Pasada la medianoche subo hasta la recámara. Al ingresar a mi habitación voy soltando la corbata y me siento sobre la cama. Dejo caer mi cuerpo posando la mirada en la corteza del techo. Es difícil olvidar cuando se ha amado de verdad, más si pierdes al ser amado el mismo día que creías que comenzaría tu felicidad. Soltando un suspiro camino hasta la bañera donde una vez desnudado mi cuerpo, me introduzco en ella.
El cansancio del día ajetreado junto a esta noche me tiene súper agotado. Lentamente voy cerrando mis ojos hasta sumergirme en el pasado, otra vez ese triste pasado. Las imágenes que se forman en mi cabeza son como si lo estuviera viviendo en ese mismo instante: ella cayendo en mis brazos, su cuerpo debilitándose y su último suspiro.
El dolor de ese pasado oprime mi corazón, por ello desecho todo recuerdo y salgo de la ducha. Una vez cambiado me recuesto en la cama. Apoyando mi cabeza en la almohada, trato de conciliar el sueño. Al cerrar mis ojos la imagen de Kiara aparece. ¿Kiara? Ahora es esa mocosa la que invade mi mente. Joder, cómo puede meterse en mis pensamientos. Solo de recordar lo que me ha hecho me provoca irritación. Aunque la imagen de sus besos me saca una media sonrisa y un suspiro de esos que te dejan sin resuello.
Por la mañana me levanto pasado el mediodía. Hoy no escucho cantos de gallos ni aspiradoras que puedan irrumpir mi sueño. Estirando mi cuerpo camino hasta el balcón para recibir el abrasador viento que acaricia mi piel.
—Buenos días nana.
—Buenos días Adielcito, ¿cómo amaneciste?
—Bien, a diferencia de ayer hoy pude descansar. ¿Qué tienes para desayunar, nanita querida?
—Lo que quieras mi niño, tú solo dime qué quieres y te lo preparo.
—Podrías prepararme unos huevos revueltos con unas tostadas y un guacamole, adicional un jugo de mora. Necesito energía —proclamo con una sonrisa.
Agradezco a la Nana por mi desayuno. Me toca comer solo puesto que mis padres no se encuentran en casa; imagino que están en la iglesia como todo domingo.
Una vez terminada de embaular la deliciosa comida que mi Nana me preparó, salgo de la hacienda. De camino al pueblo recuerdo el ofrecimiento que me hizo el director del instituto anoche. La verdad es que no me veo entre ganado y paja; quiero trabajar en algo diferente que no tenga nada que ver con la hacienda.
Una vez que llego parqueo el auto. Inmediatamente las personas se acercan a saludarme; de la misma forma les saludo.
Definitivamente los años no pasan para la gente de Valleral. Diez años fuera de aquí y hay muchas personas que siguen igual, es como si los años no pasaran sobre ellos.
—Bienvenido Adiel, entra.
—Gracias señor. Leila no está, pero si deseas esperarla...
—No vine a verla a ella —informo.
—¿No?
—No. En realidad, quiero hablar con usted... sobre lo de anoche.
—¡Ah!, sí. Como te dije anoche, necesitamos un profesor de contabilidad y creo que esa materia vendría bien contigo. Vienes de la capital y considero que el estudio allá es de lo mejor; tu aprendizaje puede ayudar a nuestros jóvenes.
—Acepto —acoto sin pensarlo dos veces.
—¿Seguro? ¿No te traerá problemas con tus padres?
—No... ellos dejaron de influir en mis decisiones desde hace años —explico con serenidad.
—Entonces no se diga más, serás el nuevo profesor de contabilidad. Te espero mañana en el colegio.
—Gracias señor Sadik —Me despido y cuando me dispongo a salir Lidia me rodea el brazo.
—Estoy lista para que me lleves a comer ese helado que me prometiste —Sonrío de medio lado y asiento.
—¿Me permite señor Sadik?
—Claro que sí, vayan y diviértanse.
Salimos y nos encaminamos a la heladería. Al no estar tan lejos nos vamos caminando. Para ese entonces la lluvia ya ha disminuido dejando solo así una débil llovizna. De camino a la heladería me pregunto cómo se le antoja a Leila comer helado con el clima que se carga Valleral.
—Lo del helado solo era para salir contigo de casa —confiesa una vez que llegamos—. Solo quería estar a solas contigo Adi —dice y sonrío— ¿Podemos ir al parque? Remembrar el pasado sería bueno —expresa coquetamente.
