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2112 Words
          Desperté en mi cama sobre las doce del mediodía, la noche anterior había sido muy intensa, entre revisar y debatirme entre qué tipo de ropa ponerme para la ocasión, preparar una coartada que consistía en una vieja grabación de mí misma yendo a la nevera a media noche a por un vaso con agua y regresándome a la habitación. A esto sólo le había cambiado la fecha en una edición básica con un programa cybernético, me serviría para esquivar acusaciones y desviar posibles sospechas en caso de que las hubiera. Evité también tener algún vehículo de trasporte de ida a la residencia de Walter, así que me había preparado mentalmente para ir andando sola de noche por las peligrosas calles de aquella ciudad, durando previamente al menos treinta minutos en elegir qué objetos debía agregar a mi mochila aparte del bate, que era lo principal. Luego, a pasos sigilosos me había escapado del lado de Jorge a plena madrugada, para salir a mi trabajo sin que nadie se diera cuenta, ya me ocuparía después de las grabaciones que quedaban en las cámaras de seguridad de la casa en la que estaba yo viviendo.             Me levanté de la cama y volteé hacia la almohada que no era la mía, Jorge ya no estaba, seguramente había ido ya a la universidad o estaría con sus amigos, mientras tanto yo también debía ducharme, comer algo y encaminarme a la misma universidad a seguir con una vida normal. Estaba cursando por puro pasatiempos una preparación técnica de primeros auxilios, ya iría a estudiar medicina después, en alguna buena universidad de Estados Unidos. Mientras tanto estaría allí, hasta cumplir lo prometido a mí misma, cuando todo aquello estuviera listo, entonces me daría la oportunidad de salir de esa ciudad de una vez por todas.             Una vez preparada me encaminé hacia la cocina a por un batido, debía consumir algún alimento rápido y saludable antes de salir. —¿Sabes a donde fue Jorge hoy? —me preguntó Tania, almorzando.             Ni siquiera volteé a mirarle, simplemente saqué frutas del refrigerador y los serví en la licuadora. —A la universidad, creo —contesté con tranquilidad.             Dijo alguna cosa más pero el ruido de la licuadora encendida era mayor. Cuando se hubo apagado volví a escucharla. —Acabo de llegar de la universidad —pareció estar repitiendo—. Fui a llevarle los cuadernos que me dijo que le hacían falta, pero no lo vi por ningún lado y tampoco contesta el móvil.             Terminé de servir el batido en un vaso de cristal y me giré hacia ella, encogiéndome de hombros. —Entonces debe estar en casa de alguno de sus amigos —opiné, antes de dar un sorbo de mi desayuno.             Tania, con su refinado comportamiento continuó cortando un trocito de carne en su plato al tiempo que la mujer del servicio en silencio, colocaba el postre ante ella y se retiraba de nuevo hacia el fregadero. —Llamé a sus amigos —agregó luego de tragar—. Nadie lo ha visto.             Me dieron ganas de blanquear los ojos del fastidio, ¿es que acaso era yo guardaespaldas de Jorge? Pero en cambio forcé una sonrisa tiesa aunque cortés. —Pues, de no ser así lo más probable es que esté con alguna amante —zanjé indiferentemente—. Eso es lo que hace cuando evita el contestar las llamadas y cuando de “casualidad” ninguno de sus amigotes lo ha visto.             Escuché cuando colocó el tenedor y el cuchillo sobre el plato de loza blanca y la miré sin miedo pero sin soberbia, ella me regresaba una mirada teñida de desdén disimulado, apenas arqueó una ceja y mientras que con una servilleta limpiaba cuidadosamente su boca pintada con labial burdeos, me respondió. —Sabías cómo era cuando comenzaste una relación con él —opinó con malicia tras una educación forzada hacia mí—. Espero que no te extrañe su comportamiento ahora.             Sonreí, en una mueca que demostraba que mi gesto era bastante falso. —Fíjese que tengo una mente muy abierta —respondí tranquila—. He visto peores cosas que no me inspiran ni vergüenza ni temor y mucho menos tristeza, no voy a llorar únicamente porque su hijo me sea infiel.             