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2009 Words
CAPÍTULO 3 Mi pequeña Mellie... Al escuchar su voz rasposa mis sentidos se alteran sintiendo mi corazón latir desbocado, mis vellos traicioneros se erizan y por un momento creo sentir una especie de electricidad cuando sus brazos entrelazan mi cintura con fuerza. Su agarre es totalmente diferente al de Donovick, pues Bastian me toma decidido y casi posesivo. Intento separarme un poco empujándolo con las manos cuando nuestros pechos chocan demasiado cerca, no hay espacio alguno entre nosotros porque él lo evita apretándome más contra él. Como si nuestro encuentro no fuera lo suficientemente incomodo me observa con esos hechizantes ojos azules que no puedo evitar sentirme hipnotizada ante ellos por unos segundos. Gracias a nuestra diferencia de altura tengo que levantar la cabeza para poder verlo y lo agradezco, porque así puedo evitarlo más fácil. —Mi Mellie —susurra muy cerca de mi rostro—. Así que el señor Donovick y tú... No sabía que eran tan cercanos. —No soy tu Mellie —le digo, interrumpiéndolo de inmediato—. Hay muchas cosas que no sabes de mí... —No tienes ni idea —me responde esbozando una sonrisa lobuna, mostrando esos labios carnosos que tanto deseé algún día. La canción que antes estaba disfrutando por fin termina pero no hace ni ademán de querer dejarme ir. Suena mi canción favorita, Lady de Kenny Rogers justamente en el momento menos indicado. Mi padre solía escucharla todo el tiempo y cantársela a mi madre desafinando todos los versos en su paso, maltratando la bella canción como nadie. Aun así, los ojos de amor de mi madre nunca cambiaron. Recuerdo haber dicho alguna vez que esa era la canción que quería bailar en mi boda, si algún día llegaba a casarme. Claro está. Desgraciadamente, Bastian se encontraba aquel día en casa junto a mi hermano por lo que su reacción fue reírse y la de mi hermano fue recordarme que era muy joven para pensar en esas cosas. Me doy una bofetada mental pensando porqué estás cosas me suceden. El rubio me sonríe como si leyera mis pensamientos mientras me da la vuelta bailando así lentamente contra su espalda. —Lady, your love's the only love I need... —me canta al oído, acariciando mi lóbulo con su nariz—. La canción de la boda... Todo mi cuerpo se encuentra alerta ante su acto por lo que me volteo enfurecida. —¿Qué pretendes, Bastian? —pregunto, casi entre dientes. Casi noto la sorpresa en sus ojos ante mi reacción. Pero como el gran orgulloso que es, me sonríe. La estúpida Mellie que estaba enamorada de él se hubiese derretido nada más con escucharlo cantar el verso de su canción favorita. Pero la mujer que soy ahora me recuerda sus crueles y despectivas palabras. Me recuerdo que soy demasiado gruesa para él. Cuando dijo que me correspondió el beso por lastima a rechazarme... El beso que nunca sucedió... Y me alejo, aunque él intente evitarlo. —Mi pequeña Mellie —gruñe acercándome—. Has cambiado mucho. —Por supuesto. Primero que todo, no soy tu pequeña Mellie. Como puedes notar, soy bastante grande —le digo a la defensiva. —Mellie... —dice severamente. Casi puedo escuchar un atisbo de rabia en su voz. —Segundo, suéltame. Me deshago de sus brazos y me alejo antes de que pueda estrecharme contra él nuevamente. —Pequeña —murmura sutilmente, y por primera vez, lo escucho insistiéndole a alguien. —Y tercero, la pequeña aquí no soy yo, o no debo serlo... ¿No sabes lo que dicen de los rubios? —esbozo la misma sonrisa socarrona que él me ha dedicado los últimos minutos observado de inmediato la sorpresa en su rostro. Me doy la media vuelta y salgo de allí contoneando las caderas victoriosamente. De repente unos brazos delgados me abrazan fuerte, sonrío casi al instante devolviendo el abrazo. La imponente rubia es tan alta como su padre y sus dos hermanos. —Eres más alta de lo que recordaba —le digo con ternura. —Y