Words
La misma noche Matadi, el Congo Emily Los celos, para muchos, son vistos como una señal de debilidad, de inseguridad o incluso de falta de confianza en uno mismo o en la otra persona. Algunos los interpretan como una muestra de interés o como un grito silencioso de amor. Al final, son una manifestación emocional tan fuerte que nos resulta casi imposible ocultarla. Nos delatan pequeños gestos, el tono en nuestras palabras, las expresiones en nuestro rostro y, a menudo, las decisiones impulsivas que tomamos bajo su influencia. El verdadero problema surge cuando los celos nos sobrepasan, cuando se apoderan de nuestras acciones y pensamientos hasta el punto de consumirnos. En esos momentos, en lugar de acercarnos a la persona que queremos, nos alejamos, atrapados en una espiral de dudas y sospechas que nos hacen actuar irracionalmente. Sin embargo, por más tóxicos que puedan parecer, a veces los celos cumplen un papel revelador: nos obligan a confrontar sentimientos que hemos intentado negar. Porque por más que vivamos pregonando que esa persona es parte del pasado, ellos nos delatan, nos dicen que aún queda algo latente, un rastro de emoción que no hemos podido enterrar del todo. En lo personal los celos eran ajenos a mi vida, tenía una relación solida basada en el amor y el respeto con Samuel, nunca hubo ni una sola escena de celos, en su lugar existían miradas cómplices, besos robados, un matrimonio con una relación profunda y llena de amor, aun así, todo termino mal. Sin embargo, su pregunta agresiva sobre Jones me descoloco, sumado a su rostro amargado, su tono de voz irritado, todo en él gritaba que estaba celoso. Y allí comencé a tirar hipótesis por su actitud, ¿Acaso todavía me amaba? ¿Es solo su ego masculino que hablaba? ¿O es simple curiosidad? ¿Y por qué ahora? Mi mente era un caos intentando descifrar a Samuel, entonces me dije: descubrámoslo. Lo hice a mi manera, porque el terco es incapaz de reconocer lo que siente. También admito que tenía curiosidad por saber de su vida, si alguien ocupaba mi lugar y fue un alivio escuchar de sus labios que no hay nadie, pero por eso no me iba a lanzar a sus brazos, más bien deje entrever firmar el divorcio y hubiera dado todo por escuchar: Emily te sigo amando, perdóname. Nada más alejado de la realidad, porque como un cavernícola, Samuel me agarró de manera brusca, como si yo fuera un simple bulto sobre sus hombros, y eso desató toda la furia contenida que llevaba acumulando durante años. Y sí, ambos parecíamos dos niños malcriados, no queriendo ceder, no hablando de nuestras heridas, aunque al parecer a mi querido esposo le dio un ataque de sinceridad, quiso hablar o solo señalar que él siempre consigue lo que quiere. A tal punto que estábamos a la distancia de un suspiro, podía percibir su aliento en mi rostro, su respiración agitada, el azul de sus ojos clavado en los míos con una determinación férrea, como si hubiera llegado ese momento que muchas veces quise para arreglar nuestro matrimonio. Lo que despertó mi rabia, mi frustración, mi odio, pero no hacía él sino por sus actitudes. Obvio también estaba esa vocecita de mi consciencia gritándome: “Emily, deja la terquedad, habla con él, ¿No lo amas? No seas tonta y ve por nuestro galán. ¡Diablos! Mi maldito corazón me estaba traicionando, y no sé …quise levantar un muro. Sin embargo, todo cambio en un segundo cuando observé como su rostro paso de furioso a triste, y su voz…su voz casi resonaba en un murmullo. –Me equivoque Emily, metí la pata hasta el fondo, no como los idiotas de tus colegas decían que lo haría con una infidelidad, pero si te lastime… con mi distancia, dejándote sobrellevar sola la muerte de Nicholas… –admitió con su voz quebrada. Por un momento, los ojos de Samuel, esos mismos ojos que solían mirarme con tanta intensidad, se hundieron en los míos, llenos de un dolor que jamás había dejado entrever hasta ese momento. Su rostro, que momentos antes había estado endurecido por la ira, parecía desmoronarse lentamente. Las palabras que decía parecían salir con dificultad, como si cada una de ellas le desgarrara por dentro. –Samuel, durante mucho tiempo sentí que me culpabas por su muerte –mi voz temblaba, el nudo en la garganta me quemaba, pero no podía detenerme–. Por no haberlo cuidado lo suficiente, por no haber hecho lo imposible para salvarlo... Y esa era tu manera de castigarme, con tu indiferencia, con tu frialdad. Pero… era mi hijo. Nuestro pequeño. ¿Crees que no hubiera dado mi vida por salvarlo? ¿Crees que no sufrí? ¿Qué no me duele su ausencia todos los