3| Distracción peligrosa

1769 Words
UNA SEMANA DESPUÉS. El agua tibia corría por mis manos, mezclándose con el jabón que hacía espuma sobre los platos. Estaba enfocada en mi labor, pero mis pensamientos estaban en otra parte, en el problema de los medicamentos que necesitaba mi padre. Eran muy costosos, y con el sueldo de esta semana ni mi mamá, ni yo logramos completar el dinero para comprarlos. ¿Qué voy a hacer? El sonido de unos pasos en la cocina me devolvió bruscamente a la realidad. Me giré justo a tiempo para ver a Rosa entrar con su mismo porte severo de siempre. —Aurora, ¿terminaste ya con esos platos? —preguntó con ese tono duro. Ahora ya sabía que cualquier respuesta incorrecta que le diera, le fruncía más su entrecejo. —Ya casi, señora Rosa —respondí, traté de sonar calmada. Pero la verdad era que su presencia me ponía muy nerviosa. Así ha sido desde el primer que empecé a trabajar aquí. Sin decir nada, Rosa se acercó a los platos recién lavados y comenzó a inspeccionarlos. Sentí que el aire se volvió denso en unos segundos. —¿Qué es esto? —demandó con una ceja alzada mientras sostenía el cubierto frente a mi cara. Había una pequeña mancha en uno de los cubiertos que no había secado bien. Tragué saliva antes de responder. —Es una mancha... —¿Y que te he dicho sobre eso? No quiero escuchar tontas excusas, niña —pronunció de un modo cómo si fuera una prueba irrefutable de mi incompetencia. Su voz resonó en la cocina, como un látigo—. ¿Es que no puedes hacer algo tan simple como lavar y secar los platos correctamente? Me estremecí bajo el peso de su desaprobación. Sentía el rostro arder de vergüenza. Quizá no tenía mucho sentido, pero a sus ojos parecía el peor error que había cometido. —Lo siento mucho, señora Rosa, fue un descuido… no volverá a pasar —me aseguré de mantener la voz firme, aunque por dentro me sentía como una niña pequeña a la que acaban de reprender. —No es suficiente con que lo sientas, muchacha —replicó con ese tono frío como el hielo—. Quiero que vuelvas a lavar todo y te asegures de que esta vez quedé impecable. Si esto vuelve a suceder, no habrá disculpa que valga, ¿entendido? Asentí, incapaz de mirarla a los ojos. Debí haberme fijado de nuevo, comprobar si todo había quedado bien seco. Estaba acostumbrada a trabajar duro, a dar lo mejor de mí, pero aquí, en esta mansión, todo parecía diferente. Las expectativas eran más altas, los errores más imperdonables. Justo cuando iba a volver al fregadero, la puerta de la cocina se abrió de golpe. Giré la cabeza y me quedé sorprendida cuando lo ví. Mi corazón dio un vuelco cuando miré a Nicolás entrar. ¿Qué hacía él aquí? No lo había visto antes de venir a la cocina. Su presencia llenó la habitación, como siempre, imponiéndose de manera natural. Había algo en la forma en que se movía, en la seguridad de sus pasos, que hacía que todo lo demás pareciera menos importante. Incluso Rosa, que normalmente era la figura de autoridad en la casa, después de la señora Alarcón. —Rosa, ¿qué está pasando aquí? —preguntó Nicolás, su tono suave pero lleno de autoridad. No había necesidad de elevar la voz; su sola presencia y esa mirada, exigían respuestas. —¿Estabas hablándole fuerte a Aurora? Rosa se giró hacia él, visiblemente desconcertada por su intervención. Tenía entendido, que Nicolás no acostumbraba a involucrarse en asuntos del personal de servicio. —Nada grave, joven Nicolás —respondió ella, intentando sonar tranquila—. Solo estoy asegurándome de que Aurora cumpla con sus deberes como es debido. Tengo permitido usar este tono con el personal, solo si se requiere. Nicolás lanzó una mirada rápida a los platos que estaban en el fregadero, y luego sus ojos se encontraron con los míos. Había algo en su mirada, una mezcla de comprensión y… ¿molestia? No podía estar segura, pero lo que sí sabía era que no quería que él me viera así, con el rostro rojo de vergüenza. —No me pareció que fuera solo eso —dijo Nicolás, su voz más firme ahora—. ¿Es necesario hablarle así? El silencio se instaló en la cocina. Podía sentir la tensión en el aire, como si todos estuviéramos esperando que algo explotara. Rosa parecía buscar una respuesta adecuada, pero lo único que hizo fue asentir. —Lo siento, joven Nicolás —murmuró Rosa, sin atreverse a mirarlo nuevamente—. Solo sigo órdenes de la señora. Si le molesta el trato que los empleados reciben de mi parte, dígale a su madre. Yo solo tengo que seguir haciendo mi trabajo. —Eso haré entonces —replicó él, antes de volverse hacia mí—. ¿Estás bien? Su pregunta, tan simple y directa, me desarmó por completo. Apenas conseguí asentir, y esperaba que no hubiese notado mi anterior reacción. No quería parecer una niña asustada, aunque era exactamente lo que sentía en ese instante. ¿Cómo podía alguien como él, un Alarcón, encontrar siquiera un motivo para hablarme y preguntar si estaba bien? Y no