tú más hermosa, pero mira nada más que curvas. Ignoro su comentario, sobretodo porque no concuerdo con ella y chillo de felicidad sin poder evitar abrazarla nuevamente. A pesar de ser una reconocida familia de clase alta bastante cerrada con su privacidad, los Werner se hicieron íntimos amigos de mi familia, más que todo por la amistad entre Astrid, las mellizas y yo. Nos volvimos inseparables desde que nos conocimos a los seis, obligando a nuestros padres a mantener amistad, en la cual inusualmente, compaginaron muy bien. La mayoría de los fines de semana nos encontrábamos reunidos en algún asado o celebración, Alfred y papá buscaban la manera de celebrar cualquier tontería. Como la vez que celebraron la despedida un diente de leche de Astrid en la que ambos terminaron en grave estado de embriaguez, debo admitir. Su cuerpo delgado y escultural se encuentra entallado en un vestido rojo y su cabello tan rubio, largo y perfecto cae liso sobre sus caderas. Mi Astrid es un espectáculo digno de admirar. —Te extrañe como no te imaginas... —¿Por qué no me dijiste que venías? —pregunto aún sorprendida. —¡Sorpresa! —exclama divertida. —Hablamos todos los días ¿Y no eres capaz de decirme que vendrás? —Una sorpresa es una sorpresa, ven que mamá no puede esperar a verte. Me jala para que la siga y yo la dejo hasta encontrarnos con mi familia acompañada de dos hombres altos de cabellos rubios casi blanco y facciones duras. El mayor acompaña la mujer bajita morena que ahora se ha teñido el cabello de un tono caramelo, haciéndola aparentar menos edad de la que realmente tiene. La mujer de facciones delicadas me sonríe tiernamente envolviéndome en un abrazo suave. —Mel, cariño, ¡Que preciosa estás! Pero si ya eres toda una mujer. —Una hermosa mujer —dice Kurt sonriéndome cuando Mildred por fin me suelta. —En algo estamos de acuerdo, hermano —Bastian llega situándose al lado de Kurt provocando un silencio incomodo entre mis hermanas y yo el cual es interrumpido por mi madre. Abrazándolo y apretando sus mejillas diciéndole lo grande y guapo que está le invade con miles de preguntas por minuto. Él, muy gentil y educado le responde todas con una caballerosidad que no sabía que existía. Ruedo los ojos por la pleitesía que le están brindando. —¿Y ya tienes esposa, hijo? —le pregunta mi madre sin dejar de verlo con adoración. —No, la única mujer que me interesa me insulta. Aprieto los labios y me cruzo de brazos, su mirada está fija en mí. Se perfectamente que lo hace para molestarme, pero no lo va a lograr.  —¿Pero cómo va a ser? Esa mujer está loca, cariño. —Pues sus razones tendrá, ¿No? —lo veo con seriedad. —¿Pero cómo va a insultar a un hombre tan bueno como Bastian? Esa mujer no te merece hijo, ya verás cómo llega la indicada. —Ella es indicada. Las mellizas me observan como si quisieran sacarme las palabras de la boca con cuchara por lo que les hago un gesto de "Después les cuento". —No sabía que ya habías encontrado la indicada, hijo. —Créeme mamá, la vas a adorar. Si es que ya no lo haces. Kurt lo mira fijamente conociendo sus intenciones. ¿Es que éste hombre no piensa callarse la boca? Nos sentamos para poder disfrutar de la velada el resto de la noche y afortunadamente, Bastian no dice nada inapropiado o intenta provocarme. Leonard, Kurt y él se ponen al día igual que Astrid, las mellizas y yo. La hora va transcurriendo por lo que los invitados se van poco a poco. Mi jefe se acerca a despedirse de todos y se acerca a mí. —Señorita Bell, si gusta la acerco a su casa. —Tranquilo Donovick, yo la llevo —se apresura en decir Bastian. Donovick alza las cejas y me ve con atención, —¿Señorita Bell? Los veo algo confundida y siento la mirada de los demás encima. Quisiera tener alguna clase de súper-poder para poder desaparecer de aquí en este mismísimo momento. Como el gran salvador que ha sido durante toda mi vida, mi hermano se