—Claro, iré por el auto. Espérame aquí —Subo al auto y me parqueo delante de ella. Sube y nos vamos a uno de los parques más grandes del pueblo. Una vez ahí me quedo sorprendido al ver lo hermoso que está.
Camino junto a ella hasta el centro. Una vez ahí me siento en uno de los asientos que están bajo la pequeña carpa. Cruzo la pierna a la misma vez que acomodo la mano sobre el asiento y recuesto mi espalda en el respaldar. Leila se sienta a mi lado y emprendemos una plática haciendo remembranza a toda nuestra adolescencia. Reímos y gozamos de todas las locuras que hicimos.
De pronto, la silueta de ella aparece ante mis ojos suscitando que suelte un suspiro. Se encuentra junto a otros jóvenes abrazada a uno de ellos. Me pregunto si mi cupidita pidió permiso a Félix para tener novio. Saco el móvil y empiezo a tomar algunas fotografías. Capto el momento cuando un chico la abraza desde el cuello y ella sonríe. Sumergido en los pensamientos estoy cuando la voz de Leila me trae de vuelta.
—¿Qué haces?
—Nada...
—¿Tomabas fotografías a Kiara? ¿Y dices nada? —Su pregunta altera mis nervios.
—Sí. Lo hago porque estoy seguro de que Félix no sabe que tiene novio.
—¿Piensas delatarla? —cuestiona mirándome con determinada atención.
Pensándolo bien, no sería mala idea. Al menos así me cobraría una de las tantas que me ha hecho. Una sonrisa se forma en las comisuras de mis labios y procedo a levantarme.
—¿Ya nos vamos? —Asiento y estira su mano para que le ayude a levantarse. Queda parada frente a mí y de pronto cae un diluvio que parece partir el techo de la carpa. Junto a Leila corremos hasta el auto. Rápidamente ingresamos al vehículo y desde ahí observo a Kiara despedirse de todos los jóvenes que la acompañaban. No me pierdo ninguno de sus movimientos hasta que finalmente corre y desaparece de mi vista.
Paso dejando a Leila en su casa. Antes de bajar se despide dándome un beso cerca de los labios, lo cual me sorprende ya que me toma desprevenido. Sin embargo, ella sonríe y me limpia los labios.
—Nos vemos mañana, cariño.
Sin dar importancia a aquello me dirijo a casa. De camino a la hacienda la lluvia que cae parece reventar el parabrisas. Por un segundo dirijo la mirada por el retrovisor y me percato que alguien se acerca en caballo. Al ver de quién se trata atravieso el auto y salgo con todas las intenciones de ayudarla. Se baja del caballo y cuando me ve salir frunce el ceño.
—¿Usted nuevamente? ¿Qué no se cansa de cruzarse en mi camino? —replica regresando al caballo.
Cuando la veo dispuesta a subir camino a zancadas largas hasta ella. Acto seguido suelto el paraguas para agarrarla mejor. La sostengo de ambos brazos y acerco mi rostro al suyo quedando a centímetros de ella.
—Me quedaré en el pueblo por largo tiempo. Quieras o no me verás y me cruzaré en tu camino cuantas veces me dé la gana.
—Bien, pero evíteme —ruge e intenta soltarse de mi agarre.
—Temo no poder complacerte. Ahora entra al auto porque estás mojada y esta lluvia parece que no va a parar por ahora.
—Ni muerta me iría con un pervertido como usted, señor Adiel Mohamed —Balbucea haciendo que mi sangre se irrite.
—Estoy tratando de evitar que te enfermes. Si sigues bajo la lluvia vas a conseguir un resfrío.
—Ese es mi problema, y si me sigue reteniendo más me seguiré mojando y no solo yo terminaré enferma, también usted. Así que déjeme en paz y quítese de mi camino.
—¿Y si no quiero? ¿Qué me vas a hacer? —cuestiono acercándola más.
La contemplo fijamente sin entender por qué no quiero dejarla ir. Mi mano sujetando su brazo hace conexión en nuestra piel. Sube una corriente que va alborotando todos los vellos de mi piel, hace impacto en mi corazón provocando que este retumbe con ímpetu dentro de mí. Estoy absorto en su mirada, sin poder reaccionar, sin poder decir nada. Solo dejo que mi rostro se vaya uniendo al suyo. Cuando estoy por besarla siento su mano rasgar mi pecho, aquello provoca que suelte un quejido.
