A Hugh se le estaban subiendo las copas a la cabeza. Laura, que lo observaba desde el extremo opuesto de la mesa, se sentía cada vez más tensa, a medida que la voz de su hermano aumentaba de volumen y sus carcajadas se hacían más frecuentes. El joven había querido embriagar a Lord Chard, pero el vino no le causaba a éste, en apariencia, el menor efecto. Hugh y el señor Weston, en cambio, estaban casi ebrios. Ahora el secretario parecía una persona diferente; había perdido su aire de desconfianza y se mostraba afable. El Oporto y el coñac habían soltado en él cadenas invisibles. La conversación había versado, en su mayor parte, sobre la guerra. Se contaron anécdotas sobre amigos y conocidos mutuos que hicieron reír a Hugh estrepitosamente y que, en ocasiones, provocaban una leve sonrisa