adelanta y dice que él me llevará. Sinceramente, hubiese preferido pagar un taxi a tener que elegir entre los dos hombres que tenía al frente. Dentro del carro y con mi hermano llevándome a casa, por fin puedo respirar en paz. Puedo decir que es una de las noches más incomodas que he tenido, sin duda alguna. —No creas que no me di cuenta —emite, cuando estamos al frente de mi lugar seguro. —¿De qué hablas hermanito? —De las miradas entre Bastian y tú. —Pf, estás loco. —Mel... Sé que estuviste enamorada de él por mucho tiempo y no quisiera que te lastimaras. Levanto las manos en signo de rendición. —Puedes estar en paz hermanito, Werner no me importa. Su sola presencia me resulta... insoportable. —Los que se odian se aman —canturrea con burla. Le doy un golpe en el hombro y me despido de él sin antes sacarle el dedo del medio. Escucho su risa camino al edificio al cual entro en busca de mi pequeño apartamento. No hay sensación más placentera que quitarme el brasier después de tenerlo todo el día. Gimo con la sensación de alivio que me provoca bajarme de los altos tacones y deshacerme de esa horrorosa prenda interior. Me doy una larga ducha y me acuesto en la cama amándola más que nunca. Al otro día, despierto y agarro mi teléfono que tiene varias notificaciones. Cinco llamadas perdidas y varios mensajes de texto de parte de Leila... Al abrir los mensajes veo varios emojis de bikinis. Mi hermanita me invita al domingo familiar en su mansión y no puedo ni siquiera negarme. Tan sólo en imaginar el sol contra mi piel con los ojos cerrados debajo de los lentes me hace aceptar con rapidez. A pesar de que no soy gran entusiasta en cuanto a usar bikini, uso un traje de baño de una pieza en n***o y va bien. Al final será entre mi familia y yo, no hay nada que ellos no hayan visto anteriormente. Leo me viene a buscar en su carro y entre risas, chistes y discusiones nos encaminamos a la casa de Logan y Leila. Elena nos abre tomando cóctel con un lindo bikini amarillo que muestra sus curvas suaves y abdomen envidiablemente plano. —¡Hermanitos! —exclama muy feliz por nuestro propio bien.  Leo y yo cruzamos las miradas aparentemente pensando en lo mismo. Elena no suele tomar, se puede decir que es la más tranquila de nosotros en todos los aspectos. Si huele alcohol a un kilómetro de distancia puede que se emborrache lo suficiente para vomitar todo el baño y tener una resaca de dos días. Leo y yo intentamos ayudarla a caminar para que no se caiga pero dice que está bien, que solo está un poquito alegre nada más y se suelta dirigiéndose al área de la piscina. La seguimos y nos adentramos saludando a nuestros padres.   Me quedo fría al ver a Alfred haciendo la parrilla junto a mi papá, a Kurt sentado hablando con Leila y Logan y a Mildred acompañando a mi madre. Busco con la mirada a Bastian al que con mucho alivio, no encuentro. Suelto un suspiro y relajo los hombros quitándome un peso de encima. Astrid se acerca a mí con un llamativo bikini rosa que resalta su lechoso tono de piel. —Hola preciosa —musita dándome un sonoro beso en la mejilla. —Hola lindura —le respondo guiñándole el ojo. Nos reímos y tomamos asiento en un sillón playero que me resulta exageradamente cómodo. —¿Por qué no te quitas los pants? Anda, que hace calor. Suspiro nerviosa y esquivo su mirada. Las únicas personas que me han visto así son mi familia, no pensé por un momento que ellos estarían aquí. Inhalo y exhalo sintiéndome frustrada. Sólo quería tumbarme en el sillón playero y coger el sol mientras tomaba piña colada. No puedo negar que hace bastante calor y los pantalones deportivos no lo hacen menos difícil. Finalmente, decido bajarme el pant y recostarme sobre el sillón como tanto había fantaseado. Que delicia.  —Por un momento pensé en no venir, pero es que no contaba con encontrarme con estás vistas.
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