—He dicho que me suelte —brama molesta— No quiero que vuelva a tocarme señor Adiel Mohamed —gruñe y se va.
La contemplo mientras sube al caballo e instantes después siento mi pecho arder, pero no entiendo qué mierda me pasa. ¿Por qué me irrita su respuesta?
Sonrío de medio lado al reprochar: le molesta que la toque, pero de esos mocosos sí se deja tocar. ¡¿Qué mierda, Adiel?! No debe importarte lo que haga esa mocosa.
Kiara, Kiara, Kiara, murmuro en mis adentros. Me las pagarás. Cada una de tus agresiones las pagarás, niña insolente. Murmuro y procedo a subir al auto.
Presiono el acelerador mientras ella galopea en su caballo. Cuando estoy pisándole los talones acelera el paso de Zafiro y yo piso más el acelerador. Una vez que la alcanzo le miro con enojo. Vuelvo a dirigir la mirada hacia el frente y presiono nuevamente el acelerador.
Sumido en los pensamientos voy, no puedo creer que esa mocosa sea mi cupidita. Me es increíble creer que mi mensajera se haya transformado en una fiera. Suelto un suspiro de nostalgia.
—Adi, ¿por qué estás así? ¿Dónde te agarró el agua? ¿Por qué no te introdujiste en el auto? Llamaré a las empleadas que te traigan una cobija, mira cómo estás todo mojado.
—No es necesario mamá, subiré a ducharme.
—Ve pronto amor, no entiendo cómo te mojaste si andas en el auto —Sacude mi camisa blanca y cuestiona— ¿Qué es esto?
—Manché la camisa mientras comía un helado. Iré a ducharme.
—¿Helado? —Asiento y subo rápidamente las gradas y me introduzco en la tina. Una vez que mi cuerpo toca la tibia agua se relaja. El frío se ha disipado y mi cuerpo está relajado. Frente a la tina hay un enorme espejo donde puedo ver claramente mi cuerpo entero. Al ver las marcas de uñas en mi pecho maldigo a Kiara y mi venganza de cobrarle todas las que me ha hecho empezará desde mañana. Si no me respeta como su patrón me va a respetar como su profesor, pero de que me respeta, me respeta o dejo de llamarme Adiel Mohamed.
Por la mañana suena la alarma y camino hasta el baño. Lavo mi cuerpo y una vez listo bajo hasta el comedor. Al ser aún temprano encuentro a mamá y a papá en el comedor. Les saludo y me acomodo para desayunar y empezar mi día laborable.
—No sé por qué tienes que ir a trabajar de profesor, no tienes la necesidad de hacerlo. Eres mi hijo y tampoco tenía pensado enviarte a arrear las vacas. Podrías ayudarme en la hacienda con la contabilidad.
—Te ayudaré papá. En las tardes me dedicaré a ayudarte.
—En lo que a mí respecta me parece bien. Así estará más cerca de Leila y podrían retomar la relación que dejaron hace años atrás.
Llevando el té a mis labios y absorbiéndolo de a poco, expreso.
—Entre Leila y mi persona nunca hubo nada y no hay nada que retomar. Además, no estoy preparado para iniciar una relación con nadie, mamá —Concluyo limpiando mis labios.
—Adi, ya han pasado dos años desde que sucedió aquella desgracia. Deberías olvidar y continuar con tu vida.
—Eso hago, pero no estoy preparado para volver a amar —aclaro y me levanto—. Si me disculpan me tengo que ir.
Subo al auto y me dirijo al colegio. Miro la hora y me doy cuenta de que estoy atrasado y acelero para no llegar tarde a mi primer día de trabajo. En el momento en que estoy por llegar al colegio, diviso una enorme charca de agua que abarca todo el ancho de la vía. Una joven de esbelta figura se halla cruzando sobre las pequeñas piedras que asoman. Al verla tengo toda la intención de detenerme. Sin embargo, cuando percibo de quién se trata lo que hago es acelerar.
Kiara lee mis intenciones por ello intenta salir lo más pronto posible del lugar dando saltos grandes. No obstante, mi auto es más rápido y por la velocidad en la que voy las llantas derechas forman una gigante ola que cae sobre el cuerpo de mi querida cupidita.
—Lo siento, no te vi —balbuceo al bajar la ventana.
—¡Demente! —gruñe y sonrío dichoso.