2| Primer encuentro

1583 Words
—¡Aurora!, ¡¿estás lista?! —preguntó mi madre desde la cocina, donde preparaba un desayuno rápido. Su horario de trabajo era de siete a siete, por eso antes de las seis de la mañana ya tenía listo el desayuno, a pesar de que siempre le he dicho que deje de prepararme el mío. —¡Sí, mamá! ¡Ahora salgo! —grité desde mi habitación. Me miré por última vez en el espejo de mi tocador y, cuando me cercioré de que mi cabello corto estaba bien acomodado, me levanté y salí. Me dirigí hacia la cocina; mi padre ya estaba fuera de la cama, bebiendo su café que seguro mi madre le había preparado. —Hija —me llamó mi papá. Su voz sonaba débil; y, sin embargo, se esforzaba por mantenerse sentado en esa silla. Era demasiado necio, luego de que mamá le había dicho miles de veces que descansara más tiempo en la cama—. Acércate, cariño —me pidió luego de que me girara para verlo—. Eres una chica fuerte, Aurora. Sé que todo va a salir bien, solo te pido que no dejes tus estudios —sonó como una súplica. Le di un abrazo y un beso en la mejilla. No me atrevía a hacerles promesas a mis padres; temía fallarles, ya que no sabía qué futuro me depararía. Ahora que las cosas en mi hogar se habían complicado, todo podía cambiar. Luego de despedirme de mis padres, me dirigí al colegio. En clases no logré concentrarme bien; mi mente estaba en otro lado, pensando en si me iría bien en mi nuevo empleo. La mansión Alarcón estaba a unos kilómetros de la escuela, pero preferí caminar para calmar mis nervios. El aire cálido de la tarde y el paisaje de Valle Dorado, con la vista de los campos de trigo, me dieron una sensación de tranquilidad. Al llegar a la mansión, fui recibida por la misma señora que me abrió la puerta ayer. Me pregunté si ese gesto severo en su cara era de todos los días o si solo había tenido otro día malo. Solo esperaba que no se desquitara conmigo. Me condujo a la cocina, pero no nos detuvimos allí; seguimos caminando hasta llegar a un cuarto, tipo almacén o vestidor para el personal. —Cámbiate —me soltó bruscamente una muda de ropa. Después se dirigió a la puerta y antes de salir se giró—. Apresúrate, te esperaré afuera. Cuando salió del cuarto, inspeccioné el cambio de ropa que me había entregado. Era un uniforme de sirvienta: un vestido negr0 de algodón con cuello blanco, puños a juego y un delantal blanco que se ataba a la cintura. La tela del vestido era gruesa, pero flexible, diseñada para soportar largas horas de trabajo y desgaste constante. El delantal blanco estaba impecable, resaltando el contraste con la prenda oscura. Además, había un pequeño gorro blanco que completaba el conjunto, dándole un toque tradicional. Suspiré y comencé a vestirme. La ropa era cómoda, aunque un poco ajustada en la cintura y en la parte delantera de mis senos. Me miré en el pequeño espejo del vestidor, asegurándome de que todo estuviera en su lugar. Me sentí extraña vestida de esa forma. Salí del vestidor y la señora de rostro severo me esperaba afuera con las manos en las caderas. —Bien, ahora sígueme. Te mostraré tus tareas —dijo sin mucha emoción en su voz. Me condujo por la mansión, explicando detalladamente cada una de mis responsabilidades. El lugar era enorme, con habitaciones decoradas con lujosos muebles y adornos que denotaban la riqueza de la familia Alarcón. —Haremos un recorrido rápido, te mostraré solo la planta baja. Por ahora no ocupas subir las escaleras, solo ayudarás en las habitaciones de abajo y en la cocina. Tu trabajo será mantener limpio y en orden varias zonas de esta mansión. Los señores son muy exigentes, una queja y es seguro que irás para fuera de inmediato —informó mientras caminamos por el corredor. Parecía un consejo, eso quería pensar. —Haré mi mejor esfuerzo, señora —respondí. Estaba decidida a no defraudar a nadie, principalmente a mis padres. Me dio el recorrido que dijo, mientras me explicaba cada tarea que debía hacer durante el día. Cuando terminó, se detuvo en una pequeña sala y se giró. Sus ojos oscuros severos se clavaron en mí. —Me llamo Rosa —se presentó de repente, pero sin mostrar ninguna expresión en su rostro. —Soy Aurora… —me interrumpió. —Sé tu nombre. Dejemos las presentaciones y comienza a trabajar. Apenas logré asentir cuando caminó y desapareció en el pasillo, dejándome