Apenas asintió, aceptando mi opinión, una respuesta que seguramente no había esperado pero disimulando la impresión que había dado yo con mi modo de pensar. Tania llegaba a los cuarentaiocho años de edad, y en mi opinión objetiva, no era fea, su rostro reflejaba apenas vestigios del inicio de una madurez cutánea, cuya piel debía cuidar bastante con cremas y otros productos de belleza, a mi suegra le encantaba estar debidamente maquillada y su vestimenta la mayor parte del tiempo era semi formal, a veces un poco sobria y en tonos muy serios. Su cabello era una lacia cascada negra amarrada en una cola de caballo, que, de estar suelto le llegaría a las caderas, mientras sobre su frente lucía una inflada capa de flecos. Este estilo le daba a su mirada marrón un aire juvenil pero de brillo malévolo.             Sin embargo, por más grande que se creyera ante mí, lo que hacía era parecerme no más que un hígado hinchado. Ella podía pensar en mi contra mil cosas, pero yo podría hacer en la suya dos mil. No le tenía miedo, podría rebanarle la lengua y luego cercenarle la cabeza si eso quisiera, no sentiría por eso lástima o cargo de conciencia, sin embargo me enojaría conmigo misma por ser tan obvia como para hacerlo levantando sospechas o dejando evidencias y tener problemas legales por eso después. Soy asesina, no tonta. Pero para ella ya tendría planes más detallados después, mientras tanto sólo me limitaría a no romper el hilo entre nosotras, todo debía acontecer en su debido momento; no mientras tenía otras metas a corto plazo en mente.             Dos horas después ya estaba yo en la universidad, las clases de primeros auxilios se daban en la sala de enfermería de dicha institución, nada que no supiera ya, pero al menos pasar el tiempo en eso me distraía un poco.             Terminado el turno de ese día me encaminé hacia la cafetería de la universidad, un pequeño quiosco en el que Grace, la señora encargada, vendía abrebocas y meriendas. Pedí un sándwich de atún y un vaso con agua, dirigiéndome entonces a una de las mesas vacías que había, laterales al mostrador de Grace. Mientras comía recordé la madrugada anterior, el aspecto de Walter una vez que lo dejé en su cama, atado como un participante de alguna actividad sadomasoquista y lo peligrosamente entretenida que había estado como para estar a punto de retrasarme y dejar que me ganara la salida del sol. Seguí masticando, al menos me salió como esperaba, el trabajo estaba hecho y en una cuenta bancaria ya había depositado el dinero que Robert Crysler me había dado en efectivo por ser su asesina por contrato, en sentido metafórico lo del contrato, claro. Se supone que todo aquello que había en mi mente debía provocarme arcadas por la náusea, sin embargo para mí era simplemente algo normal y esa situación no precisamente iba a lograr que se me quitara el sueño o el apetito. Podría almorzar en un campo de guerra cuya batalla estuviera recién acabada y para mí no supondría algún problema, salvo que hubiera algún alacrán, a ellos soy altamente alérgica y me refiero a su picadura, no como si en sí sus feos cuerpos fueran alimento, aunque hubiera gente que los comiera, wakala.             Entonces, en un distraído vistazo al entorno, mis ojos capturaron a Diana Crysler que había llegado a la cafetería y algo le decía a Grace. Miré entonces hacia el salón de donde se supone que había salido y miré que sus compañeros continuaban saliendo de este, ya sería su última clase, estaba cayendo la tarde y ella no era del turno de la noche. La observé entonces recibir de Grace un jugo y beber del vaso, apoyando los codos cansinamente del mostrador mientras se quitaba las gafas y con los dedos se restregaba los párpados, mirarla allí, tan distraída, frágil, indefensa y casi inconsciente de la realidad me inspiraba ternura y al mismo tiempo pesar. Parecía agotada y aburrida, me daban ganas de acercarme a ella y saludarla, preguntarle cómo se sentía, qué pensaba, qué haría esa tarde; pero me retenía el hecho de no tener mucha confianza como para dar ese paso, hasta el momento permanecería yo en las sombras, protegiéndola, vigilándola y cuidando que por su propia torpeza no se causara algún daño a sí misma, sólo bastaba conocerla de lejos para saber que sería muy capaz.             