#6 "-Hagamos montañismo"

1778 Words
Terminé de preparar el té que papá me había pedido y caminé hacia su estudio. Tenía una hora de estar ahí con Nora y su suculento novio italiano, el cual había llegado esta mañana. ¿Suculento? Mierda, Thia; es del novio de tu hermana de quien estás pensando de esa manera  —me dije a mí misma antes de llamar a la puerta. Aunque no podía negarlo. El tío italiano estaba bien bueno. Llamé dos veces y esperé. —Pasa, Thia —habló papá. Abrí la puerta y caminé sigilosamente hacia el interior. Mi madre estaba sentada al lado de mi padre, ella mantenía su mirada fija en la escopeta que —por alguna extraña razón, papá estaba limpiando otra vez— while que Nora estaba sentada en el sofá frente al escritorio, con su guapísimo chico castaño, al lado. —Aquí tienes el té, papá —anuncié, colocando la taza sobre el escritorio. —Gracias, cariño —arguyó, sin levantar la mirada del arma. —Papá —gruñó Nora, viéndolo fijamente—. ¿Por qué tienes a  Tania  contigo? ¡Estás poniendo nervioso a Fabritzio! Miré al chico y me fue imposible no reír. Sus ojos estaban dilatados, mientras no perdía de vista ningún movimiento por parte de mi amado padre. Su pecho subía y bajaba en una lenta respiración, más una vena se dibujaba en su garganta cada vez que tragaba. Entendía en parte el miedo que Cooper le tenía a mi padre, pues al lado de Fabritzio, él era solo un niño. Pero por otro lado ... ¿No era lo suficientemente importante yo para él como para que se atreviera a hablar con papá? —¿Estás nervioso, Fabritzio? —Le preguntó mi padre, clavando sus ojos verdes en los del chico. Me detuve detrás de Nora, con suerte, y no era echada por mi padre para así poder mirar todo el show. El chico negó con la cabeza y bajó su mirada. —No señor —contestó suavemente. —Luca, ¿Por qué no puedes mantener una plática normal? —manifestó mi madre con molestia. —¿A qué te refieres con eso, mi amor? —Me refiero a que... ¡Guardes a Tania ahora mismo! —le exigió, elevando el tono de voz. Mi padre solo la observó intensamente, antes de dejar a su preciado juguete a un lado del escritorio. —Si me lo pides por las buenas, cielo mío —replicó, con una sonrisa divertida en sus labios. —Deja de comportarte como un idiota —continuó ella, ignorando nuestra presencia. Miré a Nora, quien elevó una ceja mientras sonreía. Sabía que ella estaba pensando lo mismo que yo justo en ese momento: ¡Guao! Mi padre tenía su domadora. —Nora tiene 21 años, por Dios... ¿Acaso quieres que te recuerde la edad que yo tenía cuando me embarazaste por primera vez? Volví a mirar a Nora y a su novio. El chico parecía que estallaría en carcajadas en cualquier momento. Apoyé mis codos en el respaldo del sofá detrás de mi hermana y me incliné hacia adelante, prestando mayor atención. ¡Uh! Esto estaba comenzado a tener un mejor sabor. —Abigail, no es necesario —habló él, tratando de calmarla. —¡Nada, Luca! Tenía 17 años cuando comencé a ser tu novia, y 18 cuando me casé contigo. ¡Ni siquiera terminé la secundaria, j***r! —Amor —trató de interrumpirla. —No. No me arrepiento de nada —le dijo más tranquila—. Pero cariño, Nora tiene 21 años, ya casi termina la universidad. Déjala hacer su vida a su manera. —¡Son mis nenas! —Exclamó con exasperación, pasando ambas manos por su cabello castaño—. No puedes tratar de meterme en la cabeza el que no vaya a preocuparme por mis hijas. Siempre serán mis bebés. Me fue inevitable no sonreír, al igual que lo hacía mi hermana. Mi padre podía cansarme con su sobre protección muchas veces, pero al final, sabía que lo hacía porque nos amaba, y porque lo que siempre había tratado es mantenernos a salvo. —Papá, pero