#5: "-¿Lo sacaste de una caja de cereal?"

2154 Words
—¡Al final de la noche, una de las dos deberá estar sobria! —Mia anunció en voz alta, mientras estacionaba su Mercedes, al lado del club. La música resonaba sin cesar, ocasionando que mis pobres tímpanos dolieran, a pesar de ni siquiera haber entrado. Miré a la morena, quien sacó una barra de labial y se inclinó hacia adelante, para ver su imagen por el espejo retrovisor. —¿Por qué? —Pregunté, revisando mi cartera otra vez. —Alguien debe de llevarnos a casa en una pieza —se limitó a decir, moviendo sus labios, después de manipular el labial. —Y esa no seré yo. —Claro que lo serás, Chaparra. Debes de aprender el valor de la responsabilidad. Arquee una ceja, cruzando mis brazos a la altura de mi pecho. —¿Tú me enseñarás responsabilidad a mí? Levantó sus hombros, mientras estiraba su mini vestido. —Soy mayor que tú. —Un jodido mes —le recordé. —Sigo siendo alcalde. Además, de que soy más alta que tú —sonrió sintiéndose victoriosa. Pero, yo aún mantenía una carta bajo la manga. —Déjame refrescarte la memoria, Mia querida —comencé a hablar, mientras simulaba revisar mi maquillaje—. ¿Recuerdas que aún no sé conducir? —Fruncí los labios, y llevé una mano a mi pecho, fingiendo dolor al ver su sonrisa desvanecerse—. Uh, que pena. Me temo que la conductora designada, serás tú. —Maldita enana —refunfuñó, abriendo la puerta del auto. Sonreí, haciendo una mini celebración personal, antes de salir a la fría noche. Mi relación de amistad con Mia era algo peculiar, solíamos pelearnos, pero a la vez, cubrirnos las espaldas para cuando necesitábamos escapar de clases, o simplemente llegar más tarde a casa. Además, no podíamos dejar de lado nuestra rivalidad; siempre tratábamos de ser mejor la una de la otra. Pero, eso no cambiaba el hecho de que siempre estábamos dispuestas a darnos un abrazo, cuando lo necesitábamos. Me detuve a su lado y pasé ambas manos por mis brazos descubiertos para poder entrar en calor, después las deslicé hasta el dobladillo del vestido n***o que llevaba puesto, tratando, inútilmente alargarlo más. Puse los ojos en blanco, dando mi palabra de que esta sería la última vez que me dejaría convencer por Mia, para utilizar uno de sus mini vestidos. —Deja el jodido vestido, Chaparra —dijo, al percatarse de mi evidente incomodidad. —No puedo creer que seas capaz de utilizar algo así —ataqué—. Casi creo que muestras hasta los ovarios con esto. Ella simplemente se echó a reír, entrelazando su brazo con el mío para hacerme avanzar. Caminamos directamente hasta la puerta, y como siempre, Mia, la reina del coqueteo, simplemente le guiñó un ojo al guarda que custodiaba la entrada, para que nos dejara pasar. Adentro, las centelleantes luces color neón nos dieron la bienvenida, al igual que la fuerte música electrónica que resonaba en todo el lugar. Mia comenzó a moverse al compás de la música sin dudarlo, y pronto, ya tenía la atención de al menos cuatro chicos en ella. La observé tomar la mano de un rubio alto, y guiarlo hasta la pista de baile. Reí y sacudí la cabeza mientras miraba a mí alrededor en busca de la única persona que me importaba ver esa noche. Me dispuse a caminar entre la masa de chicos y chicas sudorosas para ir a buscarlo, cuando unas manos cubrieron mis ojos. —¿Me buscabas, preciosa? —me susurró Cooper, cerca del oído. Una sonrisa se ensanchó en mis labios mientras me volteaba y permitía que él me envolviera en un abrazo. —Te he echado tanto de menos —le dije, antes de besarlo. ¿Era amor? No lo sabía; lo que sí sabía, es que cada vez que Cooper me besaba, en mi estómago se despertaba alguna especie de anaconda, que lograba acelerar mi corazón y poner todo de cabeza; lo que me dejaba dos opciones: me estaba enamorando, o un parásito enorme estaba comiendo de mis intestinos. —¿Quieres algo de tomar? —me preguntó al alejarse en busca de aire. Asentí, entrelazando mis dedos con los suyos, para ir hasta la barra en busca de las bebidas. No había terminado de dar dos pasos, cuando sentí esa extraña sensación de estar siendo observada. Me detuve, observando más allá del hombro de Cooper. Zac estaba sentado frente a la barra, con su mirada fija hacia mi mano unida con la de Cooper. Me fue inevitable no mirarlo; sus oscuros ojos hacían juego con la camisa negra que llevaba consigo. Lo observé tomar la botella de cervezas que tenía al lado y llevarla hasta