Por un momento, Laura experimentó un pánico tan grande que no pudo pensar de forma coherente. Hubiera querido escapar, esconderse. Y sin embargo, no se sentía capaz de realizar el menor movimiento. —Siento mucho haberla asustado— dijo Lord Chard con voz tranquila —, la chimenea de mi habitación estaba haciendo mucho humo y su hermano insistió en que durmiera yo en su alcoba. Laura seguía inmóvil. Le faltaba el aire y su corazón palpitaba descompasadamente. De pronto, al comprender lo que había hecho, su rostro se tiñó de rubor. Por fin sus miembros parecieron obedecerla e hizo un movimiento presuroso para levantarse de la cama. ¡Era demasiado tarde! Cuando su mano, buscando el pecho de su hermano, se detuvo en el de Lord Chard, éste se había apoderado de ella. —¡La he asustado! Está