Narra Megan.
—Debemos irnos abuelo—te queremos —dije besando su mejilla.
Daniela también se despidió. Salimos del hospital rumbo al departamento de mi jefe. Descubrí que la dirección que me había dado era de su casa, de lo abrumada que estaba por las llamada de la escuela y del hospital no me había dado cuenta antes. Esto me sorprendió.
— ¿ Para que vamos al departamento de tu jefe? —preguntó mi hermana.
— Quiere hablar conmigo algo importante —respondí. Normalmente después de la escuela, ella y yo íbamos a visitar al abuelo y luego nos íbamos a casa. Pero en esta ocasión haríamos una parada fuera de la rutina. Nos detuvimos en la acera situada frente al edificio del señor Jones y miramos la alta estructura. Era intimidante y exudaba riqueza, con ese diseño de hormigón y cristales tintados que se alzaba sobre la ciudad, y me recordaba al hombre que vivía en su interior. Frío, remoto, inalcanzable. Me estremecí un instante mientras contemplaba el edificio y me pregunté qué hacía yo en aquel lugar. Estaba situado a diez minutos del hospital y habíamos llegado a tiempo. La visita con mi abuelo no había sido agradable, se veía cansado, sin ánimos e irritado, él ya no era el mismo de antes, estaba sufriendo y su manera de expresarlo era comportándose así. Nos habíamos marchado del hospital sin saber el motivo por el que mi jefe quería verme. Él ya me tenía confundida por el hecho de pedirme que fuera a verlo a su departamento. Su comportamiento durante el resto del día había demostrado ser igual de extraño. Cuando regresó de una reunión, me pidió otro café y un postre. No exigió, nada, no masculló. Al contrario, se detuvo delante de mi escritorio y me pidió con educación el almuerzo. Incluso me dio las gracias. No salió de su oficina durante el resto del día, hasta que llegó la hora de marcharse a casa, momento en el que se detuvo delante de mi escritorio y me preguntó si tenía su tarjeta de visita. Murmuré un «Sí» como respuesta, él asintió con la cabeza y se fue. Me tenía intrigadísima, hecha un manojo de nervios y con un nudo en la boca del estómago. Tomé una bocanada de aire para tranquilizarme. Solo había una forma de averiguarlo. Cuadré los hombros y cruzamos la calle. Cuando mi jefe abrió la puerta, intenté no mirarlo fijamente. Nunca lo había visto con un atuendo tan informal. El traje gris hecho a medida y la camisa blanca que solía llevar habían desaparecido. En cambio, llevaba una camiseta polar de manga larga y unos jeans y estaba descalzo. Por algún motivo, sentí la tentación de reír entre dientes cuando vi que tenía los dedos de los pies tan largos, pero contuve la extraña reacción. Él quedó viendo a mi hermanita, pero no dijo nada, no tenia idea si él sabia sobre mi vida personal aunque lo dudaba mucho. Nos invitó a pasar con un gesto y se apartó de la puerta para que pudiéramos hacerlo. Sostuvo nuestros abrigo y después nos miramos en silencio. Nunca lo había visto tan incómodo—.Ella es Daniela, mi hermana—la presente.
—Es un placer conocerte—le dijo mi jefe—.Estoy cenando. ¿Les gustaría acompañarme?
—No me apetece —mentí. Me moría de hambre. Él hizo una mueca.
—Yo si quiero—comentó mi hermana con una pizca de emoción.
—Eso es excelente, ven vamos a servirte un pedazo— respondió, mi jefe se alejaron un poco hacia la cocina y le sirvió una rebanada de pizza, luego le dijo que ponía ver lo que ella quisiera en la televisión., Daniela tenia una enorme sonrisa en su rostro seleccionó una película y se quedó quieta. Por mi parte me quede a pocos centímetros de mi jefe—. Usted también debería comer—dijo.
—¿Cómo dice?
—Está demasiado delgada. Necesita comer más—dijo.
Antes de que pudiera replicar, me aferró el brazo por el codo y me llevó hasta la barra que separaba la cocina de la sala.
—Siéntese —me ordenó al tiempo que señalaba los asientos altos y de asiento tapizado.
Consciente de que lo mejor era no discutir con él, me senté. Mientras él se adentraba en la cocina, eché un vistazo por el amplio y enorme espacio. Suelos de madera oscura, dos enormes sofás de cuero de color marrón chocolate y paredes blancas que enfatizaban la amplitud de la estancia. Las paredes estaban desnudas, salvo por un gigantesco televisor. No había muchas fotografías personales. Los muebles parecían desnudos. No había cojines ni mantas por ninguna parte. Pese a su opulencia, el salón parecía frío e impersonal. Todo era bonito y estaba muy bien colocado, y no había nada que ofreciera una pista sobre el hombre que lo habitaba. Me percaté de la existencia de un largo pasillo y de una escalera muy elegante que supuse que conducía a las habitaciones. Me volví de nuevo hacia la cocina. La impresión que producía y el estilo eran los mismos. Una combinación de tonos oscuros y claros, carente de toques personales. Contuve un escalofrío. Luego me puso un plato delante y levantó la tapa de la caja de una pizza con una mueca burlona. Sentí que estaba a punto de sonreír.
—¿Esto es su cena?—pregunte. De algún modo me parecía demasiado «normal» para él. Hacía un sinfín de tiempo que no comía pizza. Se me hizo la boca agua solo con mirarla.
Él se encogió de hombros.
—Normalmente como fuera, pero esta noche se me ha antojado una pizza—tomo una porción y la colocó en mi plato—. Coma—pidió. Puesto que estaba demasiado hambrienta como para discutir, comí en silencio, con la mirada clavada en el plato, esperando que los nervios no me traicionaran. Mi jefe comía con apetito y devoró tres pedazos de la pizza. No protesté por esa segunda porción ni por la copa de vino que me puso delante. En cambio, bebí un sorbo, disfrutando de la suavidad del merlot. Hacía mucho tiempo que no probaba un vino tan bueno. Cuando acabamos la extraña cena, él se puso de pie, tiró a la basura la caja de la pizza y regresó a la barra de la cocina. Tomo la copa de vino, la apuró y empezó a pasearse de un lado para otro durante unos minutos. Al final, se detuvo delante de mí—.Señorita Olson, voy a repetir lo que le dije esta mañana. Lo que estoy a punto de decirle es personal—dijo. Asentí con la cabeza, sin saber qué decir. Él ladeó la cabeza y me miró fijamente. No me cabía la menor duda de que me encontraba deficiente en todos los sentidos. Sin embargo, siguió hablando—.Le he dicho a mi jefe que estoy enamorado para cumplir los requisitos que él mismo puso para el puesto de Director general, pero todo es mentira. Necesito que me ayude a que esa oportunidad se materialice—respondió. Tragué saliva.
—¿Necesita mi ayuda? —pregunte, me sentía más confundida. El señor Jones jamás había buscado mi ayuda en el terreno personal.
Luego se acercó a mí.
—Quiero contratarla, señorita Olson—mencionó.
—¿Cómo su asistente personal en esta nueva oportunidad?—interrogue.
—No—dijo, guardó silencio, como si estuviera sopesando qué decir a continuación, y después añadió—. Como mi prometida.
Solo acerté a mirarlo sin mover un solo músculo ¿acaso esto era una broma? Me pregunte mentalmente.