Fabritzio es un buen tipo. Lo ha demostrado al haber volado desde Italia hasta Denver, solo para conocerlos —cuando sus ojos verdes me observaron con expectación, supe que no debí de haber abierto mi boca. —¿Por qué sigues aquí, Thia? —me preguntó, inclinándose hacia adelante. —Me pediste que te trajera un té —contesté, levantando los hombros. —Sí. Ya lo dejaste, ahora puedes irte, cariño. Suspiré, poniendo los ojos en blanco. —Aguafiestas —dije entre dientes, antes de irme. Salí al pasillo y me recosté a la puerta, tratando de escuchar la conversación; estuve así varios segundos, sin escuchar nada. Hasta que mi madre volvió a hablar. —¡Thia! ¡Deja de escuchar tras las puertas y ve a buscar a tu hermano! Volví a poner los ojos en blanco. —¡Ya estoy yéndome! Caminé hacia la habitación de Tyler, terminando de darme por vencida. Ya no sabría el desenlace de la conversación que se daba lugar en el estudio. Como siempre hacía cuando iba a ver a Tyler, abrí sin tomarme la molestia de tocar, pues, viniendo de él, por más que llamara cortésmente a su puerta, no se molestaría en ir a abrir. A veces dudaba sin en realidad era mi hermano. Él era el niño más raro que podía existir. Había ocasiones en las que se negaba a dirigirnos la palabra hasta por un mes completo. Amaba la naturaleza, tanto, que en una ocasión cuando apenas tenía 8 años, se había amarrado con la cadena del perro de la vecina, a un árbol del parque para que no fuese cortado. No es que no me importara la naturaleza, pero no me creía capaz de hacer una locura de esas. Pero aun con todas sus loqueras... Tyler era una de mis personas favoritas. Él si me caía bien, a diferencia de Tara. —Hey, Ty —lo saludé, recostándome a su puerta. Ni siquiera me prestó atención. Estaba acostado en su cama boca arriba, con su cabeza colgando de un costado, su cabello castaño estaba desordenado en muchas direcciones, su mirada la mantenía fija hacia el techo, y sus manos entrelazadas sobre su pecho. Ladee la cabeza observándolo fijamente. Al menos sabía que estaba con vida, pues su pecho subía y bajaba con cada respiración que daba. —¿Quieres ir a Utah? Podremos ir a la montaña, tomaré unas fotos y tú podrás cazar Pokemones —le propuse, ganándome su atención por primera vez. —¿Necesitas escapar de casa otra vez y quieres que te cubra? —habló serenamente. Arquee una ceja, cruzando los brazos a la altura de mi pecho. —¿Por qué querría escapar de casa otra vez? —No te gusta mucho la naturaleza. —Hace un día hermoso —dije, levantando los hombros—. Podemos decirle a Nina y a Felipe. —Está bien —asintió, rodando en la cama para levantarse. Sonreí y me giré para irme. Aunque tendría que aguantar un poco de mosquitos, podría hacer un poco de caminata, y lo que era mejor, no me quedaría encerrada en casa durante todo el día. Nina estaba bailando "Madre Tierra" en su habitación. En cuanto le comuniqué nuestros planes, asintió enseguida y comenzó a preparar una mochila. Solo me quedaba Felipe... tal vez quería que pasara un poco de tiempo con mi hermana; y tal vez, solo tal vez, ¿Podrían volver a unirse? Sonreí mientras escuchaba el tono de su teléfono. Sí, sería divertido hacer de cupido. —¿Thia? —contestó. —¡Felipe! ¿Tienes algo que hacer? —me recosté a la puerta de mi habitación, escuchando su respiración a través del teléfono. —Estoy trabajando, Chaparra. —¿Quieres ir a Utah? Haremos montañismo. —Estoy trabajando, Chaparra —repitió. Puse los ojos en blanco y suspiré. —Cierra el café un par de horas, no te dejará en la calle el hacerlo. —¿Es 14 de febrero? —No, es 7 de enero. —Entonces no hay manera de que cierre. —Nina irá con nosotros. Mordí mi labio, tratando