Narrador Omnisciente:
Y así fueron pasando los días hasta cumplirse los 5 días pautados para la celebración a la cual Alan se estaba preparando de manera nerviosa en su habitación, pensando en un sinfín de posibilidades. Sus manos temblaban en sobre manera impidiéndole arreglar su corbata de manera correcta. Su espejo a cuerpo completo le permitía ver su silueta envuelta en un elegante traje que había alquilado para la ocasión; no podía darse el lujo de comparase un traje de marca lujosa, pero al menos ese era uno decente que se amoldaba a la situación de buena manera, porque en esa situación debía estar lo más presentable y elegante posible.
—Rayos…—siseó el hombre al sentirse mareado debido a las constantes mariposas que hacían estragos en su estómago debido a lo importante que era aquella noche para él.
Era el cumpleaños de su amada.
Esa noche él se había preparado para confesarle sus sentimientos a la hija de la familia Fiore, esa noche abriría su corazón esperando que ella correspondiese a sus sentimientos con la misma intensidad, por esa razón él estaba tan nervioso, pues pensaba que quizás ella no correspondería a su amor y quedaría solo con sus sentimientos de amistad. Todo el amor que se encontraba acumulado dentro de él quería liberarlo aquella noche para ver si podría alcanzar a la mujer de sus anhelos de amor, ese era su sueño y su más grande deseo, porque lo que más el deseaba era amarla.
Amarla con todo el corazón.
Todos esos días el hombre de ojos color cielo dudó profundamente en ser capaz de confesarle a su amada todo aquello que sentía en lo más profundo de su corazón, pero no podía permitirse cobardías cuando el impulso más grande para lograr sus metas era el amor que le profesaba a aquella señorita de destacada familia. Lo que lo hacía dudar era estar a la altura de dicha señorita que le había robado el corazón, pues sentía que no era digno de tener aquel diamante, pero ya no podía contenerse y mucho menos mantener cautivo en su interior aquel amor que lo asfixiaba a momentos.
Quizás no era el hombre adecuado para amar a la señorita Fiore, pues no podía darle más de lo que ella ya poseía, pero lo que si podía entregarle entero era todo su ser para amarla eternamente y dedicarle todo su tiempo. Aquella noche haría una promesa solemne, una promesa que marcaría de ahora y para siempre su vida, ya que estaba seguro de querer entregarse por completo a aquella señorita de notable familia.
Ya había llegado el momento.
El hombre respiró profundo llenando sus pulmones de aire y retuvo ese aire en sus pulmones antes de dejarlo salir en un intento de apaciguar la tormenta que dentro de él se desataba. Él estaba seguro de lo que iba a hacer, pero no podía dejar de sentirse mal por lo ocurrido hace casi una semana atrás.
Cuando se dejó envolver en las redes de la pasión.
No podía olvidarlo, pues sentía que se había gravado bajo su piel cual braza ardiente. No olvidaba la sensación de aquella suave piel, ni la estrechez que lo acogió de manera suave y candente, aquella voz enronquecida podría resultar no muy femenina, pero para él había sonado como dulce melodía que lo hechizaba a cada momento. Esa había sido su primera mujer y ni siquiera sabía cuál era su nombre.
El hombre lo invadió la timidez y un tenue carmesí se posó en sus mejillas al recordar aquel hecho tan vergonzoso para él, mientras sacudía su cabeza en un intento de alejar esos recuerdos que invadían su mente de manera constante. Su mente no quería dejar de embriagarse con aquellos recuerdos provocativos, por más que él lo intentase no podía olvidar aquella escena, pero por el bien de su amor debía hacerlo, pues quería empezar aquella historia de amor que no había podido comenzar hasta aquellos momentos.
Su dulce historia de amor.
En ese momento un torbellino de energía entro en aquella habitación rompiendo de manera drástica y contundente el silencio que se encontraba en aquella habitación.
