5| Regalo

1241 Words
Han transcurrido tres días desde la última vez que vi a Nicolás, y la verdad es que me había esforzado al máximo para evitar cualquier encuentro. No lo admitiría abiertamente menos delante de él; Rosa también me había mantenido ocupada en el sótano y la alacena, reorganizando y limpiando como si la vida dependiera de ello. En realidad, era yo quien dependía de no cruzarme con él. No entendía por qué, pero la idea de estar a solas con Nicolás me ponía muy nerviosa. Sin embargo, hoy el destino no estuvo de mi lado. Mientras terminaba de sacudir los muebles del salón principal, al girar, me encontré de frente con él. Nicolás me observaba desde la entrada, con esa mirada que parecía escudriñar hasta el rincón más profundo de mi alma. —Por fin te encuentro —manifestó. Mi corazón dio un vuelco en ese mismo instante. No lo dijo como una acusación, sino más bien como una observación casual, pero sentí el calor subir a mis mejillas. —¿A mí? ¿Para qué? —Intenté sonar sorprendida, pero mi voz tembló ligeramente—. Rosa me ha tenido ocupada con unas cosas. Él ladeó la cabeza, casi como si supiera que estaba mintiendo. Y, por supuesto, lo sabía. —Aurora —murmuró, y esa simple palabra me hizo querer salir corriendo—. Sé que me has estado evitando. Mis manos se apretaron alrededor del trapo que tenía en las manos. No había escapatoria, así que opté por la negación. —No es cierto, de verdad he estado muy ocupada. —¿En serio? —Su tono era una mezcla de incredulidad y diversión—. Porque parece que cada vez que entro a una habitación, sales disparada en la dirección opuesta. Quise decir algo, cualquier cosa que lo desmintiera, pero mi mente se quedó en blanco. Así que opté por lo que sentí como la única salida digna: giré para irme, pero Nicolás se movió rápido, interceptándome antes de que pudiera siquiera dar un paso. —Dame unos minutos de tu tiempo —dijo suavemente, casi como si estuviera rogando—. Solo quiero mostrarte algo. La confusión me inundó, y por un instante consideré negarme. Pero algo en su tono y en la forma en que sus ojos me observaban me impidió hacerlo. No desconfiaba de él, y eso era lo que más me asustaba. Finalmente, con un suspiro, asentí. —Está bien —pronuncié, aunque la palabra sonó débil incluso a mis propios oídos—. Pero no puedo tardar mucho. Rosa espera que termine de ordenar la alacena. Nicolás sonrió, una sonrisa tan genuina que sentí un nudo en el estómago. —Prometo que no te retendré mucho tiempo. Lo seguí, tratando de no pensar demasiado en lo que estaba haciendo, pero cuando llegamos al pie de las escaleras, me detuve en seco. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, y negué con la cabeza. —No puedo subir —repuse, sorprendida por lo firme que sonó mi voz. Nicolás se detuvo también y se giró hacia mí, su ceja enarcada en una silenciosa pregunta. —¿Por qué no? —Rosa me lo prohibió —admití, recordé las palabras de Rosa—. No tengo permitido subir al piso de arriba. —Olvídate de lo que te haya dicho, Rosa —respondió, sin perder un segundo, su tono lleno de una autoridad que no pude ignorar—. Ella también trabaja para mí, y te aseguro que no dirá nada si yo le digo que te lo pedí. Te protegeré. Mi corazón latió con tanta fuerza, cada palabra suya resonó en mi pecho, haciéndome sentir como si estuviera flotando en un sueño del que no quería despertar. Pero rápidamente me esforcé por borrar cualquier signo de esos sentimientos. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, asentí de nuevo y lo seguí. Luego de subir, caminamos en silencio por el largo pasillo del piso superior, el ambiente cargado de una tensión que me ponía nerviosa. No sabía por qué, tal vez era porque me estaba arriesgando y en cualquier momento Rosa podía darse cuenta de que la desobedecí. Nicolás se detuvo frente a una puerta, la abrió, y con un gesto me invitó a entrar. Dudé por un instante, por supuesto que lo hice. Pero la curiosidad me ganó, y después de unos segundos, di unos cuantos pasos dentro. La habitación era un dormitorio, y claramente podía deducir que era el suyo. Había algo en el aire que lo hacía obvio, como si su presencia estuviera impregnada en cada rincón de ese lugar, y no solo eso, el aroma de su loción flotaba en el aire. La cama grande con sábanas blancas y en tonos oscuros, un armario elegante, un escritorio pulcro, y un estante lleno de libros ocupaban el espacio. Era sobrio, masculino, pero acogedor de una manera extraña. Nicolás se dirigió hacia el estante de libros que había en un rincón, sacó uno y se giró hacia mí, indicándome con un movimiento que lo siguiera. Pero en vez de hacerlo, me quedé en mi lugar, con las manos cruzadas frente a mí, sin saber qué hacer. —Siéntate —pidió, palmeando el borde del colchón a un lado de él. Obedecí, pero cada célula de mi cuerpo me gritaba que eso estaba mal. No debería estar allí, no debería estar a solas con él en su habitación. Pero esos pensamientos se disiparon en el momento en que colocó un libro en mi regazo. Mis ojos se abrieron de par en par. —¿Qué es esto? —pregunté, sin contener mi sorpresa. —Es un libro de poesía —respondió, como si fuera lo más obvio del mundo. —Eso ya lo noté —repliqué—. ¿Pero por qué me lo estás mostrando? —No solo quiero que lo veas, quiero que te lo quedes —aclaró con un tono suave pero firme. Mi corazón se aceleró de nuevo, esta vez por una mezcla de emociones que no podía ni quería entender. —No puedo aceptarlo —murmuré, intentando devolverle el libro mientras me levantaba apresuradamente. Pero él sujetó mi mano con una gentileza que me desarmó y me obligó a sentarme de nuevo. —Por favor —expresó, con su mirada suplicante, haciendo que mi resolución se tambaleara—. Es un regalo. Una disculpa por haber leído tu libreta sin tu permiso. Me quedé viéndolo a los ojos. Todavía me sentía expuesta y que lo mencionara, lo revivía más fuerte. Pero cuando vi algo en su mirada, como si fuera pena, algo dentro de mí cedió. Asentí lentamente y acepté el libro, mis manos temblaban. Nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos, incluso el tiempo pareció detenerse a nuestro alrededor. En tan solo unos segundos, todo lo demás dejó de existir. Capté cómo él se inclinaba lentamente hacia mí; y, sin embargo, no hice nada para rechazarlo. Mi corazón latió tan fuerte que temí que él lo oyera. Pero entonces, el ruido de la puerta abriéndose de golpe hizo que volviera a la realidad y cuando escuché esa voz, sentí como si me hubieran echado un balde de agua fría encima. —¡¿Qué está pasando aquí?! —La voz de la señora Isabel Alarcón, resonó tan alto en toda la habitación. El hechizo se rompió, y de repente, todo lo que temía se hizo realidad.
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