sus labios, antes de que levantara su mirada y la clavara en la mía. —Quiero bailar —le dije a Cooper, jalándolo de la mano para alejarlo de ahí. De pronto me había sentido expuesta, y no quería estar cerca de él. —¿Segura, mi amor? —preguntó, elevando la voz. —Dejaremos las bebidas para más tarde —le sonreí, dando un asentimiento. Cerré los ojos y dejé que la música controlara mi cuerpo. Me permití mover mis caderas mientras me acercaba a Cooper, y dejaba que él deslizara sus manos por mis costados. Otra de las ventajas de ser animadora, era la facilidad con la que lograba adaptar mi cuerpo a cualquier género musical, permitiéndome moverme con sensualidad. Cooper no era tan mal bailarín, amaba su compañía, a él siempre le era fácil seguir mi ritmo, sin replicar si estaba agotado. Le di la espalda, dejando que sus manos se envolvieran en mi cintura y me pegara a su pecho. Sentía como el sudor se deslizaba por mi cuello, hasta desaparecer por mi escote. —Me gustas tanto, Chaparra —susurró a mi oído, antes de besar mi cuello. Abrí los ojos. Zac continuaba sentado en la barra, su mirada se encontraba fija en la mía. No estábamos a muchos metros de distancia, por lo que pude diferenciar un ceño levemente fruncido, mientras cruzaba los brazos a la altura de su pecho. No sabía el motivo, pero estaba disfrutando ver esa expresión. Cuando éramos niños, él me protegía como si fuese su hermana menor, y justamente esa expresión me convencía de que lo seguía haciendo. Bailé hasta que mis pies dolieron, y entonces caminamos hasta la barra. Cooper pidió cuatro chupitos de tequila. Tomé uno entre mis dedos y lo vacié en mi boca sin pestañear. El líquido escoció mi garganta a su paso, pero me obligué a ni siquiera hacer una mueca cuando lo devolví a la barra. Cooper me miró con la boca abierta antes de sacudir la cabeza e impedir que tomara otro. —No los pedí para ti, Chaparra. No me gusta que tomes cosas tan fuertes —comunicó, levantando una mano para pedir otra bebida—. Voy a pedirte un coctel. —Pero yo quiero otro de esos. —No —dijo, negando con la cabeza—. Tu padre ni siquiera sabe que estamos saliendo, y si se entera que por mi culpa llegaste ebria a tu casa, me arrancará las pelotas. —Aguafiestas —refunfuñé, poniendo los ojos en blanco. —¡Thia! —levanté la mirada hacia Mia, quien venía tambaleándose mientras se abría paso entre la gente—. ¿Me das un abrazo, Thia bonita? —dijo, rodeándome con sus brazos. Fruncí el ceño, haciendo una mueca ante el fuerte olor a alcohol que salía de su boca. —¿Qué carajos, Mia? ¿Cuánto has tomado? —le pregunté, agarrándola por los hombros para que no callera. —Solo unos traguitos, asiiii de chiquitos —hizo un mínimo espacio entre sus dedos pulgar e índice. —¡Tú no debías tomar! —le grité, mientras ella ponía los ojos en blanco. —Espera... me dio un poco de calor —arguyó, llevando su dedo a sus labios. Se volteó hacia Cooper y le sonrió—. ¿Quieres que te baile mientras me quito la ropa, Cooper? —¡Oh! No Mia —dijo él negando con la cabeza—. Creo que no es un buen plan. —Anda, no seas tímido —continuó sonriéndole mientras comenzaba a deslizar sus tirantes fuera de sus brazos. —¡Mierda, Mia! ¡Detente! —le grité, jalándola de la mano. —Deja que me divierta con Cooper —hizo un mohín extremadamente ridículo. —No. Debemos volver a casa. La jalé de la mano hacia la salida, soportando sus incansables reniegos. —¿Cómo es que te pusiste ebria tan pronto? —Dano es buen bailarín —dijo en medio de un ataque de risa. —No es lo que estoy preguntándote —gruñí. —Déjame bailarle a Cooper. A él le gusta... —se detuvo, mientras se doblaba a la mitad a vomitar. Hice una mueca de asco, haciéndome a un lado para que no ensuciara mis zapatos—. Creo que ahí quedó mi almuerzo —rio, sacudiendo la cabeza. Comenzó a tambalearse más de la cuenta, mientras cerraba poco a poco los ojos—. Chaparra, creo que me voy a... —Yo te ayudo a cargarla —Cooper corrió a sostenerla en cuanto se desvaneció en un profundo sueño. —Gracias —le sonreí, mientras caminaba a su lado hacia el auto de Mia. Iba a matarla en cuanto despertara. ¿Así de fácil le era arruinar una noche? Abrí la puerta trasera del auto para que Cooper la acomodara suavemente a lo largo del asiento. —¿Te molestaría conducir su auto hacia mi casa? No puedo llevarla a la suya, porque no tendría como regresar a la mía. Pasó una mano por su cabello castaño, viéndose de