solo eso, sino también para mirarme de esa forma, como si de verdad le interesara saber quién era y que me ocurría. —Termina aquí y luego ven al salón principal, —avisó Rosa y luego salió de la cocina, dejándome a solas con Nicolás. Sentí que la presión en mi pecho disminuía un poco, pero aún no me atrevía a mirar a Nicolás directamente. La forma en que él me miraba, con una mezcla de preocupación y algo más, me hacía sentir pequeña, vulnerable. Y al mismo tiempo, me daba una extraña sensación de seguridad. —Gracias, Nicolás —logré decir finalmente, aunque mi voz sonó más débil de lo que me hubiera gustado. Levanté la vista y me encontré con sus ojos azules intensos—. No tenía que intervenir, pero lo aprecio. Él sonrió, y esa sonrisa hizo que mi corazón se acelerara nuevamente. —No tienes nada que agradecerme, Aurora. —Su voz sonó suave, cómo si me hubiese acariciado con ella, aunque hasta ahora no había sentido su piel contra la mía—. Si necesitas ayuda en algo, no dudes en acercarte y decírmelo. Sentí un cosquilleo recorriendo mi columna mientras procesaba sus palabras. Sus ojos aún fijos en los míos. Parecía cómo si quisiera descifrar cada uno de mis pensamientos que cruzaba por mi mente. Nunca antes había sentido algo como eso, con el simple hecho de estar cerca de él, cambiaba la atmósfera de mi alrededor. Simplemente volví a asentir mientras me quedaba parada ahí, luchando contra la urgencia de apartar la mirada. —No te pongas nerviosa. —continuó y cruzó sus brazos contra su pecho, pero su tono cambio Ahora sonaba divertido, cómo la primera vez que me habló, pero mantenía el tono suave y sin malicia—. Rosa parece dura, pero solo es una fachada. Es como una roca por fuera, pero tiene un corazón blando,—bajó la voz y se acercó cómo si fuese a compartir un secreto conmigo—. Aunque no se lo digas, podría negarlo hasta la muerte. Me esforcé para no sonreír y traté de parecer tranquila. Pero por dentro, una tormenta de emociones me revolvió el estómago. Me pregunté si este era un momento de diversión para él, si yo era algún tipo de juego o reto, pero la verdad, nunca capté algo de eso en su tono o en su mirada. Sin embargo, si así fuera, que más daba, después de todo yo solo era una simple empleada doméstica y él… era Nicolás Alarcón. —Lo tendré en cuenta—dije finalmente e intenté sonar más confiada de lo que realmente me sentía, pues él estaba tratando de eliminar la tensión que había quedado en el entorno. Me observó por un segundo más, su mirada recorriéndome cómo el primer día, aunque esta vez con un aire más serio, casi como si estuviera evaluando algo en mí. Entonces, sin previo aviso, dio un paso atrás, rompiendo el intenso contacto visual entre los dos y la tensión que se había quedado entre los dos despareció de repente. —Bueno, no quiero entretenerte más, Aurora. Recuerda lo que dije, si necesitas algo, lo que sea, solo búscame. —Sus palabras quedaron flotando en el aire, cargadas de una promesa que no podía descifrar del todo. —Lo haré —respondí, aunque en realidad no sabía si alguna vez tendría el valor de hacerlo. Pues no quería molestarlo con mis asuntos. Nicolás asintió y se dio la vuelta, caminando hacia la salida de la cocina. Me quedé allí, sin moverme, observando cómo se alejaba. Mi corazón no dejaba de latía con fuerza, y mis pensamientos se repitió una y otra vez en mi mente: estoy aquí solo por trabajo, no para enamorarme del hijo de mis patrones. Definitivamente, este trabajo iba a ser mucho más complicado de lo que había anticipado. Cuando quedé completamente sola, logré exhalar aire y recuperar el aliento que había perdido minutos antes. Aún podía sentir la calidez de su cercanía, su voz suave resonando en mis oídos y la forma en que me había mirado… como si yo fuera algo más que una simple empleada. Pero debía sacarme esas ideas absurdas de la cabeza. No podía permitirme distraerme y mucho menos creer que ese chico podía fijarse en alguien cómo yo. Ahora que mi familia dependía también de mi salario, no tenía porqué soñar de esa manera. Mis padres y mis estudios… eso era lo primordial para mí y en lo único que tenía que pensar, y nada más. Así que respiré hondo, cerré los ojos unos segundos y me obligué a regresar al presente, a la realidad que me golpeaba con fuerza. Y me concentré de nuevo en mis tareas que tenía delante. Tomé el trapo que había dejado sobre la encimera y me puse a secar la vajilla última que me quedaba. Aún mi mente seguía enredada un poco en lo que acababa de suceder, así que me decidí a tomar distancia. Aunque me haya ofrecido su apoyo, no podía aceptar nada que viniera de él, por muy amable que fue conmigo. No podía permitirlo, porque una cosa era segura: Nicolás Alarcón se podría convertir en una distracción muy peligrosa para mí y por supuesto, no iba a dejar que eso sucediera.
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