CAPÍTULO IIPor un momento Amanda y Lord Ravenscar se quedaron inmóviles. Era una noche cálida, sin el menor soplo de viento y el sonido de los disparos retumbó sacudiendo el ambiente. En eso, a la distancia, oyeron voces masculinas que gritaban juramentos. —¡Santo cielo, Ravenscar! ¿Ya empezó la invasión?—preguntó un hombre desde una ventana. Una de las mujeres, que había escuchado, lanzó un grito histérico—. ¡Es Napoleón! ¡Ya ha desembarcado! Amanda pareció salir de la inercia en que había estado hasta ese momento. Con un ágil movimiento, se zafó de Lord Ravenscar y corriendo bajó la terraza, hacia el sendero de grava que serpenteaba entre los prados. Conocía tan bien el camino que hubiera podido recorrerlo en medio de la más completa oscuridad, pero en ese momento la luna aparecía br