— ¡Tío! ¡Tío! ¡Tío! —saltaba contenta una pequeña criatura de ojos color miel brillando en emoción y cabello oscuro despeinado, aquella niña era la adoración del hombre de ojos cielo y era su tesoro más grande— ¡Tío, pareces un príncipe!
El joven hombre sonrió lleno de dicha al ver la felicidad de su pequeña sobrina y se agacho para poder abrazarla como era costumbre en él. Alan no sabía quien era el padre de su sobrinita Melissa, pues su hermana jamás se lo presentó y él no tuvo el valor para preguntar quien era, pero el amaba profundamente a su sobrina y él cuidaría de ella hasta que ya no lo necesitase más e incluso así seguiría velando por su felicidad.
—Mi pequeña estrella— expresó el hombre con tono tierno abrazando a su sobrinita quien se aferró al cuerpo de su querido tío que era como su padre.
Para la niña, Alan era su única figura paterna ya que jamás conoció a su padre biológico y era su tío quien más la había cuidado en toda su vida, ya que su madre también se era algo despreocupada con ella y no la cuidaba a menudo.
—¿Vas a buscar a tu princesa, tío? —insistió la niña en medio de risitas de alegría y separándose de su tío para mirarlo a los ojos.
La pregunta inocente de la niña le saco una risita al atractivo hombre que pensó que la fantasiosa manera de ver el mundo de su sobrina era verdaderamente dulce. En cierto modo, él si iba a acompañar a una princesa, pero no estaba muy seguro de que él fuese el príncipe que esa dulce princesa necesitaba. Quería ser el mejor príncipe para su princesa, pero tenía no ser suficiente para ella.
Las dudas lo consumían.
—Puede que sí, estrellita— dijo sonriente haciendo que su nariz jugase con la de su sobrina en un afectuoso “cariño de conejo” haciendo que su sobrina riese contenta— Si la princesa me acepta, yo sería feliz de ser su compañero para toda la vida…
— ¡Claro que sí va a querer! —dice la niña con su rostro resplandeciendo de alegría—Tu eres el príncipe más guapo del mundo, la princesa no dudará en casarse contigo para que vivan felices para siempre— Melissa hice gestos con las manos para darle más expresividad a sus palabras que hicieron reír nuevamente a su joven tío; entonces la niña se puso seria y lo señalo como si lo fuese a regañar de la misma manera en que hacía su madre con ella cuando se portaba mal— Solo debes tener cuidado con La Reina Malvada.
Alan frunció su ceño en medio de su confusión ante las “serias” palabras de la pequeña niña de ojos soñadores.
— ¿Reina Malvada? — cuestionó el de cabellos avellanas sin entender a lo que su sobrina.
Su sobrina era una fanática de los cuentos de hadas de princesas y dragones, de reinas y mundos de fantasía; dónde los finales de aquellos cuentos siempre terminaban felices y el malo siempre obtenía lo que se merecía.
—Sí, La Reina Malvada—asegura la niña con gesto adulto y gran seriedad, como si estuviese hablando de algo extremadamente grave—En todas las historias de príncipes y princesas siempre existe el malo que no quiere que terminen juntos, ese que hace muchas cosas malas y me asusta.
— ¿Hablas del villano, estrellita? —sonrió el joven al oír las ocurrencias de su sobrina.
— ¡Sí! Debes tener cuidado con La Reina Villana, ella querrá separarte de tu princesa para que seas infeliz por el resto de tu vida—le aconsejó la niña y el hombre acaricio su cabellera oscura mirándola con ternura.
—Tranquila, estrellita—le dijo el hombre con suavidad y con una gran sonrisa en su rostro—No dejaré que la villana me atrape.
La presa y el cazador se están a punto de enfrentar. Alan ignoraba por completo que la advertencia de su sobrina, aunque parecía inocente, albergaba su toque de verdad.
Se acerca la hora de enfrentarse…