días? –mis manos temblaban mientras hablaba, sintiendo cómo cada palabra me arrancaba un pedazo de alma–. Vivo recreando ese día, una y otra vez, repitiéndome: ¿En qué fallé? ¿Por qué se murió Nicholas? ¿Por qué me lo arrebataron? La desesperación en mi voz era palpable, un eco del vacío que había dejado Nicholas. Sentía las lágrimas cubrir mis mejillas. Samuel dio un paso hacia mí, su cuerpo tenso, pero sus ojos, esos ojos azules que siempre habían sido mi refugio, ahora estaban llenos de desesperación. –Nunca te culpé, Emily –su voz era un susurro, como si hablara más consigo mismo que conmigo–. No podría. Te desvivías por Nicholas, lo cuidabas con un amor que a veces me hacía sentir insuficiente. Hiciste una pausa en tu vida, en tus sueños, para estar con él, para amarlo. Sé que hubieras dado todo por salvarlo. No necesitas repetírmelo, porque lo sé, lo supe siempre. Mi cuerpo estaba rígido, mis manos cerradas en puños a los costados. Sentí mi garganta arder, cada fibra de mi ser gritaba, pero no dejé salir ni un sonido. Sin embargo, mis ojos no podían mentir. –Pero igual no te importó cómo me sentía, Samuel. Cada día salías por esa puerta como si nada hubiera pasado, y no volvías hasta la madrugada. Como si Nicholas no hubiera existido, como si yo no hubiera existido. ¿Cuántas veces te pedí que fuéramos a ver su tumba juntos? ¿Cuántas veces te esperé en silencio, deseando que volvieras? ¿Cuántas veces tuve que quedarme... sola? –reclamé, mi voz cargada de rabia mientras las lágrimas seguían rodando por mi rostro. Samuel bajó la mirada, su cuerpo se desplomó como si el peso de las palabras le hubiera caído encima. Vi las lágrimas que luchaba por contener, hasta que su voz volvió a llenar el ambiente. –¡Perdóname! –exclamó, su voz rasgada, llena de dolor. Sus manos temblaban mientras trataba de acercarse más–. Mil veces te pido perdón, Emily. Fallé, lo sé. No estuve allí para ti, pero no podía soportar verte sufrir. Me dolía ver tus lágrimas y sentir que no podía detenerlas, que no sabía cómo ayudarte. Era escuchar tus sollozos en la madrugada y sentir que te perdía cada vez más, que nos estaba devorando el dolor. Ya no quedaba nada de nosotros, nada de lo que fuimos –su voz se ahogaba en las lágrimas que por fin cedían. Lo observé, y por un segundo, casi quise abrazarlo, consolarlo. Pero había pasado tanto tiempo, el daño estaba hecho. Y aunque mis propios sentimientos se debatían entre el amor que aún sentía y el rencor, no podía olvidarlo todo. –Samuel... lo único que quería era que estuvieras ahí para mí. No necesitaba palabras, ni promesas vacías. Solo... te necesitaba a ti. Tu presencia. Eso me hubiera bastado –confesé, con mi voz temblorosa, mis ojos cristalizados, un dolor que me rompía cada segundo. Y él me envolvió en un abrazo, cálido, profundo, que sentí como si comenzara a coser heridas que llevaba demasiado tiempo arrastrando. Algo en mi interior se alivió, como si por fin me hubiera quitado un peso de encima. No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que el aire volvía a mis pulmones. Sin embargo, Samuel siempre quería más que una simple charla. Para él, no era solo cuestión de sinceridad ni de cerrar ciclos. Era algo mucho más complicado. –Emily, volvamos a comenzar. De cero, como si recién nos conociéramos. Dame una oportunidad para reconquistarte, ¿sí? –propuso, su voz temblaba ligeramente, mientras se separaba apenas un poco y limpiaba mis lágrimas con sus dedos. Lo miré, desconcertada. –¿Comenzar de cero? –mi incredulidad fue inmediata–. No creo en tus palabras, Samuel. Me tienes atrapada en tus brazos, y no sirves para tener citas. Solo quieres sexo, pero esos trucos no sirven conmigo. Sus ojos se encendieron, y pude ver la rabia que brotaba de su interior, como si mis palabras lo hubieran golpeado donde más le dolía. –¡Esa es tu respuesta! ¡Mujer! Te estoy diciendo que me sigues importando. Sigues aquí, clavada en mi corazón como el primer día. Te amo, Emily, con cada fibra de mi ser. Solo contigo sueño despierto –reclamó furioso, pero había sinceridad en su voz, una verdad que estremecía su corazón y, aunque no iba a ceder fácilmente, sentí algo tambalearse dentro de mí. Me crucé de brazos con aire desafiante. –¡Bien! Recógeme a las 20:00 p.m. en los cuartitos que hay cerca de la cantina –respondí con frialdad, señalando con indiferencia–. Nos vemos. La rabia desbordaba de sus ojos. Avancé hacia la puerta, mis pasos rápidos, pero antes de que pudiera dar un paso más, me detuvo, su mano firme en mi brazo. –¿Qué? ¿Me vas a tratar como si fuera un