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1465 Words
          Al mirarle poner esa cara de quien no sabe de qué se le está hablando, sentí ganas de tener una pistola y quemarle el centro de la frente con una bala, pero aunque las gana de estrangularlo allí y de una sola vez me comían desde adentro, preferí seguir con mi calma característica en situaciones como esta, a menos que él saltara a atacarme, no lo haría yo primero antes de llegar el momento previsto. —¿De qué estás hablando? —preguntó, contrayendo la cara en una mueca de desconcierto fingido.             Saqué mi móvil y tras deslizar sobre la pantalla un par de veces el dedo de la mano en la que sostenía el aparato, sin dejar de mirarle a la cara, coloqué encima de la mesa el objeto con la pantalla hacia arriba y lo hice rodar de un leve empuje sobre la superficie de la mesa, en dirección a donde estaba Tommy Walter todavía de pie. —Puedes darle un vistazo —permití. Sin alterarme.             Pero él apenas rodó los ojos hacia la pantalla que mostraba el video en curso, sin moverse de donde estaba y sin expresar más sorpresa o expresión distinta a la molestia contenida que seguramente tenía. Sin mover la cabeza un milímetro rodó los ojos para verme y yo apenas curvé la mitad de mis labios en una sonrisa torva. —Ahora, siéntate —le dije más como una orden aunque sólo hubiera musitado la frase—. Hablemos un poco. —Tengo que prepararme para ir al trabajo —respondió, procediendo a caminar en dirección a la cocina que quedaba casi al lado de donde estaba yo sentada—. ¿No puede ser en otro momento? Buscaré un espacio en mi agenda.             Lo miré apagar la cafetera. —Aunque no lo parezca, mi paciencia tiene límites, Walter —dije sin verlo a la cara, sólo miré distraídamente hacia mi móvil al final de la mesa—. Y mi aspecto es bastante feo cuando me enojo —agregué. —¿Qué es lo que quieres? —preguntó mientras servía café.             Seguí sin mirarlo y contesté tranquilamente. —Que tomes asiento y hablemos —repetí.             Hubo un segundo de silencio y posterior a eso se me acercó y depositó ante mí una blanca taza pequeñita con café y caminó con la suya en dirección al final de la mesa, sentándose en frente de donde yo estaba y procediendo a empujar levemente el móvil hasta hacerlo llegar a mis manos después de deslizarse sobre la superficie de cristal. —Que sea breve —dijo, como si yo fuese a obedecer. —Estoy aquí por tres motivos —comencé, mirando la taza de café y rodeándole los bordes con mis dos manos—. El primero —pausé, alejando un poco mi cara del vapor del café—. Me han pagado para matarte —levanté la mirada y él, con sorpresa en su cara apartó la mirada de su móvil y me vio—. Y ya deja el móvil a un lado, préstame atención —vio el móvil una última vez y lo colocó sobre la mesa. —Me gusta mirar la información que los noticieros dejan en su página de f*******: —contestó él tras oscurecer la pantalla del objeto—. ¿Entonces… dijiste que te pagaron para…? —Matarte —asentí—. Eso es.             Noté que desvió la mirada hacia la agarradera del bate que sobresalía del morral que tenía yo colgado a mi espalda y noté que se removió incómodo, procediendo a tomar el primer sorbo de su café en un acto inconsciente. —Podemos hablarlo —dijo atropelladamente. —Eso hacemos —respondí—. Y no levantes mucho la voz, estamos aquí. —Bien —dijo moviendo sus ojos nerviosamente y luego mirándome—. ¿Qué es lo que quieres? —Segundo —proseguí—. Referente a Jorge, quien se supone que es mi novio —otra pequeña pausa—. Sé que en mi cara ustedes se han estado relacionando sexualmente, pensaron que no lo sabía y que no lo sabría, pero aquí estamos.             