Situándome a pasos detrás de Bárbara, noté que los párpados de Diana se estremecían un poco, señal que debajo de estos los globos oculares se movían inquietos, arrugó el entrecejo ligeramente, separó los labios mínimamente e hizo el intento de mover un poco la cabeza. Lo siguiente fueron los dedos de sus manos y después, con lentitud y gradualidad, abrió los ojos. Claramente se veía aturdida, confundida y débil. Miró el techo, con los ojos entrecerrados y luego desvió la mirada hacia Bárbara que seguramente le estaba sonriendo. —Te desmayaste, cariño —le dijo Bárbara con tono dulce, como el que se emplea con un niño que hace un puchero—. Pero estarás mejor, ya tienes solución intravenosa, casi se termina —observó la bolsa transparente guindada del atril e inmediatamente Diana