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            Ya eran las seis de la mañana de ese otro día y del cuarto de baño regresé a la cama, sentándome en el borde de mi lado en esta. Las ojeras me tenían como un mapache, lo blanco estaba rosado y cristalizado, estaba como uno de los zombis de The Walking Dead. Desganada doblé mi torso lo necesario, volteando a ver a Jorge que todavía tenía los ojos como chicles pegados a la pantalla de su móvil y los audífonos puestos ante la claridad de la mañana que penetraba la cortina que cubría el cristal de la ventana y me alegré de que el tampoco estuviera precisamente fresco como una lechuga, también el trasnocho le había dado con los pies, me hubiera burlado de su estado si yo no hubiera estado igual de fea que él en ese preciso momento.             Jorge notó que yo lo estaba mirando y

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