pronto un poco incómodo. —¿Y si pasas la noche en su casa? —Papá me mataría si no llego a dormir. —A mí también me mataría si me ve llegar contigo —espetó. —Cooper, por favor. Sabes que no sé conducir. —¿Y si llamas a una de tus hermanas? —¿Crees que alguna querrá venir por mí a esta hora? —señalé. —Chaparra... sabes que me importas mucho —arguyó suavemente—. Pero no puedo hacerlo. Lo siento mucho. Inclinó su cabeza y depositó un pequeño beso en mis labios, antes de dar la vuelta e irse hacia su propio auto. Me recosté a la puerta del auto, maldiciendo a Mia en mis adentros. Menuda amiga tenía, se embriagaba sin importarle si podríamos regresar a casa o no. Observé las llaves del auto entre mis dedos. ¿Qué se suponía que tendría que hacer ahora? ¡No sabía conducir! —Guau —miré hacia las sombras del estacionamiento, un alto chico se acercaba aplaudiendo mientras no dejaba de reírse—. Tienes un gran novio, ¿Eh? —Cierra la boca —refunfuñé, alejando la mirada. Zac caminó hasta estar frente a mí. Su sonrisa parecía que estaba marcada en sus labios, pues no parecía que quisiera borrarla. —¿Dónde los consiguen así ahora? —Zac... —¿Lo sacaste de una caja de cereal? —Te lo advierto —dije, apretando los dientes. —¡Oh! ¡Ya sé! Santa te lo trajo para navidad —sacudió la cabeza sin dejar de reír. —Jódete. —Creo que la que está jodida justo ahora, eres tú. —¿Qué te hace pensar eso? —Tal vez por la manera en la que le suplicabas a tu héroe, que te llevara a casa. Fruncí los labios y crucé los brazos a la altura de mi pecho. Quería patearle su entrepierna para poder apaciguar un poco la rabia que estaba controlándome. —¿Necesitas ayuda? —No. —¿Segura? Porque si me suplicas la mitad de cómo lo hiciste con él yo podría... —¿Sabes dibujar? —levanté la mirada y lo fulminé con ella—. Dibuja un bosque y piérdete en él. —Como digas —dijo tranquilamente, sacando unas llaves de su bolsa para después caminar hacia una motocicleta. Miré a ambos lados, y el terror se apoderó de mí otra vez. —Zac. Espera —me miró sobre su hombro con una ceja arqueada—. ¿Podrías... llevarnos a casa? —¿Cuál es la palabra mágica? Levanté mi mano derecha y le mostré mi dedo medio. Se encogió de hombros y siguió caminando. ¡Mierda! Tendría que acostumbrarme a dejar mi orgullo de lado en algunas ocasiones. —¡Por favor! —grité con desesperación. Volvió a mirarme sobre su hombro. —Di, por favor sexy Zac. —No voy hacer eso —espeté. —Entonces espero que duermas bien en ese coche —dijo, mientras sacaba su móvil. Suspiré, bajando los hombros. —Por favor, sexy Zac. Una arrogante sonrisa se dibujó en sus labios, mientras reproducía lo que yo acababa de decir en su teléfono. —Mi nuevo tono de llamadas —rio, caminando hacia mí. —¡Eres un imbécil! —le grité. —Un imbécil que puede decirle a tío Luca que su linda y pequeña hija, anda haciéndole bailes eróticos a idiotas que luego la dejan botada —habló tranquilamente, mientras me quitaba las llaves del auto y lo rodeaba para entrar en él. Mi garganta se había secado, asimilando una a una de sus palabras. ¿Era eso una amenaza? ¿Iba él a meterme en problemas? Diablos... estaba perdida. —¿Vienes, Chaparra? O esperas a que te abra la puerta del auto. Me acomodé en el asiento y miré hacia atrás. Mia iba tan profundamente dormida, que incluso comenzaba a roncar. Zac comenzó a conducir en completo silencio; traté de no hacerlo, pero me fue inevitable no observarlo en algunas ocasiones. Simplemente parecía estar perdido en sus pensamientos, en un lugar muy lejos de aquí. —No voy a decirle nada —dijo, después de largos minutos de silencio—. Aunque tal vez deberías de no dar esos espectáculos. —Gracias —asentí. —¿Por qué me odias tanto? —Me vio un momento, antes de regresar su atención a la calle—. Solíamos tener una relación diferente, según recuerdo. —Me dejaste —argüí—. No te preocupaste siquiera en venir de visita. —Las escuelas de verano absorbieron mi tiempo. —Es la diferencia entre ambos. Elegiste tus prioridades desde el primer momento. Volvió a mirarme. —Eso no significa que haya dejado de quererte, Thia. —No. Solo dejé de ser tu prioridad desde que subiste a ese maldito avión. Cerré los ojos y apoyé mi cabeza en la ventana, dando por zanjada la conversación. No quería verme como una niña fría y resentida, solo no quería volver a sufrir cuando decidiera volar lejos otra vez.
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