Al principio, tocó con cierta timidez porque Lord Chard estaba escuchando, pero, después de un rato, al ver el creciente interés de él, le dijo por medio del teclado todas las cosas que nunca había dicho antes a nadie y que, quizá, nadie comprendería nunca. Era ya muy tarde cuando dejó de tocar y las blancas manos cayeron sobre su regazo. —¡Gracias!— exclamó Andrew Chard y el tono de su voz expresó mucho más que la escueta palabra. Ella se levantó del escabel en el momento que Hugh abandonaba la mesa de juego. —¡Caramba, Weston me ha dejado sin blanca!— exclamó—, si sigo jugando perderé hasta los pantalones. ¡Además, tengo sueño! Me voy a la cama. —Yo también— dijo Weston—, siento la garganta un poco irritada. Laura tomó uno de los candelabros que Bramwell había dispuesto sobre una m