por todos los medios posibles no echarme a reír ante el mordaz silencio que inundó la línea telefónica. Podía imaginarlo pasar una mano por su abundante cabello, o la manera en la que aprieta el puente de su nariz con sus dedos mientras trata de tomar una decisión. —Bien, los acompañaré —habló al fin. —¡Sabía que lo harías! —festejé, levantando una mano mientras hacía un ridículo baile. —Eres mala, Thia. Ya veo por qué no terminaste de crecer. —Cierra la boca, idiota. Tienes 30 minutos para estar fuera de ese café. Terminé la llamada y caminé hacia mi armario. Busqué entre mi ropa deportiva un pantalón deportivo y una sudadera gris. Cambié mis pantalones, me puse mi preciado par de tenis Nike y eché la sudadera en un bolso, aun no hacía frío, por lo que la camiseta que llevaba sería suficiente por lo pronto. Fui a la cocina y guardé mi botella de agua en la mochila. Después fui por Tyler. Arquee una ceja al ver a Tara, Nina, Nora y Fabritzio, bajar por las escaleras ya preparados. —Supongo que no importa que les haya dicho a los demás —dijo Nina sonriendo. Puse los ojos en blanco y me encogí de hombros. —Está bien, supongo —miré hacia las escaleras, esperando ver a Tyler—. ¡Ty! ¡Te estamos esperando! Esperamos a que el más pequeño de los Roberts, se dignara en salir de su habitación, cargando una enorme mochila, como si fuera a acampar por una semana. —¿Necesitas todo eso, Ty? —le preguntó Nora, señalando la mochila. Él solo asintió y caminó hacia la puerta. —Los esperamos para la cena, cuídense mucho —habló mamá, saliendo de la cocina. Moví mi mano en despedida, y seguí al enorme ejército Roberts hacia el exterior. Caminé al lado de Nora, esperando a que pudiera contarme el desenlace sin que tuviera la necesidad de preguntarle. —Papá terminó aceptándolo con unas cuantas condiciones —sonrió, viéndome de medio lado. —¿Pueden cumplirlas? —Me temo que ya fallamos en la primera —rio, bajando la cabeza. —¿Cuál es? —pregunté con curiosidad, viendo hacia arriba para verla a los ojos. —Ya no llegaré virgen al altar, Thia. —¡Oh! —fue lo único que pude decir. —Papá no puede saberlo, ¿Vale? Asentí. —Vale. —¿Cómo se supone que cabremos todos en el coche de papá? —se quejó Tara, mientras nos contaba uno a uno. Era cierto, éramos seis, cuando en el Audi cabrían solo cinco. —Quédate tú —sugerí. —Muy graciosa —dijo, rodando los ojos. —Entonces no te quejes y trata de acomodarte. Y así lo hicimos. Después de echarlo a la moneda, el pobre Tyler había perdido y debió de irse en las piernas de Nora. Nina condujo todo el camino, mientras Nora y Fabritzio cantaban imitando a Enrique Iglesias. Yo solo me dediqué a reírme de lo espantoso que cantaban, observándolos por el espejo retrovisor, mientras que Tara, pasó leyendo un libro durante todo el viaje. Dos horas más tarde, estábamos estacionando al lado de la cabaña del guardabosque, unos minutos después, Felipe estaba haciendo su entrada en su Mercedes, mientras que atrás de él, una motocicleta negra que conocía a la perfección, estaba siendo estacionada. Miré a Nina con molestia mientras ella se bajaba del auto. Solo sonrió y se encogió de hombros. —¿Tú lo invitaste? Asintió, levantando la mano en su dirección. —¿Por qué no me dijiste que él vendría? —Porque sabía que, si lo hacía, tú no querrías venir. Además, tú trajiste a Felipe. Miré en dirección al chico de cabello y ojos negros que saludaba a Felipe, para después caminar hacia nosotros. Ambos se detuvieron frente a nosotros. Rodee los ojos al ver su arrogante sonrisa salir a flote. —¿Y bien? —dijo Zac, viéndome fijamente—. Hagamos montañismo.
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