sola. Ya me había asignado mi primera tarea y las siguientes. Horas después, miré el enorme reloj del vestíbulo. Eran las siete de la tarde. Mi madre ya debía estar saliendo de su trabajo. Mientras limpiaba una de las enormes salas de estar, escuché una voz masculina cerca. —¿Tú quién eres? —preguntó alguien detrás de mí. Dejé lo que estaba haciendo y me giré; un joven de cabello rubio y muy apuesto estaba parado viéndome, con una mirada curiosa mientras sonreía. —¿Eres muda? —sus cejas se fruncieron. No me di cuenta en qué momento acortó la distancia y ya lo tenía frente a mí. Tragué saliva, ya que se me dificultó el habla; sin embargo, lo único que pude hacer fue sacudir la cabeza. No sé qué me había sucedido. Su labio se curvó en una media sonrisa. —Soy Aurora Benavides —respondí finalmente. —¿Y usted es…? —pregunté con un temblor en mi voz, pero mantuve la compostura. —Nicolás Alarcón —contestó—. No estaba enterado de que tendríamos en casa una chica linda trabajando. ¿Estaba coqueteando conmigo? Suponía que era el hijo de los dueños, porque dijo que se llamaba Nicolás Alarcón, y solamente había un heredero en esa familia. Nunca en mi vida lo vi, hasta ahora, y a pesar de que nací y crecí en Valle Dorado. Tenía entendido que Nicolás Alarcón estudiaba en el extranjero y regresaba por temporadas. Siempre ignoré los comentarios sobre ese tema de la familia Alarcón, y sobre detalles de su hijo, puesto que muchos lo describían cómo un chico muy guapo y arrogante, pero por muy atractivo que fuera nunca me intereso saber nada sobre él. Jamás le tome importancia a ese tipo de cosas, ahora que lo tenía enfrente, era distinto. Su cercanía y su belleza masculina eran mucho más de lo que habían contado las personas, y me había dejado atónita. —¿Te he dejado sin palabras? —dijo con una risa ligera. Parecía divertirse por mi reacción—. ¿O solo es el uniforme que te tiene incómodada? Miré cuando sus ojos bajaron por mi cuerpo, se quedó unos segundos en la parte de mis senos antes de bajar a mi cintura y piernas. Me sonrojé, sintiendo el calor en mis mejillas. En ese instante, desee tener una manta o una bata larga cerca para cubrirme. No me dio repulsión su mirada, simplemente fue una pena. No sentí que me mirará con lujuria, aunque parecía notarse atraído por mi figura física. No es que yo supiera de atracciones y deseos; sin embargo, conocía la mirada de un pervertido, ya que en la calle he llegado a percibir ese tipo de cosas y han causado que me sienta incómoda. —No, no es eso —me apresuré a decir—. Solo estoy un poco nerviosa. Es mi primer día trabajando. —Entonces, bienvenida, Aurora. —Volvió su mirada a mis ojos cuando pronunció mi nombre, usó un tono como si estuviera saboreando un dulce en su paladar. —Espero que te sientas cómoda pronto. Si necesitas algo, no dudes en buscarme. —Gracias, joven... —Llámame, Nicolás —corrigió. —Joven suena muy formal. Es como si estuviera escuchando a Rosa llamándome con esa voz de sargento que tiene—. Cambió su voz e imitó al ama de llaves. Salió una risa espontánea de mí, no pude evitarlo. Cuando reaccioné, me di cuenta que seguía mirándome. Me cubrí la boca con mi mano y me quedé en silencio. —Perdón, no debí haberme reído —me disculpé de inmediato. —No pasa nada, está bien— negó. Se había quedado serio, pero de nuevo me mostró una sonrisa. —¿Te confieso algo? —inquirió con un tono bajo y se inclinó para acercarse a mi oído sin esperar una respuesta de mi parte. Sentí que el aire se cortaba a mi alrededor, a causa de su proximidad, pero no era porque me estuviera robando oxígeno, era diferente. No entendía muy bien. —Me alegra saber que ya no seré el único que piensa de esa manera. Su voz sonó suave y su calor me envolvió en ese mismo instante en que me dejé llevar y cerré los ojos mientras me relajaba el sonido de su respiración calmada. —Nos veremos luego, Aurora —afirmó. No sé en qué momento se apartó y se dio la vuelta para salir de la sala. Tuve que abrir los ojos y cuando lo hice, él ya estaba saliendo de la habitación. Seguramente pensó que era una rara, ¿puesto quién se atreve a cerrar los ojos y sentirse confiada alrededor de un extraño? Tal vez hasta escuchó mis latidos del corazón. Debí haberme visto patética.
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