CAPÍTULO VIIAmanda, se alegró mucho cuando en las primeras horas de la tarde siguiente, el carruaje entró en Londres. Se inclinó hacia adelante, para mirar por la ventana las calles con sus tiendas de ventanas salientes y su multitud de gente bien vestida. Para ella todo era fascinante, porque muy pocas veces había visitado las poblaciones más grandes, cercanas a Ravensrye. Esta metrópoli pujante y bulliciosa la hacía sentirse espectadora, en un Teatro. Había carretas, carrozas tiradas por cuatro caballos, rápidos cabriolets, y faetones conducidos por jóvenes caballeros con la chistera ladeada a la última moda. Los vendedores ambulantes ofrecían a gritos su mercadería y otros asaban castañas en braseros que lanzaban rojos destellos. Todo era tan diferente a cuanto había conocido hasta en