Suspiró, tenso y con incomodidad. Evidentemente sin palabras, así que tomó otro sorbo de su café. —Tercero —agregué—. Diana —al escuchar ese nombre levantó la mirada, inquisitivo aunque con aspecto temeroso—. Puedo decir que es lo que más me enoja y lo que principalmente me ha motivado a venir a este lugar. ¿Qué estabas pensando cuando abusabas de ella una y otra y otra y otra vez? —no respondió nada, sólo se removió nuevamente, seguramente sin saber qué decir—. ¿Qué pensabas conseguir al difundir los videos que grababas de ese acontecimiento; fama, dinero, prestigio entre más sádicos como tú que deambulan en la web? —¿Has venido por dinero? —preguntó, así como quería escucharlo, con tono resignado y suplicante. —He venido a decirte que últimamente has estado haciendo mucho uso de tu sexualidad, sabiendo que eso perjudicaría a otros —expliqué—. Y esta, es la otra cara de la lujuria. —No estoy entendiendo —meneó la cabeza apenas, parpadeando y frunciendo el ceño un poco.             Probablemente la droga estaba haciendo efecto. —Robert Crysler me ha dado mucho dinero a cambio de quitarte del camino. Y qué suerte —sonreí torvamente—. Me topo con que mi objetivo es alguien que también tiene cuentas conmigo y sobre todo con una joven inocente y seguramente inconsciente de lo que ha sufrido en manos de quien se considera su… ¿amigo? Y dime ¿qué se siente saber que el hombre a quien amenazaste con joderle la reputación ha decidido hacer una jugada primero que tú? Sí —asentí, mientras él me miraba con el entrecejo un poco arrugado—. Estoy al tanto de que has estado chantajeando a Robert Crysler con decirle a su esposa que este se relacionó sexualmente contigo, semejante cochinada, la verdad, pero así son los animales. Se esconden tras una vaga justificación que alega como defensa el culpar a sus instintos, dañando todo lo que se encuentran a su paso sólo por no poder ponerle freno a lo que tienen entre sus piernas. —¿Qué…me has hecho? —musitó. Afincó su peso incómodamente en las dos manos que tenía sobre la mesa. Ahora confirmaba yo que la función estaba a segundos de comenzar. —¿Qué cara pondría Robert de saber que su amante, ha abusado sexualmente de su hija? La pobre Diana es la que más ha sufrido con toda tu avasallante manera de hacer las cosas, me pregunto por qué ella dejó su amistad contigo, pero supongo que ya me enteraré de ello. Lo bueno aquí es que Robert desconoce lo de Diana, sino hubiera sido él quien hubiera venido expresamente a matarte, quitándome la oportunidad de hacerlo yo misma.             Walter quiso levantarse, pero cuando lo logró, cayó de costado sobre el suelo, intentando incorporarse en vano. Miré la hora en mi reloj, ya casi iban quince minutos después de las cuatro de la madrugada, así que procedí a ponerme de pie y avanzar en dirección a él, que parecía estar mareado. —¿Qué se siente saber que quien te dará muerte es la pareja oficial de tu amante, junto a quien creíste que me iban a tomar a juego todo el tiempo que les diera la gana? —ladeé la cara un poco—. Descuida, también él me rendirá cuentas muy pronto. No siempre mantengo la cabeza gacha ante alguien por mucho tiempo, simplemente actúo depende de lo que me convenga, hasta que tengo la oportunidad de hacer mis espectáculos, casi como si fuese alguna presentadora anónima y sin duda, a Jorge le llegará el momento de ponerse en el escenario para su función correspondiente. —No vas a matarme —vociferó sin fuerza en su tono empleado—. No lo harías. Sólo estás jugando conmigo.             Lo miré retorcerse en el suelo como lo que era, un gusano, intentando voltearse sobre su espalda para mirarme, pero claramente no podía enfocar la vista y probablemente comenzaba a notarme borrosamente o estaría teniendo alguna ilusión óptica, aunque no tan fuerte, no era LSD, era escopolamina y eso le impedirá tener fuerza motora, sólo lo atontaría un poco pero manteniéndolo consciente lo necesario como para sentir lo que a continuación sufriría. —¿Qué no voy a matarte? —pregunté con desdén—. Créeme, no es la primera vez que hago esto —le hice saber, procediendo a tomarlo en brazos para llevarlo hasta su cama mientras musité—. Se levanta el telón, y que comience la función.  
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