Después de un instante de vacilación, Amanda abrió la puerta. Por unos segundos, pensó que no había nadie ahí. El lugar estaba a oscuras. Entonces oyó un gemido y Ned dijo: ––¡Ah, es usted, señorita Amanda! Hemos estado en la oscuridad, porque pensamos que si encendíamos alguna luz, los soldados nos descubrirían. ––No hay peligro ya —contestó Amanda—. Su Señoría no los dejó entrar en su propiedad. ––¿De veras? ¡Vaya, es lo primero bueno que oigo de él! —exclamó Ned. —Enciende, una vela —dijo Amanda—. Encontrarás dos sobre la repisa de la chimenea. Y será mejor que Ben traiga leña y encienda el fuego. Se quedó inmóvil mientras los hombres la obedecían. Cuando la vela inundó de luz el lugar vio que el herido estaba sobre el diván. Amanda sintió que el corazón le daba un vuelco de miedo.