pretendiente? Soy tu esposo, todavía tengo la argolla en mi dedo –replicó, aún rabioso, acercándose tanto que su aliento rozó mi rostro. Me mostró su mano, la argolla brillaba en su dedo. Sin darme tiempo a reaccionar, me pegó más a él. –¿Qué haces, Samuel? –me quejé, pero mis palabras sonaban débiles. Mis ojos se clavaron en los suyos, y aunque intentaba mantener mi compostura, mi corazón latía errático, mis piernas temblaban como si estuvieran hechas de gelatina. Pero lo peor de todo era que no podía ocultar lo que desataba en mí. Fue inútil. –Tiemblas... igual que la primera vez que hicimos el amor. ¿Todavía me amas? ¿Todavía tengo un hueco en tu corazón? –susurró, su aliento cálido a la distancia de un suspiro. Se inclinó apenas, buscando mis labios. Intenté mantenerme firme, mi voz salió más formal de lo que pretendía. –Necesito tres cosas: compromiso, cenas, citas. Y tal vez, solo tal vez, averigües lo que siento por ti –lo incité, sabiendo que eso lo provocaría. Y así fue. No se detuvo. Su labio superior rozó el mío, apenas un toque, pero suficiente para que mi respiración se volviera más rápida. Percibía su aliento, cada vez más agitado, mientras sus manos se posaban en mi cintura, atrayéndome hacia él. –De acuerdo, mi vida. Tendrás lo que pides –susurró sobre mis labios, y en ese instante, me dio un beso. Uno de esos besos que te quitan el aliento, que te dejan sin capacidad de pensar. El roce de sus labios contra los míos, la forma en que se adueñaba de mi boca con maestría, fue devastador. El tiempo parecía haberse congelado mientras la humedad de su boca me envolvía en un beso ardiente, para nada inocente que gritaba deseo, pasión y amor. Sí amor, no era un efecto por el calor del momento, había algo más profundo. Un escalofrío recorría mi piel mientras su lengua traviesa se entrelazaba con la mía en un baile prohibido. Éramos como un volcán en plena erupción que me arrastraba a la pasión desbordante, pero asomó la sensatez. Detuve el beso, bajé la guardia y estuvimos charlando de este tiempo separados, también hubo más besos robados. En fin, el terco insistió en acompañarme donde me hospedaba, pero sé lo que buscaba en verdad. Con sutileza quería conocer si no tenía novio o más bien conocer mi vínculo con Jones. Por supuesto que no lo saqué de su error, necesito que se esfuerce por volver a mi vida, por ganarse mi confianza, y es bueno un poco de competencia para obtener lo que busco. Sí, mi padre tenía razón en algo, darle celos a Samuel no era mala idea, aunque apenas nos cruzamos a Arthur en los cuartitos pude ver la expresión tensa y curiosa en su rostro. –Hola, Emily. Te estaba buscando. No apareciste anoche, ¿estás bien? –me preguntó Arthur con un tono preocupado y solté una sonrisa afable. –Hola, Arthur. Tuve un percance, pero ya lo resolví… ¡Ah! Perdona mis modales. Samuel, él es Arthur, un amigo –respondí, haciendo las presentaciones y la cara pálida de Arthur lo dijo todo. –Soy el asistente del profesor Scott, él insistió en que acompañara a Emily en su estadía en el Congo –se apresuró a explicar Arthur– pero ya veo que está en buenas manos. Mucho gusto, Samuel –agregó, estirando la mano para saludar a mi esposo. Me arruino los planes el cobarde de Arthur con su actitud, en cambio Samuel le brillaban los ojos de felicidad, pero aun no despejaba sus dudas sobre Jones, para sumarle necesitaba su colaboración para encontrar a la familia de este hombre, y aún no sabia como abordarle ese tema. Sin embargo, parece que mi suerte se acabó, vinimos a cantina en plan de diversión, sin pensar que nos tropezaríamos con este sujeto. Y en este instante no tengo idea que responderle a Jones, pero el silencio opresivo que nos consume se termina con la voz irritada de Samuel al ambiente. –Amigo, ¿insinúas que contrataste a mi esposa como tu guía? Te equivocaste. Emily es zoóloga, no se dedica a dar paseos a forasteros –espeta Samuel con evidente molestia. –Emily, no quiero involucrarme en tus asuntos personales. Resuélvelos y me encuentras en el hostal para partir mañana temprano. Además, tengo información sobre nuestro problema –responde Jones, manteniéndose neutral. –Amigo, no me ignores. Te dije que mi mujer no te llevará de excursión. Búscate a alguien más. ¿Te quedó claro? –exclama Samuel, furioso, clavando sus ojos en Jones en un duelo de miradas. –Esa decisión no es tuya, sino de Emily. Por favor, responde. ¿Aún cuento contigo? –replica Jones, sin dejarse intimidar, manteniendo su mirada fija en mí y dejándome en jaque.
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