Aún sin poder asimilar por completo la noticia, me pasé la noche en vela, con pensamientos dando vueltas en mi cabeza. Cuando amaneció, me levanté sintiendo cada músculo pesado, como si hubiera cargado con el mundo durante horas. Mis párpados apenas podían sostenerse abiertos, pero me obligué a salir de la cama y arrastré mis pies hasta la cocina.
—Buenos días —murmuré con una voz tan débil que apenas se oyó. Mi padre, que estaba sentado a la mesa, levantó la vista de su taza de café. Me observó con una ligera sonrisa que pronto se desvaneció al ver mi aspecto.
Esperaba que no notara lo terrible que me veía, pero sabía que era imposible. Me sentía como un cadáver viviente, con las ojeras oscuras bajo los ojos, la piel pálida y sin un ápice de arreglo. Ni siquiera me había tomado el tiemp
