Lo no dicho.

1026 Words
Lydie sintió la presión de la incertidumbre, aún orgullosa como sólo ella podía serlo, no se atrevió a salir en la mañana, y pensó en declinar la invitación de ir a entrenar con los más pequeños del clan el sábado en la tarde.   Escuchó que tocaban la puerta, apretó sus labios, caminó hasta la entrada y por el ojo mágico vio la figura fornida de un hombre. A veces se preguntaba si a Adel le gustaba dar de qué hablar, y le preocupó por primera vez en mucho tiempo su reputación.   - Hola, Lyd. ¿Puedo entrar? – Adel se veía inquieto, y eso le disgustó a Lydie.   - Ah, yo ya iba a salir, creo que puedes esperar a la noche. – Trató de cerrar su puerta y lanzar una mirada que alejara a Adel de ella.   - Necesito entrar, Lydie. – Allí estaba otra vez el hombre autoritario conocido por todos.   Lydie dudó, pero finalmente abrió la puerta y le cedió el paso bajando la mirada. Había algo en esa tarde de viernes que hacía vibrar el interior de Lydie, trató de concentrarse en Adel caminando hasta su pequeña sala, obedeció a la silenciosa petición de sentarse delante de él sin rechistar.   - Espero que te estés cuidando la espalda, Lyd. – Adel se veía tenso, su mandíbula se movía de una forma pesada. – Tengo que bajar esta semana al Inframundo, y ayer recibí una visita particular… - Miró a Lydie fijamente y esta tragó saliva.   - No entiendo qué tiene que ver eso conmigo. – Soltó sin bajar la mirada, era un duelo difícil, pues ya los ojos demoniacos de Adel empezaban a brillar por encima de su color humano.   - Nada, de hecho, es información sin relevancia para ti. – Reafirmó Adel. – Sólo quería pasar por aquí para recordarte que tienes mi apoyo y que confío en tu buena toma de decisiones, en tu intuición.   Lydie no comprendía nada, ¿cuidarse, toma de decisiones, saber con quién contar? Había algo que Adel no terminaba de soltar, y le disgustó aún más.   - Deberías ser honesto con respecto a qué haces aquí y qué me quieres decir. – Lydie se cruzó de brazos y levantó una de sus cejas, retándolo.   - Los días en el inframundo pasan rápido, más de lo que desearía y por algo ya soy un viejo. – Sonrío con ello. – Me alegra haberte conocido Lyd. Estar cerca de ti me hace pensar en… Mis padres. Ellos eran Rebeldes, e hicieron cosas que no tenían salvación, pero comprendo sus motivos. Tardé, de hecho, en entenderlos, pero al verte hoy… ¡Já! Yo creo entender a los Rebeldes, pero tú rompes lo cotidiano. – Asintió y siguió: - Tú que naciste de un pecado bastante bajo, me sorprende la manera en que percibes el Infierno y la Tierra. Los que nacen así tienden a ser tan crueles, despiadados y enloquecen.   - No pensé que vendrías aquí a hablarme de mis posibilidades…   - Desde que te conocí, vi en tus ojos algo que sólo he visto en otra mujer. – Su voz era casi un murmullo, pero Lydie lograba escucharlo perfectamente. – Sé que te verás en situaciones difíciles, pero podrás resurgir. Duda de todo, Lyd, no caigas en trampas de idiotas ni les perdones la existencia. Muchos se han equivocado por ser condescendientes, casi misericordiosos, pero no estamos en una batalla del Inframundo para tomar rehenes o esclavos. Espero que eso te quede claro.     - Podrías, por favor, decirme de una maldita vez a qué te refieres con todo esto. – Dijo impaciente apretando los puños, al ya no comprender a dónde se dirigía la conversación.   Adel se levantó y trató de guardar la imagen de Lydie delante de él lo mejor que podía, y salió de la casa. No podía, no sabía por dónde empezar siquiera. Y decidió que ya era suficiente incomodidad. No tuvo que haber ido en un principio si no tenía el valor para hablar con ella. Tal vez esa no era la ocasión para hablarlo, tal vez existirían muchos momentos y mejores para manejar esa conversación.   Salió de la casa, sin mirar atrás y sintiendo aún un peso sobre sus hombros.   Lydie seguía anonadada, ¿qué había ocurrido allí?       Las calles de la ciudad se veían llenas de muchos humanos, ruido y luces. Siguió el acostumbrado camino, dejó la moto en el estacionamiento y subió directo a su oficina. Lydie no quería pensar más en lo que había ocurrido, se dedicó a seguir con su rutina y a ignorar su teléfono.   Mientras escribía, se quedó unos segundos pensando: ¿cuidarse de quién? Sacudió su cabeza, no iba a permitir que ese pensamiento le rondara el resto de la tarde. Terminó de escribir, lo imprimió y fue a la oficina de Olivia.   - Pensé que te tomarías el día. – Saludó Olivia y le hizo un gesto para que se sentara.   - Me pidieron ayuda con un artículo y quería que lo leyeras antes. Creo que le falta algo y… - El teléfono de Lydie empezó a sonar, pensó en ignorarlo pero al ver que era Farah quien la llamaba, terminó contestando. Salió de la oficina y se quedó en el pasillo.   - Hola, Farah… - Habló pausada, pero esa no era una llamada amistosa.   - Necesito que vengas ya, ¡ahora! – La voz de Farah sonaba apresurada, Lydie escuchaba otras voces al fondo.   - Espera, ¿qué sucede? – No entendía por qué la desesperación, ¿cazadores? ¿Rebeldes?   - ¡Ven al clan, ven, Lydie! – Se escuchaba llorosa y un poco entrecortada.   - Por favor dime qué sucede. – Suplicó mientas caminaba rápidamente hasta su oficina.   - Adel… - Farah sollozó. – Oh, Lyd, ¡Adel está muerto!   Lydie se detuvo en seco, tenía la llave de su moto en la mano y abrió sus ojos sintiendo un gran peso sobre sus hombros.   - Lyd, - susurró cansada-, te están culpando a ti de su muerte.   Aquello fue un golpe directo a su estómago, sintió como se doblaba y trató de no cegarse ante los nervios.   ¿Qué había sucedido? 
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