De un debilitado movimiento sacó de su bolsillo un móvil al mismo tiempo que devolvía las gafas a su lugar y tras deslizar los dedos de la mano en la que lo sostenía pareció leer alguna cosa que la hizo suspirar de algo parecido al hastío. No dejé de mirarla, yo tenía ganas de sonreír por alguna razón desconocida, pero preferí guardarme el gesto. Miré que sus apetecibles labios casi fucsias se hacían un puchero mínimo, como si sintiera de pronto fastidio con lo que veía y luego sus facciones regresaron a estar igual de serenas que antes, me pregunté qué estaría leyendo; lo que haya sido no tendría mucha importancia para ella, puesto que no tardó en oscurecer la pantalla de su móvil e ignorar esa situación que no la ponía muy de buenas.              Diana es más alta que yo, definitivamente; pero menos espabilada y muy reservada, apenas un par de veces crucé algún saludo de cortesía con ella cuando de casualidad Jorge en mi compañía se la encontraba junto con Walter. Por lo que escuché de mi novio que estos otros dos ya no eran amigos porque Walter se relacionó sexualmente con Robert Crysler y Diana lo supo, reprobando la situación rotundamente y decidiendo alejarse del amante de su padre. A mi parecer, estaba en todo su derecho, con toda la razón debía estar molesta con lo sucedido entre su padre y su amigo gay, no era para menos. Las preguntas que me hacía ahora era ¿qué opinaría Diana de saber que su padre pagó para que mataran a su amante, es decir, el amigo de su hija?, ¿sabría ella que Walter la abusaba sexualmente?, ¿cómo reaccionaría de saber que desde hace un mes ha estado siendo observada por quien ahora es la asesina de su ex amigo?, ¿y cómo actuaría cuando se enterara de la muerte de este? Porque al parecer todavía no lo sabía, a juzgar por lo tranquila que parecía estar esa tarde. De ella esperaría temblores en las manos, agitación al respirar, ojos enrojecidos, inquietud en sus pupilas y ausencia en clases. Es lo normal en una persona cuyo manejo de las emociones van por el promedio.             Lo único que le vi hacer fue adoptar una ligera expresión de incredulidad ante un grupo de jóvenes que se reían de ella, a pocos pasos de donde estaba mi mesa. Claramente ella no lo entendía, pero esos imbéciles y yo sí. Muchos allí sabían de los videos pornográficos que de ella circulaban en la red y probablemente ella no estuviera al tanto, esa situación me daba impotencia, el no poder salvarla de aquella vergüenza que aún no sentía ella por no saberlo todo. Tuve ganas de tener un control del tiempo y retroceder varios meses atrás, para destruir cualquier evidencia de su desnudez, ella no era de las que mostraban mucha piel, no era de bochinches y fiestas, y aunque lo fuera no merecía lo que le había hecho Walter mientras fingía ser su amigo.             Todavía con mi barbilla ligeramente inclinada hacia abajo y los codos sobre la mesa, rodé los ojos hacia el grupo de hombres que se burlaban de ella y seguían comentado entre ellos. No soy de experimentar fuertes emociones a menudo, pero en ese momento sentí rabia, una ira inmensa que me hacía hervir la sangre e inyectaba en mi cerebro algo de corriente, una fuerza eléctrica que me empujaba a embestir a cada uno de ellos y dejarlos sin vida; pero debía controlarme. No era prudente quedar ante todos allí como una demente sin control de sí misma. Sin embargo, a todos ellos los miraba como cuando un monitor muestra el destello que provoca la temperatura de un cuerpo bajo el lente adecuado, para mí todos los que se burlaban de ella resaltaban en rojo y sus rostros los escaneé durante una fracción de minuto, de alguna manera u otra iba a saciar las ganas que tenía joderles el rato. 
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